Fragmentos. Capítulo 21.
Ocho meses después de la aparición de Andrea
9:04 pm
Contacto corría desesperada por las alturas, con el DDC puesto. Se había subido a un taxi afuera del bar en el que conversó con la mercenaria de De Lois, Eris algo. Bajó a algunas cuadras del lugar en el que se reportó el incidente y ahora se acercaba por arriba. La operadora del CDA seguía emitiendo información. La joven trataba de pensar, pero estaba demasiado preocupada.
Y la extraña noche que apenas comenzaba quizá terminaría de forma aún más rara.
Le avisaron mediante el DDC que un comando armado había entrado a uno de los centros de servicio de la OINDAH sin razón aparente, justo en el momento en el que ella estaba hablando con la muy maquillada mujer en el antro. Habían tomado rehenes. En esos instantes, un equipo del CDA estaba comenzando a negociar. Contacto estaba muy confundida. El centro que habían atacado era en el que trabajaba Miguel Aster, aunque en esos momentos no se encontraba ahí.
—Acaba de haber un intercambio de rehenes por un elemento del CDA —reportaba uno de los caballos en el sitio—. El subdirector de seguridad que viene hacia aquí no lo autorizó, pero los intrusos se retiraron con él en custodia, a bordo de un vehículo. Se dirigen por la calle poniente veintitrés a la altura de la oriente cinco. Tendremos que hacer un seguimiento discrecional, dijeron que si ven que los seguimos habrá consecuencias.
9:37 pm
Contacto estaba justo enfrente del lugar, veía la camioneta desde arriba, y comenzaba a seguirla. Tendría que hacerlo de forma potente si quería alcanzarla, muy concentrada y sin abrir la boca para aprovechar de forma eficiente todo el oxígeno que pudiera entrar en sus pulmones.
Seguía escuchando la transmisión: «Los rehenes recuperados informan que elemento secuestrado se intercambió de forma voluntaria».
La mujer de negro pensó de quién se trataría. Eso mismo preguntó Harry que acababa de arribar al lugar del problema.
«Ader Acuña», dijo la operadora.
«Carajo», pensó ella. No podía perderlos de vista. El transporte se detuvo debajo de un puente un instante y salieron dos vehículos de debajo de éste con rumbos opuestos.
—Harry, el carro del secuestro se dirige hacia el norte, acaba de salir de abajo del paso a desnivel de la avenida Héroes —exclamó ella.
—¿Los estás siguiendo?
—Les dejo la persecución de la camioneta. Luego te explico.
10:23 pm
Tenía una corazonada. Fue tras el otro automóvil, un sedán negro. Sus músculos estaban calientes por las dos fuertes persecuciones casi continuas, pero no sentía nada parecido al cansancio. Estaban acercándose a una parte vieja de la ciudad, en la que había fábricas textiles de 1940. El auto entró al largo patio de una de ellas, a través de un portón metálico junto al cual había otra puerta más pequeña. Ella saltó del techo vecino a la alta barda que circundaba el predio. Desde ahí pudo ver cuando bajaron al chico y se adentraron en la construcción.
Ya en un estado de reposo, Contacto tuvo que tomarse un instante para estabilizar su ritmo cardiaco.
—Puente, comunícame con Gabriel Elec— dijo lo más calmada que pudo.
—Aquí Elec, cambio —respondió casi sin demora.
—Aquí Contacto, estoy en el lugar en el que se encuentra retenido Ader Acuña del CDA. He visto seis hombres armados, no sé si haya más.
Con el comando visual del DDC compartió ubicación y video con el Lector. Usó el visor nocturno del dispositivo ya que estaba muy oscuro.
—Gabriel, hace unos minutos me encontré con la Eris que agredió a Miguel Aster. Me propuso un intercambio, sus cómplices quieren algo que tengo en mi poder. Le dije que no pensaba negociar y pasa esto. Creo que los eventos están relacionados.
—¿Estás a cubierto?
—Sí.
—Permanece en posición, voy en camino. Los agresores dejaron un mensaje. En efecto, proponen un intercambio pero no dijeron de qué.
—Espero. Fuera —dijo ella.
