Impasse explosivo. Capítulo 14.

Diez semanas desde la aparición de Andrea

En el bajo mundo

El Nexo usaba una playera de elastano con la que presumía su trabajada musculatura. Estaba en uno de los sórdidos bares en los que se vinculaba con el bajo mundo de la ciudad. Decía que eran sus oficinas, que era un profesional que se daba ciertos gustos: pagaba por obtener placeres de todo tipo.

Esa noche, se reunía con Eris Niezgoda. Ella había retomado sus actividades tras ausentarse por varias semanas. La gente que asistía a esos lugares no se atrevía a molestarlos ya que su reputación les precedía, nadie quería meterse en su camino. A ella eso le daba la libertad de moverse sin que nadie se atreviera siquiera a mirarla. Estaban sentados en una esquina desde la que veían la entrada, junto a una mesa baja, de espaldas a la pared. Ella usaba lentes oscuros a pesar de que el interior estaba en penumbra. La música del lugar encubría su conversación.

—El patrón no piensa darle más motivos a los Alfa, no quiere que se metan con él —dijo el Nexo.

—¿Qué esperabas? —respondió Eris.

—Quería poder cobrarme —aseveró el inmenso tipo levantando el enorme tarro con cerveza.

—Te advertí los riesgos, pero no me escuchaste.

—Aquella noche el operativo fue un fracaso debido a esa Alfa. ¿De dónde carajo salió? No reconozco sus tácticas —repuso él.

—Puede provenir de cualquier grupo de élite, nadie dice nada. No es buena idea confrontarla otra vez, los de negro podrían tenerte en la mira.

—Algún día tendré mi revancha. ¿Qué haremos con el tal Aster? Le he dicho al patrón que esperáramos como lo pediste —comentó el tipo musculoso.

—Seguiré trabajándolo —aseveró La Pesadilla.

—¿A pesar de los Alfa? —inquirió el Nexo contrariado.

—Sabes que tengo mis métodos, pero necesito más confianza —dijo Eris con aparente desinterés.

—¿Cuánto?

—Lo mismo de la vez pasada. Más el diez por ciento. Los riesgos son grandes.

—Está bien. Cuento contigo Eris.


Al día siguiente

Alex De Lois, el rubicundo subdirector del área jurídica de la OINDAH se veía como todo un monarca, sentado en el enorme sillón antiguo, en su cálidamente iluminado penthouse de paredes de barnizados ladrillos rojos y piso de duela oscura, lejos de la organización, lejos de su casa; era allí donde atendía sus asuntos más privados. Desde las ventanas de arco que rodeaban el departamento, se veían las luces de los edificios contiguos.

Alex era un hombre joven entrando a la madurez que sabía perfectamente lo que quería; no dudaría en conseguirlo. Estaba esperando noticias. Su secreta colaboradora, la mercenaria Eris Niezgoda, mejor conocida como la Pesadilla, había estado un tiempo fuera de servicio debido a su último encuentro con una Alfa entrometida que aparecía en los registros como Contacto. Eso había ocurrido precisamente cuando Eris trataba de evitar que Miguel Aster fuera a revelarle algo que sin duda lo comprometería. No había ninguna prueba de que él mismo estuviera detrás de la indagatoria, pero Aster era un cabo suelto.

El que los Alfa lo hubieran protegido, le decía a De Lois mucho más sobre la naturaleza de lo que estaban ocultando que todo lo que les informó el mismo Aster. Toda la secrecía alrededor del proyecto de su finado amigo Alessandro Di Maggio le generaba una mayor suspicacia. Deseaba saber de qué se trataba, ya que estaba seguro que si lograba desacreditar al Dirección General de la OINDAH con las pruebas del encubrimiento, el consenso popular lo favorecería. El hijo del doctor, el amargado Giorgio Di Maggio, era cómplice del encubrimiento. Lo conocía desde que nació. De Lois estaba seguro de que presionando los botones correctos, lograría sacarlo de sus casillas.

