Nadie vive para siempre. Capítulo 69

Diez años y un día del proyecto en la OINDAH

En el techo de la torre hexagonal

Harry no recordaría mucho de los segundos eternos que siguieron a aquel momento. Era como si sus gritos, desgarradores y desesperados, no se escucharan en el vacío del espacio. Lograron sostenerlo de los hombros cuando trataba de lanzarse por el borde sin pensarlo, completamente fuera de sí, queriendo alcanzar a Contacto.

El silencio creado por los alaridos de Harry fue desplazado por el bramido de la explosión de uno de los tanques de combustible ubicado decenas de metros abajo, en el área de servicio de la planta inferior de la torre, cerca de la plaza, sobre el cual parecía que algo había caído. El calor de la explosión llegó en poco tiempo hasta el techo, que se cubrió parcialmente de humo negro. De inmediato los grupos de protección civil de la OINDAH se movilizaron y llevaron al lugar gigantescos equipos lanzadores de espuma para controlar el fuego. Nadie resultó herido y sólo se habían dañado algunas estructuras externas, además del tanque.

Las personas que se encontraban abajo no tenían ni idea de que en el techo varios elementos de élite vestidos de negro detenían a Harry que estaba en crisis, gritando, encaramado sobre el borde del edificio. Tuvieron que cargarlo para quitarlo de ahí. Los Alfa comenzaron a recuperar los videos de seguridad. Deducían que la mujer, al verse cercada, cometió un error fatal. La gente que aún estaba en la organización y que salía de la asamblea había comenzado a congregarse en la plaza frente al vestíbulo que circundaba la torre, evacuada por la explosión.

Andrea fue deprisa hacia el lugar que le dijo Contacto. Tuvo que evadir el cerco de seguridad y a los elementos que le impedían el paso. Rodeó el perímetro y en el suelo, cerca de la fuente verde, abollado por la enorme caída y con el cristal roto, encontró el DDC.


En otra parte de la ciudad

Andrea iba en el asiento del pasajero, tratando de comprender, apretando lo que quedaba del casco contra su pecho. Supo lo ocurrido por Elec, que la interceptó en el estacionamiento unos momentos antes de que abandonara la organización, pero no podía aceptarlo. Estaba en shock, no podía llorar. Permanecía en silencio desde que él le explicó lo que pasó. Juan José, con quien iría a casa cuando terminara la asamblea, la condujo a donde ella le pidió.

El auto se detuvo frente a la enorme puerta que se abrió por la solicitud hecha en el intercomunicador y se estacionó frente a la mansión. Ella le susurró como en trance a su esposo:

—Por favor, ve a casa con los niños, te alcanzo después.

Amanecía. El cielo estaba teñido de rojo y naranja. Ella bajó del auto y caminó despacio hacia la entrada principal, abrazando el DDC. La señora Mary que traía puesta una bata sobre la ropa de dormir, abrió la puerta. Dijo algo muy alarmada, pero Andrea no la escuchó, estaba como hipnotizada. Trataba de enfocar toda su mente, todo su corazón en lo que debía decirle al hombre con ojos de lobo. Sabía lo que había ocurrido entre él y Contacto la última vez que se vieron, con todos los detalles. Pero lo conocía demasiado bien y estaba muy segura de lo que aquello significaría en realidad para él.

Entró al salón, oscuro, como de costumbre. Él, que no se había movido de allí en toda la noche, miraba hacia el jardín, como siempre, volviéndose hacia la mujer al escuchar sus pasos.

Esperaba ver a Contacto y se encontró con Andrea.

Di Maggio sabía que la asamblea se convirtió en un caos debido a que ella lo había llamado desde ahí, pero no fue la única comunicación que recibió esa noche. Supo de esa forma que el proyecto se integró legalmente a través de la ONG que crearon antes, con un poder notarial que le había extendido a Andrea por cuestiones del trabajo que solían realizar. La existencia de la ONG fue una sorpresa para él. Imaginó que la mujer de negro iría a buscarlo para restregarle su triunfo en la cara. Sin embargo, la expresión de la recién llegada le decía algo muy distinto.