Ahora nada más faltaba que mataran al sobrino del director de la OINDAH literalmente por su causa. Siguió escuchando sobre el curso de los acontecimientos en el canal del CDA, encontraron la camioneta abandonada y vacía, y los Alfa habían indicado a los caballos que suspendieran la búsqueda. Contacto rechazó un par de llamadas de Harry. No tenía sentido involucrarlo en aquello. En vez de eso, le respondió con un mensaje que decía: «No te preocupes, me comunicaré pronto».
La mujer recapituló. La gente de De Lois sabía de la existencia de las placas y que ella las tenía. Pero ellos tenían a alguien a quien había prometido proteger. Se preguntaba cómo rayos habían llegado a eso, parecía todo demasiada coincidencia.
Mientras tanto, buscaba formas de ver lo que ocurría al interior del edificio. Enormes máquinas le impedían ver lo que pasaba a través de las ventanas ubicadas a gran altura, como las del gimnasio del CDA. Vio a los mismos seis tipos que parecían estar armados, pero el chico no estaba a la vista.
El Lector arribó a la escena por la escalera de emergencia de un techo contiguo. Tratando de ser discreta, ella llegó hasta donde él se encontraba.
—¿Qué vamos a hacer? —exclamó la mujer —¿Vendrán refuerzos?
—Están cerca, pero no van a intervenir hasta asegurarse de que Acuña esté a salvo.
—No pienso ceder a sus demandas —replicó ella.
—¿Te pidieron las placas, no es cierto?
Ella lo observó como si le estuviera apuntando con un arma.
—Miguel Aster me lo contó todo la noche que apareció Andrea. Los directivos del proyecto tienen conocimiento de esto. Es nuestro deber proteger todo lo relacionado con eso —replicó serio y amable.
—Sí me pidieron las placas, Lector, pero no puedo dárselas.
—Ellos no tienen forma de saber si les damos las auténticas, podríamos buscar la forma de entregarles un señuelo.
—No sé qué tanto podamos arriesgarnos, ni cuanto tiempo tengamos —contestó la mujer.
—Pues hay que hacer algo pronto, aún no saben que estamos aquí —repuso Elec—. Ahí adentro hay gente que nunca podría ser vinculada con De Lois, y que seguro tienen instrucciones precisas.
—Déjame ir por el chico.
—Esperan que tú tengas las placas contigo. Yo las llevo —dijo él.
—¿Estás loco? — susurró Contacto.
Ambos estaban en cuclillas, apostados contra un muro bajo en el techo de un edificio, con los DDC respectivos en las manos.
Contacto lo observó con gran recelo. Se abrió el traje unos centímetros, se quitó la cadena y la puso en la enguantada mano del Lector.
Él se colgó la cadena y la observó con seriedad.
—Voy por el frente, tu ve por atrás. Evaluaremos la situación antes de hacer cualquier movimiento.
—De acuerdo — respondió ella.
Ambos se pusieron los cascos y la mujer se levantó de pronto. Corrió por la cornisa y saltó en silencio al techo del lugar en el que estaba Acuña. Sabía que Elec la estaba viendo, pero era un salto creíble.
Algo estaba mal. Todo eso lo estaba. Recorrió el techo y se asomó hacia abajo por la parte de atrás del edificio.
Vio a un par de hombres armados con comunicadores en la cabeza, custodiando la entrada posterior. Se reportaban de manera constante, así que no podría atacarlos; los de adentro sospecharían que algo extraño estaba sucediendo. Además, no debía ponerse en evidencia frente al Alfa.
Encontró una ventila de un lado del edificio. Se dejó caer la altura de un piso hacia una saliente de pocos centímetros y tuvo que detenerse de una fila de de ladrillos con las puntas de los dedos para evitar llegar hasta el suelo. Le gustaba la arquitectura vieja, los adornos eran útiles para moverse por afuera de los inmuebles. Usó el borde para desplazarse, agachándose para evitar ser vista desde adentro e ingresó por la ventana.
