Revelaciones. Capítulo 7.
Dos días después de la aparición de Andrea
Di Maggio convocó a los integrantes del proyecto a una reunión extraordinaria después de que Andrea le contó lo ocurrido tras su desaparición, y los motivos que le permitieron regresar. Él desconfiaba de la aparente buena voluntad de todos los involucrados. En nadie confiaba como en la joven de los verdosos ojos, y hasta ella le había hecho creer por algunos meses que estaba muerta. Ahora debían presentarse frente a los miembros del proyecto y revelarles la verdad.
Sería complicado que todos pudieran comprenderlo. A Contacto le preocupaban otros asuntos, más allá de hacer saber al mundo que Andrea no estaba muerta y que su sepelio había sido una farsa: pensaba que si la organización lo había hecho, que se encargara de explicarlo. La de negro pretendía dedicarse por completo a la entrega, ahora que tenía las dos placas; Harry le causaba un gran conflicto así que se enfocaría en su deber para no pensar en él.
Al menos eso era lo que ella quería creer.
A todos los integrantes les tomó por sorpresa la convocatoria a la reunión. Estaban sentados alrededor de la larga mesa de juntas. Incluso Di Maggio había asistido. Se ubicó del lado izquierdo del director, con vista a la puerta y Contacto del lado derecho, de espaldas a la misma. Había dejado un espacio vacío junto a ella. Todos permanecían expectantes pero nadie decía nada. El director golpeaba ligeramente la mesa con las manos. Giorgio había tenido que explicarle antes los motivos de la junta.
Harry dirigía a Contacto alguna mirada furtiva y Di Maggio que estaba sentado del mismo lado que él la observaba con discreción, estoico, como siempre.
La mujer del traje negro se puso de pie.
—Sé que es inusual que nos hayan convocado así. Hay algo delicado que deben saber, y que podría alterar a algunas personas, así que debo explicarles con mucho tacto —dijo dirigiendo la vista a Harry—. Todos saben que el cuerpo de Andrea desapareció la noche en que supuestamente murió —siguió explicando.
Varios asintieron. Algunos pensaron que había sido llevado a otro sitio por error. Incluso, surgió el rumor de que la organización ocultó el cadáver para continuar la investigación sin comprometerse con la policía, ya que no permitiría esclarecer el crimen por su cuenta.
—¿Supuestamente, dijo? —preguntó el Dr. Juan José, reflexionando.
Contacto inspiró con incomodidad. Estaba un tanto ansiosa.
—Sí, doctor. Lo único que indica que Andrea murió es la certificación de la sala de emergencias. Pero como usted sabe, desde que nos inocularon el suero, dejamos de ser personas del todo regulares. He pensado mucho en cómo darles esta noticia. Les advierto que podría conmocionarlos.
Había silencio total en la sala de alto techo.
—Andrea no murió esa noche.
Se escucharon apagadas expresiones de sorpresa, parecía como si todos hubieran contenido el aliento al mismo tiempo.
—¿Entonces qué pasó con ella? — inquirió el doctor Rojas.
—Se encuentra bien. Está afuera de esta sala —replicó Contacto.
Se levantaron algunas personas de golpe, el silencio se convirtió en un caos de voces y exclamaciones.
—¡Orden! — dijo el Director General.
—¡Por favor, conserven la calma, tomen asiento! —pidió el asistente del Director.
Nadie escuchaba, el ruido de la sala no cesaba.
—¡Silencio! —clamó Di Maggio con fuerza.
Todos se quedaron callados.
Harry estaba estupefacto, lívido, sosteniéndose de la mesa con las dos manos. Contacto aguardó algunos minutos, esperando que pudieran asimilar la noticia. Se puso de pie para ver los rostros de todos.
—Les pido que mantengan la calma. En cuanto estén listos, le pediré a Andrea que pase ¿está bien? —preguntó.
Nadie respondió. La mirada de todos los integrantes del proyecto se clavó en la puerta que Contacto fue a abrir y se quedaban boquiabiertos cuando Andrea entró a la sala. Su presencia siempre era luminosa, radiante. Harry la observó recorrer el salón con los ojos muy abiertos. Estaba muy seria pero le dirigió al joven una obvia mirada y se sentó junto a Contacto. Harry volteó hacia la mujer de negro con profunda sorpresa.
Di Maggio lo observaba todo como siempre, frío y reservado. En el fondo, estaba complacido. Se rompió el silencio y la sala se convirtió en un caos otra vez. Después de todo, eran sus compañeros de trabajo y sus amigos. Algunos no lograban decir nada aún. Otros exclamaban. El director general urgió con su voz rasposa para que la concurrencia se pusiera en paz.
—¡Calma, orden! —exclamó.
Andrea habló tan fuerte como pudo, con su agradable voz.
