Sobre el piso. Capítulo 3.

AÑO CERO DEL PROYECTO EN LA OINDAH

Dos horas antes de la desaparición de Andrea

Estaba oscuro, la lluvia era copiosa. La joven de ojos color avellana dejó el auto de la organización en el aparcamiento en el que algunos enormes camiones se encontraban estacionados y corrió hacia la cerca de un enorme predio junto al muelle en el que había varias bodegas, a donde Manuel le había dicho que se dirigía Harry con su escuadrón. Algunos focos iluminaban la reja de malla galvanizada de dos metros de altura, rematada por alambre de púas.

La lluvia sobre su cuerpo la hizo sentir escalofríos, pero temblaba no sólo porque estaba completamente empapada, sino de terror; en su corazón había una urgencia tremenda. A su derecha una serie de calles y callejones se extendían hacia atrás de las bodegas. A su izquierda, como a ochocientos metros, había una entrada cerrada con una puerta de la misma malla, y detrás de ésta, una gran explanada que separaba las bodegas de carga del rugiente océano. Junto a la puerta había una cabina.

La mujer intentaba cerrar su chamarra color verde botella, pero la lluvia escurría por su cuello. El largo y ondulante cabello cobrizo se pegaba a su cara con el agua. Estaba a punto de subirse al auto de nuevo para ir hacia la parte de atrás del predio, cuando vio llegar la camioneta blindada del comando. Ésta se detuvo frente a la cerca, mientras ella se ocultaba detrás de los camiones.

Sintió que el corazón se le estrujaba. No podía perder de vista el vehículo que había llegado, podía ser fatal. Trataba de imaginar cómo sucedería aquello que más temía. Lo único que su amigo Manuel pudo decirle fue que el equipo de Harry acudiría hacia el muelle para atender una alerta de robo, la OINDAH tenía algunos contenedores ahí.

Andrea comenzó a correr hacia la puerta, oculta entre las sombras y los automotores, pero cuando ésta se abrió, el vehículo entró y la reja se cerró tras él. Cuando ella llegó a la caseta de la entrada, vio que estaba vacía: los caballos debieron usar el control de acceso con teclado numérico instalado afuera de ésta para accionar la puerta. No podía preguntar nada de forma oficial en la Organización, nadie debía saber que ella estaba ahí. Mucho menos Harry.

Vio cómo la camioneta se internaba en el lugar, cruzando la explanada que separaba el océano de las gigantescas construcciones idénticas con altos techos de lámina de dos aguas. Debido al mal tiempo, no había actividad, los barcos habían sido remolcados hacia altamar. Temibles olas surgían y se azotaban en el muelle cercano. Las grúas parecían garras sobre el oscuro cielo que lanzaba furiosos destellos. Ella escaló la cerca, las suelas de sus zapatos se resbalaban al subir. Su ropa quedó atrapada en las púas al llegar a la parte superior. Le dio un jalón y se desgarró la tela por lo que estuvo a punto de caer, pero logró aterrizar sin problema. Corrió hacia el vehículo, veía las luces rojas de atrás.

No dejaba de llover pero ya no tenía frío, no podía pensar ni sentir nada más que miedo. Llegó a la puerta de la bodega que estaba entreabierta, el equipo ya había ingresado. Logró escabullirse del hombre que revisaba el exterior. Era preciso que nadie la detuviera. El interior estaba en penumbra y lleno de grandes contenedores de barco colocados a ambos lados de la bodega, unos sobre otros, dejando un largo espacio central libre que cruzaba de lado a lado el almacén, a modo de pasillo. Las luces del exterior trabajaban con un generador, ya que había una falla eléctrica por la lluvia, pero adentro estaba muy oscuro.

Los hombres llevaban lámparas. Harry iba al frente del grupo, siempre estaba al frente de todo. Andrea presintió en ese momento cómo iba a ocurrir aquello. Imaginó al hombre de la gabardina oculto en las sombras, en la parte trasera de la bodega que tenía salida del otro lado. No podía verlo, pero estaba segura de que estaba ahí.

Corrió con todas sus fuerzas rodeando a los hombres y dejándolos atrás, deteniéndose frente a Harry justo en el instante en el que el tirador jalaba del gatillo y detonaba una sola vez en esa dirección. La gente del CDA portaba armas no letales.

Andrea sintió un golpe que la lanzó hacia atrás, y se desplomó sobre el piso. Los elementos se habían pertrechado tras las enormes cajas al escuchar la detonación. A pesar del estruendo causado por la lluvia, se oyó el motor de un auto que huía por la calle detrás de la bodega.

La mirada de Harry se posó sobre la joven, completamente desconcertado y comenzó a vociferar como loco, dando órdenes al tiempo que le gritaba con desesperación que qué rayos estaba haciendo ahí. Presionó la herida de Andrea y tras revisarla y ordenarle a los hombres que trajeran la camilla que estaba en el vehículo, le preguntó varias cosas a las que ella respondió. No iban a esperar a la ambulancia, la llevarían al hospital en la camioneta, contaban con equipo para atender emergencias. Harry no lo dijo, pero Andrea podía adivinarlo por la cara que tenía: temía que muriera desangrada. Sin embargo, ella pensaba en el otro asunto que la había llevado hasta allí.

Ella cavilaba aprovechando el silencio tenso que existe en un momento crítico. La preciada placa que ella solía resguardar había desaparecido el día anterior. Tenía que hacer algo. No sabía si alguien la había tomado. Además de ese enorme problema, supo que justo esa tarde Harry corría un gran peligro. El mismo Di Maggio se lo dijo, pensaba que el comandante era un problema que tenía que ser eliminado.

Entonces recordó a su amiga: era la única persona que tal vez podría ayudarla a resolver todo eso, con su potencia increíble y su nariz de sabueso. Pero ella no estaba ahí. Y no debía decirle, jamás podría confesarle que había perdido la placa que juró resguardar con su vida, y de la que había hablado a pesar de que era un secreto. Estaba herida y se sentía aterrada de lo que pudiera pasar. Había salvado a Harry de momento, pero al mismo tiempo su amigo, su protector que fue quien jaló del gatillo se había condenado, precisamente, por tratar de proteger el proyecto del que ella era parte.

Esperaba que sólo ella y Giorgio Di Maggio supieran lo que realmente había ocurrido esa noche.

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