Elec era un buen escalador, bajó por el frente del edificio usando la pared y otros elementos para llegar al nivel del piso. Atravesó el largo patio en la parte de afuera que tenía muy poco lugar para ocultarse. Avanzó deprisa, pegado a la pared. Estaba seguro de que podría acercarse a la nave principal que era un largo galerón sin ser descubierto, cuando dos potentes reflectores iluminaron su posición. Había un sensor de movimiento. Trató de huir del rango del mismo, pero había otro y otro más adelante. Todo el espacio abierto era como un campo minado de detectores de movimiento. Levantó las manos y caminó así hasta el centro del patio.
—Vaya —dijo alguien a quien él conocía—. Esperábamos a una chica —replicó la voz que procedía de la persona vestida con un uniforme militar que se acercaba a él. Usaba un pasamontañas—. Estás atrapado, jefe —le dijo al Alfa vestido con el lustroso y ajustado traje negro—. Parece que lo lograste, pero eso puede cambiar —susurró quien lo interpelaba.
Él apretó la mandíbula.
—¿Dónde está...? —dijo quien tenía a Elec contra la pared, justo cuando los reflectores se apagaban de pronto. Nadie podía ver lo que sucedía, sus pupilas apenas se acostumbraban a la oscuridad. En ese momento, se escuchó una potente explosión en el interior del lugar y un fuerte golpe en una de las puertas al frente de la nave, a unos metros de ahí.
—¡No disparen! —ordenó en su comunicador la persona que dirigía la operación.
En ese momento, el Lector fue arrastrado con enorme fuerza del brazo, hacia la entrada que daba a la calle. Era Contacto. Al final del predio, ella, que traía al sobrino del Director de la OINDAH, hizo a Gabriel a un lado para patear la vieja portilla metálica que literalmente se zafó de los oxidados goznes. No había nadie custodiando esa entrada. «Gran error», pensó, mientras huía seguida de Gabriel, con el caballo en brazos que parecía haber sido drogado.
Corrían por la calle buscando alejarse del rango de tiro de quienes pudieran perseguirlos. Escuchaba al Lector reportar mediante su dispositivo, pidiendo refuerzos. En un par de minutos, tres camionetas negras de la OINDAH llegaron desde distintas direcciones. Elec y Contacto abordaron una que se retiró de la escena a toda velocidad.
—Parece estable, vamos al hospital —le dijo al conductor el hombre del traje negro revisaba los signos vitales del elemento que estaba sobre el piso de la camioneta.
—Necesito que me devuelvas...
Él abrió el cuello de su traje y le entregó la cadena. Ella se acercó las placas al rostro con algo de discreción y reconoció el aroma remanente de su sangre sobre ellas.
—Debo ir a la organización ahora —dijo.
—En cuanto nos dejen en el hospital, este mismo vehículo puede llevarte. ¿Me dirás qué fue lo que pasó ahí? —le preguntó a Contacto.
Ella hizo cara de susto, seguía temblando.
—Tuvimos mucha suerte. Pero dudo que sea así siempre, tienen que encontrar la manera de detener a esa gente.
—Estamos trabajando en eso —aseveró él.
—Eso espero —replicó ella, incrédula.
11:40 pm
En el laboratorio
Contacto volvió a la organización en la camioneta en la que habían huido de la escena, tras dejar al Lector con Acuña en el hospital. Ella tenía tres pequeños pedazos de metal clavados en la espalda, debido a que se había interpuesto entre la explosión de una granada de fragmentación y el sobrino del Director de la OINDAH. Le había quitado la bomba a uno de los hombres justo después de haber bajado todos los interruptores de luz que encontró en la planta baja cerca de donde estaba el caballo; lanzó el artefacto como a veinte metros en el interior del enorme local para usarlo como distracción.
Ella nunca había hecho una cosa así, no era para nada como se veía en las películas. Estuvo alterada y ensordecida unos minutos por el estallido. Como aprendió en su entrenamiento, tras haber arrojado el aparato, trató de agacharse lo más que pudo hacia el suelo, pero el sobrino del director estaba acostado sobre una superficie como de un metro de altura, así que apenas tuvo tiempo de sostenerlo y cubrirlo con su cuerpo.
