Supervivencia. Capítulo 40.
Tres años y cuatro meses desde la aparición de Andrea
En la mansión
Cuando Giorgio Di Maggio era muy pequeño, sus padecimientos lo aislaron. Permaneció mucho tiempo en cuartos desinfectados y pabellones estériles durante su niñez. Entre las ocupadas vidas de sus padres y sus enfermedades que le impedían salir de casa, luchó en la soledad por sobrevivir y lo logró, gracias en gran medida a la investigación de su padre.
No era un hombre que pudiera tomar las cosas a la ligera. Desde muy joven comenzó a mostrarse como una persona un tanto distinta de las que lo rodeaban. Era atractivo y acaudalado y solía formar parte de las más altas esferas. Sin embargo, en el fondo siempre supo que no encajaba del todo. Tenía la necesidad de contar con su espacio personal lejos de toda la falsedad, ya que le producía profundo tedio la rutina social. Tomó algunas decisiones que pensó que sacarían a sus padres de sus propias vidas para prestarle un poco de atención, cosa que no ocurrió.
Con los años, se recuperó de su padecimiento infantil. Se hizo más fuerte. En la universidad era un gran atleta. Todo parecía comenzar a tener sentido: sus lazos con el equipo deportivo y la brillante estudiante de leyes que tenía a su lado, a quien, a pesar de que no era la clase de pareja que la gente hubiera imaginado con él, amaba profundamente.
Él hubiera tenido una magnífica carrera, de no haber sido porque el destino lo llevó a jugarse una mala pasada.
Esa noche, Di Maggio esperaba a Andrea. Ella le llamó más temprano para decirle que iría a verlo. El hombre había comenzado a beber desde la tarde, como no lo había hecho en largo tiempo. Jamás tuvo tan pocas ganas de hablar con ella sobre algo; sabía de lo que se trataba.
Ella entró al salón y fue a besarlo en la mejilla, pero él estaba estirado, rígido, con el vaso en la mano. Cuando la joven investigadora se sentó él dio otro sorbo.
—Lindo anillo —le dijo refiriéndose al solitario diamante que tenía en el dedo anular de la mano izquierda. Lo había visto desde la última de las reuniones del proyecto, las cuales sostenían con esporádica regularidad los integrantes del mismo, a excepción del otro sujeto de pruebas a quien casi nunca convocaban.
—Me lo dio Juan José —afirmó sonriendo con ternura—. Vamos a casarnos en marzo.
—Debió haber ahorrado varios meses para poder comprarlo —dijo Di Maggio conteniendo el recelo mucho menos de lo que lo habría hecho si hubiera estado sobrio.
La joven dejó de sonreír y desvió la mirada, apenada.
—¿No te parece apresurado? —musitó él con un grave tono que sonó como un gruñido. Su desgano era evidente.
—Lo hemos pensado mucho.
—¿Se casarán aquí?
—No, en mi casa. Será sólo por el civil, pensamos en algo sencillo. Nada más invitaremos a nuestros familiares más cercanos —explicó ella, como tratando de convencerlo de algo.
Él suspiró de forma casi imperceptible y se quedó callado un largo rato.
—¿Estás segura? —dijo casi susurrando, observándola con la mirada vidriosa, tal vez por el alcohol, tal vez por las emociones que se negaban a salir de sus ojos.
Di Maggio la interrumpió antes de que le respondiera.
—¿Crees que él puede hacerte feliz?
—Estoy segura —respondió con franqueza.
Él agachó un poco la cabeza. Hubiera querido decirle que si las cosas hubieran sido diferentes, él habría deseado ser el hombre que le hiciera esa propuesta. No era sólo lo que seguía sintiendo por Laura Esther, de quien no había sabido nada por cuatro años y medio, y a quien se había resignado a no volver a ver. Si hubiera dejado que Laura se fuera en vez de haber estrellado el auto con ambos adentro, si el accidente no la hubiera paralizado de la cintura para abajo dejándola discapacitada, si el agente no hubiera sido interpuesto, si él mismo no fuera cómplice de aquello de lo que había querido proteger a Andrea y que la había herido de formas que nunca podría perdonarse...
Ella merecía mucho más de lo que él hubiera podido ofrecerle, por lo que no iba a decirle nada. Era un criminal.
Y lo único que había recibido de ella siempre había sido pura luz. Andrea lo rescató de la soledad cuando convalecía, fue la única que estuvo con él. Ni la gente a la que creyó sus amigos y que lo desterraron se dignaron a verlo, ni siquiera su propio padre, que estaba muy ocupado jugando con la que ahora llamaban Contacto.
Gracias a Andrea era un hombre otra vez; por su amabilidad, por su paciencia había salido adelante, a pesar de todo el dolor de su cuerpo y de su alma. Y ahora sentía que la iba a perder. Pero no podía decirle nada, no tenía ningún derecho. Ya le había hecho demasiado daño sin desearlo.
Se veía ofuscada, así que, Giorgio Di Maggio hizo algo muy contrario a su costumbre. Fingió una galante sonrisa, que se veía un tanto melancólica.
—Deseo que seas muy feliz. No mereces nada menos que eso —le dijo.
Ella se encogió de hombros y se quitó una lágrima de emoción del rabillo del ojo.
—Gracias —respondió respirando con más alivio. —Necesitaba contártelo.
—Lo único que me temo es que si ya casi no venías a verme, ahora nunca tendré el placer de tu compañía —dijo él luchando por no sonar dolido.
—Tú sabes que he preferido no venir aquí por Helena.
—Y por tu amiga —gruñó él.
—Eso era antes —repuso la joven sonriente.
—Pareciera que ahora tampoco quieres encontrarte con ella —respondió Di Maggio.
—Hemos hablado, pensamos que es mejor así. Evitamos el riesgo de que nos vinculen.
—¿Es sólo por eso? —le preguntó clavándole una natural e intimidante mirada.
Ella se mordió el labio y ladeó un poco la cabeza. Él siguió otra vez, antes de que ella pudiera contestarle.
—¿No crees que será muy peligroso que tengas un vínculo matrimonial con otro de los integrantes del proyecto?
—Juanjo y yo hemos hablado mucho sobre eso. Las ONG en las que tenemos nuestros trabajos públicos están muy relacionadas, de hecho. Incluso tienen oficinas en el mismo piso. De todas formas tenemos que hablarlo con la gente del proyecto y con Gabriel Elec.
La expresión de Di Maggio se endureció al escuchar ese nombre. Se quedaron callados por varios minutos.
—No te olvides de mí, Andrea —clamó él, envalentonado por el whiskey.
Ella contuvo sus emociones.
—Nunca. Eres muy importante para mí. Estaremos en contacto por teléfono, como siempre. Vendré a verte cuando pueda y...
Él la observó de forma penetrante, suplicando en silencio que no ofreciera lo que no podría cumplir.
—Nunca voy a dejarte solo. Te lo prometo.
Di Maggio la vio irse. Detrás de su máscara de hielo seguiría lidiando con su tortuosa y profunda vida interior. Nunca dejó de ser un luchador. Sobrevivió a la ausencia. Al abandono. A la tragedia. Sobreviviría también a aquello. Al menos, Andrea no seguía en medio del oscuro juego del que él era parte y del que dependía para seguir teniendo el control.
Eso lo consolaba un poco.
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