Horizonte oscuro. Capítulo 45.
Cinco años y seis meses desde la aparición de Andrea
Cuatro días después del incidente en el museo
En el nivel inferior del edificio del departamento de Contacto
—Harry es un Alfa —musitó Contacto con la cabeza gacha—. Tú lo sabías.
—Lo sospechaba —replicó Di Maggio.
Ella levantó la vista. Él estaba de pie, observándola, apoyándose en el bastón. Tenía la usual expresión impasible en el rostro, pero le estaba tendiendo la mano.
—Vamos —dijo sin moverse.
Contacto levantó la suya hacia él, cabizbaja, temblando. Él la sujetó con su enorme puño derecho. Ella se puso de pie, pero seguía con la vista en el suelo; se veía terrible, estaba cubierta por completo de polvo gris, y tenía el cabello revuelto sobre la cara. Sus ojos, que solían ser vivaces y brillantes, estaban rojos y hundidos en profundas cuencas sobre su demacrado rostro. Él se quitó la gabardina y se la puso sobre la espalda, como esa vez en el techo, cuando la mujer de negro le salvó la vida. Él estaba salvando la suya ahora.
La estaba rescatando de sí misma.
Seis semanas después
Harry había recibido la noticia oficial del cambio en su asignación. Repasaba la escena en su mente, pertrechado en la habitación de su azul departamento. Hacía un recorrido alrededor de la cama, se pasaba los dedos por el cabello hacia atrás de la cabeza, pensando. Recordaba la junta de esa mañana. Ahí estaba él, con el lustroso uniforme operativo negro debajo del traje sastre del mismo color, escuchando a la junta directiva.
«Ahora que el sujeto de pruebas sabe que colaboras con nosotros, Agente, no será necesario que prosigas con esa asignación. Serás relevado del cargo que tenías en el CDA. Decidimos que será mejor que participes de tiempo completo en el grupo Alfa», le había dicho Versus.
Aquello tenía la función primordial de protegerlo, pero sospechaba que ella disfrutaba lo que estaba haciendo. No sólo perdía a Contacto, sino que era removido del CDA, que era su vida. Tendría que asumirse como el Alfa que era ya, y que era lo que ellos querían de él. Sus heridas físicas sanaron con prontitud, pero su mente era un caos. Tenía que creer que todo estaría bien así. Había estado esperando ese ascenso desde hacía años. Sin embargo, secretamente sentía un gran dolor al abandonar el comando, amaba su trabajo. Tenía que mostrarse inconmovible, haría lo que el grupo le indicara. El Lector había solicitado el cambio después de lo ocurrido en el museo, debía cerciorarse de que la situación de Harry fuera la más adecuada para el grupo.
Elec era su reclutador, su mentor, y tenía cierta responsabilidad sobre sus acciones.
No debía defraudarlo.
En la soledad de su espacio más personal, Harry recordaba el momento en el que Contacto vio el traje. Pensó en su incredulidad, su dolor. Lo había ocultado tan bien durante años, y ahora que casi había olvidado su temor a que ella lo descubriera, pasaba eso.
Los pasos del hombre eran cada vez más desesperados, sus gestos más nerviosos. Se detuvo, permaneciendo absorto en sus pensamientos con la mano en la cabeza. Se sentó en una silla cercana. Imaginó a Contacto recostada en esa misma cama, a su lado. Estaba poseído por una arrebatadora melancolía. Deseó tocarla en ese momento, estrecharla contra su pecho como lo hizo tantas noches, sentir su cálido aliento sobre el cuello. Realmente creyó que había sido suya.
Entonces, comenzó a pensar, muy a su pesar, en algo que lo hizo sentir aún peor. Extrañaba su voz. Su poderoso ímpetu cuando estaban en alguna misión. La sonrisa que era sólo para él. Necesitaba hablar con ella, contarle cómo se sentía, ella había sido capaz de comprenderlo como nadie . No sólo había perdido a su pareja, a su mujer. Había perdido a su mejor amiga, a su cómplice. Lo compartieron todo, incluso aquello que los había separado sin remedio.
Lograba verla como una mujer, perdidamente enamorada de él. Era una mujer, a pesar de su incontenible potencia, de sus capacidades suprahumanas, a pesar de su impactante musculatura, que él recorrió con suavidad tantas veces, como si acariciara una tibia escultura que respondía al más mínimo de sus roces.
Tenía que recomponerse, mantenerse en una pieza. No debía pensar en ella como mujer, por el bien de todo. No debía pensar en ella de ninguna forma, a pesar de encontrarse desconcertado, como si de tajo le hubieran arrancado un apéndice. No debía sentirse confundido, deshecho, solitario, miserable. Siguió recorriendo la habitación de lado a lado. Pasó frente al espejo y observó su rostro. Ojeroso, descompuesto, pálido. Se percató de lo triste y desesperado que se veía y se sentó en la cama en la que no estaría más ella. El grupo la necesitaba. Llegaría el día en que la tuvieran, y él tendría que esperar a que se cumplieran los objetivos que se plantearon para que la situación entre ellos fuera diferente.
