El foso. Capítulo 53.

Seis años, siete meses y tres semanas desde la aparición de Andrea

En la mansión

No era algo de lo que Di Maggio quisiera estar seguro. Deseaba que su anhelo de venganza siguiera siendo la fuerza de su vida... Hasta que se descubrió pensando en tocar esa piel forrada con el estúpido traje negro. O cubierta con el vestido azul que tanto trabajo le costó a Aurelio descolgar del candelabro del recibidor. Aquel beso lo había afectado mucho más de lo que hubiera podido suponer, mucho más de lo que hubiera querido aceptar.

Por eso, aquella noche, escasos minutos después de que casi se batió en un duelo con el maldito Alfa, se retiró con Helena de la fiesta y pernoctó con ella. La rubia lo había interceptado en cuanto lo vio volver solo a la gala, y había insistido en estar con él, ya que ella también estaba sola. Giorgio y su asistente siguieron tomando champaña de la cava de la mansión hasta casi perder el conocimiento.

Contacto le había dicho que no había podido superar al Agente. Por favor, si era sólo un fantoche. Y él, tan dañado, era capaz de desear todavía. Sin embargo ceder, doblegarse, no estaba en su naturaleza. Por lo general las mujeres habían caído siempre a sus pies y le pedían que hiciera lo que quisiera con ellas. Las más hermosas, las más brillantes. Por poco ella casi no era un ser humano, era una aberración, un error. Pero la entendía bien, y sabía que ella lo comprendía como nadie.

Aquella noche, en la que se veía casi como una mujer normal, pudo acabar de forma distinta. Ella, que ya le pertenecía de alguna forma, pudo ser suya de otra, una que deseaba y que odiaba desear. Y pensó que había jugado bien sus cartas, que le había dado al Agente un metafórico golpe en la nariz, pero volvió para restregarle que a pesar de todo, aquella seguía en sus manos.

Di Maggio se despreciaba por haber caído tan bajo. Quiso creer que era realmente su necesidad de controlar. Había creído que la necesitaba pero no era verdad. Le estorbaba. Su mera existencia había sido una causa de profundo dolor para él. Era seguramente otra forma de castigarse a sí mismo y debía librarse. Dejaría que ella se fuera con el Agente para que los Alfa siguieran manipulándola a su antojo, hasta destrozarla. Sabía que tarde o temprano, todo tenía que terminar. Los Alfa no habían podido acabar con ella aún, pero nada la salvaría de él, de su odio, nada podría evitar que cumpliera con su venganza.

No habían hablado sobre todo lo ocurrido aquella noche. Ella seguía yendo a verlo, se sentaba frente a él y permanecían horas juntos sin dirigirse la palabra. Él sentía que debía enfocarse, tenía que deshacerse de ella algún día, sólo necesitaba un pretexto, el cual seguiría esperando, aferrándose mientras tanto a una botella de whiskey, como tiempo atrás.


En la OINDAH

Contacto estaba en la organización antes de iniciar una ronda, cuando le informaron que había un alboroto en el lobby de la torre. Lo que encontró le causó una gran sorpresa. Giorgio Di Maggio, que había asistido a una de esas reuniones secretas del proyecto, estaba rodeado por seis integrantes de las fuerzas especiales vestidos con el uniforme color azul marino, encabezados por el Nexo. Parecía resistirse a que lo condujeran a alguna parte.

—¡Tanaka, llama a Gabriel Elec, dile que algo extraño sucede en el lobby, urge que manden a alguien aquí! —exclamó la mujer de negro habló en el DDC mientras iba deprisa hacia ellos.

Si los Alfa eran tan eficientes como para inmiscuirse en su vida, esperaba que hicieran su trabajo protegiendo a los integrantes del proyecto ya que se suponía que estaban enterados de ello para eso.

—¿Qué rayos está pasando? —preguntó ella después de quitarse el casco.

El Nexo le sonrió de una forma que le hizo sentir escalofríos y se le acercó para decirle en voz baja, mientras Di Maggio seguía forcejeando con los hombres y los veía con recelo.

—Vamos a interrogar a tu amigo sobre un atentado cometido hace varios años contra una científica llamada Andrea Martínez Aster.

Justo en ese momento, la mujer de los ojos color avellana llegaba ahí, alertada por la Dra. Díaz que había pasado cerca de la escena cuando abandonaba el edificio.

—¡Hela aquí! Parece que están todos en esto ¿eh? Creo que también tenemos que interrogarla a ella —clamó. La investigadora observaba la escena pasmada, sin saber qué decir.

—¿Con qué autoridad pretendes hacerlo? —inquirió Contacto dirigiéndose a los elementos para quitarlos de encima del director del proyecto.

—Tenemos pruebas que podrían incriminar a este hombre. Determinaremos si debemos solicitar la intervención de la policía. No es posible que se haya cometido un atentado y que nadie piense hacer nada jamás —se escandalizó el hombre musculoso, como si realmente le importara.