El periodo normal de un director general en el cargo eran siete años con posibilidades de reelegirse otros siete. En la historia de la OINDAH nunca había perdido una reelección un director en el cargo. Y precisamente, habría elecciones al año siguiente. Por ello su plan de hacer caer en desgracia a la Dirección debía seguir su curso.

Helena llegaba en ese momento. Era como una pintura que hubiese cobrado vida, sus rasgos perfectos, sus proporciones exactas, que alegraban a De Lois. Se acercó y lo besó en ambas mejillas.

—Hasta que te dignas a encontrarte conmigo.

Ella negó con la cabeza.

—Debo protegerte cariño, tenía que estar segura de que no iban a seguirme para que no ocurriera un incidente como el de mi casa.

Él asintió.

—Es bueno verte —aseveró, haciendo una lasciva expresión facial—. Parece que nuestra Andrea es inmortal. ¿Tenemos información real de lo que le ocurrió? —preguntó sarcástico.

—Varios meses en coma y un error humano, según la Dirección. No se van a mover de ahí —dijo Helena.

—Mejor cuéntame qué novedades hay —exclamó el hombre, más rubio que ella.

—Di Maggio ha estado muy callado. Era de esperarse —repuso la sensual mujer.

—Debemos presionar —apuntó De Lois. Volteó un poco la cabeza y detrás de él, se asomó la silueta de Eris, la Pesadilla, saliendo de atrás de una columna—. Te aseguro que nunca la hubieras visto ahí a Niezgoda —le dijo divertido a la rubia, levantándose para observar la ciudad desde una ventana.

Él no notó la mirada entre las dos mujeres.

—Sería muy obvio si algo le pasara a nuestro informante estrella. Quiero saber hasta dónde llegó su indiscreción. Te necesito para eso, Helena.

—¿Y los Alfa?

—Por eso debes ser tú quien vaya a ver al chico Aster. La última vez que Eris habló con él dijo que tenía algo muy importante qué revelar. Sin duda, Di Maggio querrá saber qué clase de cosas sabe. Hazle creer que fue idea suya.

En esos momentos, en la OINDAH

Harry y su escuadrón estaban preparándose en las instalaciones del CDA para realizar una ronda de rutina por la ciudad. Había comenzado a oscurecer. Manuel, que ya parecía vivir ahí, salió de su oficina y llamó al comandante desde afuera de los vestidores; parecía preocupado.

Contacto esperaba a los integrantes del equipo, no tenían problema con que ella estuviera presente mientras se ponían los uniformes y se ajustaban los chalecos antibalas, eran equipos mixtos, y por tanto, los vestidores también. Ella vio a Harry salir del lugar y dirigirse a Manuel. Los escuchó con claridad a pesar de la distancia y del barullo habitual de cualquier inicio de ronda.

—Es un asunto delicado, tenemos un connato de código amarillo en un espacio diplomático sensible —dijo Manuel en voz baja y le mostró un documento al subdirector operativo, quien lo leyó deprisa.

—Comprendo. Que nos envíen el resto de la información mientras vamos en camino.

—Claro, hermano, gracias —aseveró Manuel palmeando su hombro.

Harry reingresó al vestidor y exclamó antes de salir hacia el estacionamiento donde estaba la camioneta:

—¡Vamos, posible código amarillo, deprisa!

Todos volvieron a los casilleros y se pusieron unos cascos que no solían usar siempre, así como trajes más pesados sobre el uniforme.

Contacto fue tras Harry.

—¿Qué es el código amarillo? —preguntó ella—. Él le iba a explicar, pero la joven siguió—. Eso del espacio diplomático sensible suena mal.

—Es mala educación escuchar las conversaciones ajenas —dijo él muy tenso, poniéndose una chamarra como la de los otros mientras avanzaba hacia la escalera que conducía al estacionamiento subterráneo donde estaban los vehículos del CDA.

—Sabes que no puedo evitarlo.

—Deberías ponerte una de éstas, en la camioneta hay una adicional —le dijo a la mujer.

Ella negó con la cabeza.

—Me estorbaría. Afectaría mi precisión —afirmó la de negro.

