Discusiones sanguíneas . Capítulo 18.

Tres meses y una semana desde la aparición de Andrea

Helena llegó al despacho un par de horas más tarde que de costumbre. Se veía muy seria. Tomó asiento frente al adusto hombre, que había estado sobrio por varios días. Ella usaba una blusa de mangas largas y parecía incómoda; en algún momento él notó que tenía vendajes bajo las extremidades de la prenda.

La observó y le preguntó secamente:

—¿Qué te pasó?

—Alguien me... No, cariño, no pasa nada —respiró para contener sus emociones.

—Dímelo —refunfuñó Di Maggio frunciendo el ceño. Permaneció observándola muy serio. Por alguna razón pensó que De Lois la había maltratado.

—No quiero hablar sobre eso, por favor, ella me asusta —dijo tragándose los nervios.

Di Maggio estaba sorprendido.

—¿Ella?

A Helena se le llenaron los ojos de lágrimas.

—Muéstrame —clamó con su profunda voz.

La secretaria negó con la cabeza.

—Por favor —dijo el hombre con un susurro que en su gutural tono de voz sonó como un gruñido.

Helena comenzó a llorar en silencio, mientras se quitaba las vendas. Había marcas moradas sobre sus antebrazos, con forma de dedos.

—¿Contacto, te hizo esto? —clamó mientras recordaba el día que conoció a la mujer de negro. Le pesaba ese encuentro mucho más de lo que quería reconocer.

Ella desvió la mirada. Parecía apenada.

—Fue a mi casa anoche después de que hablé contigo. Estaba furiosa. Perdón, aún estoy asustada.

Giorgio la observó con detenimiento, pensando. Sí, era un desgraciado, un monstruo, pero aquella mujer era una bestia.

—Ve a casa, Helena.

—Tenemos que terminar de atender estos pendientes —musitó la joven.

—¡Vete a tu casa! —clamó el hombre haciéndola estremecer. —Voy a resolver esto— dijo en un tono más plano.

Ella puso la computadora en su enorme bolso blanco y salió deprisa.


Más tarde

Contacto se encontraba en la organización cuando recibió el mensaje de Di Maggio. Estaba segura de qué quería hablar con ella, así que fue por la tarde, como era habitual. El hombre mantuvo la vista dirigida hacia el jardín mientras ella tomaba asiento.

—Ayer ocurrieron varias cosas.

—Te escucho —repuso él entre dientes.

Ella respiró hondo.

—Estuve tratando de realizar la lectura de las placas con ayuda de Miguel. No ha avanzado nada. Ayer por la noche me pidió que se las dejara, pero las marqué antes de entregárselas con algo que yo pudiera percibir a cierta distancia.

—¿Las marcaste? —inquirió él muy seco.

—Sí. Con mi sangre. Literalmente tuve que morderme la lengua. Y creo que fue apenas lo correcto, porque cuando se las di lo noté extraño. No me moví de afuera del departamento en toda la noche. Por la mañana le llamó a una Helena, quedó de verse más tarde con ella. Se llevó las placas a su trabajo, las traía con él. Durante todo el día estuve cerca para asegurarme de eso. Por la tarde volvió a su casa y cuando salió no las percibí.

Además lo escuché desde afuera hacer un desastre en el baño. Las había ocultado en un tubo de drenaje, el olor que quedó al hacerlo era más fuerte que lo usual. Me pareció muy probable que la Helena a la que había ido a ver fuera la que conocemos, así que fui a verla para preguntarle. Ella lo negó, pero vi a Miguel salir de ahí minutos antes.

—Y la golpeaste.

—No la golpee. Se me fue encima, le detuve las manos.

Él volteó a ver a la mujer de negro con una expresión terrible. Normalmente no lograba intimidarla, pero en esa ocasión la hizo estremecer un poco.

—¿Qué clase de persona eres Contacto? —dijo entre dientes—. ¿O acaso dejaste de ser una? —preguntó helado.

—Por tu reacción, imagino que te contó una versión distinta —respondió.

—Helena me llamó ayer para decirme que Miguel Aster afirmó tener información que darle. Yo le dije que hablara con él —replicó seco.

Contacto se quedó pasmada.

—Te lo iba a decir pero no apareciste. Te llamé al DDC y no hubo respuesta.

—No pensaba conectarme con el puente, no creí que... no pude volver por el casco, no podía separarme de las placas, debía saber qué tramaba Miguel —replicó ella, sintiéndose apenada.

—¿Cómo carajo esperas que me comunique contigo si no cargas el maldito aparato? ¡Y encima fuiste a lastimar a mi asistente! —bramó.

—No le hice daño —exclamó, tratando de permanecer calmada.

—¡Tenía marcas moradas con la forma de tus dedos en los brazos! ¿Tenías que estrellarla contra la pared para que contara como hacerle daño? ¡Es una mujer de 60 kilos, carajo! clamó Di Maggio, recordándole de forma velada su primer encuentro en un callejón.

—Aún si me hubiera excedido esa mujer sigue jugando contigo —replicó.

—¿Y de quién fue la brillante idea de buscar a Aster para tratar de leer esas cosas? —gruñó el hombre con furia, sujetándose con ambas manos de la silla. Una vena se le había saltado en el cuello.

Ella suspiró mientras lo observaba en silencio.

—Lárgate —clamó.

Contacto se encogió de hombros y salió del despacho.

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