Sigilo. Capítulo 8.
Cinco semanas desde la desaparición de Andrea
Harry se llenaba la cabeza de trabajo, era un perfeccionista. Llegó a la oficina con mucha antelación. Su secretaria, conociéndolo, se había apresurado para estar ahí antes de la hora de entrada. Era uno de esos hombres de los que las mujeres siempre suelen estar enamoradas en secreto. La asistente sentía pena por él pues, aunque sonreía como de costumbre, todavía se veía muy afligido. Él leía y firmaba algunos pendientes.
Después de que la mujer salió de la oficina, él vio por el rabillo del ojo que alguien entraba; levantó la cabeza para decirle algo y se encontró a Contacto frente a su escritorio, con el lustroso traje negro sobre el que usaba la chamarra deportiva. Tardó un momento en comprender. Ella lo observaba en silencio; se veía más fornido con el uniforme gris.
—Buenos días, toma asiento —dijo Harry, reaccionando.
—Gracias. No hemos tenido oportunidad de conversar desde que "nos presentó" Mateo. No te voy a preguntar cómo estás, porque creo que yo estoy igual, pero necesito discutir algunas cosas contigo.
En ese momento entró la secretaria; cuando vio a la mujer de negro sentada frente al escritorio de su jefe estuvo a punto de tirar los expedientes que traía.
—¡Oh, disculpen! ¡No la vi entrar! Debió pasar por el vestíbulo y yo no me he movido. ¡Debo de estar dormida todavía! —exclamó apenada.
—No se preocupe —la excusó el comandante.
En cuanto la asistente salió de la oficina y cerró la puerta, Harry le dirigió a su interlocutora una mirada inquisitiva.
—Trato de no llamar la atención, a veces exagero —comentó.
—Está bien. ¿De qué debemos hablar?
—Tanta precaución por ciertos detalles cuando hay otras cosas importantes a la deriva —hizo una pausa—. Hablé con Giorgio Di Maggio. Parece que no soy de su agrado.
La expresión de Harry le hizo entender que sabía a lo que se refería.
—Es un hombre difícil —afirmó.
—Difícil, sí —repitió ella entre dientes—. Pero ése no es el problema. Parece que no tiene interés en el proyecto.
—Alguno debe tener —respondió el comandante—, ya que lo paga casi todo.
—Yo no sabía que impartiría un taller hasta que me lo explicó Mateo. Tengo mis prioridades, creo que el proyecto es más importante, pero deberían cuidar más de su academia. Resulta irresponsable por parte de la organización involucrarme en su planta docente sin saber si cuento con la capacidad para ello. Sé que el hecho de que me hayan colocado en este sitio es sólo una coartada, pero me interesa hacer un trabajo adecuado.
—El motivo por el que te dirigieron a la academia del CDA es que yo lo sugerí. Pensamos que aquí podremos apoyarte mejor que cualquier otro miembro del proyecto en cualquier otra instancia. Además, estábamos listos para darte un temario y una preparación basada en tu entrenamiento. Sin embargo, comienzo a sospechar que no vas a necesitarlos. De cualquier forma, siempre puedes contar conmigo para lo que sea —comentó buscando calmar la ansiedad de la joven.
—Gracias, de verdad —replicó, tranquilizada al haber encontrado a alguien con quien podría hablar—. Haré lo mejor posible, pero no es lo único a lo que me voy a dedicar. Voy a buscar algo que Andrea tenía algo consigo cuando murió, y que creo que será vital para el proyecto. Quizá te lo mostró o sabes en dónde está.
El gesto de Harry se endureció.
—Creo que sé a lo que te refieres. Me habló de algo que le confió el doctor, pero nunca lo ha mencionado ninguno de los miembros del proyecto, no sé si lo tengan en resguardo, aunque lo dudo. Nadie debe conocer tus intenciones —indicó en voz muy baja—. Te apoyaré mientras no corras riesgo. De lo contrario, tendrás que desistir —concluyó con seriedad.
