Lo incontrolable. Capítulo 23.

Seis meses desde la desaparición de Andrea

En el despacho del Director General

La dirección de la OINDAH tenía una ventana enorme con vista al mar, ubicada en el lado oeste del edificio central.

—Me alegro de que hayas podido venir, Giorgio —dijo el anciano sureño. Aún lo veía como el chiquillo pálido y debilucho de ojos azules que vagaba por la casa de su padre en alguna reunión social.

—Usted sabe que no siempre me es posible, por mi condición —respondió con su profunda voz.

—Entonces, tenemos una situación con nuestro sujeto de prueba —replicó el director.

Él tenía toda la información de lo ocurrido; sabía de la sugerencia de Contacto a la directiva del CDA en relación con el incremento de la edad de los cadetes, la cual fue expuesta por Mateo Gil a la asamblea. Asimismo, conocía a detalle toda la información que solicitó al puente, cada una de sus incursiones. Ahora el hijo del doctor le informaba del encuentro con la Pesadilla. Sabía bien quién era.

—Es hora de cambiar un poco la estrategia con nuestro sujeto de prueba, como lo habíamos previsto —aseveró mirando detrás de sus gruesas gafas.

Su interlocutor esperaba ese momento.

—De acuerdo —respondió con su grave voz.

—Sobre el otro asunto... —comenzó a decir el director —la versión oficial será inconclusa, pero sabemos por nuestras fuentes que no representa peligro para el proyecto.

—¿Oficial? —clamó Di Maggio.

—Sí. Debemos dejarla ir —comentó el anciano.


En el club subterráneo

Contacto quería contarle a Harry en privado lo ocurrido con la mujer que la siguió. Confiaba más en él que en Di Maggio, pero fue necesario informarle a éste primero. La actividad del CDA fue muy intensa durante los días que siguieron a su extraño encuentro, debido a que esa instancia se encargaba de la seguridad de la asamblea, por lo que no había podido hablar con el comandante del CDA a solas. Sospechó que lo encontraría en el bar del centro en su primer día libre en semanas. Ella entró y lo observó tocar, desde lejos.

Él no la había visto. A la mitad de la presentación, sus miradas se cruzaron. La música se intensificó, se volvió muy apasionada. Fue como si toda la gente desapareciera, como si una corriente eléctrica los hubiera enlazado. Cuando terminó, la sorprendida concurrencia vitoreó al hombre durante largos minutos. A señas acordaron encontrarse afuera. Él había bebido un par de cervezas antes de subirse al escenario. Caminaron despacio por las calles semivacías, bajo el oscuro cielo. Casi no hablaron, como si no quisieran romper el extraño hechizo del excepcional momento con una conversación trivial.

Llegaron al departamento del hombre. Abrió la puerta y se quedó de pie en el umbral, tras haber dejado el estuche con el saxofón en la entrada. Se observaban serios, reservados. Contacto sintió que no era el momento de contarle lo ocurrido. Era tarde, tenían que trabajar al día siguiente. Iban a despedirse.

Él giró un poco la cabeza, despacio. Sus bocas se detuvieron a unos milímetros. La joven se quedó estupefacta. Inspiró aliviada, aunque triste de que él hubiera cambiado de opinión. Un instante después la sujetó de la nuca con suavidad y la besó lentamente. Ella le correspondió. Cerró los ojos y sintió que una ola de calor le recorría el cuerpo, como si se hubiera descongelado de forma repentina y después cayera por una cascada arrastrada por la corriente. Fue un beso dulce y delicado, con profunda ternura, tan suave, tan perfecto.

Transcurrió un segundo infinito.

Ambos se vieron a los ojos después. Ella despertó de la quimera, para recordar que esa era la misma boca que en algún momento besó su Andrea. Los ojos abiertos de par en par se le llenaron de lágrimas. Sus emociones la abrasaron. Se hizo hacia atrás, confundida, perdida entre el dolor de sus recuerdos y la sorpresa de descubrir que aquello había comenzado tiempo antes; arrasada por el peso enorme de su deber, su necesidad profunda de no perder su humanidad, cada vez más lejana, y el vehemente deseo de que aquel instante no hubiera terminado jamás. Trató de sonreírle, pero los labios le temblaban. Toda ella temblaba.

—Tengo que irme —dijo intentando ser ecuánime—. Hablaremos pronto, ¿sí?

Quería tanto abrazarlo, no se había dado cuenta antes. No obstante, tenía que salir, necesitaba escapar. El hombre le dirigió una melancólica mirada. Lo tocó un poco en el hombro, con la mano temblorosa.

—Volveré, hablaremos —logró decir mientras salía de prisa.

Huyó por las escaleras dando saltos. Salió del edificio y comenzó a correr. Por horas se lanzó de techo en techo, recorriendo decenas de kilómetros. No quería pensar, pero, al mismo tiempo, trataba de entender, de llegar a un acuerdo imposible entre su corazón y su cabeza. Corría con rapidez, como si terribles monstruos la persiguieran: su deber, sus emociones, el fantasma de Andrea...

En la mansión esa noche

"Invertir la estrategia" le daría a Giorgio Di Maggio la oportunidad excepcional de cumplir con su deseo. Había acariciado el anhelo de destruir todo lo que su padre amó. Despacio, sin prisa. Aquello le causaba un placer indescriptible: oscuro y profundo, como su soledad, como su desprecio. Para él, Andrea había sido diferente. Las circunstancias la habían arrastrado ahí. Y se fue, como todo lo bello y lo puro en su vida, como sabía que se esfumaría todo lo demás. Por su causa. Pero mientras eso sucedía, cumplir con su venganza era lo que necesitaba para abrir los ojos un día más.

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