Contacto pensó que tenía una oportunidad para sacar a Di Maggio de ese problema, al menos, de forma temporal ¿Qué podrían hacerle si ella ni siquiera tenía nombre ahora?

—Si van a interrogar a alguien sobre eso, mejor que sea a mí —señaló la de negro con fuerte voz.

Varios caballos habían llegado también a la escena. Todos voltearon a verla.

—¿Acaso piensas que eso lo liberará de la responsabilidad? —preguntó el Nexo con sorna.

—No sé qué pruebas tienes, Nexo, pero si te refieres a lo que ocurrió en la bodega del muelle, Di Maggio no tiene conocimiento de eso —aseveró ella.

La científica había pensado que todo debió ser encubierto mucho tiempo atrás por la Dirección General. El Nexo la volteó a ver, ella temblaba.

—¿Es eso cierto, Andrea Martínez? —la increpó el líder de las Fuerzas especiales.

La joven miraba aterrada alternativamente a Giorgio y a su amiga. Conocía demasiado bien a Contacto, sabía lo que le estaba pidiendo con la mirada.

—¿Quién te disparó entonces? ¿Acaso esta Alfa cometió el atentado? —inquirió el Nexo exultante.

Andrea se mordía el labio. Contacto la veía sin mover un músculo.

La joven asintió al borde del llanto.

—Vaya —rugió el Nexo—. Esto suena muy extraño pero nos la llevaremos ahora y proseguiremos con la investigación—. Y si lo están encubriendo la vas a pagar —afirmó dirigiéndose a la mujer del traje de Alfa.

Los seis hombres liberaron a Giorgio, sacaron sus armas de cargo y le apuntaron a la de negro, que levantó la mano que tenía libre, ya que con la otra sujetaba el DDC. Se lo quitaron y la obligaron a avanzar hacia el interior del edificio, dejando atrás a Di Maggio y Andrea totalmente desconcertados.

Días después

Contacto estaba desnuda, acurrucada en un profundo espacio circular sin puertas, como si fuera un pozo de enorme diámetro. Parecía un foso de blanca pared. Podría tratar de salir saltando de un lado al otro, impulsándose hacia arriba, pero era demasiado liso, ancho y alto como para que pudiera salir así. En la parte superior había unas cosas que parecían ser cámaras dirigidas hacia abajo. A punta de pistola la habían obligado a quitarse el uniforme y a entrar por su propio pie, mediante una escalera de cuerda que quitaron después. Ella no trató de evitarlo, aunque hubiera deseado dejar inconscientes a todos los elementos sin importarle que estaban armados, pero no se resistió con tal de librar a Di Maggio del problema.

Ella no lo sabía a ciencia cierta, pero estaban tratando de quebrar su integridad. Tenía que mantenerse. La potente luz permanecía encendida todo el tiempo. No estaba segura cuánto llevaba allí. No sólo se trataba de humillarla al mantenerla en esa condición, pretendían doblegar su mente y su espíritu.

La temperatura era helada. No tenía dónde sentarse, dónde recostarse, sólo estaba el gélido piso. No recibía alimento ni agua. Eso comenzaba a dolerle más que todo lo demás. Había un agujero cerca del límite que estaba destinado a sus evacuaciones. Se propuso no usarlo, pero no tuvo más remedio. Como a un metro sobre éste había un tubo que apenas sobresalía unos milímetros de la pared, del que a veces salía agua. Ella tenía que pegar los labios al muro para poder beber unos tragos.

Sentía como si hubiera pasado una eternidad. Se acurrucaba abrazándose a sí misma para mantener la energía que le quedaba y cerraba los ojos para caer en estados de profundo letargo. Alguien debía resolver aquello, tenían que sacarla de ahí.

Debieron pasar varios días, no sabía cuántos. Se mantenía como en estado suspendido. Escuchó un ruido. Dejaron caer la escalera otra vez. No quiso anticiparse demasiado. El que bajó fue el Nexo. La escalera quedó sobre la pared, detrás de él. Contacto apretó los ojos. Ahora sabía a dónde iba todo eso. Pidió fuerzas a la entidad suprema en la que creía. Le habían quitado el traje pero no permitió que se quedaran con la cadena que traía en el cuello; tocó un poco la cruz que colgaba en el centro. Él tipo se acercó y se encaramó sobre ella con su aliento húmedo.

—¿Ya estás lo bastante débil? — preguntó sonriendo—. Alguien debe enseñarte tu lugar.

Ella no respondió, tampoco se movió. Él se aproximaba. Lo dejó que se acercara bastante, pero no lo dejaría hacer nada más. Quizá perdería aquella batalla, pero no sin luchar.

—Te enseñaré quién es el hombre ahora.

—Vas a morir si te acercas más. No quiero matarte —le advirtió ella.

