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En la tarde salí a dar un paseo, me coloqué un abrigo negro junto a mis audífonos y salí sin rumbo. Las personas de la calle llevan las mismas nubes sobre sus cabezas; era todo muy confuso para mí. Miro a mi alrededor; estoy en el parque central de la ciudad. Está muy transcurrido hoy; supongo que todos andan atariados con los preparativos de Navidad.
Clavo mi vista en los grandes árboles que se encuentran blancos por la nieve; luego cambio la vista hacia mis pies moviendo estos de un lado a otro. Creo que está era la única parte de estas fechas que me llamaba la atención. La nieve.
Sigo mirando y esta vez me concentro en el personal: mujeres con niños, hombres, ancianos, mucha variedad de edades. Todos llevan esa pequeña nube sobre sus cabezas. Algunas están hechas tormentas, y las personas con una sonrisa tan creíble.
¿Cuántos en este mundo han fingido estar bien cuando en el fondo no lo están?
Creo que muchos, o para ser exacta, todos alguna vez nos hemos limpiado las lágrimas y salido a la calle con una sonrisa tan falsa como la de la muchacha de pelo rojizo que tengo a unos metros.
Me acerco cada vez un poco más a ella, sin conocerla, sin poder controlar mis pasos; solo sé que mi cuerpo se movía por instinto.
—Buen día —la saludo cordialmente y me siento a su lado.
—Buen día, ¿la puedo ayudar en algo?
—Al contrario, quería saber si la puedo ayudar a usted.
—¿Perdona?—la muchacha está algo confusa y es normal; debo parecer una loca
diciendo cosas raras.
—Si tienes algún problema, estás triste o solo necesitas desahogarte, puedes contar conmigo.
No sé de dónde salieron esas palabras, pero lo que sí sé que fue un detonante para esa joven. Comenzó a llorar, se acercó y me abrazó de imprevisto.
—Muchas gracias, necesitaba esas palabras —susurra entre sollozos.
Pasamos un rato hablando y desahogando nos; resulta ser que se sentía muy sola, sus padres fallecieron hace un año y su novio la acaba de dejar. Estar en vísperas de la Navidad la ha deprimido, ya que se siente más sola que nunca.
Le hice ver que no todo en su vida es tragedia. Tiene un buen trabajo y casa propia. El dolor que siente poco a poco será reemplazado por felicidad. Siempre llegan cosas mejores.
—Es un idiota, no debes estar triste por alguien que no se preocupa por cómo te sientes —le doy mi punto de vista respecto a su ex novio.
—Es raro, sabes —clava su vista en sus pies—. Hace unos minutos no te conocía y te he contado toda mi vida.
—Solo te ví a lo lejos y creí que te hacía falta unos oídos que te escuchan y un abrazo.
—Gracias.
La invité a pasar Navidad en mi casa junto con mi familia. Enseguida aceptó con una sonrisa en su rostro. Nos intercambiamos nuestros teléfonos para mantener contacto; se despidió con un abrazo y yo me quedé observándola mientras se alejaba. No podía creer todo lo que había pasado.
Me sentía bien; me alegraba ver que la tormenta que existía en su cabeza ya no estaba, sino un pequeño arcoiris con colores muy brillantes. Creo que voy entendiendo cuál es mi misión.
Ayudar a las personas a solucionar sus problemas, tratar de hacerlos felices en estas fechas. Cambiar sus nubes negras por arcoiris preciosos.
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