Lazos interpersonales. Capítulo 42.
AÑO 5 DEL PROYECTO EN LA OINDAH
Cuatro años desde la aparición de Andrea
Di Maggio estaba alterado. Bufaba y resollaba como una fiera. Iba aferrado al volante, a toda velocidad, por un camino sinuoso, oscuro y sin señales, en la montaña. Estaba solo, estremeciéndose de ira, cegado completamente por ella. De pronto un venado cruzó frente a su auto y él aceleró en vez de detenerse. Se arrepintió en el segundo en el que se dio cuenta de que la criatura era una mujer; caía con el auto al fondo del acantilado, gritando desesperado mientras descendía hacia el abismo y nadie podía escuchar su grito desgarrador...
Despertó jadeando a la mitad de la noche como de costumbre, agitado, empapado en sudor. Se incorporó un poco, tratando de calmarse, llenando de aire sus pulmones. Se recostó de nuevo, observando el techo. Volteó hacia la ventana cuyas cortinas no estaban cerradas por completo. Contacto se encontraba allí. Se sobresaltó un poco al ver su silueta recortada contra la escasa luz. Ella se acercó a la cama. Tomó una jarra de la mesa cercana y sirvió un vaso. Se lo ofreció. Él se incorporó, lo recibió, bebió un poco y lo puso en la mesa de noche.
—Tenías otra pesadilla —dijo ella.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó Giorgio levantando la cabeza, tras proferir un gruñido.
—Andaba por la zona y vine a tu casa a visitar la cocina. Escuché que te quejabas. Toqué, pero como no respondiste, pasé a ver si estabas bien.
—¿Nada más viniste a eso?
—No podía dormir —mintió a medias.
—¿Duermes?
—Sí. Mejor que tú, por lo que veo.
Di Maggio dio un resoplido. La verdad era él quien no podía dormir bien y que ella solía rondar por su casa a cualquier hora, en especial cuando había alguna situación relacionada con Andrea, como ese día. No era la primera vez, pero la increpaba siempre que podía.
La mujer se sentó en la silla que estaba cerca de la cama, en la penumbra. Pensó en la invitación al evento que le había dado su amiga, pero al que de ninguna manera hubiera podido asistir ya que no podía ver a nadie de su pasado y nada debía vincularla con los miembros del proyecto.
La sencilla pero elegante tarjeta decía: Andrea Martínez Aster y Juan José Rus tenemos el honor de invitarle a nuestra boda.
Unas horas antes, su amiga y Juan José habían contraído nupcias y debían seguir celebrando a dos mil kilómetros de ahí.
—Hablé con Andrea hace rato. Me dijo que estuvo a punto de desmayarse cuando vio tu regalo. ¿Le habías obsequiado una casa a alguien antes? —preguntó la de negro.
—No le regalé una casa, fue para el enganche, nada más.
—Desearía estar ahí. Deben estar a media fiesta.
—Yo también hubiera querido que asistieras, para que me dejaras dormir —repuso.
—Imagino que tú no tenías ganas ir —dijo y se dirigió hacia la puerta, dispuesta a retirarse, a pesar de que sabía que a él le tomaría mucho volver a conciliar el sueño y que cuando lo hiciera, posiblemente tendría más pesadillas.
—¿Quién te dijo que no quería asistir? —replicó incorporándose más—. Bailo muy bien. Laura y yo solíamos hacerlo.
La chica recordó uno de tantos días en los que anduvo husmeando por las habitaciones de la casa; cerca de la cama, en un mueble para ello, vio los zapatos de su "mecenas". El derecho de cada par estaba adaptado, lo cual no se notaba desde afuera. Él necesitaba el bastón unas veces más que otras en las que se movía mejor. También usaba un soporte ligero para la rodilla bajo el pantalón y aunque disimulaba todo eso, ella no estaba segura de que él fuera capaz de bailar así.
—¿No me crees?
Se quedó callada, viéndolo de lado, en la oscuridad.
—Te lo probaré después, ahora déjame dormir.
—¿Algún día me hablarás sobre Laura?
—No —replicó molesto.
La verdad era que la mujer de negro ya sabía muchas cosas sobre Laura Esther, pero pensó que quizá él ahora sí querría hablar sobre eso.
—Sé que no me incumbe. No soy nadie. Ni siquiera puedo ir a la boda de mi mejor amiga —replicó la joven casi susurrando.
Él levantó la cabeza para lanzarle alguna frase al rostro, pero ella ya no estaba ahí.