—¡Escúchenme, por favor! Lo que sucedió fue necesario. Estuve herida, recibí ayuda mientras lograba esclarecer lo ocurrido. Ahora sé que el proyecto está a salvo y que la información está segura, por eso puedo venir a hablar con ustedes. Por favor, no me pregunten cómo o por qué. Les pido que confíen en mí—. Andrea fijó los ojos en Di Maggio quien seguía impasible. Después su mirada se cruzó con la de Harry que la seguía viendo azorado.
—¿Cómo lo sabremos con certeza? —preguntó exaltado el doctor Rojas.
Andrea volteó a ver a Contacto, sabiendo cosas que no podía revelar o delataría a su amigo Di Maggio.
—Deben confiar, doctor —repuso la mujer de negro.
—Estamos todos en este proyecto porque conocemos su importancia. No hemos estado tranquilos desde que usted desapareció —respondió la doctora Santillán.
—Todos hemos creído que murió, hubo un entierro, hay una tumba ¿y ahora quiere que confiemos en usted? —exclamó la doctora Pensado, segunda especialista bioquímica del proyecto.
—¡Sí, eso les pido! —clamó ella.
—Doctora, comprendo que esto les asombre demasiado, pero quisiera preguntarle, ¿alguna vez le han dado un tiro? —le preguntó Contacto a la especialista, con mucha paciencia.
La doctora permaneció en silencio.
—¿Le han dado un tiro a alguno de ustedes? —inquirió dirigiéndose al resto de los integrantes del proyecto—. Ninguno de nosotros sabe lo que implica recuperarse física y mentalmente de algo así. El tiempo que puede tomar superar una situación como esa, el comprender las causas, los riesgos, el miedo, deben ser distintos para cada persona. Si Andrea estuvo lejos, debe tener sus razones y considero que deberíamos respetarlas. Quisiera pedirle con respeto, señor director, que si la OINDAH hizo oficial la noticia de su muerte, que se retracte de la misma manera —comentó la mujer de negro.
—¿Por qué no acudió a la organización o a nosotros para ayudarla? —preguntó la doctora Díaz.
—Con todo respeto, mis colegas —interrumpió el doctor Juan José—, si Andrea no ha pedido nuestra ayuda debía tener sus razones, si no estaba segura de dónde venía el atentado, tenía derecho de dudar de todos. Si ha vuelto ahora es porque confía y no tiene nada que temer ya.
Andrea volteó a ver a Juan José queriendo darle las gracias, pues ella no habría logrado explicar mejor la situación.
Los investigadores no estaban conformes del todo, pero el Director comenzó a hablar con su rasposa voz de anciano sureño.
—Señores, me he enterado recientemente como ustedes de todo esto. Nosotros seguiremos trabajando para esclarecer lo ocurrido. Nunca permitiríamos que nada los pusiera en riesgo ni a este proyecto. Estoy seguro de que todos aquí compartimos esa misma convicción —aseveró, posando la vista en Giorgio—. Les pido que cesen sus cuestionamientos y los conmino para que le demos un voto de confianza a Andrea.
Los ánimos se calmaron y la reunión concluyó. La Dirección haría un comunicado oficial sobre la reaparición de la mujer, dirigido a la comunidad, ya que su supuesta muerte se había hecho pública. Y la joven de los ojos color avellana en el ámbito público no pertenecía al proyecto, sino a la ONG de la cual la doctora Sayas era parte.
A la hora que la extraña y desordenada junta hubo terminado, Contacto no quiso quedarse a observar y huyó seguida por Di Maggio, quien se detuvo cuando el Director general le dijo que debían conversar con Andrea para que replantearse asuntos delicados. El alto hombre se lamentó para sí: esperaba poder beber su carísimo whiskey y estirar las piernas frente a la chimenea, además de ver la cara de la joven de negro, atrapada entre su amiga y ese hombre.
Andrea observaba a Harry, que no le despegaba los ojos al salir del salón en el que permanecieron ella, el Director General y Di Maggio, hablando largo rato. Al terminar de discutir sobre la versión oficial de su desaparición, los tres siguieron el protocolo de dejar el edificio por caminos distintos.
La segunda reunión concluyó como una hora después. Andrea se dirigió al estacionamiento donde se encontró de nueva cuenta con Giorgio, que le ofreció llevarla a casa. Sin embargo, en ese momento Harry se acercó con la chaqueta colgada en el hombro, desde el fondo del estacionamiento. Ya no traía puesto el uniforme del CDA. Obviamente estaba esperándola. Andrea se despidió de Di Maggio y fue hacia el comandante. Los hombres se observaron fijamente.
La expresión inamovible de Di Maggio apenas demostraba su profundo desprecio, pero su mirada lo decía todo. La de Harry era indescifrable. El heredero subió a su auto que se alejó con rapidez. La chica corrió hacia el hombre que la recibió con los brazos abiertos y la sujetó fuertemente, con el rostro hundido en su ondulante cabellera. Harry le susurró varias cosas al oído, le dijo que era un milagro y lloraron juntos, pero terminó aquel idílico momento con una sola frase:
—Hay algo de lo que tenemos que hablar.
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