Hilo de sangre. Capítulo 32.

Diez meses desde la desaparición de Andrea

Lunes, en el cementerio, 19:53 horas

Miguel corría como loco. La sangre fluía sobre su rostro y le resbalaba por el cuello: casi le nublaba la vista. Su pecho comenzaba a silbar. Sacó su inhalador del bolsillo de la chamarra y aspiró un par de nebulizaciones por la boca. En el brazo derecho tenía otra herida, cubierta por un vendaje ensangrentado. Minutos antes, se había bajado del taxi, lanzándole un billete al conductor sin esperar el cambio.

El cementerio ya estaba cerrado, por lo que saltó la verja con gran dificultad. Fue deprisa hacia una colina cercana, donde estaba el sepulcro de su prima Andrea. Buscó junto a la lápida, en el lugar donde ocultó aquello tan preciado hacía un par de horas, pero no lo encontró. Buscó de nuevo. No estaba ahí. Pensó que quizá se hubiera equivocado de lugar, pero no: el objeto ya no estaba. Se levantó y corrió nuevamente hacia la salida del camposanto. Comenzaba a oscurecer. Recordó lo ocurrido hacía poco tiempo y le temblaron las rodillas.
«¿Me estará siguiendo esa mujer aún?» se preguntó. Huía, aterrado. No estaba seguro, pero comenzó a marcar el número de Gabriel Elec.

Lunes, 17:45

Quizá tener la placa le salvaría la vida; sin embargo, parecía que conservarla también podía costarle la misma. No la entregaría, pero tampoco la llevaría consigo. Se había rociado un bote completo de lidocaína en el antebrazo. Luego, con su navaja de niño explorador empapada en alcohol, se hizo una incisión superficial, de la que sacó un pequeño rectángulo negro.

Tembloroso, observó el cuadro oscuro y brillante. Se vendó el brazo y salió del elegante departamento que le prestó la organización. Era necesario que se la quitara de encima porque la persona con la que iba a encontrarse podría reclamarla. Era la única que debía tener suficiente información sobre ese objeto.

No sabía el grado de vigilancia que mantenían sobre él, ni todo el caos que desataría con una simple acción, con un pedazo de silicio. Se sentía mal, le dolía el estómago. Salió discretamente, pero deprisa, con una chamarra enorme. Le levantó el cuello y trató de ocultarse el rostro. Antes que nada, debía esconder la placa. No tenía precisamente un plan, pero pasó cerca del cementerio. Fue a la sepultura de su prima. No la puso en el nicho de cristal donde había dejado el mensaje gracias al cual lo contactaron. La pegó sobre la base de la lápida con cinta gris, y la cubrió un poco con tierra. No se veía a nadie a su alrededor, estaba seguro.

Semanas atrás

Miguel trató de comunicarse con la mujer de negro. Estaba obsesionado, deseaba mucho tener las dos placas para leerlas juntas y revelar lo que contenían. No tenía la menor idea de lo que resguardaban, pero sabía que era algo muy importante. Intentó ponerse en contacto por medio de su elemento: la red. El esfuerzo no dio frutos. Obtuvo una imagen de la cámara en la que la había visto, la amplió y preguntó por ella a un par de colegas del centro de servicio. Nadie pudo darle alguna pista. Intentó enviarle mensajes desde la cuenta de correo que le perteneció a Andrea, pero éstos rebotaban. Parecía que la mujer ya no utilizaba el que tuvo cuando estudiaba en la universidad. Buscó información por todas partes sobre ella y todo había desaparecido. Obviamente alguien no quería que la encontraran. Entonces pensó que sería más fácil si dejaba "migajas" en el camino; si colocaba información de sí mismo en algunos lugares estratégicos, con la esperanza de que ella la encontrara. Lo último que se le ocurrió fue dejar mensajes en la tumba de Andrea. Si ella fue la conexión entre ellos, quizá la mujer del traje extraño los hallaría de esa manera.

Diez meses desde la desaparición de Andrea, lunes, 15:30

Contacto marcó al número de celular que encontró en el nicho que estaba junto a la lápida de Andrea.

—¿Hola? —contestó un chico.

—Miguel. Habla... la amiga de Andrea —dijo.

—Hola. Al fin llamas. He tratado de encontrarte, tenemos que hablar. Debemos reunirnos en alguna parte —respondió.

