Ley y caos. Capítulo 22.

Cinco meses y tres semanas desde la desaparición de Andrea

Durante la asamblea semestral, en la OINDAH

A veces, lo correcto no es lo que todos creen. Las mejores intenciones no siempre llevan al mejor resultado. Con frecuencia, la gente suele comprometerse con las causas que le resultan convenientes. En el ámbito político de la organización, abundaban aquellos que esperaban una oportunidad para tomar ventaja. Ése fue el caso de la propuesta del incremento en la edad para el ingreso al servicio activo de los caballos.

La asamblea semestral se llevó a cabo en el recinto habitual, que se empleaba casi siempre sólo para ello: un salón hexagonal inmenso, con asientos tipo estadio que daban la vuelta al auditorio, anexo al edificio central, dentro de la sede. La asamblea estaba conformada por directivos de todos los niveles, organismos y organizaciones que formaban parte de la estructura.

Cuando llegó su turno, Mateo Gil presentó de manera breve el informe del último semestre, así como la iniciativa de la edad de los cadetes. Se manejó como una situación de reducción de riesgo por el aumento de experiencia.

De Lois quería ganar terreno en el comando, en el que tenía mucho peso la figura del Director General. Por ello, muchos de sus partidarios actuaron como detractores de Gil. Argüían que él estaba fuera de lugar por su perfil. El Nexo instruyó a algunos de sus contactos clave para puntualizar algunas cosas: incidentes graves se presentaban con mayor frecuencia y se necesitaba de una fuerza mayor para contenerlos. Hubo una discusión importante y se sugirió que se instaurara una comisión de auditoría externa para las actividades del CDA.

Había un importante motivo por el cual el Director General consideraba peligrosa la presencia de una comisión externa indagando en esa área, así que, por medio de uno de sus colaboradores más leales y de mayor nivel, la doctora Selz, subdirectora del área de salud, pidió a la asamblea que aceptaran el incremento en la edad, y que concedieran un periodo de gracia de cuatro años (dos generaciones de graduados), para analizar las repercusiones de la medida. Así lo hicieron. Sin embargo, la permanencia de Mateo Gil al frente del CDA se cuestionó y quedó en entredicho. La decisión de mantenerlo o relevarlo era de la Dirección General; por ello, permanecería ahí, pero no por mucho tiempo.

La larguísima reunión concluyó y todos comenzaron a retirarse. Harry y Manuel volvieron juntos a la ciudad. El primero conducía.

—Increíble —dijo el Perico—. Hay buitres por todos lados hermano —exclamó contrariado.

—Lo sé, amigo.

—Es difícil prever el resultado de cualquier cosa ahí. Te juro que no hubiera apoyado la propuesta de sospechar que algo así pasaría. A los chicos les falta algo, caramba. Contacto los ve pelear, estar en riesgo. De verdad, no creo que haya querido dañar a Mateo, se ve que tiene mucha experiencia, sabe lo que se necesita.

—Ni te imaginas —dijo Harry—. ¿Sabría alguien lo de la propuesta antes de hoy, además de nosotros?

—Quién sabe. Ese tal Nexo nunca me ha caído, es un cabrón —replicó.

—¿Pero, alguien, además de nosotros, sabrá que ella tuvo que ver con esa idea?

—No creo, a fin de cuentas fue como un consenso de los tres.

El Perico le debía varios favores a Harry, además de la vida. Esto último, por partida doble.

—¿No quieres que nadie se meta con ella, verdad? Uhh, tiene una linda defensa —dijo pícaro Manuel sonriente, guiñando. Con esa expresión, aquel enorme hombre moreno de barba de candado y nariz aguileña resultaba muy cómico.

—Digo, no estoy ciego, hermano, pero esto es sólo un asunto oficial —replicó ruborizado, pero en el mismo tono amistoso del Perico.

—Bien, no diré nada para que no se la coman. No estoy ciego —arremedó el Perico y rió a carcajadas, manoteando el tablero del vehículo.

Harry rió de manera discreta y después suspiró. Muy entristecido, reflexionaba.

—Eso suena a algo que hubiéramos dicho en otros tiempos. Nunca será lo mismo.

—Lo siento, viejo —respondió Manuel, igual de triste, mientras le daba una palmada amistosa en el hombro con su enorme mano. Lo entendía mucho mejor de lo que Harry suponía.



Días antes de la asamblea, en la organización

Contacto imaginó de forma correcta que el día de la asamblea la organización se volcaba por completo en llevar a cabo dicha actividad. Quería aprovechar el momento para buscar la última pieza que conocía de su rompecabezas.

—¿Tanaka, habrá forma de localizar un expediente de la organización? Tengo un número de control, ya te lo envié.

—No aparece en el sistema —respondió él.