—Trato de ser siempre muy discreta. Mi amiga y yo fuimos diferentes, esto nos afectó de formas distintas. Ella veía mejor que antes de usar el suero, era una nadadora veloz, pero yo puedo hacer cosas que no te imaginas, y si eso ayuda a encontrarla, a descubrir al que le hizo esto y a recuperar la placa, lo haré, porque se trata de que la sustancia sea para todos. No pretendo poner en riesgo la seguridad de nadie ni la mía, porque sé que soy la única portadora y me necesitan para producirla. Es una enorme responsabilidad —repuso casi susurrando—, pero necesito ayuda para saber por dónde comenzar.
Harry asintió con severidad. Le dijo que primero debía conocer todo lo que pudiera sobre su uniforme.
Por recomendación de su nuevo aliado, se dirigió a la oficina del hombre al que llamaban Laborus. Él la vio llegar de reojo y pensó que había hecho un excelente trabajo con ese traje.
—Buenos días. Me han dicho que debía recibir más información sobre estos objetos —aseveró esperando la reacción del hombre que parecía apreciar mucho esos artefactos.
—¿Se ha familiarizado con el equipo?, ¿ha tenido algún problema con él? —preguntó mientras observaba la pantalla de la computadora que estaba en su escritorio por encima de unos diminutos lentes con forma de media lunas.
—Es excelente. Sin embargo, aún no he tenido oportunidad de involucrarme en muchos problemas —respondió ella con la misma seriedad con la que la cuestionaba—. Y no sé cómo usar el casco.
—DDC o dispositivo de comunicación —corrigió él—. Colóqueselo, por favor.
Hizo lo que le indicaba. Durante casi dos horas estuvo dándole largas explicaciones técnicas, haciendo pruebas y mostrándole los diversos comandos del sistema, desde iniciarlo hasta personalizarlo para que respondiera sólo a su voz. Aprendió a manipular los controles visuales, los micrófonos y las diversas vías de intercambio de datos que poseía. A ella no le interesaba la tecnología, pero sin duda sería un implemento útil, al menos para que no le vieran el rostro si cometía alguna imprudencia. Podía vincularse con cualquier dispositivo de comunicación que estuviera activo en la organización. El personal del CDA utilizaba unos pequeños aparatos que se colocaban en una oreja y tenían un micrófono integrado, con los que se comunicaban entre sí y con su propio operador. Incluso podía conectarse con esos dispositivos de forma individual.
—Conéctese al puente —le ordenó, tras haberle explicado cómo.
—Puente de comunicaciones, recibo señal por primera vez. Aquí, Tanaka; te escucho, Contacto.
La voz del hombre en el puente era un poco aguda, muy clara y seria, casi inhumana. Ahí tenían acceso a mucha información.
—Gracias. Estoy probando el DDC.
—En el futuro, conéctate sólo cuando sea necesario —la espetó la voz que salía del casco.
—Claro, gracias.
Concluyó con el comando que cancelaba la transmisión.
—Alguien llamado Tanaka —dijo la mujer, a sabiendas de que lo que escuchó dentro del casco no había sido escuchado por su instructor, pues el micrófono de interlocución estaba cerrado—. Increíble aparato —mencionó al quitárselo.
Él mostró un dejo de orgullo paternal que la mujer no pasó por alto.
—Parece que no es un buen momento en el puente —agregó ella.
—Para ese puente nunca es un buen momento —masculló con su acento norteño más marcado, un tanto exasperado.
—Me imagino que el personal cambia todo el tiempo.
—No —replicó Laborus. A él se le ha asignado tu equipo, siempre será tu operador.
—¿A cualquier hora? —preguntó contrariada.
—Quizás en alguna ocasión especial te responda su asistente. —Resumió todas las explicaciones en una sola frase: —Éste es un equipo muy especial, cuenta con un apoyo extraordinario.
En casa de Contacto
Ella volvió a su departamento tras impartir la primera sesión de su taller. Echó un vistazo al temario que prepararon para ella. Sondeó un poco a los recién egresados y se encontró con que lo que podía enseñarles no estaba en su currícula. Sin duda, serían sesiones muy dinámicas. Les mostraría algunas formas de moverse en la ciudad, usando los elementos que tenían a la mano: paredes, postes, etc.
