Epílogo
El tiempo siguió su perenne curso. Algunas cosas cambiaron en la organización. Otras no. De Lois, a pesar seguir luchando por alcanzar la Dirección General de algunas maneras correctas y otras no tanto, no lo consiguió jamás. Años después, Mateo Gil, el antiguo director del CDA, obtuvo el puesto.
Los Alfa trabajan como siempre lo han hecho, protegiendo a la organización de diversas amenazas internas y externas. Sólo se ven rastros aquí y allá de su oculta existencia.
Casi todos los integrantes de la inteligencia siguen en servicio, incluyendo a Helena, a Eris, y otros tantos, de los que a veces encuentran rastros en las historias de ficción y de los que sólo se conocen sus nombres clave.
Las Fuerzas Especiales siguen en funciones, pero su director fue destituido después de la última noche de Contacto y debe conformarse con seguir siendo parte del equipo. Cuando Mateo asumió la Dirección General, decretó que ese grupo debía integrarse al CDA y servir a la OINDAH sólo bajo sus órdenes.
A veces, Harry creía que se había vuelto insensible sin remedio, y que todo lo que hubo dentro de él se extinguió: su bravura, su ímpetu, su compromiso. Poco a poco fue retomando su vida y volvió a lo cotidiano. Harry sigue realizando trabajo administrativo e instruyendo a los cadetes; Manuel, el Perico, que ya era formalmente el director del CDA, lo vio un año después de lo ocurrido en el techo, y lo hizo volver al comando como Contacto se lo pidió la última vez que se vieron. A veces, Harry rescata chicos de las calles a través de la OINDAH para llevarlos a la academia y darles la oportunidad de tener un camino, una familia, como él.
Ni Manuel ni nadie, más que un selecto grupo de personas, sabe a ciencia cierta lo que fue de aquella mujer, pero el ahora director del CDA imagina por lo que ocurrió con Jacobo, que no fue nada bueno.
Varios años después de la partida de la de negro, Harry encontró en un armario el saxofón alto que le regalaron sus abuelos cuando era apenas un niño. No había vuelto a tocar uno desde lo ocurrido en el techo de la organización, tenía poco de haberlo retomado, pero su música no sonaba igual.
El aire cálido de una noche de verano entraba por la ventana, que siempre estaba abierta, por costumbre. Harry comenzó a tocar. Al principio, le arrancó al plateado objeto un par de simples notas, que se fueron convirtiendo en una melodía profunda y emotiva con la que se conectó, como hacía tanto no ocurría. Cerró los ojos en el arrebato de inspiración, tocando de forma apasionada.
De pronto, tuvo la sensación de no estar solo.
Parpadeó, pero no vio nada. Dejó el instrumento y dio media vuelta. Abajo, frente a él, había algo que antes no estaba ahí. Se agachó para tomarlo entre sus dedos.
Se trataba de una tarjeta hecha con un material claro, como las de presentación. De un lado, tenía algo escrito a mano:
Lo que se hizo una vez, puede hacerse dos veces.
Del otro lado, decía sólo C.
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