Tras la tempestad. Capítulo 5.
Un día después de la aparición de Andrea, en su departamento
Andrea tenía un aire celestial: oblicuos ojos color verde avellana sobre un rostro de mejillas sonrosadas, recta nariz y cálida sonrisa fácil, procedente de angulosos labios encarnados, enmarcado todo por ondeante cabello color castaño cobrizo que caía sobre sus hombros.
Esa tarde Miguel Aster la observaba con la boca abierta, detenido contra la pared; parecía una caricatura. La joven le había pedido a su amiga ahora llamada Contacto que le telefoneara a su primo para explicarle que estaba viva. Tendría que hacer eso con mucha gente.
—Ella movió la cabeza, reprochando —obviamente no estoy muerta, primo.
—No, p... por supuesto —dijo él saliendo de su perplejidad. Se agachó para recoger los lentes de repuesto que por fortuna poseía y que se le habían caído, sin quitarle la vista de encima—. Te ves viva. Digo, bien —tartamudeó el chico, cuyo hirsuto cabello y ojos tenían las mismas características que los de Andrea, sólo que en una versión masculina menos agraciada—. Lo siento, ya, ya estoy... Me tengo que sentar —balbuceó.
La mujer se acercó despacio y tocó su mano.
—¡Oh, prima! —gimoteó el chico que tenía un pequeño vendaje en la frente y otro en el antebrazo izquierdo, abrazándola con fuerza.
Lloraron juntos un poco antes de separarse.
Ella negó con la cabeza, y a pesar de que su amiga le contó que él había pasado por un mal momento, le dijo:
—Necesitamos hablar sobre la placa, Miguel.
—¡Oh, no! ¡No sabes cuánto lo lamento! —exclamó. ¡Antes de que murieras, o no murieras, se te cayó del cuello, traté de decírtelo y después moriste, o no moriste!
Ella permaneció un momento en silencio, con la mirada perdida.
—Fueron momentos confusos. Pero, ¿qué pasó después? —preguntó la bioquímica.
—¡No lo sé, no está, se la llevaron! ¡Iba a hablar con tu amiga extraña sobre eso, pero la placa desapareció! —exclamó Aster con fuerza
—Yo tomé la placa del cementerio —explicó al fin Andrea. Lo observaba con aire de regaño de hermana mayor.
—¡Oh, qué bien! — exclamó Miguel, levantando las manos.
—Lo que hiciste fue muy grave. Pensé que me la habían robado, no podía confiar en nadie. Y parece que no estaba equivocada.
Aster no pudo ocultar los pensamientos que se desplegaron sobre su rostro como si fueran un letrero luminoso
—Yo no sabía que no habías muerto, yo no...
—Hablaste con la gente de Alex De Lois. Sabías que me habían estado acosando —dijo ella al fin.
—¡Ay, prima! ¡Creí que eso no le haría daño a nadie!—exclamó metiendo los dedos en su rizada cabellera.
—¿A nadie? ¡mira cómo te dejaron! —repuso ella haciendo un gesto negativo.
—No te preocupes por mí, estaba de acuerdo con tu amigo el Alfa que se llama Gabriel Elec. Él me ayudó, me dijo lo que debía hacer.
Los labios de Andrea se curvaron ligeramente.
—Eras un adicto a las novelas de policías y a los videojuegos y ahora eres un doble agente. Estoy lejos unos meses y el mundo se vuelve loco— reflexionó. Aún no sabía toda la razón que había en sus palabras.
—Todos quieren información, soy informático, ¿qué más podía hacer? —preguntó el muchacho levantando los hombros.
—Quedarte callado, para variar —respondió Andrea.
—Entonces Contacto te contó lo que pasó la noche que me secuestraron.
—Más o menos —dijo Andrea observándolo fijamente.
Miguel hizo una expresión extraña.
—Hay algo en ella que no es normal. ¿Lo sabes, verdad?
La joven se quedó en silencio.
—Venció sola a varios hombres armados que la atacaban al mismo tiempo. Me levantó del piso como si no pesara nada, me lanzó y me cachó en el aire. Seguro peso más que ella. Es... —comentó el chico.
—Basta.
—Pero...
—Necesito que me escuches y por primera vez en tu vida cumplas una promesa. Júrame que no hablarás nunca más sobre ella ni sobre lo que ocurrió ese día. No más preguntas sobre eso —le ordenó ella.
—Está bien. No diré nada. Aunque quizá podamos intentar leer ambas placas ahora que las tienen —dijo Aster.
—¡No hablaremos sobre eso! ¡Ya has hecho muchas cosas fuera de lugar! ¡Además ya no la tengo! —replicó.
Durante todo ese tiempo su prima prefirió seguirlo sin que él lo supiera a preguntarle si tenía la placa y revelar que estaba viva. Sospechaba que él no era capaz de guardar un secreto, además no quería poner en riesgo a nadie. Ahora lograba vislumbrar sus alcances.
—¿Entonces, ahora tu amiga tiene las dos placas? —dijo Miguel tras cavilar un momento.
Andrea le lanzó una furiosa mirada pero no le contestó, no podía seguir discutiendo, tenía que ir a ver a alguien más.
Más tarde, en la mansión de Di Maggio
El pálido joven con azules ojos de lobo y espíritu de anciano observaba el jardín a través de los cuadros de vidrio del inmenso ventanal que cubría toda la pared del fondo, flanqueado por pesadas cortinas de color rojo oscuro. La vacía habitación de alto techo en la planta baja de la mansión, alojó una cama ortopédica y en el equipo portátil de rayos X entre otras cosas dos años antes. Ahora, en vez de eso, había un escritorio de maderas preciosas y un pesado sillón giratorio de fina piel que pertenecieron a su padre. Giorgio pasaba más tiempo ahí que en ningún otro desde el accidente, era como una cripta, como un refugio.
En aquella reclusión se encontraba él en estado de secreta y permanente agonía, tanto emocional como física, por las secuelas del accidente que para él eran difíciles de ignorar. Ahí podía resistir el peso de la culpa, flagelarse por sus pecados y en el que lograba escapar de la realidad para planear las estrategias que le permitían flotar sobre su tortuosa existencia sin hundirse en la soledad o en la abrumadora pena que llevaba en el interior.
Odiaba tener todos los días a la rubia secretaria sentada frente a él, suplicando su atención. Era bellísima sí, pero no accedía a hacerla suya desde que supo que la compartía con su amigo De Lois. De todas formas cuando lo hizo, en vez de disfrutar del placer se sentía aún más miserable, si acaso eso era posible. Deseaba reencontrarse con Laura Esther pero no podía, por lo cual aborrecía a la secretaria más y más.
Esperaba a Andrea. Creer que la había asesinado por error había sido el último empujón que necesitó para lanzarse al abismo sin remedio, de no haber sido por aquella que ahora tenía un ridículo apelativo otorgado por la organización: Contacto. La toleraba, a pesar de su anormalidad era otra de sus condenas. Justo al día siguiente de que la mujer de negro evitó que él se tirara del techo al haber creído que asesinó a la joven de los ojos color avellana, ella misma acudió a decirle que estaba viva, pero no había tenido tiempo de explicarle nada más.
Andrea iluminaba su cavernosa existencia, ollegó a su vida cuando nadie, ni siquiera su padre se dignó a ir a verlo, cuando todos le dieron la espalda, cuando perdió todo lo que amaba. Por ella sería capaz de hacer lo que fuera, excepto decirle dos cosas: la verdadera razón de que hubiera tratado de eliminar al tal Harry y lo que realmente sentía por ella.
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