Rastro perdido. Capítulo 20.

Cinco meses y dos semanas desde la desaparición de Andrea

Rumbo a la ciudad

Contacto finalmente consiguió la dirección de Miguel Aster. La encontró pegada en el tablero de anuncios de un café internet del centro, al que ingresó una noche, de manera furtiva, mientras buscaba pistas. Antes de ello tuvo que recorrer una gran cantidad de negocios informáticos, cuando las salidas con los caballos se lo permitían. Tomó la hoja y la observó largo rato a través del visor del DDC, pensando en Andrea. Realmente deseaba que el primo de Andrea supiera algo más; se ostentaba como reparador de hardware y programador de software.

Pensó en visitarlo esa misma noche, pero eran como las cuatro de la madrugada. Acudió al atardecer del día siguiente en un vehículo de la organización, después de una larga jornada en el CDA, la cual discurrió entre el entrenamiento con los cadetes y una prolongada reunión con la directiva, ya que pronto se llevaría a cabo la asamblea semestral de la OINDAH y estaban preparando el informe. Intentó llamar antes al número móvil que aparecía en la propaganda de Aster, pero indicaba que había sido desconectado. Tenía prisa, pero siempre trataba de escoger algún auto compacto que no llamara la atención.

Desde la salida principal del complejo, otro automóvil seguía el mismo camino. Al principio no le pareció importante, pues se trataba de la vía directa para llegar a la ciudad, pero al llegar a una zona más poblada dio varias vueltas en algunas calles para estar segura de que no iba tras ella. Cuando pensó que lo había perdido, condujo rumbo a la dirección indicada. Se estacionó frente a un parque. Logró ver el mismo auto detenerse discretamente como a media cuadra. Tenía varias posibilidades, pero necesitaba saber quién la seguía y por qué. Debía ser mucho más cautelosa, no quería que ocurriera algo como cuando se encontró con Di Maggio por primera vez.

Se quitó el conjunto deportivo en el auto y marchó de manera errática por calles y callejones, sin prisa. Alguien la seguía. Era de complexión media, más alta. El cabello lacio, teñido de negro, le llegaba hasta los pómulos, y tenía los ojos pintados del mismo color. La vio por el rabillo del ojo y la dejó seguirla. Se ocultó para que la pasara y se ubicó detrás. Parecía buscarla.

—De este lado —dijo la joven del traje negro en voz alta.  

Como en cámara lenta, vio que, quien la seguía daba media vuelta sin demostrar sorpresa, se llevaba la mano derecha al interior de su chaqueta negra, decorada con afilados estoperoles, para ponerla  sobre la cacha de un arma que llevaba en una funda pegada al cuerpo. En ese momento no le quedó duda de que sus intenciones no eran precisamente amistosas. Con rapidez, Contacto se colocó a su lado, la sometió por la muñeca con la mano izquierda y la retuvo con firmeza; palpó la chamarra, para tomar la Glock 9 milímetros que su perseguidora intentaba sacar y la lanzó lejos de su alcance.

La desconocida cautiva se liberó con una maniobra, pero la sujetó de nueva cuenta. Cada una de las acciones de la joven del traje eran respondidas con movimientos muy precisos, de lo que se deducía que su contrincante estaba bien entrenada; era muy fuerte, pero no tanto como ella. Le estaba hartando ese juego de sujeción y liberación, entonces comenzó a cuestionarla.

—¿Quién eres? ¿Por qué me sigues? —preguntó a mitad del forcejeo.

La otra luchó por liberarse con un nuevo movimiento; sin embargo, la fuerza con la que la sujetaban se lo impidió

—Púdrete —contestó, sin emoción.

Liberó un poco la presión que ejercía sobre su presa quien de inmediato intentó asestarle un golpe. La dejó moverse, pero se hizo a un lado para que no la tocara. Entonces, su rival sacó otra arma de la espalda. A pesar de que trató de alejarse unos metros para poder apuntarle, Contacto la alcanzó y la desarmó como la primera vez. Una vez sometida, acercó su rostro al de la extraña, con la intención de percibir algún aroma familiar. No lo consiguió.

—¿Quién te envió? —volvió a cuestionarla.

