Vínculo institucional. Capítulo 58.
Siete años y seis meses desde la aparición de Andrea
En el departamento de Contacto
La mujer del conjunto deportivo volvió a casa después de haber hablado largo rato con Andrea. Había dejado el traje dentro del armario que estaba junto a su cama, en un sitio muy oscuro, lo cual no tenía mucho sentido ya que el DDC tenía un visor infrarojo. Abrió una de las puertas de espejo y lo observó con recelo y dolor. Tenía que volver a ponérselo, en la organización no debían sospechar que tramaban algo. Se colocó todo el equipo como quien se pone el lazo de la horca en el cuello. Aquel traje casi indestructible fue prácticamente lo único que vistió durante años, veinticuatro horas al día. Estaba sentada en la cama viéndolo, cuando comenzó a parpadear la luz interna del DDC, tirado al fondo. Había estado pensando tanto en la traición y el encubrimiento, que se había olvidado de lo que la llevó a ese sitio en primer lugar. Recordó al hombrecillo al que amenazó y que ahora se percataba, era un cabo suelto. El antes conocido como Tanaka.
Se puso el DDC.
—Puente, aquí Contacto —dijo con la voz más firme que pudo.
—Vaya, ya era hora —dijo la voz de Tanaka con un tono pendenciero.
—Debemos encontrarnos otra vez —respondió Contacto.
—Aquí te espero. No sabes cuántas ganas tengo de verte —replicó con sarcasmo.
—No. Será en donde yo decida —dijo ella.
—¿Piensas que te pusimos una trampa? Tonta. Nosotros te trajimos aquí poniéndonos en peligro. Ahora mismo estoy manipulando el sistema para que esta conversación no quede registrada, me sigo arriesgando por ti. Y no, no puedo dejar el puente, mi compañero está de permiso —respondió la voz malhumorada.
—¿No eres Hipólito? —preguntó Contacto, confundida.
—No, no soy Hipólito. Y más vale que te apresures antes de que cambie de opinión —dijo la voz.
Contacto fue deprisa a la organización con el traje puesto, en un vehículo oficial, como si nada ocurriera. Tanaka no existía, eso le quedaba claro. Volvió al cuarto de monitoreo. Le pesaba demasiado estar ahí. La puerta se abrió como la vez anterior, pero frente a los monitores había una mujer casi de su edad, con largo cabello ondulado color rosa que le cubría parte del rostro. Era un poco más baja que ella, un tanto rolliza. La de negro hizo todo lo posible por apartar la vista de la pantalla circular en la que aparecía ella misma, ya que le daba náuseas.
Cuando la joven entró, aquella se puso de pie.
—Soy Adnil —dijo altiva.
—Supongo que te llamas Linda —repuso Contacto.
—Vaya, a veces eres muy aguda —contestó en un tono burlón—. Soy Adnil. Y tú eres una tonta —siguió altanera, como si fuera una niña haciendo un berrinche.
A pesar de su enojo y su frustración, Contacto reconoció el carácter detrás de la voz femenina. Esa actitud la siguió desde el DDC muchos años.
—¿Por qué piensas que soy una tonta? Ustedes me engañaron, veo que Tanaka no existe.
—La voz la genera el sistema, así podemos estar pendientes de ti todo el tiempo —repuso la soberbia chica.
—Los dos son Tanaka entonces.
—¡Qué brillante! Y yo estoy aquí hoy porque Hipólito está mal desde que lo ultrajaste, a pesar de que se puso en riesgo para que supieras la verdad —dijo ella cruzándose de brazos.
Contacto sonrió para sus adentros por esa respuesta, a pesar de todo. No tenía duda que detrás de esa mujer estaba el Tanaka que conocía. Se dirigió a una de las sillas vacías junto a la consola que exponía cada uno de sus movimientos y esperó que Adnil hiciera lo mismo. Todo olía a chicle y frituras de maíz.
—¿Entonces fue él quien me guió aquí? — preguntó Contacto.
—Los dos lo hicimos. Y me arrepiento. Siempre hemos cuidado de ti, te hemos ayudado con cada cosa que nos has pedido, y ahora que tratamos de mostrarte la verdad, tú vienes aquí a nuestro lugar de trabajo y golpeas a Hipólito —dijo con contundencia.
—No lo golpee en realidad. No quise lastimarlo, estaba muy enojada, me engañaron —respondió Contacto apenada, sintiéndose tan tonta como Adnil alegaba, como le decía Di Maggio años atrás.
—¡Pero si tú se los has puesto muy fácil!
—Creí que tenía una coartada, un trabajo — repuso.
—¡Pues Hipólito y yo trabajamos para esta institución igual que tú! —rezongó la mujer.
