Del otro lado. Capítulo 29.
Un año y nueve meses desde la aparición de Andrea
En las instalaciones del proyecto, 6:00 pm
—Debes venir a la Organización ahora mismo —dijo Andrea del otro lado de la línea. Se escuchaba preocupada.
—¿Qué pasa? —preguntó Giorgio, seco, como siempre.
—Ocurrió algo grave. No puedo explicarte por teléfono —respondió.
—¿Estás bien?
—Sí. Le pasó algo a Contacto.
—¿Está muerta? —preguntó él sin cambiar el tono.
—No, pero está muy mal. Por favor, date prisa —respondió Andrea muy angustiada.
Colgó. Se levantó, llamó a Aurelio y salieron en pocos minutos en la limusina hacia la OINDAH. Di Maggio apretaba la empuñadura del bastón. Se sentía confundido, no estaba seguro si aquello lo complacía o lo preocupaba.
En alguna parte de la organización, 6:10 pm
Helena fue llevada a un área de seguridad, custodiada por los Alfa.
Harry recibió la noticia de lo ocurrido y salió corriendo hacia las instalaciones del proyecto, donde se encontró con el Director General. Trató de asumir una postura ecuánime, aún cuando estaba muy alterado. Se enteraba poco a poco de la gravedad de la condición de la mujer de negro. Tenía muchas heridas, una persona regular habría muerto por mucho menos que eso. Quizá la perderían. Se sentía atormentado pero no podía demostrarlo, debía parecer tranquilo, era necesario que no mostrara nada de lo que estaba sintiendo, pero no lo logró del todo.
Contacto estaba tendida de espaldas sobre la mesa de exploración del laboratorio. Habían trasladado hasta allí la camilla desde el helipuerto en pocos minutos. Fue necesario cambiar de elevador un par de veces. Hacía un poco más de una hora que ocurrió el incidente y los médicos del proyecto comenzaron a preparar todo para una intervención de emergencia. Estaban conectando sensores, tomando radiografías y haciendo escaneos. En ese momento, la mujer del traje negro recuperó la consciencia. Ahora sí sentía dolor. A pesar del estrés, sus signos vitales se mantenían estables. Mucha gente estaba ahí, colaborando.
—Andrea —dijo Contacto lo más fuerte que pudo. Ella se acercó y pudo ver la tensión en su rostro.
—Todo estará bien —respondió tratando de sonar convincente y se dio la vuelta para seguir trabajando. Para ella era una tortura verla así. La de negro la alcanzó con la mano sin poder incorporarse. Ya habían comenzado a retirar el traje.
—Espera —exclamó con la voz entrecortada—. Debo hablarte. A solas.
Andrea levantó la vista hacia los presentes, desconcertada.
—¡Fuera! —bramó la mujer herida con fuerza, haciendo que todos se estremecieran, volteando hacia ella para después ver al doctor Rojas, esperando su respuesta. De los integrantes del proyecto, seis eran médicos de profesión con diversas especialidades y todos estaban en la sala, además de Andrea.
—Un momento mientras se lavan los cirujanos —dijo el doctor Rojas, pasando al área contigua seguido del equipo. Habían tomado la decisión de usar la sala de exploración como quirófano, en vez de buscar uno en otro lado de la organización. El laboratorio estaba lo suficientemente equipado como para realizar una intervención de esa naturaleza, pero aún debieron conseguir diversos instrumentos quirúrgicos como un costótomo en el área médica de la OINDAH.
Detrás de un gran espejo ubicado a un costado del laboratorio, del tipo de una cámara de Gessel, había una pequeña y oscura sala desde la que observaban el Director General y Harry. Contacto hubiera podido ver lo que ocurría detrás del vidrio plateado, pero no lograba hacerlo por la posición en la que estaba, con las brillantes lámparas sobre el rostro.
Andrea se acercó a la mesa de exploración retirándose el cubrebocas. Contacto se arrancó la mascarilla de oxígeno con la mano temblorosa. Su cara estaba manchada de la sangre seca que manó de su boca y su nariz.
—Quiero pedirte algo —musitó.
—Lo que sea —respondió la joven de los ojos color avellana, muy seria, tratando de mantenerse en calma.
—Perdóname —imploró Contacto, al tiempo que comenzaron a caer de sus ojos gruesas lágrimas.
Andrea se contuvo.
—No te preocupes por eso ahora —exclamó acariciando suavemente su rostro con los guantes de látex puestos, como limpiando la sangre coagulada.
—Escucha —dijo Contacto jadeando—. Nunca quise lastimarte. Harry... no pude dejarlo. Perdóname —susurró llorando más.
Andrea asintió conmovida, conteniendo su propio llanto.
—Toma mi cadena —clamó.
Encontró el broche y la quitó del cuello de su amiga, que la observaba fijando la vista. Tenía la cruz que ya conocía y un anillo que nunca había visto.
—Avisa en mi casa... que no volveré —pidió haciendo una mueca.
—Todo saldrá bien —susurró la investigadora con cariño.
—Promete —urgió haciendo un esfuerzo por respirar.
—Te lo juro —dijo Andrea.
Contacto exhaló y cerró los ojos. Su cuerpo se relajó. Las alarmas de todos los instrumentos comenzaron a sonar, marcando anomalías.
Ya no sentía ni dolor, ni angustia, no sentía nada. Estaba como adentro de un túnel. No podría decir si medía unos pocos metros o varios kilómetros. Al final, se veía una luz muy brillante. Estaba de pie en medio de aquello de un color indescifrable, cuando alguien a quien reconoció de inmediato se acercó a ella.
Era el Doctor Di Maggio.
Él sonreía. A pesar de la brillantez al final de aquel espacio, no había una fuente de luz comprensible sobre él; parecía estar iluminado desde adentro.
—Le fallé. No he podido cumplir lo que le prometí —dijo la mujer.
—Escucha pequeña, lo que se hace por amor al prójimo es lo correcto —respondió él.
Ella se sintió reconfortada y sonrió. Él dio media vuelta. Estaba a punto de comenzar a seguirlo, cuando escuchó que le decían: «Vamos».
Todo se puso oscuro otra vez.
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