Amaba el silencio del pequeño departamento, lejos del suelo y del ruido del tráfico. No pagaría nada por residir ahí. Fue convocada al servicio activo tras concluir sus estudios universitarios. Recibiría una pequeña cantidad al mes, que gastaría casi en su totalidad en comida. Sus otras necesidades básicas las cubriría la organización, aunque no requería mucho más. Tenía pocas cosas, sólo lo esencial. No traía consigo todo su guardarropa y no podría volver por él.
Trataba de no seguir llorando por la ausencia de Andrea, pero le dolía. Le hacía falta el apoyo de su familia, no sabía cuándo vería a sus hermanos ni a sus padres, no debía comunicarse con ellos. Al no poseer casi nada, el uniforme le resolvió la vida. De noche, para alejarse de sus temores y de sus duelos, saldría del edificio por su pequeño balcón o por el último piso.
Antes de tener la sustancia en su sangre, no comprendía lo mucho que pesa todo con la gravedad. Ahora ésta ya no la limitaba de la misma forma. Podía asirse a pequeñas salientes, cornisas o cualquier otro objeto, y subir y bajar con facilidad. Un impulso, un salto, una carrera que no le robarían el aliento, la llevaban de un techo a otro. Y entre escaleras de servicio, tinacos y antenas, escapaba.
No lo hacía sólo porque sí. Se liberaba, se alejaba de todo. También observaba y escuchaba a la gente que nunca la descubría. Le gustaba saber cómo vivían, conocer espacios muy privados. Contacto quería hacer algo por las personas, compartió con Andrea el ideal de hacer algo por el mundo. Sabía que ahora esa posibilidad estaba en sus manos, si lograban realizar lo que llamaban la entrega.
De noche, en la residencia del Director del Proyecto
Siguiendo la recomendación de Di Maggio, comenzaría a buscar información por sí misma, pero en su propia casa. La mansión tenía un sistema de seguridad muy moderno: todas las ventanas y puertas se encontraban conectadas a la alarma. Sin embargo, aprendió a burlar esos controles ingresando por sitios imposibles para el tránsito humano, donde nadie se habría molestado en poner un sensor. En el escaso entrenamiento que le dio la organización, aprendió a encontrar los puntos ciegos. En esta ocasión, entró por un tragaluz por el que apenas cupo y que estaba ubicado en una pared del tercer piso, al que llegó escalando por afuera, debió arrancar el vidrio mientras se aferraba a las casi nulas salientes para evitar caer quince metros.
Llevaba puesto el DDC, que tenía una cámara infraroja, pero no la necesitaba. Esa noche, una vez que estuvo dentro, se dirigió al enorme escritorio del vacío salón, se sentó en la silla giratoria y se tomó un momento para observar el lugar desde esa posición. Le dio un escalofrío. Abrió los cajones y comenzó a revisar el contenido. Encontró la factura de la instalación de una caja de seguridad con fecha de meses atrás, y que indicaba que el aparato tenía un tamaño considerable. Buscó por la habitación, pero no la encontró.
Intentó localizarla en otras partes de la vivienda. Pensaba en lugares posibles, le tomó un rato dar con ella. En un salón largo, parecido a una sala de estar, ubicado en el ala oeste, vio unos paneles adosados a un muro lateral y que formaban una cuadrícula. El tamaño de uno de esos cuadros podría coincidir con el de la caja. Palpó con cuidado. Una de las secciones se deslizó: lo que buscaba estaba detrás de ésta.
—Puente —dijo en el micrófono interno del DDC. Eran casi las tres de la mañana.
—Aquí, Tanaka —respondió la voz, un tanto más suave que cuando la escuchó por primera vez.
El chico debía estar medio dormido. Era imposible que trabajara todo el tiempo. Fantaseó con que se trataba de una especie de robot.
—Te estoy enviando una imagen en este momento —dijo ella, luego de capturarla con el DDC.
—Es una caja fuerte —respondió la vocecilla.
—Ya sé, ¿cómo la abro?
—Un momento.
Al poco tiempo, contestó.
—Tiene una cerradura biométrica. Podrías usar un explosivo plástico de precisión o el dedo y el ojo del usuario.
—Bien, Tan.
—No me llames así, por favor —solicitó.
