I

LA VISIÓN

La tenue luz de la luna reflejó mi rostro cuando estaba por salir, sigilosa y rápida. Elegí caminar ese día, pues la brisa nocturna había disipado el calor, por lo que prefería salir a pie para desplazarme.

Rhysterland era una pequeña ciudad ubicada al norte de Canadá. Sin embargo, debido a su minúsculo tamaño, nunca aparecía en los mapas, era como si no existieramos. Mi profesor de geografía solía quejarse durante su hora de clase sobre eso. En su opinión, Rhysterland tenía suficiente terreno y sobretodo, suficientes habitantes como para ser representada en el mapa.

Llegué a la cafetería y entré al reconocer a mi presa esperando sentado en una de las mesas. Estaba todo decorado de blanco y azul cian, desde el toldo enrollado del local, hasta las mesas y sillas. Un estilo americano envolvía el lugar.

El joven, cuyo nombre ahora sabía que era Rhys, parecía estar leyendo el menú de la cafetería. Creo que nadie había leído eso en años, me atrevía a decir decir que siglos. ¿Sería que no era de aquí? Lo había conocido en una discoteca hace dos noches, Moonlight Disco. Aquel día, con todo el frenesí y el alcohol en mi sangre, no se me ocurrió preguntarle de dónde era, tampoco es que vinieran muchos turistas aquí. Por suerte, sí me dio su número y así fue como habíamos quedado hoy.

Me acerqué a la mesa en la que se encontraba con elegancia, él me interceptó a medio camino y clavó sus verdosos ojos en mí.

Por algún extraño motivo, sus ojos esmeralda me llamaban, me perseguían, me tenían atrapada.

—¿Rhys? —Pregunté cuando me senté frente a él. Había sido tan inteligente de escoger una mesa con sofás en vez de con sillas, que eran más incómodas.

—Sí, Rhys Aiken —Su voz sonaba suave y grave a la vez—, y tú, Kiara Hayes.

Vaya, que listo era, ni siquiera recordaba haberle revelado mi apellido. Asentí, sorprendida.

—Que buena memoria la tuya —Le sonreí dulcemente, como si no tuviera un lobo salvaje bajo la piel—. ¿Sabes qué vas a pedir?

—Creo que unos waffles —Miró de nuevo el panfleto, pensativo—, la verdad no me decido.

—¿No eres de aquí, no es cierto? —Oculté media sonrisa.

—Soy de muy cerca. —Contestó, escueto. Así que iba a costar sacarle información, ¿eh?

—Que raro, casi no hay turistas aquí —Dejé caer, con disimulo—, Rhysterland ni siquiera aparece en el mapa.

El muchacho pareció desconfiar de mí por un momento. Apartó sus ojos del menú para clavarlos en mí y se quedó un buen rato, como si buscara algo. Al final, pareció no encontrar nada porque se relajó de nuevo y volvió a su menú.

—Los habitantes de pueblos contiguos conocemos Rhysterland y es un buen lugar para relajarse, tiene su encanto. —Terminó por responder.

Iba a rebatir su argumento cuando vino la camarera, era Stacy.

—Hola, Kiara —Me sonrió y se la devolví —. Hola, desconocido.

Rhys levantó la vista para mirarla cuando lo llamó desconocido. La saludó con un gesto de mano, pero no se molestó en presentarse. Stacy parecía estar obnubilada con el aspecto físico de Rhys. Y no la podía culpar, sus ojos color esmeralda resaltaban entre la multitud junto con su cataña cabellera y su tez pálida. Sin olvidar, por supuesto, la blanquecina hilera de dientes perfectos que poseía.

—¿Stacy? —La llamé para que dejara de babear.

—Sí, dime —Volvió a la realidad tras bajarse del planeta Rhys—. ¿Qué vais a querer?

—Lo de siempre. —Respondí yo. Desde que probé el batido de frambuesas y arándanos, no pedía otra cosa. Tampoco es que el repertorio del menú fuera muy amplio.

—Unos waffles con nata. —Pidió mi acompañante. Stacy siguió dejando baba por un rato y luego volvió a la cocina a hacer nuestro pedido.

—¿Vienes mucho por aquí? —Le cuestioné para disipar el silencio que podría volverse incómodo.

—Sólo cuando me surge el plan. —Simplificó.