—Puedo verte en donde tú me digas. ¿Dónde estás? —inquirió ella.

—Cerca del centro, trabajo en un despacho de servicio de la OINDAH —aseveró Miguel.

—¿Trabajas en la organización? —preguntó la mujer de negro.

—Sí, es una larga historia. Andrea me contó que tú también, aunque no te encontré en los registros —comentó el primo de su amiga.

—Posiblemente aparezca en el sistema como Contacto. Es el nombre de mi cargo.

—Oh, claro. Bien, te parece si nos vemos en... —comenzó él.

—Espera —dijo la mujer—. Encontrémonos donde tu prima decía que era el eje del planeta. ¿Conoces el lugar?

—Uh, sí, claro —replicó el chico. Al recordarlo se sintió un poco harto; Andrea estuvo un tiempo obsesionada con ese sitio, un monumento que le encantaba.

—Puedo ir a verte en este momento —indicó Contacto.

—Mejor más tarde. Debo hacer algo antes. ¿Como a las siete te queda bien? —preguntó él.

—Perfecto. Ahí nos vemos —respondió la de negro.

Miguel observó el teléfono móvil tras haber colgado. Recordó cuando perdió el anterior en un bar, una noche, meses atrás. Afortunadamente ahora trabajaba en la OINDAH, ya que le proporcionaron uno nuevo con todos los servicios pagados, incluso el de geolocalización, con lo cual era menos probable que lo perdiera otra vez.


Lunes, 18:53

Cerca del centro


Después de haber dejado la placa en el cementerio, Aster acudió al lugar de la cita. Acordaría con la mujer la lectura del objeto tan preciado, pero ella debía entender que no podría dárselo por ahora. Tendría que comprender que su vida dependía de eso. No obstante, al mismo tiempo haría lo correcto, le explicaría cómo había llegado a sus manos. Y quizá así convencería a esa mujer para que le diera la otra placa, que sin duda ella tenía. Recordaba que, antes de la horrible noche de su deceso, Andrea estuvo distraída, preocupada. Nunca le explicó por qué, pero creía que se trataba de su novio, Harry. Así, el día antes de la tragedia, cuando se le cayó la cadena del cuello, ni siquiera lo notó. Cuando ella salió corriendo de su departamento, él vio el rectángulo translúcido sobre el piso. Intentó devolvérselo el día que todo ocurrió, pero ella estaba peleando por teléfono. Hizo varias llamadas. Luego se marchó corriendo y no pudo decirle nada. Le hablaron más tarde del Hospital General. Ahí se enteró de que le habían disparado y de que el ataque iba dirigido al novio.

Miguel llegó antes de la hora pactada al conocido monumento, una bella escultura sobre una columna. Alguien le tocó el hombro. Se dio media vuelta esperando ver a la amiga de Andrea, pero en su lugar se encontró con la Pesadilla, quien lo tomó del brazo para hacerle una discreta y fuerte llave en la muñeca y arrastrarlo hacia un callejón cercano. Una vez lejos de miradas indiscretas, le propinó un cabezazo que pretendía noquearlo. El golpe de Eris no le dio directamente, giró un poco la cabeza y recibió el impacto en los lentes de pasta que al partirse, rasgaron su piel. Sintió cómo la sangre le comenzaba a escurrir por su rostro y se desplomó.

Aunque Aster se tiró al piso, sólo aparentaba estar inconsciente, era algo que aprendió desde temprana edad para escapar de las golpizas de otros chicos en la escuela. Eris se acercó y comenzó a catearlo. Lo palpó por completo y revisó su ropa sin encontrar nada. Levantó el vendaje en su brazo y vio la herida. Se puso de pie y le dio la espalda un instante. Él esperó sólo un momento a que ella se descuidara, necesitaba que ella se alejara unos metros más hacia la entrada del callejón para salir corriendo. ¿Qué estaba haciendo allí? ¿Cómo se enteró?

Contacto llegó a la hora acordada, de modo que no pudo ver lo ocurrido un poco antes. Arribó de la forma usual, por las alturas.