Contacto suspiró.
—¿Por qué me trajeron aquí, Adnil?
—Queríamos que lo supieras todo. Creíamos en tu causa. Pensamos que entendíamos tus dilemas. Sospechamos que nada de esto tiene que ver con la entrega y creemos que no conducirá a ella. Queríamos ser parte de esta pelea de tu lado y tú sales con eso.
—¿Por qué ahora? —inquirió la mujer de negro.
—¡Encima de todo, nos cuestionas! ¡Estamos arriesgando la vida por ti! ¡Lo planeamos mucho tiempo y al fin Hipólito decidió que debíamos hacerlo ya y yo me dejé convencer por sus ojos de perro chihuahua!
—Lo lamento, no lo sabía — respondió la mujer de negro con gravedad.
—No. Yo lo lamento, yo me equivoqué. Hipólito te idolatra, dice que eres "magnífica". Pero lo trataste como basura —aseveró Adnil.
Algo punzó dentro de Contacto al escuchar esas palabras. No, nunca fue magnífica, de hecho antes del suero era torpe y prefería huir que enfrentarse a lo que le temía más. La sustancia la hizo cambiar de perspectiva, aunque muy en el fondo, seguía deseando escapar y por ello corría por las noches, por los techos, evadiéndose. Y ahora quería hacerlo más que nunca.
—Lamento haberme comportado así, creo que tu podrías comprender cómo me sentía —respondió apesadumbrada.
Adnil la seguía observando, muy seria, en su rabieta.
—Sí, me lo imagino, aunque no tenías que maltratarlo. Debiste escuchar lo que tenía que decirte, se moría de ganas de verte. No es fácil para él hablar sin el micrófono de por medio, y aún así lo intentó. Bueno, ya lo sabes. Todavía debo hacer mi trabajo, tenía que aclararlo contigo sólo porque él me lo pidió. No quiere que te pase nada malo —dijo la chica masticando un chicle rosado.
Contacto asintió.
—Necesitaba que alguien fuera honesto conmigo. Te lo agradezco. Te pido que me perdones.
Adnil tenía el ceño fruncido.
—Creo que es a Hipólito a quien le debes una disculpa. Quizá deje de sentirse tan miserable.
—Está bien, Tanaka. Necesito que me digas dónde puedo encontrarlo. Trataré de disculparme. Y debo pedirte que mantengas en secreto mi ubicación durante las próximas horas. ¿Crees que puedas hacerlo? —dijo dirigiéndose a Adnil.
—¿Por qué crees que estoy aquí? ¿Parece que soy un adorno?
Un par de horas más tarde
Contacto fue a buscar a Hipólito en la dirección que Adnil le dio. Nunca se hubiera imaginado que la voz que escuchaba en el DDC estuviera arreglada para que dos personas distintas sonaran igual, aunque siempre notó cierto tono como mecánico en el fondo y ahora que lo pensaba, tal vez algunos sutiles matices en la forma en la que los dos operadores se dirigían a ella. Aquello estaba alcanzando niveles insospechados, así que tenía que prepararse para todo.
Llegó al departamento y abrió la puerta con facilidad. Era un sitio pequeño, apenas como para una persona, en el piso doce. Ella entró al edificio por arriba, como de costumbre, pero entró por la puerta principal de la vivienda. Sabía que él se encontraba por ahí, pero no estaba a la vista. Había muchos pósters, figuras de acción fantásticas dentro de sus cajas, cientos de cómics y mangas japonesas en libreros. Un par de computadoras estaban encendidas. Decidió husmear un poco más. Todo olía como aquél joven, a frituras y palmas sudorosas.
Entró en la que parecía ser su habitación. Él parecía tener muchos hobbies. Había un restirador con una gran lámpara bajo la cual encontró un trabajo en proceso. Se acercó a ver el dibujo en tinta negra, asombrada. Junto a éste, había una especie de álbum con decenas de ellos. Eran de ella vestida con el traje, hechos con un estilo particular. Se sintió no sólo apenada sino también conmovida.
El hombre pequeño salió del cuarto de baño cuyo umbral estaba en la estancia. La de negro no quería asustarlo, sabía que sus irrupciones solían causar exabruptos en las personas. Había dejado el DDC sobre la mesa de centro. Al ver el objeto, él lanzó una exclamación, se dio media vuelta para cerrar la puerta y al volver a mirar el casco, encontró a Contacto en medio de la sala de estar. Se iluminaron sus ojos, su gesto era de sorpresa alegre. Después se puso serio, triste.
—He venido a disculparme, Hipólito —dijo Contacto.
—Yo no, no... —tartamudeó.