La investigadora se dirigió hacia el macizo escritorio y depositó su carga sobre éste. Di Maggio, con el rostro inexpresivo, observó el maltratado casco con el cristal roto. No quería preguntar qué quería decir aquello. Se veía impasible, pero dentro de él había una guerra feroz, entre su deseo de venganza y su corazón. No sabía si lo que parecía significar eso, al deslizarse de los labios de Andrea lo haría indescriptiblemente feliz o infinitamente miserable; estaba aterrorizado y se aferraba a la idea de que había triunfado, de que se había vengado. Sin embargo, no creía ni remotamente que la mujer del traje negro hubiera dejado de existir, aunque fantaseaba con la idea para controlar los estertores emocionales por los que estaba pasando, como siempre, en el más absoluto silencio.

Los ojos de Andrea, que siempre eran como dos estanques de agua clara y dorada, ahora se veían profundos, nebulosos. Nunca habían necesitado hablarse demasiado, se comunicaban con la mirada. Se observaron unos momentos, en silencio, gritando sin pronunciar palabra.

—¿Estás segura? —preguntó él al fin. Su voz sonó aún más grave, profunda, cavernosa.

—Elec me dijo que... ella se tiró del techo de la organización sobre un tanque que explotó —pudo explicar apenas, con los labios temblorosos. Una gota transparente cayó por su mejilla.

Di Maggio no se contuvo.

—¡NO! —bramó con fuerza, haciendo que Andrea se estremeciera.

La mujer se desplomó en la silla frente al escritorio y se llevó las manos al rostro sin poder contener los sollozos. El hombre hizo un gesto de rabia y lanzó el casco sobre la duela con furia, con tanta fuerza que rebotó un par de veces, haciendo un apagado sonido metálico. Su dolor era inmenso. No lo esperaba. No pudo derramar ni una sola lágrima. Estaba seguro de que era lo que más deseaba, estaba sorprendido de haberse equivocado y de que aquello lo hiciera sentirse herido y miserable.

Andrea supo por Gabriel que Contacto había leído las placas. La señora Mary no pudo evitar enterarse de lo ocurrido, les contó cómo supieron lo que decían los pequeños trozos de oscuro y translúcido silicio, con el aparato que le envió el doctor a su hijo y que él nunca quiso recibir. Contacto le hizo jurar al ama de llaves que no revelaría la información hasta que terminara la asamblea: que el moribundo doctor la inoculó con un virus diseñado por él, además del suero.

No era un virus común. Instruía a sus células a producir una forma distinta de la sustancia, la cual, desencadenaba la regeneración celular. Sus efectos la hicieron fuerte, ágil, provocó que todas sus funciones corporales se hicieran eficientes por encima de cualquier estándar. No habían encontrado el virus en el cuerpo de Contacto porque nunca lo buscaron, no lo hubieran imaginado.

Di Maggio no podía reclamarle a la señora Mary por haberle dicho todo hasta ese momento. Antes de la asamblea, y a pesar de su juramento, trató de hablarle varias veces sobre Contacto y él se negó a escucharla.

La tarea pendiente de la que le habló la mujer de negro a Andrea era deshacerse del virus, de sí misma, para que el interés en sus mentados efectos no interfiriera más con la entrega. El presente del que le habló, el DDC, era un símbolo de que ella se había quitado del camino para que la existencia del virus no siguiera siendo un impedimento para la distribución del suero.

Giorgio recordó. Al fin pudo comprender.

Casi diez años atrás

—Tengo algo muy importante que decirte. Es sobre ella.

—¿Me llamaste para hablarme de esa mujer otra vez?

—¿Recuerdas los mensajes que te dejaba cuando eras niño?

—No sé de qué estás hablando.

—Te envié algo, lo recibirás pronto. He tomado una decisión. Seré mi propio sujeto de pruebas hoy. Lo haré gracias a lo que logré con ella. Trataré de alcanzar sus estándares regenerativos. Es necesario.

—No te entiendo, papá.

—Lo harás pronto. No puedo decirte más, temo que nos estén escuchando. Espero que todo salga bien. Pero si no, quiero que sepas que he hecho todo esto por ti. Te amo, hijo.

El doctor padecía la misma enfermedad de la que salvó al heredero con su trabajo cuando era un infante. Alessandro haría cualquier cosa por ello, excepto decirle a su hijo que su afección lo estaba matando.

Giorgio colgó. Esa fue la última vez que habló con su padre.

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