Misma ubicación, lunes 19:00

La mujer de negro llegó a la hora en punto. Se quitó el DDC y lo puso a su lado en el alto lugar en el que estaba. En vez de ver al primo de su amiga, divisó a la Pesadilla saliendo de un callejón cercano. Nunca olvidaría esa cara. Supo que algo estaba muy mal. Justo cuando se preparaba para bajar, un chico salió corriendo del mismo lugar con la cabeza ensangrentada. Entonces ella dio un salto desde la orilla del edificio de dos pisos de altura y fue detrás de él. No podía hacer gran cosa porque muchos transeúntes se encontraban en los alrededores. Ya se había expuesto demasiado, pero esperaba que nadie lo hubiera notado. Trató de cruzar la calle, con el objetivo de atravesarse en el camino de la Pesadilla. Entonces se percató de que dejó el casco en el techo.

Miguel seguía corriendo, alejándose del lugar. La mujer de negro y la Pesadilla estaban en aceras opuestas. Se observaron por un momento y ambas salieron detrás de él, una a cada lado de la calle. Contacto no podía volver por el DDC, pero necesitaba urgentemente pedir refuerzos. Él subió a un taxi que pasaba, el cual arrancó de inmediato.

La Pesadilla se montó en una motocicleta estacionada un poco más adelante y fue hacia Miguel haciendo rugir el motor. Contacto los seguía a pie, a una velocidad imposible para otro ser humano. Cruzó la calle y saltó varios metros hacia la mujer en la motocicleta, y aunque ésta frenó de manera abrupta, alcanzó a derribarla. La Pesadilla rodó por el pavimento, y se quedó inmóvil. La mujer de negro cayó en cuclillas. Se acercó para revisar los signos vitales de Eris: tenía pulso y respiraba. No sabía si estaba herida o conmocionada, pero era muy probable: no traía casco. Pidió auxilio a algunos curiosos que comenzaban a congregarse alrededor de la escena. Se quitó la chamarra que tenía un desgarrón y se la puso encima a la mujer inconsciente a la altura del pecho.

—¡No la muevan, llamen una ambulancia y a la policía! —clamó. Esa mujer era un problema, tendría que confesar, pero debía sobrevivir primero, quizá se le había pasado un poco la mano.

Contacto quería solicitar apoyo pero tenía que alcanzar al chico, así que tuvo que dejarla tirada ahí. Aunque el taxi de Miguel se confundía con los otros autos, logró distinguirlo. Éste esquivaba a los demás vehículos para alejarse deprisa. Lo seguiría a discreción, ya que la motocicleta estaba dañada y le sería más fácil esquivar el tráfico pesado a pie.

Aster pensó que la mujer con la que se citó ese día tendría algo que ver con la gente de De Lois, pues no comprendía cómo lo encontró Eris. O quizá acosaban a la chica del raro traje, como lo hicieron con su prima. Decidió que no debía seguir con el plan de encontrarse con ella y fue por aquello que ocultó. Trataba de controlar su pánico y la sangre que fluía de su frente.

—¿Lo llevo al hospital? —preguntó alarmado el conductor, con la esperanza de que no manchara el asiento.

—¡Vamos al cementerio, rápido! —respondió.

El conductor hizo cara de que aquello parecía una broma.

Contacto cortaba aquí y allá, pero de pronto supo a dónde se dirigía el primo de Andrea. Lo siguió principalmente por arriba, evitando el nivel de la calle para no ser vista. Era el mismo recorrido que hizo en el auto de la organización, casi un año atrás, cuando todo cambió. Aster llegó un poco antes que ella al cementerio. Lo vio de lejos, mientras saltaba de un techo a la calle.

La mujer estaba a punto de ingresar, cuando tuvo una extraña sensación. Era un aroma inconfundible. Sintió la urgente necesidad de seguir aquel rastro. Éste la condujo a la sepultura de Andrea en el mismo instante en el que el aterrado Aster volvía hacia la salida que estaba cerrada. Lo vio de lejos, como en cámara lenta.

En ese momento, una camioneta oscura con vidrios polarizados golpeó y derribó la reja de la entrada a gran velocidad; se detuvo justo junto a él; la portezuela se abrió y el chico, que fue arrastrado al interior, dejó tirado el celular que traía en la mano. El auto huyó a toda velocidad.

Miguel estaba en shock. Le pusieron una capucha negra y sucia sobre la cabeza. No se atrevió a resistirse por temor a que lo golpearan. Poco después lo pensó: el moderno celular que usaba todo el tiempo se lo dieron en el trabajo. Y el trabajo lo consiguió por Eris.

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