Desvelamiento. Capítulo 28.

Seis meses y dos semanas desde la desaparición de Andrea

En casa de la rubia

Sentada en el níveo diván, Helena lloraba inconsolable, como heroína trágica, con la melena alborotada sobre la cara. Su cabellera emitía dorados destellos al ser alcanzada por la luz de la mañana.

El Lector, vestido con un fino y elegante traje negro sobre la elástica indumentaria operativa, estaba sentado frente a ella, escuchando en silencio.

—Estoy acabada —gemía la rubia.

—Conocemos lo que él sabe, lo manejaremos —respondió.

—No volverán a confiar en mí. Todo se ha arruinado, estoy perdida —dijo entrecortadamente, mientras le rodaban por el rostro gruesas lágrimas.

—No. Pensaremos en algo —dijo Elec; se puso de pie.

Ella volteó a verlo. Era hermosa hasta cuando lloraba. Parecía una niña haciendo un berrinche.

—¿Me lo prometes? —preguntó angustiada.

—Te lo aseguro —respondió.

En el despacho de Giorgio

Contacto fue a ver a Di Maggio al día siguiente de su encuentro con Helena y De Lois. Lo halló en el lugar de siempre. Le contó con lujo de detalles lo ocurrido, aprovechando la ausencia de la que creía haber desenmascarado. Inicialmente, él la observó con una cara que le hizo pensar que no se cansaría de decirle que había hecho una mayúscula estupidez. Sin embargo, no comentó nada sobre eso.

—Así que Alex sigue insistiendo... —pensaba Giorgio en voz alta.

—Algo extraño ha sucedido entre esos dos desde hace tiempo —dijo la mujer—. El subdirector no tuvo nada que ver con lo de la noche en la bodega, pero ¿podría estar obteniendo información sobre el proyecto por medio de tu secretaria particular?

Permanecía en silencio, cavilando, tras los cuestionamientos de Contacto.

—No lo sé —refunfuñó al fin.

—¿Deberíamos consultarlo con alguien de la organización? —preguntó. Aprovechaba ahora que el alto hombre tenía una racha de sobriedad.

—Tú sigues fuera de esto oficialmente, yo me encargaré.

—¿Entonces puedo seguir...? —comenzó ella.

Giorgio gruñó.

—Ve, busca la placa. Pero... —bramó secamente el hombre con el ceño fruncido—, no hagas nada estúpido.

Su tono fue agresivo y determinante. Ella inclinó un poco la cabeza y, aunque trató de contenerse, se le escapó una leve sonrisa.

—Ya veremos. Haré lo posible, te lo prometo —dijo ella.

Retomó la búsqueda donde la dejó, seguiría localizando al primo de Andrea. Por cuestiones imprevistas, no había podido llegar hasta la dirección que tenía. Cuando arribó al departamento, tocó la puerta, pero no tuvo respuesta. Manipuló brevemente la chapa y ésta cedió después de unos instantes. Aunque el lugar estaba amueblado, no parecía que alguien lo habitara. Preguntó a los vecinos y le dijeron que desde hacia tiempo no veían a nadie por allí.






Un par de días después, en la OINDAH

Di Maggio esperaba a Helena, pero fue el Director General quien lo llamó primero. Aprovechó la visita a la organización para llevar a limpiar el traje. Tuvo que darle explicaciones al funcionario, pero trató de no entrar en detalles. Aun así, se vio obligado a decir más de lo que hubiera querido. Lo que sí relató a fondo sin reparos fue la aparición de la mujer en casa de la secretaria.

El anciano de gruesas gafas suspiró.

—Tratar de mantener a nuestro sujeto de pruebas alejado no ha resultado del todo como esperábamos. Que vuelva a integrarse —determinó.

—En cuanto a Helena... —inquirió el hombre con su grave voz.

Con sus pequeños ojos brillantes, el director le dirigió una mirada furtiva que no pudo pasar por alto.

—Dejemos que ella siga haciendo su trabajo. Nosotros controlamos toda la información, así que podemos decidir qué le dice a nuestro colega, si es que le está comunicando algo. Así lograremos conducirlo sin que lo sospeche.

La suspicacia de Contacto respecto a la designación de la rubia a su servicio vino a su memoria. Trataría de pensar mejor en las cosas que ella le decía antes de desechar sus argumentos.




De vuelta en la mansión

Contacto fue pronto a casa de Giorgio. Sobre el escritorio había una caja negra, más pequeña que aquella en la que le habían entregado el uniforme completo. La mujer ya no entraba al despacho con tanta reserva. Tocó a la puerta, que estaba abierta, y pasó sin esperar respuesta.

—Para ti —dijo él secamente, señalando con la cabeza.

—Gracias —respondió.

«Mejor que vino por ella porque no pensaba subir diez pisos para entregarlo» pensó él.

Laborus no hizo preguntas sobre el estado del mismo, a pesar de que lo recibió lleno de sangre. Ella se lo puso en el baño del despacho. Se sintió como parte del juego otra vez.

—Te quieren de regreso en el servicio activo.

—Qué bien, porque necesito de la ayuda del puente —replicó—. Aster no vive en el mismo lugar. Ni siquiera sé si aún está en la ciudad. Además, tal vez visite de nuevo a la doctora Sayas, para ver si ha cambiado de opinión y quiere contarme algo más. ¿Les contaste lo de la rubia? Quizá no les pareció buena idea que yo la haya ido a molestar.

—Ya veremos. Y no, parece que no les gustó la idea —rugió él.





En la salida de una zona marginal, en las afueras de la ciudad

En el camino de vuelta al lugar en el que habitaba actualmente, un apartamento de lujo en el centro de la ciudad, el Lector pensaba en cuál sería la mejor forma para motivar a Miguel Aster a exponer su más importante secreto, que él sospechaba era la posesión de la placa. Resultaba fundamental que lo supiera pronto, así varias cosas se estabilizarían. Seguía en aquella "competencia" para alcanzar ese objetivo. No obstante, ahora atravesaban una contingencia, pues debían solucionar una situación que, aunque prevista, se suscitó antes de tiempo. Como siempre, el grupo Alfa sacaría ventaja de las circunstancias para lograr sus fines. Habían anticipado que debían exponer parte de lo que antes ocultaron.

En el departamento de Aster

Hasta ese momento, Aster nunca antes había sido popular. Vivió muy cerca de su prima los últimos años. Además de tener detalles de su paso por la universidad, su relación con la organización y su vida personal con las referencias más privadas, tenía el pequeño cuadro de silicio. Hasta donde sabía, la amiga de Andrea tenía uno idéntico. Muchas veces lo vio colgando de su cuello en su época estudiantil. Pensaba en el peligro real de poseer aquello: aunque nadie sabía con certeza que lo tenía, seguramente todos lo sospechaban. Al mismo tiempo, especulaba que ese objeto podía ser la razón por la que estaba a salvo. En vano trató de buscar métodos para descifrarlo. Estaba seguro de que necesitaba la otra placa para comprender la información que contenían.

Y sí, le encantaba la atención.

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