Contacto no pudo evitar sonreír.
—Creo voy a intentar la técnica del dedo. Gracias Tan... aka.
—Fuera —respondió él; con su tono remarcó el uso de la terminología correcta.
Giorgio estaba en su habitación —ubicada en el segundo piso del lado este— dormido y muy alcoholizado. Al parecer, había tomado alguno de los somníferos del frasco que estaba en la elegante mesa de noche, junto a la cama. La mujer trató de comprobar si despertaría al moverlo. Probó hablarle, rodarlo, incorporarlo. Le abrió un ojo. Nada. Contacto no lo sabía, pero él los tomaba con frecuencia desde el accidente. Era la única forma en la que lograba perderse profundamente en el sueño.
«Si despierta en el camino, lo dejo tirado y salgo corriendo», pensó.
Lo tomó en brazos.
Él gimió un poco, pero no despertó. Estaba perdido.
«Pastillas con alcohol. Con razón siempre está de tan mal humor, debe tener una resaca espantosa todos los días», se dijo.
Pasó con él frente a un espejo de cuerpo entero. La imagen resultaba muy cómica: ella, que no medía ni un metro sesenta, con el traje puesto, y el enorme hombre inconsciente en sus brazos. Bajó con él las escaleras de forma sigilosa y se dirigió a la sala donde se encontraba la caja. Venía la parte complicada. Logró sostenerlo, sujetar su cabeza, abrirle el ojo y poner uno de sus dedos en el sistema al mismo tiempo. La parte ocular se complicó. Él rodaba los ojos hacia atrás de los párpados. Tuvo que pellizcarlo para que reaccionara un poco y pusiera la pupila en la posición correcta. A pesar de todo eso, no se despertó por completo. Le tomó un rato a la mujer acomodarlo para hacer todo a la vez.
En esos momentos, pensó que después sería prudente cambiarle al hombre las pastillas para dormir por placebos: aquella combinación era muy peligrosa. La caja dio un mensaje y se abrió. Lo recostó lo mejor que pudo en un sillón rococó en el que no cabía del todo y fue a revisar el contenido. Tenía objetos de gran valor, joyería, dinero. La mujer hizo a un lado todo eso. Se quitó el casco; veía sin problemas en la oscuridad.
Él hizo ruido, como quejándose en su sueño. Ella se asustó un poco y esperó hasta estar segura de que seguía profundamente dormido. También guardaba oficios archivados en perfecto orden en tres cajas portátiles diseñadas para ello. Eran referentes a los "donativos" que otorgaba Di Maggio a la organización. Junto a éstos se encontraba la carta de presentación de la secretaria particular con su fotografía en una hoja membretada de la OINDAH. Sin duda, fue ella quien los archivó. Helena tenía conocimiento de los asuntos financieros relacionados con el proyecto y ayudaba a encubrirlos. Sin embargo, en ninguno de esos documentos se proporcionaba información sobre la actividad científica del mismo —ni sobre ella misma— por lo cual sospechaba que los objetivos reales del proyecto seguían siendo sólo del conocimiento de sus integrantes.
También se enteró de que la familia Di Maggio contó con los servicios de un despacho que manejaba todos sus complejos y delicados asuntos debido a su millonario patrimonio. También supo que prescindió de éste justo cuando el proyecto fue integrado a la OINDAH. Ahora Helena fungía como apoderada legal de Giorgio, por lo cual debía estar muy ocupada llevando todo en orden.
Al fondo del aparato, localizó un contenedor con un control dactilar, lo sacó y lo abrió igual que la caja. Contenía una copia del expediente del incidente en el muelle, el reporte de lo ocurrido. Las hojas estaban algo gastadas, como si las hubieran revisado muchas, muchas veces. Sintió pena por Giorgio y por sí misma. Parecía que Andrea fue la única persona que pudo acercarse a él de forma amistosa. Compartía algo de eso con él. Ellos se conocieron cuando su amiga fue enviada por el Doctor a trabajar en la OINDAH, meses antes de que él muriera. Ella era su estudiante, y se encargó de organizarlo todo antes de la llegada del equipo científico del que formaba parte. Contacto no llegó al mismo tiempo ya que se atrasó un semestre en la universidad, debido a que tuvo que aprender a sobrellevar los efectos secundarios que el suero le causó.