Cuando perdió a Andrea fue trágico, pero no la amaba de esa forma. El Lector siempre supo que la joven estaba bien, sabía dónde se había escondido gracias a su intervención, pero no se lo dijo. En aquel entonces sabían que Contacto podía percibir los efectos físicos de los cambios emocionales en las personas con sus sentidos, pero no sabían qué tanto, no podían controlarlo; así que Harry no fue enterado de que la investigadora de los ojos color avellana estaba viva hasta la misma noche que en que se presentó ante los integrantes del proyecto. Lo dejaron creer que murió para cumplir a cabalidad su siguiente asignación: vincularse con Contacto.
Primero él había sido una pieza fundamental para mantener vigilada a Andrea, y al mismo tiempo evitar que se relacionara de otra manera con Di Maggio. Para eso, también estaba Helena. Después el trabajo de Harry había sido relacionarse con la imposible Contacto a nivel laboral para darle un pequeño empujón en la dirección correcta, y después de manera personal para mantenerla bajo control.
No le había costado demasiado hacer ambas cosas, en especial la segunda. Por ello lo había escogido Gabriel, por su inefable carisma, del cual incluso él parecía ser una víctima. Harry siempre supo que la misión sería temporal. Le habían pedido que se conectara con ella, y lo hizo demasiado bien.
Siempre supo que lo que estaba sucediendo era una posibilidad, pero no estaba preparado para perderla. Había vuelto a sentir gracias a ella, estaba agradecido por eso. Pero ahora no debía sentir nada.
Ya no quería sentir.
Un mes después del incidente en el museo
Transcurrieron para Contacto semanas complejas, confusas. Permaneció alejada de la organización y de todos sus asuntos. No le importaba si se percataban de su ausencia o no. Se quedó en la mansión, no volvió a su departamento. Los primeros días después de que Di Maggio fue por ella, pasó muchas horas en silencio frente a él en el salón, con la mirada perdida.
La señora Mary no sabía qué le ocurría, pero se dio cuenta de que estaba mal desde el momento en el que su patrón la trajo, empolvada de pies a cabeza. Y desde su posición, como siempre, hacía lo que podía para que estuviera cómoda. La tomó de los brazos del inconmovible hombre, la ayudó a bañarse, la vistió, la alimentó prácticamente en la boca, la arropó, la consoló sin preguntarle por qué lloraba y esperó junto a la cama hasta que la creyó dormida muchas veces.
El ama de llaves no pudo dejar de ver otra vez los objetos que colgaban de su cuello en la cadena, pero no podía hablarle sobre ello. Su patrón no se lo habría perdonado.
La joven estaba mucho peor que cuando la llevaron para recuperarse de una herida de la que Di Maggio le pidió a sus empleados que no le preguntaran nada.
Contacto se sintió reconfortada por las atenciones maternales de Mary y acogida por la estoica figura de Di Maggio, quien no le reprochaba nada ni la veía con lástima, como cualquier otra persona hubiera hecho. Incluso, él rompió el silencio para dejar escapar uno de sus pensamientos, viéndola de reojo:
«Debí darle el tiro a él hace años», lo había escuchado decir entre dientes.
Eso la ayudó un poco. Pero otra cosa comenzó a pesarle más. Por las noches vestida de civil salía de la mansión y lejos de todo, seguía cavilando sobre los techos de los rascacielos de la ciudad, en las partes más inaccesibles, más alejadas. Vagaba en las madrugadas, adentrándose en lugares privados sin pedir permiso. No estaba ya del todo enfocada en el dolor que aquello le causó, uno insoportable. Tampoco estaba del todo tratando de alejarse del sentimiento. Estaba buscando en su interior la respuesta a una fundamental pregunta.
Veía otros mundos, otras vidas, desde su lejana posición y se preguntaba qué sentido tendría lo que hacía. Su presencia en la organización, su promesa. Quizá fue demasiado insistente, demasiado ingenua, actuando con excesivo ímpetu. Tal vez era el momento de reconocerse vencida. De desaparecer. Jamás podría volver a la vida que tuvo antes, no podía negar lo que era ahora. Su cambio permanente ya no era sólo físico. Algo de sí misma murió con el Harry que amaba y que creía conocer. Una parte de ella deseaba huir, pero otra, si acaso la más importante, le pesaba como plomo: su compromiso, la promesa que le hizo al Dr. Di Maggio. Juró que haría todo que estuviera en sus manos para realizar la entrega. Pero temía por la humanidad que quedaba en ella.
Esa gente no tenía piedad.
Tuvo una fuerte confrontación consigo misma y finalmente aceptó la derrota. Tomó la difícil decisión de dejarlo todo en manos de Andrea. El proyecto necesitaba descifrar cómo producir la sustancia y según su amiga, debían poder hacerlo. Tenían muestras del suero, ella no tenía por qué ser indispensable. Se levantó de la punta de la antena ubicada en la parte superior de un edificio con forma de aguja en la que estaba sentada, al amanecer. Bajó con facilidad. Las alturas dejaron de provocarle vértigo hacía muchos años ya. El abandonar la organización y el proyecto no tenían por qué causárselo. No sabía si era lo correcto, pero la decisión estaba tomada.