Ella se sintió descorazonada.

—Sin embargo, los primeros caracteres indican que pertenece a la Dirección General.

—Eres un amor. Gracias, eso es todo.

—Fuera —exclamó él, exasperado.

Lo llamó de nueva cuenta.

—Te escucho —replicó.

—¿Dónde están los expedientes de la dirección?

—Los resguardan en el último piso del edificio central. En una bóveda.

—Gracias —contestó—. Un día de éstos te compraré algo.

—¡Fuera! —exclamó él.

La chica no pudo evitar sonreír. No sabía a ciencia cierta cómo haría aquello. La cajita fuerte de Di Maggio era una cosa, pero, ¿una bóveda? Aunque no conocía la Dirección General, adivinaba que resultaría demasiado ingenuo tratar de entrar allí como si nada.

Unos días antes de la asamblea, siguió los movimientos desde afuera de las ventanas del último piso. La torre tenía seis caras lisas de ventanas, sin salientes ni nada de lo que pudiera sujetarse, así que con una cuerda de alpinismo que había en el CDA y que ató a diferentes partes del techo, se colgó de cabeza varias veces, siempre con la precaución de no ser captada por las cámaras exteriores. Sólo la línea enredada estratégicamente a su cuerpo y algunos nudos se interponían entre ella y una caída libre de cuarenta y cinco pisos, pues no llevaba un arnés. Las alturas ya no le provocaban vértigo, como cuando comenzaba a aprender a usar sus nuevas capacidades físicas, en la universidad. Utilizó técnicas aprendidas en la capacitación que, en aquel entonces, le dio la organización y que ahora usaba para espiar a quienes ahí trabajaban.

Pudo observar los movimientos de todo el personal del piso. Incluso, vio trabajar al Director General en su despacho. Estuvo cerca de ser descubierta un par de veces, pero logró pasar desapercibida, "parándose" de forma perpendicular a la ventana, sujeta de la cuerda. Ubicó las cámaras internas. Asimismo y gracias a los reflejos sobre diversos objetos, pudo localizar la puerta de la bóveda de los documentos. Cada empleado con acceso tenía un código diferente, pero su increíble vista le permitió distinguir algunos desde donde estaba. Asumió que llevarían el registro de quién la abría y cuándo. Quizás el problema no sería entrar, sino salir, si también poseía un control interno. Tendría que arriesgarse.

«¿Cómo podrían despedirla de la organización si la encontraban, cuando estaba siendo encubierta por es institución?».

En la Dirección General, la tarde de la asamblea

Aguardó hasta el día de la asamblea para intentarlo. Era tarde, pero la sesión aún no terminaba. Se veía a poca gente en el lugar. Alguien acababa de entrar y salir del archivo con un expediente. Aunque parecía que debía ir hasta la planta baja para subir a la Dirección, encontró una ventila en el piso cuarenta y cinco. Ir desde ahí hasta el área de oficinas no fue problema. El asunto es que debía ocultarse del personal y de las cámaras. Llegó sin ser vista hasta un pasillo desde el que alcanzaba ver la entrada de la bóveda. Un empleado digitó el código. Ella estaba en una esquina en una posición acrobática, donde había un diminuto punto ciego bajo la cámara. La persona entró.

«Última posibilidad de arrepentirse» se dijo. Si no lograba salir, estaría atrapada toda la noche: el tiempo suficiente para pensar en una explicación que resultara algo creíble.

Vestía el traje sin nada encima y portaba el casco, que además resultaba de un aerodinamismo inmejorable. El empleado salió. Cruzó los 15 metros del pasillo en un complicado movimiento sesgado, el cual incluyó deslizarse al final para alcanzar la puerta. Una vez que estuvo en el interior, ésta se cerró. Por fortuna, parecía que sí podría salir. Adentro, los libreros retráctiles tenían otro panel de códigos. La mujer usó el DDC por si había rastros térmicos. Ahí estaban, casi nulos. Ese DDC era una maravilla. Incluso el tono al enfriarse le indicaba el orden en el que los habían presionado. Digitó los números y los libreros se abrieron.

Era tarde, pero eso no garantizaba que no pudiera entrar alguien más. Buscó por número. No parecía seguir un consecutivo. Era un archivo inmenso. Comenzó a revisar carpeta por carpeta. Le tomaría una incontable cantidad de años verlos todos. Lástima. Dudaba que resguardaran evidencia impresa del proyecto en aquel lugar, pero seguro sí los archivos relacionados con la desaparición de Andrea. Después reflexionó acerca del método de archivo. Comprendió que los legajos estaban organizados por fecha, por lo que no era posible que el expediente 111120682280 siguiera esa lógica. En todos los demás que revisó, si el 1111 era la clave del archivo, los demás dígitos debían corresponder al día, mes y año. Tenía muy claro en su memoria el día en la que todo aquello había comenzado, meses antes de la muerte del doctor. Recordó la seriedad con la que él les explicó lo que haría con la organización. En su memoria retenía los detalles.