Debido a la distancia y a sus características personales, las esquirlas apenas habían penetrado algunos milímetros en su carne. No lograría sacárselas sola, pero tampoco hubiera podido buscar ayuda médica en el hospital, así que se dirigió al laboratorio con el DDC en la mano. Estaba molesta, no lograba comprender cómo había escalado todo hasta llegar a eso.
Entró a la sala de exploración y se encontró con Andrea de frente. Era lo último que necesitaba, su desdén, al que no lograría acostumbrarse jamás. Los investigadores se turnaban las guardias de noche y tenía que ser precisamente aquella en la que le tocara a su ex amiga estar ahí. Ya había tenido bastante en una jornada. Contacto suspiró.
—Volveré después —pensó en voz alta. Dio media vuelta, pero la científica la llamó.
—¿Qué tienes en la espalda?
La joven de negro agachó la cabeza y regresó sobre sus pasos.
—Buscaba a alguien que pudiera ayudarme.
—Siéntate en la mesa de exploración —le ordenó seca.
Contacto lo hizo, además de una mueca de inconformidad fuera de su vista.
La especialidad de Andrea no era la medicina, pero encendió la lámpara y la dirigió hacia la mujer del traje. Se puso unos guantes de látex y comenzó a palpar con delicadeza alrededor de los objetos metálicos, que sobresalían unos milímetros.
—¿Cómo ocurrió esto?
Ella no sabía qué responder. Se sobó el rostro con la mano.
—¿Te duele? —le preguntó Andrea, que no había sonado ni remotamente preocupada por ella en meses.
—No es eso.
—¿Entonces?
—No puedo decírtelo aquí —musitó.
La joven investigadora se dirigió a otra parte del laboratorio y volvió con su compañera de guardia, que sí tenía instrucción médica.
Revisaron las heridas. La doctora tomó unas pinzas y con las manos también enfundadas en delgados guantes palpó los fragmentos y los retiró con el instrumento. El traje estaba sujeto a su piel por las astillas, como si estuviera engrapado. Los fragmentos eran más grandes de lo que parecían. Los depositó en una charola. Después, le dijeron que se bajara el traje hasta la cintura. Tras hacerlo, Contacto cruzó un brazo sobre su pecho y puso la otra mano sobre la cadena que colgaba de su cuello, evitando que alguna de las dos investigadoras pudiera ver lo que pendía de ella.
—Haremos un lavado antes de que se cierren las heridas —dijo la médica que utilizó una jeringa grande sin aguja para irrigar y después aplicó un antiséptico tópico que sabía que no necesitaría. Las lesiones cicatrizaban con rapidez.
La doctora presionó el punto sobre una de las costillas de su espalda en el que estuvo clavado un fragmento y que estaba particularmente sensible. Utilizó el ecógrafo portátil para revisar la zona y conservar evidencia gráfica.
—¿Del uno al diez, qué tanto te duele esto?—preguntó presionando sobre la costilla con el transductor y pidiéndole que respirara profundo.
—Como tres. Cuatro —respondió la mujer tras reaccionar de nuevo al puntual toque doloroso con una contracción involuntaria.
—Sí, parece que hay una fisura aquí, pero no hay nada que podamos hacer con esta lesión —afirmó la doctora señalando la pantalla—. Nada más pondré vendoletes en las heridas para que no queden bordes.
—Yo lo haré —dijo Andrea.
—¿Segura? —preguntaron las dos al mismo tiempo.
—Sí.
La médica le dijo a la joven que necesitarían valorarla de nuevo en veinticuatro horas para comparar la ecografía posterior con la que le había hecho. Le recomendó que reposara hasta entonces, cosa que la mujer no pensaba hacer.
Andrea y Contacto se quedaron solas otra vez en la sala, que en dirección a los pies de la mesa de exploración tenía un enorme espejo, tras el cual había otro pequeño espacio, a modo de cámara de Gessel. La bioquímica trabajó rápido para que la cicatrización no fuera más veloz que las curaciones.
—Muchas gracias. No tenías que hacerlo —dijo la mujer de negro.
—Necesito saber qué fue lo que pasó —susurró Andrea, de forma casi inaudible.
Contacto asintió. Se puso el traje otra vez, el cual tendría que llevarle a Laborus para que lo revisara y salió del lugar.
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