Por lo poco que lo conocía, todo parecía ser sencillo para él, cada respuesta y cada gesto me lo demostraban.

—Espero que te surja el plan más veces. —Le dediqué una sonrisa ladina.

—Estoy seguro de que me surgirá. —No sonreía, pero su respuesta era favorable.

—Sabes... —Iba a poner mi plan en marcha cuando vino Stacy de nuevo. Casi gruñí, pero me contuve a tiempo.

—Aquí tenéis. —Puso mi batido frente a mí e hizo lo mismo con el plato de Rhys, sin perder la sonrisa. Se notaba a leguas que le había gustado el chico.

El ojiverde devoró su plato en un santiamén, cuando yo ni siquiera iba por la mitad de mi batido. Lo miré, boquiabierta.

—Sí que tenías hambre.

—Y podría comer veinte más. —Por el brillo que adoptaron sus ojos, opté por creerle.

El muchacho esperó pacientemente a que terminara de beber todo mi batido mientras charlábamos. Era totalmente hermético, no había logrado sacarle ni un sólo ápice de información sobre su vida mientras que él se había enterado de la mayoría de mis detalles personales. También, había que aclarar que yo no era demasiado reservada.

Tras haber insistido en pagar, no tuve más remedio que dejarlo y guiarlo hacia mi casa. Ahí empezaba el plan. No iba a perder la oportunidad de ligarme a uno de los chicos más guapos que había visto nunca.

—¿Queda muy lejos tu casa? —Preguntó para romper el silencio que se había formado.

La oscuridad nocturna nos envolvió por completo, nuestra única iluminación provenía de unas pocas farolas que apenas funcionaban. Me paré un segundo para observar la luna y las estrellas, siempre me habían parecido fascinantes. De pequeña, tenía la teoría de que cada uno de esos puntitos brillantes era una persona fallecida.

—Está a un par de calles —Lo observé durante unos instantes tras apartar mi mirada del cielo, atraída por el misterio envuelto en sus ojos—. En Rhysterland, nada queda muy lejos.

Durante el camino, me contó que tenía una hermana; sin embargo, no respondió cuando le pregunté sobre su relación con ella. Opté por cambiar de tema mientras sacaba las llaves del apartamento, pues ya podía divisar la fachada.

—Es aquí. —Introducí la llave en la cerradura bajo su atenta mirada que cada vez me gustaba más.

Sin dudarlo, lo arrastré hacia dentro y cerré de golpe. Se había acabado la charla y él también pareció captar mi mensaje no verbal.

En un segundo, me puso contra la pared mientras me besaba apasionadamente. Si ya me gustaba por su físico, ahora me volvía loca con sus labios. ¡Qué hombre!

Su lengua danzaba con la mía en un dulce compás cuando yo me dispuse a introducir mi mano en su castaña cabellera. Tenía el pelo tan suave como sus labios, todo en él se me hacía taaan perfecto.

Su mano subió por mi pierna, tanteando el espacio. Yo ladeé la cabeza para poder tener un mejor acceso a sus labios. Me arrepentí febrilmente de haber juzgado a Stacy cuando yo ahora mismo estaba totalmente inmersa en el planeta Rhys, así me había decidido a llamarlo.

Subió una de mis piernas para que yo la enroscara en su cadera y así lo hice. Rhys hizo un camino de besos por mi cuello hasta toparse con mi camiseta, me miró durante un segundo hasta que asentí y me la sacó. La tiré al suelo y volví a acercarme a su boca, era como una nueva droga jamás descubierta.

Introducí mi mano en su camiseta con timidez fingida, yo ya era una experta en esto, no nos vamos a engañar.

Pero entonces, caí en la cuenta de que seguíamos todavía en la entrada y digamos que no es el mejor sitio para hacer esto.

—Rhys. —Murmuré sobre sus labios, pero parecía estar absorto, por lo que bajé mi pierna al suelo y lo aparté un poco.

Él cerró los ojos con fuerza y giró la cabeza. Que chico más raro.

—Rhys —Lo volví a llamar, frunciendo el ceño—, ¿vamos a mi habitación?

El ratito abrió los ojos y volvió a mirarme. Tuve que parpadear varias veces porque creí ver un destello verde luminoso en sus ojos. La lujuria me estaba pasando factura.

Pecadora.

—Claro, vamos. —Se aclaró la garganta con repentina torpeza.