Su amiga Andrea poseyó la cualidad de hacer surgir lo mejor de cada persona, su forma de tratar a quienes la rodearon fue gentil y amistosa, cálida. Era difícil resistírsele, tenía la capacidad de entablar una amistad con alguien en dos minutos en la parada del autobús. La manera en la que ella le habló de ese hombre no concordaba del todo con su actitud actual. Ahora estaba segura de que la versión de Di Maggio que Andrea le describió era la que sólo ella logró sacar a la luz.
En el reporte se hablaba de una herida de bala. No quería creer que su amiga hubiera podido morir por algo así, de la forma en la que se describía. Le resultó terrible leer aquello, apenas podía, con los ojos llenos de lágrimas. Pero lo peor estaba al final: se anexaba la certificación de la defunción. Tomó nota mental de todo. En el reporte también se indicaba que el cuerpo que recibieron en la morgue del hospital no era el correcto, sino el de una mujer desconocida. No se mencionaba nada de la placa en ninguna parte. Tuvo que sentarse tras leer eso. La cabeza le daba vueltas. Suponía que no la habían enterrado, pero aquello significaba que nadie tenía idea de lo ocurrido con sus restos. Sintió una enorme esperanza por un instante.
"¿Y si hubiera sobrevivido?", se preguntó. Pero también pensó en lo peor: "Quizá quien la asesinó se llevó su cuerpo y la placa con él". Pudo ser sólo producto de una confusión, de un error. O quizá estaba recuperándose, oculta en alguna parte, quizá no podía comunicarse, quizá...
Otro legajo contenía una especie de indagatoria, como tomada de otro expediente. Estaba dentro de una carpeta color negro brillante. En él se mencionaba una fuga de información exclusiva del proyecto. Asimismo, relataba que el Director General recibió datos confiables que aseguraban que tratarían de utilizar aquello en su contra, usando como evidencia un documento legal: el contrato del proyecto firmado entre el doctor Di Maggio y el Director General, el cual no se encontraba en la caja. La mujer suponía que debía ser resguardado por el hijo del doctor, pues era la protección de su herencia ante la institución, pero imaginaba que, de darse a conocer, le ocasionaría problemas al director. El reporte del expediente negro no señalaba a ningún responsable de la indiscreción.
Sin embargo, ése no era el momento de hacer conjeturas, debía limpiar la escena. Tenía datos valiosos para revisar lo antes posible. El corazón le latía con fuerza. Iría al hospital donde Andrea fue atendida. En la carpeta negra se mencionaba con frecuencia un número de expediente, el 111120682280; imaginaba que no aparecería en el sistema, e incluso que su ubicación debía ser confidencial, pero no perdía nada con buscarlo.
Se disponía a guardar todo en la caja cuando otro contenedor llamó su atención. Lo abrió por curiosidad; tenía una pistola semiautomática, una Colt. Sintió otro escalofrío. Guardó todo y llevó al hombre de vuelta a su habitación, aunque pensó en dejarlo en el despacho como broma. Una vez que lo puso en la cama, lo contempló. Parecía que no moriría esa noche de una sobredosis. Se preguntó qué pasaba por su mente tan oscura. Después de todo era el chico del doctor, al que siempre se refirió con paterno amor. Fue protector de Andrea. Compartía con él dolorosas pérdidas. Por ello, sería paciente.
Estaba deseosa de ir a buscar el expediente 111120682280 en la organización. Sin embargo, amanecería pronto. Tenía que aguardar y pensar muy bien en lo que estaba por hacer. Pensó muchas veces toda la situación. No quería albergar falsas esperanzas, pero existía la posibilidad de que la placa aún estuviera en poder de su propietaria original. No obstante, existía otra terrible posibilidad: tanto ésta como Andrea —viva o muerta—, podían estar en manos de alguien más, y no tenía idea de quién podría ser. Ése era su mayor temor y su limitación más grande para proceder.
Si algo le ocurría a ella, el único sujeto de pruebas poseedor del suero que quedaba, todo se habría perdido.
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