Reencuentros. Capítulo 9.
Una semana y media después de la aparición de Andrea, en la OINDAH
Andrea salió muy tarde de la organización. Después de que la Dirección General anunció que su deceso había sido un error, decidió volver a sus labores de inmediato (su coartada en la ONG y la secreta en el proyecto). No quería pensar en otra cosa que no fuera el trabajo. Aquella a la que creyó su amiga no la había buscado aún. Pronto tendrían que encontrarse por cuestiones del proyecto. Sin embargo, no quería verla. El único sonido que se escuchaba eran sus pasos sobre el pulido piso.
Se acomodó la chaqueta. Llevaba un bolso pequeño, como de costumbre. Presionó el botón del ascensor y mientras lo esperaba, echó una ojeada a través de los enormes ventanales. Era el piso seis. Alcanzaba a ver algunos de los techos de las construcciones circundantes, todas tenían menos niveles que la torre. Había subido a la oficina de la ONG.
Ese día, las actividades en el laboratorio ubicado en un nivel subterráneo la habían ocupado largo tiempo. Le dio un escalofrío cuando se abrió el elevador y subió deprisa. Se sentía melancólica y solitaria. La puerta se abrió ante el iluminado y espacioso vestíbulo. Se dirigía hacia el control de acceso, cuando un grupo de cinco caballos pasó haciendo barullo. Manuel "El Perico" iba con ellos.
Todos vestían el uniforme del CDA: pantalón de lona gris oscuro con bolsillos, playera color azul acero de mangas largas, cuello alto pegada al cuerpo y negro chaleco antibalas sobre ésta, así como los micrófonos sobre la oreja. Cuando el alto hombre vio a la chica se detuvo en seco, a la mitad del enorme espacio de pulido y claro piso. Le dijo algo a sus compañeros, que siguieron su camino. Andrea se quedó parada también. Él la observaba sin mover un músculo.
En ese momento ella recordó que no hacía mucho tiempo se suponía que estaba muerta. Todos estaban acostumbrándose a aceptar que realmente no había fallecido. Tenía consigo una copia del comunicado oficial de la OINDAH, en el que se retractaban de la confirmación de su deceso, la cual se debió a un error, pero no explicaba nada más. Lo llevaba en el bolso en caso de que alguien la observara con terror. Aún no la había visto mucha gente desde que volvió, entre ellos, Manuel. Debió enterarse de la noticia, pero sin duda era distinto encontrarla en persona. Fue hacia ella con rapidez y la abrazó con fuerza. La joven tenía los brazos pegados al cuerpo. Un largo momento después, el hombre se hizo para atrás.
—Perdón, es que... —dijo llorando.
Andrea lo observó conmovida. Lo abrazó de vuelta. Él la levantó unos centímetros del suelo y comenzó a reír, nervioso. Se sentía como una muñeca de trapo en manos de un gigante. La dejó nuevamente sobre el piso y la sujetó por los hombros, riendo y llorando a la vez.
—Discúlpame.
Ella lloraba también, contagiada por la emoción de Manuel.
—No te preocupes, lo entiendo.
—Es tarde, ¿ya cenaste? Déjame acompañarte a tu casa —dijo emocionado.
—Vamos —respondió ella.
Manuel condujo. Todo el camino habló y habló, manoteando en el auto, como de costumbre.
Llegaron a un restaurante de comida rápida abierto a esa hora. Andrea pidió algo ligero y él ordenó una tremenda hamburguesa.
—Si el dietista del CDA viera esto, me correría del grupo —aseveró—. Ha sido increíble verte, me hace muy feliz —afirmó él.
—Gracias, amigo. Pensé mucho en ti.
—Dijeron que te trasladaron en coma con otro nombre por error a un hospital distinto y que se enteraron que eras tú hasta que recuperaste la consciencia meses después.
Andrea levantó los hombros pero no dijo nada.
—Necesito saber algo sobre aquella noche —inquirió preocupado—. ¿Por qué me preguntaste hacia dónde iba Harry? ¿Sabías que algo le iba a pasar?
—Esa información es parte de una investigación reservada por la Dirección General. Me pidieron que no dijera nada más, tú sabes...
—Comprendo —replicó él.
—Supongo que Harry te habrá contado que nosotros ya no...
