Lo onírico. Capítulo 19.
Cinco meses desde la desaparición de Andrea
En el hogar de Harry
Contacto evitó ese día seguir a los caballos. Ahora se sentía observada de cerca por el Nexo. Se encaminó a casa de Harry, quien tenía la noche libre. En esa ocasión, llegó por la entrada principal. Esperó unos momentos antes de llamar a la puerta porque él estaba tocando. Lo hacía de manera extraordinaria. Finalmente, llamó y el joven abrió. Tenía el cabello lacio desordenado, el cual le caía sobre el rostro. Sonrió al verla, y entonces se le marcaron aun más las finas líneas verticales que tenía junto a las comisuras de la boca.
—Por la puerta, qué raro —observó.
El departamento era cálido. Los muebles viejos, que pertenecieron a sus abuelos, estaban macizamente fabricados. Tenía persianas azules y lámparas de pie modernas, que contrastaban un poco con el resto del amueblado, pero lo hacían más acogedor.
Cerca de la puerta había un sillón de una plaza. Ella se dejó caer sobre él.
—Continúa, por favor —le pidió.
Comprendió y siguió tocando el instrumento musical. La mujer abrió un poco el traje para despejarse el cuello -como quien se quita la corbata- dejándose llevar por la melodía.
—¿Qué hay con el nuevo subdirector del el CDA? —interrumpió media hora más tarde, sin querer regresar a la realidad.
Él la observó, alejando la boquilla del instrumento de sus labios. Ella se hizo hacia adelante y agachó la cabeza, con las manos entrelazadas sobre la boca.
—Es protegido de De Lois.
—¿Quién es él?
—Uno de los seis subdirectores de la organización. Se encarga del área jurídica. No está de nuestro lado, pero no deberías preocuparte por él ni por el Nexo.
Ella lo observó con recelo.
—Quizá no lo sepas, pero nosotros nos ocupamos de todo.
—No sé si debería seguir acompañando a los chicos —musitó.
—Traté de evitar que te involucraras en eso, pero ahora es una petición de mi director -respondió el hombre, de manera condescendiente, refiriéndose a Mateo Gil—. Sería más extraño si dejaras de hacerlo.
—Soy una terca, Di Maggio no se cansa de decírmelo —repuso abatida.
—Él está demasiado enfrascado en sus problemas personales. Yo sé que eres increíble, eso no se puede ocultar del todo.
—Eres un atrevido, Jacobo, me apenas —dijo divertida, sonriendo de lado.
—No te lo diría, si no lo creyera —exclamó. Su sonrisa era franca y cálida.
—Calla, hombre. Mejor toca, toca más —instó.
Eso hizo, hasta muy tarde. Contacto podía haber estado ahí más tiempo, pero él debía dormir. No todos podían darse ciertos lujos.
Las pesadillas recurrentes atormentaban a Harry desde la noche en la bodega. Soñaba que caía por un precipicio que él mismo construyó con las manos. Ese día soñó a una mujer sentada en el rellano de una ventana. Su atlético cuerpo estaba cubierto por un satinado traje negro que brillaba a la luz de la luna. Ella le extendía la mano. Desde entonces, poco a poco dejó de tener malos sueños y tuvo ese muchas noches más.
En otro sitio de la ciudad
Eris es una representación de la mitología griega de la lucha y la venganza. Es hermana de Ares, Dios de la Guerra. La discordia es su sello característico y está involucrada con el inicio de cada conflicto o pleito. También es hija de la noche. Por si no resultara suficiente su nombre actual, a Eris Niezgoda le apodaban "la Pesadilla".
En ciertos círculos, se sabía que cuando se involucraba en algo habría problemas. Era su especialidad y para ella resultaba demasiado sencillo generarlos. Justo como el personaje mitológico, tenía al menos dos facetas: la discordia que destruye y la que crea; por un lado es la que promueve la competencia y la inventiva y por otro, es la que favorece la guerra y la pelea.
Debido a que en la actualidad se investía como profesional a sueldo, estaba dedicada a esa faceta, y se prestaba a lo que fuera, siempre y cuando pagaran sus honorarios. No era una homicida antisocial, pero sí sabía cómo manejar cualquier situación para que el mismo sujeto colocara la bala en su propia sien, lo cual hizo, de diversas formas, muchas veces.
El trabajo recién encomendado por el Nexo, consistía en seguir a una persona. Lo haría personalmente porque necesitaba comenzar a conocerla de cerca. Era su oportunidad para eso.
De madrugada, en la mansión
Di Maggio tenía ensoñaciones etílicas, de las que se tienen a las tres de la mañana con muchos grados Gay Lussac encima. Repasaba algunos capítulos de su vida, como si viera una obra de teatro. Y con gusto la habría concluido para siempre en ese momento. Sin embargo, todavía estaba pagando su penitencia. Sus errores habían costado carísimos. No lloró cuando murió su madre. No lo hizo tras del accidente en el que se destrozó la rodilla derecha, ni cuando falleció su padre. Tampoco cuando ocurrió lo de Andrea. La última vez que lloró, la única que recordaba desde que se hizo adulto, parecía haberlo dejado completamente seco, imposibilitado para hacerlo nunca más: fue cuando Laura Esther lo abandonó.
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