Contacto pensó en alguna forma para mantenerlo sereno para poder conversar.
—Sabes que nunca desprecio algo para comer. Si no es molestia, aceptaría un poco de lo que tuvieras.
—¡Claro! —exclamó él, recuperando el gesto feliz, pero aún nervioso.
Tecleó un mensaje en el celular y poco después un repartidor estaba en su puerta con bolsas llenas de paquetes de comida oriental. Mientras esperaban, la de negro siguió viendo las revistas mientras él la veía a ella. Se sentaron en altos bancos a cada lado de la pequeña barra de la cocina.
—Provecho —dijo Contacto tomando el envase rebosante de fideos que el chico le dio. Él hacía un esfuerzo por no verla fijo, aunque la observaba con insistencia. Era la tercera vez en su vida que la tenía de cerca. Y las dos anteriores no fueron nada buenas.
—Vi tus dibujos —dijo Contacto.
Él se atragantó un poco y se sonrojó.
—Son demasiado halagadores. Yo siempre he sido muy mala para dibujar —repuso.
—No, tú no, no lo necesitas. Tú, pu, pu... puedes hacer lo que otros soñamos.
—Debemos haber hablado tú y yo cientos de veces. Esto no tiene por qué ser diferente. Somos los mismos de siempre. Por favor, cuéntame, ¿a quién se le ocurrió eso de Tanaka?
Él respiró profundo y se irguió un poco. Bajó la mirada y observó el plato cuando comenzó a hablar. Como por arte de magia, su voz adquirió una calidad más plana y fluía con más facilidad.
—Necesitabas un operador racional, astuto y confiable, nada emocional. Adnil y yo diseñamos el protocolo Tanaka para El Lector, usamos un personaje japonés muy poco conocido aquí como punto de partida. Yo cree la voz con el sistema. Así podríamos estar los dos al pendiente a cualquier hora.
Esa mujer en persona no era tan imponente como en el monitor, después de un rato, parecía muy normal. Pero a pesar de eso, él aún se sentía intimidado, era su heroína. Y él sabía toda la clase de cosas que era capaz de hacer, incluso mejor que ella misma.
Contacto ingirió todo lo que había en su plato, él apenas tocó la comida.
—Aún trato de comprender lo que todo esto significa. Ustedes han sido parte de un plan para conocer mi ubicación todo el tiempo, para medirme, ¿por qué? —preguntó, creyendo que tenía alguna idea de la respuesta.
Él inspiró haciendo un pequeño sonido con la nariz.
—Esto es muy difícil, Contacto, pero es justo que lo sepas. ¿Adnil, me copias? —preguntó él al aire.
Desde el micrófono externo del DDC se escuchó la voz que la mujer de negro reconocía como la de Tanaka.
—Te copio fuerte y claro, amigo. Vamos —respondió.
—Adnil y yo hemos hablado muchas veces sobre esto. El traje que usas no siempre ha sido un uniforme de los Alfa. Fue creado para ti, pero hay otros tres individuos que portan uno igual.
—Elec, Harry y...
—Eris —respondió Hipólito.
Contacto abrió la boca, no podía creerlo.
—¿La mujer del cabello de los años 20? —preguntó.
Hipólito asintió.
—¿De Lois sabe que la mercenaria en su nómina trabaja para los Alfa?
—No —repuso el hombrecillo.
La mujer de negro se puso la mano sobre la boca abierta. Se sentía como la persona más ingenua del mundo.
—Los Alfa te consideran muy peligrosa. ¿Sabías que el golpe de tu puño derecho es más potente que el del hombre que tiene el récord mundial? Y él mide casi dos metros y pesa más de cien kilos —afirmó sonrojándose.
Ella se encogió de hombros.
Hipólito sabía como Gabriel que esa joven no tenía mucha idea de lo que su cuerpo era capaz de alcanzar. Había provocado fracturas de cráneo y fuertes contusiones a mano limpia, tratando de ser moderada. A pesar de todos los años de monitoreo, aún seguían sin conocer con certeza el punto máximo de la mayoría de sus capacidades.
Lo peor, era que ella no lo veía, ni para bien ni para mal. Se aferraba a ser quien era en su interior, sin apechugar lo que podía hacer cuerpo. Y a pesar de que la conocían muy bien y que sabían que solía ser pacífica y controlada, el Lector era consciente de que nunca se puede tener la certeza de nada; la veía como un arma nuclear en las manos de un niño.
—Los Alfa querían ponerte a prueba y deseaban conocer todo tu potencial. Por ello, diseñaron diversos escenarios con los caballos, aunque tú sola te metiste en otras tantas situaciones fuera de su control.
Ella se quedó en silencio un momento, pensando.