Él se puso rojo.
La mujer bajó la cabeza, triste.
Manuel se percató y trató de alejar al comandante del curso de la conversación. En efecto, su amigo le había dicho que terminó con Andrea la noche que la volvió a ver.
—Mejor cuéntame cómo te ha ido a ti. Espero que mejor que a mí —comentó ella.
—Sabes, hemos tenido algunos eventos inusuales en estos meses, hasta he pensado que quizá la organización está bajo ataque.
—¿Por qué lo dices?
—Siempre ha habido incidentes, pero ahora parece que son más frecuentes y más fuertes. Además nos enviaron a una Alfa para entrenar a los muchachos, hasta los acompaña a las rondas. Eso debe significar algo, jamás se habían dignado siquiera a voltear a vernos y ahora mandan a una agente de alto nivel a trabajar con nosotros. Es raro —explicó en voz baja.
Andrea sintió como si un balde de agua helada le hubiera caído en la espalda; sabía por la misma Contacto que ahora ella era una Alfa y que colaboraba en el CDA. Pero ya no quería hablar más sobre eso, no quería saber más.
—No me hagas caso, soy un paranoico —dijo él al notar el brusco cambio en la joven.
Terminaron de cenar y salieron del lugar. Andrea no era la misma desde la noche del atentado, le temía un poco a la oscuridad ahora. Mientras caminaban hacia el auto, Manuel deseaba decirle algo muy personal, pero antes necesitaba sacar algo de su pecho. Su conciencia no lo dejaba en paz.
—Amiga, me siento muy mal. Quiero pedirte perdón —dijo afligido.
Ella volteó a verlo.
—Si hubiera sabido lo que iba a pasar, no te habría dicho a dónde iba el escuadrón esa noche. Le dije a Harry que te enteraste por mi. Cometí un grave error de seguridad y nadie ha venido a interrogarme, pero espero que lo hagan. Cuando eso pase, les contaré lo que hice, asumiré mi responsabilidad.
—Nadie va a interrogarte Manuel.
—Yo les diré entonces...
—No, Perico. Hablé con el director, eso no es parte del caso. Además me hubiera enterado de todas formas hacia dónde iban.
—Pero te hicieron daño. Por favor, perdóname —dijo compungido.
—No tengo nada que perdonarte. No debería decírtelo, pero le salvaste la vida a Harry.
—No. Tú se la salvaste —replicó él.
Dos semanas después del regreso de Andrea, en el laboratorio
Contacto había estado escapando, construyendo historias en su mente. No sabía qué había pasado con Andrea y Harry después de la reunión, no se atrevía aún a hablar con ninguno de los dos. En vez de eso, se presentaba en el CDA para impartir su taller y huía de la organización. El hombre le había pedido en varias ocasiones que fuera a su oficina, pero lo eludía. Tampoco se acercaba al laboratorio. Corría desesperada por las noches sobre los techos de siempre. Pasaba los tiempos entre ambas cosas en la mansión, en la que encontraba comida deliciosa y abundante. Llegaba cuando Helena debía concluir su jornada laboral, y se sentaba enfrente del gélido Di Maggio, permaneciendo ambos varias horas en silencio, perdidos en sus propios pensamientos.
Sin embargo, necesitaba a su mejor amiga. Deseaba que todo hubiera vuelto a la normalidad, que ella jamás supiera lo que había pasado. Al fin estuvo lista para verla y dispuesta a tragárselo todo.
Una mañana habló con sus alumnos sobre golpes certeros. Practicaron con los sacos de boxeo del gimnasio de entrenamiento y estuvo a punto de estropear uno con un puñetazo que no contuvo del todo. Por la tarde en vez de ir a la casona y después de consumir una cantidad impresionante de calorías en una de las cafeterías de la OINDAH, se dirigió al nivel subterráneo en el que se encontraban las instalaciones del proyecto.
Vio a Andrea avanzar por el pasillo que conducía hacia el laboratorio. Era un corredor gris como de búnquer, de techo bajo sin ventanas, al final del cual había un escáner de rayos X para las pertenencias y un arco de detección de objetos metálicos para los transeúntes, monitoreados a distancia. La bioquímica traía puesta una bata blanca y Contacto portaba el traje negro como siempre. La saludó y comenzó a decir algo que debió dejar a la mitad ya que Andrea pareció no escucharla.
