Lo subterráneo. Capítulo 55.
Siete años y seis meses desde la aparición de Andrea
En alguna parte de la torre de la OINDAH
Contacto avanzó por el oscuro pasillo, geográficamente cercano al laboratorio del proyecto pero al cual se accedía por una intrincada, compleja y distinta vía. El camino de migajas se lo había dejado un desconocido que parecía conocerla demasiado bien. No sabía lo que encontraría.
Más adelante no pudo pasar por alto la imperceptible corriente de aire acondicionado que se escapaba por una casi invisible rendija en la pared, y que sintió con la mano. La división estaba disimulada en el muro, era muy extraño. Decenas de personas pudieron pasar frente a ella todos los días y no verla, pero estaba en un área muy restringida a la que de forma regular ni ella ni nadie sin permiso hubiera podido acceder.
La mujer de negro palpó el muro y un panel se deslizó. Detrás había un control digital como el de todas las puertas de la OINDAH.
—Puente, necesito que me ayudes a abrir una...
Tanaka no contestó. El acceso se abrió de pronto, sorprendiéndola un poco.
Contacto encontró tras el umbral una habitación muy oscura de techo bajo en relación al usual de las de la organización. Diversos aparatos mostraban señales luminosas. En el centro se encontraba una pantalla circular con forma de columna que mostraba una imagen tridimensional. Contacto avanzó hacia ella con lentitud. Se quitó el DDC y lo dejó sobre una mesa larga a su izquierda, con muchos monitores. Pensó que se trataba de un espejo de algún tipo porque lo que veía era una representación de su cuerpo moviéndose sin avanzar.
Tocó la superficie lisa de la imagen en la columna y la rodeó. Era como perseguirse a sí misma. Pensó con ingenuidad cómo lograrían tal efecto. Se le ocurrió otra posibilidad y su pulso se aceleró un poco. Una de las pantallas ubicadas en una consola comenzó a emitir sonidos al mismo tiempo. Parecía ser un monitor cardiaco.
«También pueden leer... ?» se preguntó.
Se acercó a revisar cada una de las pantallas de la consola. Se puso el casco para comunicarse con el Puente y se iluminó otra. Una más mostraba todo lo que el DDC puesto en la mesa "veía" con sus cámaras, la trasera y la delantera. Otra indicaba su posición en un mapa, que podía ampliarse y reducirse, incluso, desde el espacio. Se quitó el dispositivo de nuevo, como si le molestara tenerlo encima.
Sus manos comenzaron a temblar. La sorpresa fue dando paso al horror.
«¿Cómo?» pensó.
Subió un poco las mangas del traje, quedando oscuras esas secciones en los monitores . Recordó las palabras de Laborus cuando le entregó el uniforme, varios años atrás: «Debe afeitarse todo el cuerpo para que funcione correctamente».
Aquello era irreal.
Estaba sumida en un profundo sopor. De pronto, se sintió la persona más estúpida que jamás hubiera existido.
Trató de justificarlo, quizá era por el proyecto, para no perderla como habían perdido a Andrea. ¿Aquello tendría que ver con la producción del suero? Siguió revisando los monitores. Golpeó la mesa de la consola con ambos puños y en otra pantalla se indicaba la fuerza y la velocidad del golpe.
«Imposible».
Una de las computadoras tenía un archivo abierto. Era una bitácora; la de Andrea vino a su mente. Contenía reportes escritos ordenados por fecha, con datos muy precisos sobre cada una de sus correrías: fuerza, velocidad, temperatura, presión, altura, potencia, ritmo cardiaco, porcentaje de oxígeno en la sangre...
Había algunos eventos marcados de forma especial, en los que se planteaban ciertos objetivos, aquellos en los que habían sucedido las cosas más anómalas y extrañas, hombres armados disparándole a chicos en callejones sin razón aparente, aparatos explosivos en oficinas que no tenían casi nada...
Recordó algunas fechas imborrables en su memoria, como cuando secuestraron a Helena o el día que supo que Harry era un Alfa. Lo medían y lo registraban todo. Cada encuentro, cada lugar en el que había estado, pero no sólo la habían observado desde el principio, parecía que muchas veces la habían estado conduciendo.
Y no era nada más a ella a la que medían con un traje como el que llevaba puesto, había otros tres individuos no identificados, dos hombres y una mujer, que también eran monitoreados, pero de forma menos obsesiva.
Todo comenzó a tener sentido. Por eso Tanaka siempre estaba disponible, sabían cuando corría, cuando dormía, cuando irrumpía en lugares en los que no debía estar, a inusuales horas.
Paseó la mirada por la habitación, contrariada, y observó que en la pared del fondo había un cartel de un manga japonés que tenía dibujado un hombre de ojos estilizados, muy delgado, rubio, con lentes transparentes color azul celeste que decía con letras rojas: TANAKA.
Escuchó un quejido leve. Se había olvidado de él. Ese individuo no era una máquina, era un ser humano real y estaba por ahí en ese momento.
Contacto se incorporó. Sentía enojo. Ira.
«¿Y si todos en el proyecto están enterados?»
Ellos no estaban allí en ese momento para confrontarlos, pero...
