Decepción. Capítulo 8.
Dos días después de la aparición de Andrea en su departamento, después de la reunión
La joven de ojos color avellana entró en el departamento y dio un portazo. Ahora sabía que Harry y ella no volverían a estar juntos. Trató de aceptar que todo había terminado. Fue entonces cuando se encontró a sí misma enamorada de un hombre que ya no lo estaba de ella. Y había algo mucho más oscuro con lo que tenía que lidiar. No sabía que resentía más: se odiaba a sí misma por haber desaparecido todo ese tiempo para proteger al hombre que ahora decía amar a su mejor amiga. Se odiaba por haber tenido que callar. La odiaba a ella por crédula. Deseó odiarlo a él y sentir un poco de pena por ella. No pudo hacerlo.
Se veían las luces de la ciudad desde la ventana cilíndrica de dos pisos de altura frente a la escalera de caracol. Se sentó sobre parquet y lloró de rabia y frustración por haber mantenido la firme esperanza de que al proteger el proyecto su vida sería valiosa, y que era valiente y fuerte por ello, como Contacto parecía sentirse, al aferrarse a la idea de la entrega. Y por haber querido proteger gente que no lo merecía. Sus mejillas se sonrosaban por el llanto. Se sintió pequeña, indefensa y abandonada a su suerte.
Estaba muy concentrada en la tragedia como para percatarse de la llegada de Aster hasta que estuvo muy cerca. Se sentó en la escalera, observándola. No pudo evitar sentirse tocado por la tristeza de su prima que lloraba como si nadie la mirara. Al fin, después de una hora de silente y lacrimosa contemplación, Andrea dijo con la voz entrecortada por las emociones, como haciendo un reclamo:
—Harry y yo ya no somos novios.
Aster no sabía qué decir así que permaneció en silencio. Cada palabra de su prima denotaba su gran amargura, su enorme desacuerdo.
Ella tendría que superarlo, pero en ese momento no podía sentir más que el dolor de la traición. Aunque lo último que le dijo su ex novio fue extraño. Inquietante.
«Son el uno para el otro», pensó sin dejar de llorar.
Miguel fue hacia ella y la abrazó con fuerza.
En la OINDAH, una hora y media antes
—Tenemos que hablar —dijo Harry poniéndose muy serio.
Andrea trató de besarlo en los labios y él se hizo ligeramente hacia atrás.
Se puso pálida.
—¿Qué pasa? —preguntó.
—Aquí no. Te llevaré a tu casa.
Ella respiró profundamente. De pronto él se había tornado seco, frío y distante. Le abrió la puerta del auto negro de la organización y ella lo abordó, sujetando el pequeño bolso que traía colgado del hombro derecho y acomodando el vestido color verde botella que traía puesto sobre las medias negras. Por fortuna, nadie se había deshecho de sus cosas.
En el auto había un incómodo silencio. Ella quería poner la mano sobre el muslo de Harry, o sobre el puño con el que sujetaba la palanca de velocidades, pero él estaba como abstraído, ausente. Andrea pensaba que se debía a la sopresa, que aún estaba asimilando la noticia, quizá también estaba molesto con ella por no habérselo dicho antes, debió sufrir tanto...
Tras una hora de camino, Harry estacionó el auto afuera del elegante edificio en el que se encontraba el departamento en el que Di Maggio solía vivir cuando era estudiante universitario y al que no había vuelto desde su accidente. Andrea habitó ahí antes del incidente, el heredero se lo ofreció. Por ello había permanecido intacto desde el día que desapareció.
Harry agachó la cabeza, sin voltear a verla. Andrea se mordía los labios, esperaba sus palabras con ansias mientras lo observaba.
—Entonces ella no te ha dicho nada.
—¿Quién? —preguntó Andrea.
Él respiró hondo y volteó a verla con severidad.
—Andrea, estos meses han sido muy difíciles. Pasaron muchas cosas.
—Lo siento. No podía decírselo a nadie...
—¿Por qué desapareciste? ¿Qué estabas haciendo esa noche en la bodega? —inquirió Harry con absoluta seriedad.