Rememoró lo ansiosas que se sintieron ella y Andrea por conocer el resultado de la primera reunión del doctor con el Director General. Y había otro evento importante: el día en que firmaron el acuerdo. Buscó por las dos fechas. No encontró nada con el primer dato, pero tuvo suerte con el segundo. En ese sitio estaba una carpeta que contenía el documento original firmado por el doctor Di Maggio y el director. Éste resultaba de vital importancia para el proyecto y, al mismo tiempo, implicaba un gran riesgo para todos los participantes. La firma del doctor Alessandro le provocó una inmensa nostalgia. Adentro, en un sobre cerrado con una especie de lacre, se encontraba el expediente 111120682280. Estaba a punto de abrirlo, cuando escuchó el control de la puerta activarse. Devolvió la carpeta con todo el contenido a su lugar. Los archiveros estaban desplegados, fue hasta el último y se ocultó detrás. Una empleada entró y se quedó en la puerta, contrariada. Dio media vuelta y salió de prisa. Contacto suponía bien: había ido por apoyo de seguridad, nadie hubiera dejado abiertos los archiveros. Imaginó a alguno de los hombres del CDA encontrándola ahí, y la cara que pondría Harry. Tenía que emprender la retirada de inmediato.

Salir resultó más fácil que entrar, máxime por la prisa. Las luces de los pasillos nunca se apagaban. Se valió de una técnica curiosa al pasar frente a la cámara, a gran velocidad; dirigió la potente lámpara externa del casco hacia a la lente, para que se viera un destello cuando pasara. Todo era una cuestión de precisión.



El día siguiente a la asamblea semestral en casa de Di Maggio

Contacto estaba lejos de imaginar la turbulencia de la asamblea; se encontraba determinada a hacer lo correcto, aunque aquello implicara encontrarse con Giorgio y sus reproches. Por ello, fue a verlo. Tenía que contarle lo ocurrido hacía poco, pero no le comentaría sobre su visita a la dirección. La puerta del despacho estaba entreabierta. Aguardó en silencio en la entrada. El hombre estaba ahí con Helena, él estaba bebiendo. La mujer de negro permaneció cerca de la monumental escalera que conducía del vestíbulo de doble altura a la planta alta, escuchando con todo sigilo. La rubia trataba de seducir a Giorgio; le hacía insinuaciones, lo halagaba. Él  respondía muy poco y de mala gana. Aquello tomaría un tiempo, sobre todo si él cedía. Tenía que hablar con él, debía contarle sobre la persona que la había seguido, por si algo más ocurría. Así que salió de la casa y esperó.

Transcurrió un par de horas. Las luces de la entrada de la casa se encendieron. Se aproximó al frente y vio salir a Helena dando fuertes pasos con los tacones sobre las lozas del pórtico. La princesa montó su carroza; el príncipe seguiría tomando. Era el momento de abordarlo. Parecía que Helena no le interesaba. Tal vez nadie le importaba. Entró de nuevo y tocó la puerta del despacho que seguía abierta. Él volteó con desdén y un rostro más pálido que de costumbre.

—Nadie te invitó a pasar —dijo él con sequedad.

—¿Puedo? —preguntó.

Él refunfuñó.

—Será breve —expuso ella.

—Eso espero —respondió el hombre, vestido con una pijama de seda azul rey, la misma con la que lo encontró la noche que "abrieron" la caja fuerte, y una bata negra con filos plateados. Sin duda Helena lo había sacado de la cama, pero no logró hacer que volviera allí con ella.

—Espiabas —masculló.

Entró y se sentó en la enorme silla, frente al escritorio.

—Con todo respeto, no me interesa indagar en tu vida personal —aclaró y pensó «el día de hoy no, al menos»—. Debo decirte algo. Me ha seguido una mujer.

Él viró un poco y la observó de lado. Se ahorró el comentario sarcástico porque estaba agotado.

—Desde la organización.

Comenzó a describirla. El joven la observó en silencio.

—Luchamos. Me apuntó con un arma. La seguí pero me eludió. Está muy bien entrenada. Es extraña, un poco alta, cabello corto, negro, ojos muy pintados. Parece que no tiene emociones.

—¿Es todo? —preguntó él.

—Sí. Tenía que decírtelo.

Él permaneció un rato con la vista clavada en la nada.

—Bien. Ya vete.

Ella, que no esperaba nada más, se levantó y desapareció en silencio. Él se lo comunicaría al Director General.

«Que otros la fastidien cuando no lo hago yo» pensó. Había retomado la botella de whiskey.

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