—El código amarillo es sobre un posible explosivo en las instalaciones de una ONG de derechos humanos que trabaja con refugiados de guerra. No puede ingresar el escuadrón antibombas de la ciudad porque es un espacio complejo, tienen información diplomática delicada. Incluso había un invitado ahí que tuvo que ser trasladado en secreto a otro sitio. Los responsables de la ONG pidieron que personal de la OINDAH ingresara primero, tenemos que recuperar un equipo antes de que entre la policía.

—¿La ONG no confía en la policía?

—¿Crees que es difícil sobornar a un agente público? Los opositores de ciertas causas pueden ser capaces de cualquier otra cosa. Por eso debo hacer esto personalmente —aclaró.

—Entiendo.

—Estaré de acuerdo si no nos acompañas hoy —dijo él, a sabiendas de lo que ella le respondería.

—¿Y abandonar al equipo? No puedo hacer eso.

Él negó con la cabeza y se detuvo frente a ella, señalándola muy de cerca con el índice, sin parpadear.

—Si vas a venir con nosotros acatarás TODAS mis órdenes como los demás, ¿te quedó claro, Contacto?

—Sí, señor —respondió.

—No te escuché.

—¡Sí, señor! —exclamó.

—Bien —replicó Harry abriendo las dos puertas corredizas de la camioneta, instantes antes de que el equipo abordara.

Minutos después, en el estacionamiento del pent-house de De Lois

Dos mujeres tan opuestas como la noche y el día se observaban en silencio, con severidad. Helena tenía diáfanos ojos grises. Su apariencia era natural y juvenil, radiante, a pesar de su nerviosismo. Vestía su blanco uniforme. Sostenía un cigarrillo con la mano derecha mientras se cubría el esternón con el brazo izquierdo. Frente a ella, estaba Eris, mejor conocida en los bajos mundos como la Pesadilla. Usaba en cabello corto, al estilo de 1920, color azabache. Iba vestida por completo del mismo color y usaba largas botas militares de kevlar. Sus ojos castaños estaban delineados de negro con tanta intensidad, que parecían estar hundidos en su cráneo. Tenía la boca pintada de color rojo sangre y usaba sobre el rostro un polvo notoriamente más claro que su tono natural. Tenía un cuerpo macizo con músculos notorios. Bajo la camiseta negra se notaban sus fuertes hombros y sus pechos pequeños, aunque Helena era mucho más alta que ella.

—Se atrapan más moscas con miel que con pólvora. A ver qué pasa si les damos de las dos —repuso Eris, volteando a ver su reloj.

La rubia asintió con desgano y dio una profunda bocanada.

—¿Crees que sea seguro?

Eris sonrió de una forma sarcástica.

—Vale la pena correr el riesgo.

A la misma hora, en otra parte de la ciudad

Se estacionaron frente a un alto y elegante edificio, en el centro de la ciudad. Harry les dijo:

—Entraremos a las oficinas de una ONG vinculada al consulado de una nación extranjera. El problema parece haberse suscitado precisamente debido a un programa internacional de apoyo a organizaciones no gubernamentales, las cuales están asociadas a la OINDAH. Recibieron un mensaje anónimo informando sobre la presencia de un posible aparato explosivo. Tienen razones para creer que el aviso es genuino. Debemos ser en extremo cuidadosos con todo lo que hay en ese lugar, nos han pedido que extraigamos una computadora. Nuestras vidas son primero, pero no queremos provocar un incidente con otro país debido a una acción descuidada —concluyó mientras veía a Contacto a los ojos.

Todos portaban los respectivos cascos. Cuando bajaron de la camioneta, ella pareció desaparecer. La estrategia era que ellos avanzaban con Harry al frente, mientras la de negro revisaba el perímetro, lo cual hacía casi siempre desde los techos de los edificios contiguos, aunque el resto del equipo no lo supiera. Rodeó todo el edificio mientras ellos ingresaban.

Afuera del edificio estaban apostados el escuadrón anti bombas de la ciudad y los bomberos, que Contacto evadió sin ser vista. Las oficinas estaban en el piso doce, tres integrantes del equipo subieron por las escaleras, uno esperaba en el vehículo y la sexta entraba, como siempre, por la parte superior.