—Todavía no comprendo muy bien por qué me guiaron hacia el Puente —respondió.
—Queríamos que supieras la verdad, para que pudieras tomar tus previsiones. El tiempo del proyecto se termina. Somos partidarios de que se haga la entrega.
—Gracias. Tengo mucho en qué pensar ahora. El saber esto ha cambiado muchas cosas —replicó.
—No quisiera que cambiara nada, pero tenías que saberlo, aunque nos cueste la vida —susurró Hipólito, como si pudieran escucharlos.
—Ni siquiera quisiera que les costara el trabajo —respondió ella.
Conversaron largo rato sobre el supuesto uniforme y la clase de cosas que podían saber sobre ella a través de él y cómo lo lograban. El DDC era la pieza que "veía" y "oía": si ella no lo portaba, no contaban con señales de audio ni video, pero el resto del traje, aún cuando ella no tuviera puesto el casco, siempre transmitía sus movimientos y su ubicación.
—¿Tú crees que otros puedan saber dónde me encuentro si traigo esto puesto? —preguntó ella señalando su negro atuendo.
—Sin duda —replicó el joven—. Los monitores que usan los elementos de seguridad de la OINDAH en la muñeca pueden mostrar tu ubicación si los Alfa lo autorizan. Por cierto, también se usa una sustancia para engañar tu olfato. Se llama Carisoprodol. En grandes cantidades o inyectada, podría ser muy mala para ti. Guardan una importante cantidad en el laboratorio.
—Recuerdo esa cosa, me provocó convulsiones durante una prueba de alergias. ¿Es tu trabajo saber todas esas cosas?
—No precisamente. Soy muy curioso. Adnil y yo controlamos cámaras, micrófonos y celulares. Podemos ver, oír y estar casi en cualquier parte. Sólo el Lector sabe lo que podemos hacer, pero no creo que tenga idea de que tenemos el control de toda la organización y de muchas cosas más afuera de ella.
—¿Eso significa que pueden escuchar las conversaciones telefónicas?
—Eso significa que hemos usado esos aparatos como micrófonos desde que el doctor Di Maggio vivía.
Contacto sintió un golpe de melancolía al escuchar la inesperada mención al doctor, el cual apenas logró contener. No había podido superar del todo su pérdida. Para ella siempre sería demasiado importante en su vida.
—Es muy impresionante todo lo que pueden hacer, Hipólito —dijo ella con honestidad—. Por cierto, de casualidad hay algo que bloquee las señales de localización del traje?
El joven asintió y le mostró con la palma un objeto que estaba sobre la barra.
La mujer de negro comprendió, estaba muy asombrada. Después de conversar otro rato, se despidió.
—Debo irme, muchas gracias por la cena. Ojalá me hayan perdonado. Cambio y fuera, Tanaka.
—Cambio y fuera, Contacto —respondió el chico.
Ella le sonrió, se puso el DDC y se lanzó por la ventana haciendo una pausada voltereta para él, para sus dibujos, como tratando de agradecerle.
El joven fue hacia donde había salido para verla desplazarse sobre la cornisa, desapareciendo en la oscuridad.
Siete años y ocho meses desde la aparición de Andrea
La mujer de negro pasó algún tiempo tratando de asimilar todo aquello, le preocupaba que los Alfa pudieran encontrar la forma de acabar con sus planes antes de que se concretaran.
Ahora alternaba el uso de ropa común con el del traje. Se sentía como caminando sobre vidrios, sobre hielo muy delgado cuando lo traía puesto. Rememoró esos años que pasó usandolo, creyendo que en las alturas, en la soledad de los techos y otros sitios alejados de la vista, nadie se enteraría de las cosas que ella hacía. Recapitulaba sus andanzas y quería golpear la pared con la cabeza. Había hecho tantas cosas. Ellos lo sabían a detalle, aunque nunca la hubieran visto con sus propios ojos. Seguía realizando algunos recorridos con vestimenta regular, que se gastaba muy pronto. Eso la hacía sentir muy frustrada, ya que en verdad el traje era una solución no sólo práctica sino perfecta para su forma de ser.
No quería confrontar a Di Maggio aún. Comprendía muy bien por qué Andrea tuvo que callar, pero dudaba mucho que el hombre de los ojos de lobo tuviera las mismas razones. Había vuelto a verlo tras el extraño periodo en el que no le abría la puerta de su oficina a pesar del tenso ambiente que había entre ellos, pero desde que ella supo lo del puente, dejó de ir de forma definitiva.
Sin embargo, durante los meses que siguieron a esa revelación se mantuvo muy ocupada con algo que su amiga sacó del laboratorio para ella.
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