AÑO 6 DEL PROYECTO EN LA OINDAH
Cuatro años y tres meses desde la aparición de Andrea
Dicen que el tiempo vuela cuando te estás divirtiendo.
Todo discurría con facilidad como fluyendo a través de un cauce bien trazado. Cada vez que la inquietud sobre la falta de avance en la investigación asaltaba a la mujer de negro, se encontraba con la voz de su amiga para asegurarle sin dejar lugar a ninguna duda, que el equipo científico estaba trabajando con ahínco, y que lograrían muy pronto alcanzar el éxito. Le había pedido que se alejara de los problemas y Contacto lo hacía en la medida de lo posible.
Aquellos meses parecía imbatible. Sin importar lo extrañas o complejas que fueran las situaciones de seguridad en las oficinas afiliadas de la OINDAH, la mujer de negro actuaba con total precisión. Los años de servicio no sólo la habían disciplinado un poco, se encontraba muy cómoda colaborando en equipo con los caballos. Ahora comprendía por qué el CDA era tan importante para Harry, era su vida. Mujeres y hombres luchaban codo a codo todos los días para proteger a la institución para que ésta pudiera velar por causas humanitarias de todo tipo.
Los caballos compartían más que horas laborales. Se sabían parte de un aparato que defendía y protegía las causas más nobles, y se sentían como defensores de la humanidad. Entre ellos había pocas rivalidades, pocas rencillas. Era una hermandad. Y nadie estaba más comprometido con la organización que el subdirector de seguridad.
En Harry desde tiempo atrás se había posado la mirada de quienes buscaban esa capacidad de vincularse con una causa. Además, él tenía otras cualidades muy específicas que lo hacían ser muy interesante. Y lo que él deseaba era cumplir. Eso le daba valor, le hacía sentir una gran pasión, se sentía cobijado. Sin embargo, la mujer que luchaba junto a él también era su pasión.
Harry tenía muy claras sus órdenes: no debía interferir, pasara lo que pasara. Sin embargo, como subdirector de seguridad y comandante de una unidad, le resultaba difícil anteponer las cuestiones externas al CDA a las del mismo, aunque fueran más importantes en la jerarquía institucional.
Después de que Andrea y Juan José se unieron, tras la melancolía de Contacto al no haber podido ser parte de ese momento, ella y Harry tuvieron algunos de los mejores momentos de su relación. Tanto, que se desbordaba a veces afuera de los muros de su refugio azul, matizando su vida en el comando. El mundo se daba cuenta de aquello que no se podía ocultar con un dedo. Él se aferraba a ella como lo hacía con el saxofón, y ella estaba perdida por completo en el hechizo de ese hombre que de haber sabido bailar, hubiera sido completamente perfecto.
Pero la belleza no puede durar para siempre.
Cuatro años y diez meses desde la aparición de Andrea
En un área restringida de la organización
Eris se columpiaba en una silla con los pies calzados con las botas de kevlar sobre el escritorio contiguo, cruzando los brazos. Vestía el uniforme color azul marino de las fuerzas especiales, sobre el cual tenía adosadas piezas de armadura en antebrazos y espinillas, además del chaleco antibalas. La bella Helena entró a la oficina, con su uniforme blanco. La mujer del cabello estilo Louise Brooks iba muy maquillada, con la cara exageradamente pálida, la boca muy roja y los ojos hiper delineados, como siempre.
—¿Que no se supone que no deberías usar maquillaje? —la espetó la rubia.
—No puedo ir a ninguna guerra sin mi pintura ritual, sestra. Como tú —replicó.
Helena puso una botella pequeña de vidrio sobre el escritorio.
—Eso no sirve, no sé para qué insisten —aseveró Eris.
Helena ahora se cruzó de brazos y la observó con fastidio.
Eris tomó el frasco y leyó la etiqueta. —Más carisoprodol...
—Sí, pero ahora la vas a usar tú. Se la vas a tener que poner hasta a tu desodorante. Vete acostumbrando —dijo Helena.
—¿Cómo para qué? Yo tengo uno de éstos —se burló girando varias veces la muñeca izquierda sobre que traía un aparato que tenía una pantalla.
—Más vale. Ya sabes lo perfeccionista que es el jefe.
La mujer oscura se rió.
—¿Vas a seguirle llamando así?
—Sí. Mientras no se entere.
La nueva integrante de las fuerzas especiales se puso de pie y se acercó mucho a Helena.
—Olvídalo. Él lo sabe todo —replicó.
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