—Espera —dijo Contacto.
—¿Qué quieres? —preguntó deteniéndose pero sin voltear a verla.
La mujer de negro desconocía ese tono en su amiga. Tuvo el terrible presentimiento de que sabía cosas que jamás hubiera querido que supiera.
—¿Qué te ocurre? —preguntó aún aferrándose a la idea de que ella desconocía lo que pasó.
—Entonces él no te ha dicho nada —susurró ella agriamente, repitiendo las palabras de Harry.
Contacto contuvo la respiración, sintió como si su corazón se hubiera detenido por un instante.
—Harry me contó lo que hicieron en mi ausencia —dijo Andrea apretando los puños y la mandíbula, aún dirigiendo la vista hacia el frente, dándole la espalda a la joven del traje.
—Nada de eso debió suceder... —aseveró la mujer de negro temblando.
—¿No pudiste decírmelo tú? Eres una estúpida cobarde —susurró la joven de los claros ojos entre dientes, conteniéndose.
—Traté de hacerlo. Pero eso se acabó, no importa. Por favor, hablemos —clamó la mujer de negro.
Andrea sintió que se escuchaba a sí misma suplicarle a Harry que volviera con ella. Inspiró con fuerza. Iba a decirle algo más, pero sintió un temor que no podía explicarse. Que no quería comprender. Sabía que su amiga sería capaz de hacer cualquier cosa por ella, incluso fue voluntaria para inocularse una cosa de la que no sabía nada, con tal de animarla a que lo intentara también. De no haber sido por eso, quizá jamás lo habría hecho y tal vez ahora estaría muerta, pero la había traicionado con una increíble facilidad.
Volteó a verla de una críptica forma. Observó con frialdad su atlético cuerpo investido con el uniforme negro. Ella tenía su encanto, pero por primera vez en su vida se sintió rivalizada por aquella que decía quererla como a una hermana y la sangre le hirvió como nunca. Le comenzaron a temblar los puños.
—Puedes quedártelo.
—No quiero nada con él, no me interesa.
La joven científica observó su expresión con detenimiento.
—No te creo —dijo helada.
—Me importas más tú —aseveró descubierta la de negro.
—Déjame en paz —clamó y le lanzó una furiosa mirada, dándole la espalda otra vez.
—Por favor, perdóname. Nunca hubiera pasado nada de eso de haber sabido que...
—¡Cállate! No quiero que me digas nada más —dijo Andrea, frustrada.
—¡Por favor, dime qué puedo hacer para que me perdones!
—Muérete —clamó la investigadora con profundo rencor, sin pensarlo.
Siguió caminando. Contacto la observó alejarse y sintió como si algo se rompiera en su pecho. Creía comprender el dolor de su amiga. Ingenuamente llegó a pensar que podría permanecer ajena a lo que había sucedido entre Harry y ella. No tenía idea cómo se lo dijo él, debió explicárselo ella misma la noche que se reencontraron. Sí, era una maldita cobarde, se sentía culpable, avergonzada, abandonada, y tenía el corazón roto. Volvió deprisa por el pasillo, hacia el ascensor. Tenía un nudo en la garganta, pero no permitiría que nadie la viera llorar.
Salió de la organización, se puso el casco y corrió por la vía costera, así como las lágrimas por su cara. Una hora más tarde, se detuvo y cruzó la valla de seguridad de la carretera para sentarse en la orilla del acantilado con las piernas colgando sobre el voladero que se erguía sobre el mar, que estaba treinta metros abajo. Ya había oscurecido. Se quitó el DDC y lo puso a su lado. Observó el océano mientras la brisa nocturna secaba su inagotable llanto.
Escuchaba las olas azotarse con bravura contra los muros de piedra y sintió otra vez el deseo de lanzarse desde las alturas. En esos momentos no era ni poderosa ni fuerte, no importaba lo que tenía en sus venas, ni su deber de entregarlo al mundo. No importaba nada. Esa noche era sólo una mujer con un vacío enorme y una culpa insoslayable. Esa noche en verdad había perdido a Andrea.
Ahora sí lo había perdido todo.
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