En la tormenta. Capítulo 1.
AÑO CERO DEL PROYECTO EN LA ORGANIZACIÓN INTERNACIONAL DE ASISTENCIA HUMANITARIA
La noche de la desaparición de Andrea
Llovía a cántaros. La sala de emergencias del hospital general estaba atestada de gente, pero el joven de lacio cabello castaño, vestido con el uniforme operativo del Comando de Apoyo no la veía. Apenas podía estar sentado en la orilla de la banca, recargando los codos sobre las rodillas, echado para adelante, mientras golpeaba con nerviosismo el blanco y pulido piso con el talón de la bota de tipo militar.
Tenía las manos entrelazadas y el rostro recargado sobre ellas. No era la primera vez que esperaba noticias en un hospital de un elemento caído en el cumplimiento del deber, pero en esta ocasión la víctima del operativo había sido Andrea, que no tenía nada que estar haciendo en la escena. No entendía cómo ni por qué había llegado ahí.
La angustia no lo dejaba respirar bien. Recordaba cuando había muerto su abuela en ese mismo lugar, años atrás. Ella lo crió como si fuera su madre. Su amigo y colega Manuel, a quien apodaban el Perico por su nariz aguileña, había llegado al lugar igual que medio centenar de uniformados del Comando de Apoyo. Echó al elemento que estaba sentado junto a Harry, se ubicó ahí y le puso la enorme mano en el hombro. Dirigió la mirada hacia las mangas grises de aquel, manchadas de sangre; aún portaba el negro chaleco antibalas que también era parte del uniforme.
—Todo va a salir bien —musitó. No se atrevió a decirle nada más.
Harry se limitó a asentir un poco con la cabeza y a resollar. Pensaba en ella, en sus ojos color avellana y en la sonrisa que le dirigió minutos antes, a pesar de la herida de bala, en cómo aferraba su mano con fuerza hasta la entrada del pabellón de emergencias al cual, a pesar de su cargo en la Organización Internacional de Asistencia Humanitaria y de su entrenamiento médico, no le permitieron pasar.
Los caballos, como le decía la gente al personal del CDA por el logotipo de caballo de ajedrez bordado en los uniformes del grupo, jamás habían visto tan ofuscado al subdirector operativo, era un contundente comandante. El equipo de Harry estaba conformado por otros cuatro elementos que esperaban cerca, preocupados. Todos los demás se encontraban ahí como apoyo moral, por la fraternidad que vinculaba a los integrantes de esa corporación.
No habían transcurrido ni siquiera dos horas desde el incidente acaecido en la bodega del muelle.
Una mujer como de cuarenta años, de cabello corto que portaba una bata blanca sobre la ropa, salió por el pasillo que conectaba la sala de atención con el área de espera. Era la jefa de urgencias. Aferraba con fuerza la plateada carpeta metálica para expediente clínico en el brazo. Harry se levantó de improviso al verla y fue hacia ella dando grandes zancadas, seguido por Manuel. La doctora lo observó muy seria, tenía mucha prisa por decirle lo que debía, por ello no lo llamó a un sitio privado como hubiera sido lo más adecuado. El personal del CDA los rodeó sin darles espacio para la privacidad.
—Lo lamento mucho, hicimos todo lo que pudimos...
El comandante sintió que el piso se abría bajo sus pies y que caía sin remedio en un profundo abismo. No podía escuchar las expresiones de asombro y pena de quienes lo rodeaban, ni los gritos de Manuel, ni la desgarradora exclamación que salía de su propia garganta.
El Perico lo aferró con ambos brazos mientras Harry forcejeaba para liberarse, tratando de golpear la pared con los puños.
No pudo notar que el alto y fornido hombre moreno que lo contenía lloraba igual que él, igual que el cielo esa noche.
Pero a veces, la realidad es más complicada de lo que parece.
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