Fue hacia la OINDAH. Llegó temprano. El fresco aroma de la mañana en la ciudad la hizo sentir mejor. Quería librarse de todo lo antes posible. Fue a buscar a Andrea. Quizá no se despediría de Di Maggio ni de nadie. Dejaría su investidura en el sitio que la organización designó para que viviera, y desaparecería, dejándolo todo atrás. Pero antes tenía que entregarle a su amiga lo que traía colgado en el cuello. Quizá nadie lograría saber jamás lo que decían, pero las placas eran un símbolo de la labor que el doctor les encomendó. La de negro ingresó y se dirigió a las instalaciones del proyecto. Se despediría de ese sitio con un sentimiento agridulce. Llegó a creer tantas cosas que ahora parecían ser falsas, inútiles.
Estaba por entrar al laboratorio, cuando Juan José salía.
—¡Contacto! Hace tiempo que no venía usted por acá.
Se veía muy feliz, parecía que no sabía nada sobre su ausencia. La alegría del hombre casi la contagió.
—Estás muy contento hoy, Doctor —dijo ella tratando de sonreírle.
—Oh, es la noticia... No, no, espere. Mejor dejo que Andrea le cuente. Yo se cómo se quieren, aunque no se hablen mucho. Está adentro. Hasta luego.
Contacto imaginó el por qué de la felicidad del hombre y el peso que había comenzado a caer de sus hombros se multiplicó. No esperaba algo así. Se detuvo en la puerta con la mano sobre la frente, tratando de mantenerse en una pieza. Respiró hondo para poder fingir normalidad y fue a encontrarse con Andrea. En cuanto percibió su aroma, supo que sus sospechas eran ciertas.
—Hola ¿cómo estás? —preguntó tratando de sonar afable.
—Hola —respondió la mujer de los ojos color avellana sin quitar la vista de lo que estaba haciendo. Contacto estaba de pie junto a la mesa de trabajo, observándola. Andrea siempre se veía luminosa, radiante, a diferencia de ella, tan oscura, ocultándose en las sombras, pero ese día, su amiga parecía incluso brillar.
—¿Has escuchado algo...? —inquirió la mujer de negro, refiriéndose a lo que había pasado con Harry.
—¿Sobre qué? —preguntó un tanto abstraída en su actividad.
Contacto conocía muy bien a su amiga. Sabía que no trataba de ser cruel, comprendió que no sabía nada de lo que había pasado.
Andrea volteó a verla. A pesar de que Contacto se había recuperado, sus ojos no brillaban como antes.
—¿Estás bien? —le preguntó con preocupación, frunciendo el ceño, hurgando en su mirada.
Contacto sonrió un poco, recargada de espaldas contra la mesa. Siempre extrañaba a su mejor amiga que parecía tan distante, pero en momentos como ese sabía que estaba ahí. Nadie más hubiera sido capaz de darse cuenta de que algo andaba muy mal en ella con un solo vistazo. Sin embargo, dadas las circunstancias, no podía decirle nada.
—De maravilla. ¿Cómo estás tú? Parece que tienes una buena noticia —comentó, dirigiendo la atención de su amiga hacia otro asunto.
Andrea se sonrojó.
—¿Viste a Juanjo? ¿qué te dijo?
—No me lo dijo, yo lo sé.
Andrea se quitó los guantes de laboratorio y se llevó las manos al rostro, aquella circunstancia la sobrepasaba. Contacto podía percibir su emoción, a pesar de que trataba de contenerla. Se acercó a ella y la abrazó como hacía mucho no podía, aún cuando había querido hacerlo con tantas ganas, como necesitó hacerlo tantas veces. Andrea lloraba muy emocionada. Apenas pudo decir «Vas a ser tía».
La mujer de negro comprendió que no era el momento de dejarla sola con el proyecto. Había hecho una promesa, un juramento. Tendría que seguir adelante, cumplirlo, a pesar de que estaba atravesando por un infierno.
—Muchas felicidades —repuso sin soltarla, con los propios ojos llenos también de emociones, varias que Andrea no imaginaría; nunca podría comprender lo que aquello significaba para la mujer de negro.
Contacto se despidió y salió del laboratorio y de la organización. Corrió a plena luz del día hacia los acantilados de la carretera, junto al mar, que eran barridos por la brisa. Observó el océano desde arriba. Deseó saltar para que se la tragara la marea y que no quedara recuerdo de ella. Pero no podía irse ni dejarlo todo, ahora que Andrea estaba esperando un bebé. Tenía colgadas del cuello, entre su piel y el traje, las placas de las que no podía deshacerse, y que no sabía lo que decían.
El tiempo avanzaba y el proyecto no lograba producir el suero. No podía depositar ahora esa enorme carga en manos de su amiga. Tendría que seguir, era lo correcto. No sabía cómo, porque estaba devastada. No creía tener la fuerza para ello, pero debía hacerlo. No sabía si podría confiar en alguien otra vez. Cerró los ojos y dejó que el viento se estrellara sobre su cara.
El horizonte estaba cubierto por oscuras nubes, como su corazón, como el futuro.
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