—Tuve un... un presentimiento.
Harry negó con la cabeza, molesto.
—No puedo decirte más, pero lo hice por ti. Además, había perdido la placa.
Él volteó a verla con el ceño fruncido.
—Tenía que saber dónde estaba. Estaba enterada sobre la fuga de información del proyecto. La placa es muy importante, no sé por qué pero lo es. Debía encontrarla.
—¿Y la encontraste?
—Sí. La tenía Miguel. Ahora todo está bien. Todo puede volver a ser como antes —dijo ella y se inclinó hacia el joven que se hizo hacia atrás de nuevo.
—Entiendo que estés ofuscado, pero aquí estoy, todo está bien...
—Tengo una relación con otra persona —la interrumpió él.
El rostro de ella mostraba asombro en todo su esplendor.
—¿Qué? ¿Me olvidaste tan pronto? —dijo sintiéndose traicionada.
Él negaba con la cabeza.
—No te olvidé. Fue muy duro pensar que habías muerto. Estaba muy mal. Y había alguien que se sentía de la misma forma. Esto no hubiera ocurrido si hubiéramos sabido que estabas viva.
Ella trataba de comprender.
—¿Pero quién...? —comenzó a decir.
Él la observaba sin parpadear siquiera.
La mujer sintió que se le erizaba cada vello del cuerpo.
—Nunca haríamos nada que te lastimara, pero quiero ser totalmente honesto contigo. Siempre vas a ser muy importante para mí, pero ahora mi corazón está en otra parte —siguió él.
Andrea no podía creer lo que le estaba diciendo.
—¿Estás hablando de mi amiga? —exclamó profundamente herida, deseando que él le dijera algo distinto.
—Sí.
Ella no podía controlar las lágrimas que salían de sus ojos. «Hice esto por ti, y por ella, los protegí y me traicionaron», pensó.
—Sufrimos mucho por ti. Nos encontramos en ese dolor. Si hubiéramos sabido... ¿por qué no me lo dijiste? —inquirió él.
Ella hubiera querido gritarle que tenía que estar segura de que no era el soplón que Di Maggio creía, pero hubiera descubierto al hombre de ojos de lobo.
—¡Tenía que buscar la placa. Debía estar segura de que nadie del proyecto estuviera involucrado en su desaparición! —gritó.
—Pudiste confiar en mí —dijo Harry.
—¡No trates de echarme la culpa de esto! —gritó y comenzó a manotearlo en el brazo. Él la dejó hacerlo y luego exclamó—. ¡Basta! ¡Comprendo que te sientas herida, pero no pude evitarlo! ¡Me moría de dolor sin ti, estaba muy solo!
—¡Entonces regresa conmigo! —clamó ella sin pensarlo.
—No puedo —dijo Harry.
—¿Por qué? —musitó Andrea, aterrada, dolida.
—Porque la amo —respondió.
La joven mujer estaba a punto de bajar del auto, pero él la sujetó de la muñeca. La expresión del hombre se transformó. En un instante, parecía que no tenía ninguna emoción.
—Es necesario que alguien del equipo esté cerca de ella. Es la única forma en la que podrá estar a salvo —aseveró sin levantar la voz, pero con un tono determinante. Su certeza era abrumadora.
Andrea observaba a Harry con asombro, como congelada. Se quedó pasmada, con la boca entreabierta, viéndolo sin parpadear. Estaba tratando de comprender lo que acababa de escuchar, era como si él fuera otra persona. Negó con la cabeza. Bajó del auto y cerró la puerta con fuerza. Huyó hacia la entrada del edificio y se internó en él; apenas podía ver hacia dónde iba por las lágrimas que le saturaban los ojos.
Harry no se bajó del vehículo. Esperó a que las luces del departamento se encendieran. Se paseó los dedos por el cabello que tenía sobre la frente, como lo hacía cada vez que estaba nervioso y respiró profundo. Por primera vez desde su adolescencia tenía deseos de fumarse un cigarro, pero en vez de eso, encendió el auto y se dirigió a otro lugar de la ciudad.
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