—¿Eres virgen? —Le pregunté de la nada antes de caminar hacia mi próximo destino.

No entendía porque estaba tan nervioso de la nada, no parecía el chico sencillo que me había contado su vida muy escuetamente en la cafetería.

—No —Arrugó el entrecejo, confuso —, ¿por qué lo preguntas?

—Es igual —Tomé su muñeca para ir a la habitación de una vez, no había tiempo para charla—, olvida eso.

Nada más llegar a mi cuarto, me dispuse a volver a besarlo. No quería pensar en nada, no cuando tenía a este adonis metido en mi cuarto, por más extraño que se comportara.

Deslicé su mano por el interior de mi camiseta sin despegar mis labios de los suyos; sin embargo, algo iba mal. Me aparté de él con suavidad porque tampoco me parecía moralmente correcto seguir si no estaba cómodo.

—Rhys —Lo llamé, pero de nuevo tenía sus ojos cerrados y la expresión agobiada—, ¿estás bien?

—No. —Su voz salió más ronca de lo normal, como si se estuviera conteniendo.

Esto me pasaba por liarme con el primero que me gustaba físicamente. Bien merecido, Kiara.

—Esta bien, lo podemos dejar para otro día. —Intenté poner mi mano suavemente en su hombro para relajarlo; sin embargo, la atrapó en el aire aún teniendo los ojos cerrados.

Fruncí el ceño y tomé una gran bocanada de aire, el ambiente se estaba empezando a tornar pesado y extraño.

—No. —Abrió los ojos lentamente, esta vez no encontré nada paranormal en ellos, por lo que me relajé.

—¿Estás segu-? —Sus labios encontraron los míos a media frase, dejándome las palabras amontonadas en la boca.

Ya no estaba tan cómoda ni tan segura como antes, pero le seguí el beso de igual manera.

A base de empujones suaves e intencionados, me echó sobre la cama y se puso sobre mí, tratando de no aplastarme con su peso.

Masajeó mis pechos tapados únicamente por mi sostén con clara intensidad. Mis preocupaciones se disiparon cuando le saqué la camiseta y él se presionó más contra mí.

La lujuria solía cegarme y provocar que me metiera en problemas de los cuales luego no podía salir, pero esta vez, no iba a ser un simple problema amoroso el que me atormentaría, yo no sabía nada de lo que estaba por venir.

Dejé que sus grandes manos exploraran por debajo de mi falda gustosa, este hombre me iba a volver loca.

Cuando despegó su boca de la mía después de un buen rato, sus ojos volvían a brillar en un color esmeralda muy bonito. Iba a preguntar que si llevaba lentillas o algo del estilo, pero su boca volvió a atrapar la mía.

Pasé mi mano por sus brazos musculosos y llenos de... ¿venas? Seguí tocando, pero, wow, ¿cuántas venas tenía Rhys? No podía decir que la sangre no le llegara a todo el cuerpo, no.

Extrañada, me despegué a conciencia de sus adictivos labios que ya se habían convertido en mi nueva depencia. Cuando miré sus hombros, no pude evitar proferir un grito y apartarme de él a toda prisa.

Tras mi brusco movimiento, acabé en la otra punta de la cama. El castaño me miraba confuso.

—¿Qué... ?—Tuve que respirar hondo para poder seguir— ¿Qué es eso?

No iba a llorar, no iba a llorar, no iba a...

Joder, tanto sus brazos como sus hombros se habían llenado de unas venas del mismo color que sus ojos brillantes, parecía Campanilla en versión cutre y sin alas.

—¿El qué? —Se miró a sí mismo, como si no viera nada— ¿Hablas de mi erección?

Estaba disimulando, era un mentiroso.

—Me preocupa de todo menos el estado de tu miembro viril —Hice una breve pausa observando como las venas se extendían por su torso y abdomen—. A no ser que él también esté lleno de esas venas raras.

Su expresión adquirió un matiz oscuro al escuchar mis palabras, ya no parecía un chico sencillo, pero reservado; esta vez, su expresión me dejaba ver que había mucho más que eso, que era peligroso de verdad.

—Tú no debiste ver eso.

En un rápido y brusco movimiento, se acercó a mí, me jaló del pie arrastrandome hacia él mientras yo gritaba y me dio un golpe seco en la cabeza que me mandó directa a los brazos de Morfeo.

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