En sus delineados ojos fríos no había enojo. Contacto le permitió algo de movimiento y aquélla trató de golpearla de nuevo, pero volvió a esquivar el golpe. Entonces la detuvo, la sometió, se tiró con ella al piso y apretó poco a poco, como una boa, con todo su cuerpo. Sus técnicas no eran ni remotamente buenas como las de su oponente, pero ejercía suficiente fuerza como para que ésta no pudiera respirar. Se liberó de la presión con otra maniobra, pero, una vez más, volvió a atraparla.

—¿Por qué me sigues? ¿Quién te envió? —preguntó de nueva cuenta.

La soltó un poco y volvió a hacer lo mismo. Al final, tras un tiempo más largo sin aire, respondió con la voz entrecortada.

—No sé, pero pagaron por adelantado.

—¿Quién?

—Sin nombres. Un hombre bajo, calvo —explicó.

—Mientes —replicó, y la volvió a atrapar, con más fuerza.

—Vete al carajo —aseveró, tan indiferente como si estuviera dando la hora.

Podían haber seguido así toda la noche, pero a Contacto se le ocurrió algo: la dejaría ir. La soltó apenas un poco. Al instante, su contendiente le lanzó un golpe con el codo y la mujer de negro le hizo creer que había funcionado, por lo que la soltó. Al creerla abatida, su agresora se dirigió por la Glock, que estaba tirada a algunos metros. Esto hizo que la perdiera de vista unos segundos, situación que Contacto aprovechó para saltar a un oscuro techo. La Pesadilla se volvió y apuntó un momento su arma a una calle vacía. Tras recorrer con la mirada toda el área infructuosamente, recogió la otra pistola, y salió corriendo para abordar su vehículo, estacionado a unas cuadras de ahí.

Aunque ella no podía verlo, quien poco antes la había sometido la seguía desde el techo de uno de los edificios. En breve, Contacto alcanzó su propio vehículo y la perseguidora se transformó en presa. En una intersección, una camioneta del CDA atravesó el cruce a toda velocidad. Era la del grupo de Jacobo, no le quedaba ninguna duda.

Tenía que decidir entre alcanzar a su atacante o ver qué estaba sucediendo con el comando. No traía el DDC. Sin que la extraña se percatara, la siguió a un edificio a unas cuadras de allí, hasta   la puerta de un departamento. Entonces salió deprisa para indagar qué pasaba con los caballos. Antes, tuvo que detenerse a hablar por teléfono, debió pedir permiso para usar uno en un comercio. Llamó al móvil de Harry, pero no respondió. Marcó entonces el número de la operadora. El sistema de reconocimiento verbal tardó treinta segundos que le parecieron eternos, su voz había sido registrada cuando Laborus le enseñó a usar el DDC. Finalmente le indicaron en dónde se encontraban: lejos de ahí. Se dirigió hacia allá en el auto, a toda velocidad. Cuando llegó, todo el grupo estaba por abordar de nuevo la camioneta.

—Los vi pasar, tenían mucha prisa, ¿qué sucedió? —preguntó.

—Falsa alarma —replicó el hombre, disgustado.

Entonces regresó al lugar donde vio entrar a su objetivo. Dejó el vehículo a un par de calles y llegó desde el techo para no ser vista. Forzó la chapa; el departamento estaba vacío y lleno de polvo, parecía que no se había usado en años.

La habían engañado.

En otra parte de la ciudad

Lejos de ahí, Eris repasaba lo ocurrido. Tenía el cuerpo lleno de marcas moradas. Ahora se hacía una idea muy real del tamaño de lo que debía manejar. Le informó al Nexo lo pertinente, para eso le pagaban. Él sabía la clase de entrenamiento que poseía la Pesadilla, y vislumbraba sus alcances. Por eso, no ocultó los moretones en sus brazos. Así él tendría una mejor idea de lo que la persona a la que siguió podía hacer. Sin embargo, tampoco le contaría demasiado. Era prioritario que el hombre pensara que estaban en igualdad de condiciones.

El Nexo quería conocer profundamente a la que le robó el puesto en el Grupo Alfa, con la idea de quitarla del camino. Si ellos no lo habían aceptado, no los necesitaba entrometiéndose en el CDA. Nadie debía conocer sus intenciones ya que entrar abiertamente en conflicto con la inteligencia de la organización tendría peligrosas consecuencias para él. No tenía ni la menor idea de que la mujer que él creía que se quedó con el cargo que debía ser suyo estaba involucrada con la gente de la que su patrón Alex De Lois quería obtener información; y jamás imaginaría que era precisamente Contacto la pieza clave de lo que ocultaba la Dirección General de la OINDAH.

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