—No lo creo —respondió él con sorna, sosteniendo un aparato que hizo un aterrador sonido eléctrico—. Está en modo para señoritas —aclaró mofándose.

Se acercaba hacia ella con el objeto, cuando algo vibró en la mano del bestial tipo. Parecía contrariado. La vibración continuaba. Observó el aparato en su muñeca, musitó una maldición y comenzó a trepar por la escalera de nuevo. Cuando ésta fue retirada, Contacto, hecha ovillo sobre el piso, aprovechó para desmayarse.

Escuchó una voz. No sabía cuánto tiempo más había pasado. Apenas pudo abrir los ojos.

Era Gabriel Elec.


Horas después

Contacto no recordaba cómo había salido de ahí, ni sabía dónde estaba, pero ya no tenía frío. Una bolsa de suero conectada en su brazo colgaba de un soporte metálico con ruedas. Era un sitio muy extraño, quizá era parte de la tortura, pero no olía a la organización. Estaba recostada sobre un catre en una habitación de desnudas paredes de tabiques grises. El espacio en obra negra tenía una ventana cubierta con algo color verde. Tenía puesto un camisón, calcetas largas, y estaba arropada con una gruesa cobija de lana. A pesar de la pobreza del cuarto, era templado y el pequeño camastro era muy cómodo comparado con el piso del aterrador foso.

Elec estaba sentado en una silla, leyendo.

—¿Qué pasó?

—Te sacamos de ahí — respondió Gabriel, con su siempre calma voz, apartando el libro.

—¿Dónde estamos? ¿qué día es? —dijo ella.

—Estamos en un lugar seguro. Estuviste cuatro días ahí. ¿Cómo te sientes?

Ella se incorporó.

—¿Cómo crees?

—¿Tienes hambre?

Le dirigió una expresión obvia.

El Lector tomó un termo que estaba en la mesa, lo abrió y se lo puso en las manos. Era uno de esos brebajes como el que le había dado alguna vez el fallecido Director General de la OINDAH.

—Bebe despacio —le aconsejó él con su tersa y calma voz, como si fuera una anciana.

La mujer apuró el contenido con avidez en su garganta. Sintió como si le volviera el alma al cuerpo.

—¿Qué carajo está pasando, Gabriel? —inquirió al terminarlo.

—No podíamos permitir que te siguieran haciendo daño así que relevamos a las fuerzas especiales de tu custodia.

—Y nada más les tomó cuatro días —comentó ella con desconfianza.

—El problema es que fue un delito muy grave según los estatutos de la organización. De acuerdo a la naturaleza de tu cargo y la de nuestro grupo, el asunto no podría resolverse en los espacios estatales para la justicia, tendría que ser dentro de la organización. Tuvimos que hacer negociaciones internas para que te liberaran. No tenías que hacerles creer que fuiste tú quien disparaste esa arma.

Ella se quedó callada. Dirigió sus pensamientos hacia Di Maggio.

—¿Y Giorgio?

—No permitiremos que se vuelvan a acercar a él —confirmó hombre del negro traje —. Y ojalá haya aprendido algo también. Hemos resuelto el asunto, nunca más se volverá a investigar sobre eso en la organización. Tú has quedado libre de toda responsabilidad. Le he avisado a Andrea y a Di Maggio que te han liberado y que estás bien.

Ella suspiró.

—Gabriel, ¿por qué me hacen esto? —le preguntó ella refiriéndose a lo que había ocurrido con el Agente.

—No consentiremos que el personal de las Fuerzas Especiales vuelva a hacer algo así con la gente del proyecto, tenlo por seguro.

—No hablo de ellos, hablo de ustedes. ¿Por qué me hacen esto, Lector?

—¿A qué te refieres? —le preguntó.

Ella lo observó con un profundo recelo.

—No me dirás nada ¿cierto?

Él permaneció silencioso, igual que el Agente cuando ella lo cuestionó, pero su mirada era extraña. Parecía que quería decirle algo, pero se quedó callado.

La joven se sentía demasiado agotada como para obligarlo a hablar de otra manera. Se recostó un momento y cuando abrió los ojos, ya era un nuevo día. Estaba sola y no tenía la canalización en el brazo. Sobre la mesa había otro termo refrigerante que contenía el alimento semilíquido, además de algunos postres empaquetados con mucha azúcar, algunas botellas con agua, una toalla, su uniforme y las llaves de un auto. Cada vez que se ponía ese traje después de un evento traumático era terrible para ella.

Terminó de comer las golosinas y de ingerir el contenido del recipiente tras visitar el pobre baño anexo al cuarto, donde se duchó antes de investirse como Alfa otra vez, y salió por un oscuro pasillo hacia la calle. Estaba en un distante caserío, pero había un discreto vehículo de la organización, oculto en una especie de cochera bajo la construcción.

Nunca le diría a nadie exactamente lo que había sucedido en el foso, pero ella no lo olvidaría jamás.

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