Oprobio. Capítulo 39.

Tres años, un mes y dos semanas desde la aparición de Andrea

En algún lugar de la organización

Mes y medio atrás se había presentado ante la asamblea el resultado de la comisión dictaminadora encabezada por el Nexo. Tras su exposición encaminada a convencer al pleno de que el uso "correcto" del armamento de fuego, y de los planes financieros que teóricamente redundarían en una mayor protección y un ahorro a la larga, hubo poco qué discutir. Parecía que nada más Harry y Manuel tenían algo qué debatir al respecto. Sin apoyo, su oposición, aunque encarecida y fundada, pasó casi desapercibida. La votación fue favorable a la propuesta. La OINDAH tendría su escuadrón especial a prueba, por cinco años.

Era obvio quién iba a encabezar el recién creado grupo.

Cuando el Nexo asumió la dirección de las fuerzas especiales, se encargó de concretar la adquisición de armas y moderno equipo para investir a los nuevos integrantes, como unas pantallas que se portaban como si fueran brazaletes, y que servían, entre otras cosas, para poder ver lo que captaban las diversas cámaras de seguridad con simples órdenes vocales, lo cual adoptarían después los propios directivos del CDA.

Felipe Néstor obtuvo donativos de "benefactores" en dinero y en especie. Al robusto hombre no le resultó muy difícil encontrar algunos patrocinadores para comenzar a montar su acto, con una razonable comisión de por medio para él, por supuesto. El Nexo no pensaba morder la mano de quien le daba de comer, pero sí le interesaba seguir haciendo negocios para obtener dividendos.

El elemento de De Lois reclutaría y entrenaría personalmente a diez especialistas. Su plan era que el número creciera hasta treinta. No pretendía que la organización se deshiciera del CDA, ni que su gente asumiera las funciones del comando, ellos seguirían realizando las mismas actividades de siempre con su ridículo armamento no letal.

Por lo pronto, el nuevo personal entrenaría y haría rondas por las instalaciones de la organización, tanto internas como externas. El Nexo también tenía previsto que esta iniciativa que aplicaba para la cede se considerara para todas las oficinas afiliadas del mundo, ya que la OINDAH tenía presencia en casi cada país del planeta. Ese sería su negocio principal, pero por ahora, después de preparar a su gente, debía probar la necesidad de contar con las Fuerzas Especiales y su efectividad para contener amenazas de carácter complejo. Para ello, quizá debiera "promover" algunas, como lo hizo en complicidad de Eris, que se había encargado de coordinar y montar algunas acciones "opositoras" con hombres armados, que eran gente de confianza de la mercenaria. No habían resultado del todo exitosos según él, debido a que el grupo Alfa se había inmiscuido a través de su Contacto en el comando. Pero ahora que tendrían un grupo armado y a su servicio, muchas cosas podían ser diferentes.

En Eris, el Nexo había encontrado a una magnífica colaboradora. En relación a las acciones que promovieron en el pasado, ella se había encargado casi de todo. La necesitaba en su equipo de manera formal. Era una francotiradora excepcional. Néstor sabía que no tenía antecedentes penales, al menos no en ese país, pero tampoco tenía una historia rastreable. Tal vez podría encontrar la forma de integrarla.

Parecía que había salido de la nada.

Habían existido algunas condiciones generales impuestas por fuera de la asamblea para que las Fuerzas Especiales pudieran constituirse y comenzar a operar, derivadas de las negociaciones del propio De Lois para que la Dirección General apoyara la propuesta. Una que no le fascinaba al Nexo era que, de acuerdo al organigrama, el grupo Alfa seguiría estando en un nivel jerárquico superior. Eso significaba que aunque le permitieran tener autonomía administrativa, operativamente tendrían que sujetarse a las órdenes del grupo. Ante los Alfa tendría que presentar sus informes y de ellos recibirían órdenes directas cuando se les solicitara.

Era el menor de los males. Al fin había concretado la estrategia que tanto deseaba.


Tres años y dos meses desde la aparición de Andrea

En la periferia de la ciudad

La luz pasaba tímida a través de la ventana cubierta de herrería y plástico color verde, iluminando apenas las desnudas y grises paredes de la humilde habitación. El atractivo joven que estaba solo ahí sentado en una silla muy rústica, recargado en una mesa de madera sin barnizar, dirigía los ojos color miel, casi amarillos, hacia la ventana, a través de la cual no se podía ver nada del exterior. Gabriel respiró profundo y exhaló. Había tratado de meditar en el departamento de la OINDAH en el que habitaba, pero no lograba concentrarse.

Era justo en ese sitio donde mejor podía pensar. Se había despojado de lo que vestía encima, y lo había depositado sobre el catre a su derecha: la vieja gorra, la raída playera, el pantalón de mezclilla viejo y los lentes oscuros, todo acomodado de forma meticulosa. Ahora portaba sólo el traje negro adherido a su piel, y que observaba de vez en cuando al bajar la mirada.

Si alguien afuera del grupo pudiera comprender el tamaño de lo que tenía que manejar...  Sin embargo, si se supiera, el riesgo sería incontenible. Su trabajo seguía siendo impecable. Siempre existirían situaciones que lo hacían más complejo, pero él tenía que estar preparado para todo. Por algo era llamado el Lector, podía adentrarse en la profundidad de la mente de otros, anticiparse a sus deseos con tan sólo conocer algunas cosas sobre sus personas. Y usaba eso para sus fines, que eran los fines del grupo.

