La otra realidad. Capítulo 44.

Cinco años y seis meses desde la aparición de Andrea

Horas después del incidente en el museo

Contacto pasó por el hospital general después de vagar por horas, tambaleante, desencajada. Sin duda Harry estaba ahí, ya que había varios vehículos y camionetas de la organización estacionados afuera. No logró enterarse si la policía detuvo al agresor. No le importaba. Dio vueltas por los alrededores pero no entró. No quería encontrarse con los caballos. Habían herido a su comandante, estarían tensos y nerviosos. Le harían preguntas que no podría contestar. Imaginaba a Manuel, el Perico, desolado.

Si supieran que era una farsa...

Durante horas trató de pensar en cualquier posibilidad. La imagen de Gabriel Elec con su elegante traje sastre encima del de Alfa idéntico al que ella portaba todos los días seguía saltando a su mente. Y pensaba en Di Maggio, en su desconfianza, en cómo odiaba a Harry... Y se sentía absurda, traicionada.

Ella tenía una idea de lo mucho que costaba una prenda como esa; tocó el traje que ocultaba Harry, pudo verlo de cerca, era igual al suyo. Y recordó la cara que él hizo, cómo le suplicó que no siguiera, su mirada aterrada.

«Estúpida. Es un Alfa. Siempre lo fue».

Esa noche
En el hospital

Harry abrió los ojos. Estaba aturdido por los analgésicos. Fue cobrando poco a poco la consciencia de sí mismo. Eran como las once de la noche. Trató de incorporarse pero el dolor se lo impidió. Comenzó a examinarse. La herida de bala sobre el pecho del lado izquierdo estaba cubierta con un vendaje. Parecía tener un par de costillas facturadas: donde le impactó el proyectil y en el costado sobre el que cayó. Le molestaba el tobillo derecho, lo tenía inflamado y vendado, parecía un esguince. Estaba algo golpeado, pero vivo. No recordaba todo el evento, pero la imagen borrosa de Contacto estaba en su mente. De algún modo, frenó su caída. De no haber sido por ella, pudo ser mucho peor. Parecía estar solo, seguro se encontraba en la habitación privada de un hospital afiliado a la OINDAH.

Contacto vio el traje, lo sabía. Se preguntaba por qué nadie había hecho nada por detenerla cuando comenzó a revisarlo. Era un procedimiento habitual que cuando algún colaborador del grupo Alfa caía, otros cubrirían su necesidad de permanecer anónimo. En cualquier otro caso, ella estaría allí, junto a él. Cerró los ojos, desesperado. Qué le dirían ahora. Qué le diría él. Quizá podría explicarle, quizá podría...

Pensó entonces en todas las advertencias que le había hecho el Lector, que era quien lo había reclutado para el grupo y que lo había convocado a participar como encubierto en aquella importante misión poco después del momento en el que el director general le entregó a los Alfa la bitácora en la que Andrea describió los efectos secundarios del suero en su amiga.

Harry sabía que no debía interferir cuando el grupo hacía su trabajo, pero no había podido evitarlo esa tarde. Reaccionó por instinto, como comandante, como cualquiera del CDA lo hubiera hecho.

Una enfermera entró. Le preguntó un par de cosas, le administró más analgésicos por vía intravenosa y le acomodó las almohadas. Cayó en la inconsciencia.


Cuatro días después

Contacto estaba en el desnudo y gris espacio en obra negra. Los huecos que algún día llegarían a ser ventanas estaban cubiertos a medias por tablas y plástico, y dejaban entrar la luz de forma extraña, incompleta, opaca. Las paredes, el piso y el techo de concreto no tenían acabados y había materiales de construcción apilados en varios sitios.

Se sentía desgarrada por dentro, preguntándose si tendría sentido seguir tratando de hacer la entrega. Acurrucada en un rincón sobre el piso, abrazándose a sí misma, permanecía cabizbaja. Desde el incidente no había comido ni bebido nada; su cuerpo comenzaba a consumirse. El DDC estaba tirado a unos metros. Estaba toda cubierta de polvo de cemento. Sus mejillas tenían surcos de las lágrimas sobre la tierra gris adherida a ellas. Repasaba todo el evento en su mente, una y otra vez.

Di Maggio tenía razón, era la persona más crédula del mundo. Se sentía desvalida, destruída, deshecha. Nada pudo ser peor que eso, como si Harry hubiera regresado con Andrea, o si la hubiera engañado con otra persona. Incluso, si hubiera ocurrido algo peor. Aquello era como si él hubiera muerto. Pudo decírselo: si era un Alfa, no le hubiera importado. Lo que la tenía al borde del precipicio era el engaño.

Pensaba en las razones que él tendría para ocultar algo así, y terribles respuestas se formulaban en su mente. Se preguntaba si se podían fingir el amor, el deseo. Qué clase de persona consentiría hacer algo así. Pensó que quizá los Alfa habían reclutado al comandante cuando ellos ya eran una pareja. Pero recordó todo lo que Di Maggio había dicho sobre Harry, desde que ella los conoció a ambos. Tenía entonces un macabro sentido el que hubiera sido primero pareja de Andrea y después de ella, en tan poco tiempo, con tanta facilidad...

Debió haberlo imaginado. Era una monstruosidad en el cuerpo de una mujer que necesitaba seguir sintiéndose humana. Nadie la timó, se engañó sola. Tras la confusión y la ira, con la que destrozó varios bultos de cemento y algunas paredes, cayó en el desconsuelo. Finalmente, se quedó seca, no podía seguir llorando. No se movería de ahí nunca más. No podía sentir otra cosa, el dolor era demasiado grande. Todo era mentira, se esfumó, había muerto.

Ella quería morir también.

Supo que alguien había llegado mucho antes de que él pudiera saber que ella estaba allí. Los niveles inferiores del desierto edificio en el que vivía no habían sido terminados. Cuatro días atrás, ella trató de volver a su departamento, pero se adentró en ese sitio que estaba varios pisos debajo y se puso a destrozar cosas para no hacer algo peor. Después ya no logró subir  hasta el nivel donde estaba el departamento, no tenía ánimo para huir más.

Lo oyó llegar. Ella había dejado un rastro obvio de destrucción que quien llegaba comenzó a seguir. Contacto lo escuchó avanzar lentamente, cojeando un poco. No levantó la vista cuando se detuvo frente a ella; ya no podía pensar con claridad. Tenía la cabeza gacha para ocultar el rostro, avergonzada, aferrándose a sí misma.

—Soy una estúpida —logró decir apenas.

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