Contacto había llegado al techo dando un imposible salto desde un edificio contiguo; un movimiento en falso implicaría una caída a la cual sería difícil sobrevivir. Pero no caería. Al aterrizar rodó sobre sí misma algunas veces y se puso de pie. Localizó una puerta y se adentró por ahí. Los integrantes del equipo portaban armas no letales, pero ella no tenía dónde ponerlas, así que no portaba siquiera eso para su autodefensa. No lo necesitaba. Bajó con sigilo por la escalera de servicio.

—El exterior parece despejado —dijo en el DDC dirigiéndose al equipo.

—Estamos subiendo por la escalera de emergencia —respondió Harry por la misma vía.

—Voy a encontrarme con ustedes desde arriba —aseveró sólo informándole al comandante.

Al fin todos llegaron a las oficinas de la ONG, seguidos de Contacto. Ellos no sabían cómo hacía ella lo que hacía y jamás preguntaban.

Todo el personal del edificio, que a esa hora era mínimo, había sido evacuado.

Ella comenzó a sentirse incómoda. Se quitó el DDC. Harry volteó a verla y estaba a punto de reprenderla, cuando ella se llevó el dedo a los labios.

Él la observó con contrariedad.

La mujer hizo una señal que él comprendió. Se alejaron juntos.

—¿Qué ocurre? —susurró lejos de los hombres.

—Huele a almendras —respondió ella.

Él permaneció pensativo un momento.

—¿Explosivos plásticos? —preguntó Harry al fin.

—Eso creo.

—Suspendan la operación —le indicó al resto del equipo.

—Bajen por la escalera, los alcanzaremos en un momento —les dijo.

Todos se fueron inconformes, pero ninguno replicó.

Es sutil, lo percibí desde la entrada de la oficina.

—¿Dónde?

—Déjame entrar sola.

Él frunció el ceño. Ella lo observó con firmeza.

—Voy contigo —dijo Harry.

—Sí, comandante —respondió sin tener otro remedio.

La oficina estaba llena de viejos pero elegantes escritorios. Sus pasos eran demasiado silenciosos, todo el lugar tenía una alfombra gris. Ella llevaba el DDC bajo el brazo. Comenzó a olfatear el ambiente. Se dirigió a una fotocopiadora cuya pantalla estaba encendida.

—Parece que el aroma procede de aquí.

Él estaba muy tenso.

—Espera —dijo ella que seguía aspirando. Levantó la cabeza y la mirada de ambos se dirigió hacia el reloj que estaba en la pared, sobre la copiadora.

—Está mal la hora, dice que faltan quince minutos para las doce —dijo.

Pasaban apenas de las diez de la noche.

—Comuníquenme con el responsable de la ONG, es urgente. Y envíen al escuadrón antibombas —dijo Harry en su micrófono.

—Necesitamos recuperar la computadora —le dijo a la mujer, que continuó olfateando al seguir a Harry a un despacho privado mientras él le llamaba a alguien a través de su comunicador.

—Esta es la computadora. ¿Percibes algo más aquí? —susurró el hombre.

—No. Creo que es solo el reloj.

—Me dijo el director de la ONG que no suele haber nada en esta pared. Vámonos de aquí —ordenó tras desconectar la computadora personal y llevarla con ellos.

Cuando salían, llegaron tres elementos del escuadrón antibombas de la policía con un perro y el equipo para tomar una radiografía y determinar qué deberían hacer con el explosivo.

El equipo del CDA esperaba en la camioneta en un perímetro seguro, resguardando el ordenador que retiraron, cuando fueron informados que el artefacto explosivo había sido desactivado y sacado del edificio. Lo trasladarían para buscar evidencias.

—¿Cómo supiste...? —le susurró el comandante.

—Gracias a la capacitación que me dio la OINDAH antes de que viniera a esta ciudad. Me mostraron muchos tipos de explosivos, dudo que se imaginaran que podría recordar su aroma.

—Y rastrearlo con la nariz. También lo dudo —concluyó él.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top