Su equipo estaba reticente a últimas fechas. Él también. Su problema era que él deseaba algo. Varias cosas. Y sus deseos habían estado interfiriendo con su pulcro trabajo. Si se negaba a sí mismo sus emociones, su capacidad de comprender lo que pasaba a su alrededor menguaba. Por ello, y para permanecer fuera del radar de cualquier fino olfato, había tenido que permanecer alejado, usando a su equipo como intermediario entre él y la situación con la que debía lidiar.

A pesar de que los Alfa eran un equipo, y siempre perseguían los mismos fines, solían encontrar caminos diversos, a veces opuestos, para llegar a la misma conclusión. Había algo que deseaban conocer y tenían el tiempo contado. Ya habían transcurrido cinco años. Y si bien, les quedaban otros cinco, más todo el tiempo que decidieran prolongarlo, debían conocer el factor diferencial para que los otros asuntos pudieran seguir su curso.

Gabriel llegó a pensar que cuando el proyecto avanzó, habrían logrado lo que se plantearon. Sin embargo, tras meses de infructuosa espera, nada había cambiado como deseaban.

Se miró las manos. Le desagradaba mucho sentirse decepcionado. Necesitaba poder sentir y pensar al mismo tiempo para poder hacer bien su trabajo, para analizar cada cosa con una mayor precisión. Entendía que su decepción lo llevaría a apoyar una de las dos vertientes perfiladas por los Alfa. Y esa era opuesta a la que deseaba su equipo, que en gran medida, representaba su propio sentir. Es decir, deseaba con vehemencia conocer el factor diferencial, sin que eso representara la pérdida de aquello que estaba bajo su control. Tenían mucha información, el problema era sin lugar a dudas el enfoque. Tendría que haber otra solución, otra perspectiva, que la que él trataba de encontrar en ese alejado espacio, enclavado en una ciudad perdida, como en la que él vivió sus primeros y terribles años de vida.

Pensó en las placas. Las tuvo en sus manos cuando condujeron al sujeto de pruebas a entregarlas.

Tratar de hacerlo de otra forma hubiera implicado arriesgar a su gente y después de lo que la había visto hacer, no era una opción viable. Trató de leer aquellos pedazos de silicio con la ayuda de otro integrante de su equipo, el genial Laborus, quien descubrió marcas microscópicas que no pudo descifrar. Por lo tanto, había acordado con quien las recibió que se le devolvieran a ella.

Sin duda, el doctor Di Maggio había infundido en ellas información que sería muy útil, pero el receptor del mensaje nunca había estado siquiera dispuesto a recibirlo, y los esfuerzos de su gente en el campo con ese hombre a penas lograban mantenerlo en la raya para evitar su propia autodestrucción, lo que hubiera conducido a un desastre financiero. Elec tuvo que poner un cerco a su alrededor, para contenerlo y evitar que su deseo destructivo pudiera afectar a su gente, que había sido precisamente la misma estrategia que utilizó para contener al tremendo sujeto de pruebas.

Para los Alfa en activo, para los encubiertos, no había límites, moral, pudor ni consciencia que los limitara mientras estuvieran cumpliendo con su deber en nombre de la OINDAH a la que le debían su vida, su identidad, lo que sustituía todas esas nociones impuestas por la sociedad. Ellos, que vivían bajo una identidad distinta, los que habían sido escogidos con precisión de la multitud, estaban encima de todas esas nociones, eran parte de una supra sociedad.

Las limitaciones serían en apariencia para los directivos del grupo, que eran los rostros públicos de los Alfa. Pero ellos, los que abiertamente dirigían, comandaban o pertenecían al grupo tenían a sus órdenes a todos aquellos que lo hacían en secreto, tal como ocurre con las más importantes agencias de inteligencia en el mundo.

Elec estaba a la mitad, en una frontera entre dos abismos. Él era uno de los rostros públicos de los Alfa aunque no conservaba ni su identidad ni su nombre de nacimiento. Su trabajo era secreto y manejaba muchos agentes de los que no se sabía ni siquiera que colaboraban para el grupo con él. Sin embargo, tenía que aparecer públicamente investido con el traje que portaba para que pudiera ser reconocido como un uniforme de de los Alfa.

Él era la araña en el centro de la tela que sentía todo lo que se movía sobre cada uno de los hilos que él había tendido para poder controlar lo incontrolable, para proteger el proyecto que era prioridad de la organización y evitar que se perdiera lo que el grupo buscaba, incluyéndolo.

Ojalá hubiera sido todo tan simple como eso. Gabriel suspiró. Él siempre había sido partidario de que se hiciera lo correcto por encima de los deseos personales. Por ello era un elemento de élite de la OINDAH como la gente de la que se había rodeado, porque todos eran capaces de subyugarse a una causa superior. El sujeto tenía esa misma convicción. Y por mucho que él deseara otra cosa, era muy claro qué era lo correcto, aunque la directiva del grupo seguiría pugnando por que se cumpliera primero su objetivo principal antes de siquiera vislumbrar cualquier otra posibilidad.

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