Se dirigió hacia un espacio lateral que tenía dos puertas. Su olfato le indicaba que dos personas ocupaban habitualmente ese lugar, un hombre y una mujer. Detrás de la primera entrada había un sitio acondicionado como un dormitorio sin ventanas. Era el de la mujer. Abrió la otra puerta. Pudo percibir...
Un pequeño hombre estaba oculto dentro del clóset. Sabía perfectamente que Contacto se dirigía hacia allí. A última hora se acobardó y no le dio tiempo de salir corriendo del "puente". Repasó mil veces cómo aparecería frente a la heroína. Soñó tanto con ese momento, con el poder revelarse ante ella, decirle que nunca había estado sola. Pero no planeó que haría en caso de cambiar de opinión, en caso de arrepentirse como en ese instante.
Estaba aterrado, oculto en un rincón del armario. No tenía nada que nublara la percepción de la mujer a la mano, como lo que había usado para dejar las tarjetas. No había ninguna salida de emergencia, no tenía un plan alterno. Craso error.
El armario se abrió; una mano entró y lo tomó de la chamarra para jalarlo hacia afuera.
La única vez que él estuvo cerca de Contacto fue cuando rescató a Helena y herida se dirigió hacia el interior de la organización. Él fue a detenerla porque sabía lo mal que estaba y cuánta adrenalina tenía en su sistema. Había temido que le diera un paro cardiaco, aunque sabía lo fuerte que era su corazón. Ahora el suyo latía desbocado, ella lo sostenía de cerca y lo veía con ira, con los ojos muy abiertos y las pupilas dilatadas. De cerca, tan furiosa, sabiendo mejor que nadie en el mundo lo que era capaz de hacer, era una visión horripilante. No pudo decir nada.
—¿Tú eres Tanaka? —lo cuestionó la mujer entre dientes, embravecida.
—Hi, Hipólito —logró decir tartamudeando.
Creyó que iba a golpearlo. Hubiera querido presentarse como lo había imaginado tantas veces.
Pero la realidad no suele ser como uno la imagina.
El extraño hombre de muy baja estatura, con ojos redondos y nariz boluda, temblaba. Tendría un par de años menos que ella.
—¿Qué farsa es ésta? —preguntó Contacto.
—No, no, yo he, tú... —masculló él.
En otras circunstancias lo hubiera tratado como algo menos que a un delincuente. Sin embargo, estaba cegada por el horror y la impotencia.
—¡Cállate! —rugió la mujer.
La voz del hombrecillo no era la de Tanaka, no se escuchaba tajante, frío y asonante como siempre, era la de alguien inseguro, tartamudo y atemorizado.
—¿Dónde está el que se hace llamar Tanaka? —inquirió.
— Yo, soy...yo... —respondió.
—¿De qué hablas? —rugió.
—L...La máquina... —contestó apenas, señalando la consola.
Ella lo lanzó sobre la cama, y fue hacia la larga mesa en la que estaban empotrados los monitores. Al acercarse, observaba uno y otro, constatando otra vez que, en efecto, mostraban todos sus signos vitales. Había un micrófono en la consola. Se acercó y dijo algo en éste. No ocurrió nada. Entonces presionó el botón lateral y dijo una maldición que pudo escuchar salir del DDC con la voz del mismísimo Tanaka.
Se llevó una mano a la frente, tratando frenéticamente de encontrarle sentido a todo eso. Tenía que salir de ahí, sentía que se ahogaba.
Recordó al hombrecillo.
Se volvió hacia él, estaba donde lo había dejado, temblando.
—Nadie debe saber que estuve aquí o vendré a colgarte en esa pared, junto con el cartel. Creo que sabes bien que soy capaz —rugió, señalándolo con el índice.
Se dio media vuelta para huir, asqueada de lo que la organización había hecho, tomando de un manotazo el DDC al salir, por costumbre más que conscientemente, muy conflictuada por lo que permitió que le hicieran.
Hipólito trató de explicarle, de pedirle que volviera. Desapareció sin siquiera escucharlo. La gente por lo general no solía verlo. Pero el desprecio que ella mostró hacia él lo hería más que cualquier cosa jamás.
Para Contacto era como si todo se hubiera terminado en un segundo. El universo entero había sido tragado por un agujero negro. Todo era mentira. Ella era el juguete de un mundo oscuro y depredador; ella que había luchado de manera infatigable, soportando de todo, era solo un objeto de estudio, un conejillo de indias. Pudo imaginarlo cuando descubrió al Agente.
Debió descifrarlo, debió irse lejos como alguna vez lo planeó, debió...
Corrió y corrió, primero con su cuerpo, luego con el auto de la OINDAH, hasta llegar a su departamento sin soltar el casco, se arrancó el traje al entrar y lo dejó tirado afuera. Buscó obsesiva y minuciosamente micrófonos y cámaras por todos lados. No los encontró. Obviamente ellos nunca los habían necesitado, todo lo habían seguido con el traje y el DDC. Se encerró en el baño y se metió a la regadera. Dejó que el agua cayera sobre su cuerpo desnudo. Se aferró a sí misma como lo hizo cuando la hirieron hasta casi matarla, como cuando supo que Harry era un Alfa. En aquél entonces había podido recurrir a los que creía que eran sus amigos. Ahora pensaba que nada podría ser peor que aquello.
Aún estaba equivocada.
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