De negro. Capítulo 2.
Después de la junta
—¿Está lista? —preguntó la edecán que le mostraba el camino.
—Creo que no —respondió ella. Se veía muy fresca. La asistente nunca imaginaría que tenía más de cuarenta y ocho horas continuas sin dormir.
Ella desconocía la razón de la negativa del Director General a hablar de la muerte de Andrea. Tampoco se mencionó el motivo de la ausencia del hijo del Doctor, que era ahora el director del proyecto. Pero ella quería confiar en el hombre de las gafas, en lo que dijo: que estaban trabajando para descifrar la tragedia, que esa descomunal y arrogante organización tenía el control y que aun cuando no le devolvería a Andrea, podría terminar con la angustiosa incertidumbre, sabría si murió porque alguien ajeno al proyecto supo algo, quizá sobre ella.
Ella necesitaba asegurarse de que los involucrados trabajarían para que se concretara la entrega de aquello que circulaba por sus venas. Era su deber, se trataba de un beneficio máximo para la humanidad. Tenía que confiar pues, además de haber perdido a su amiga, perdió su identidad.
La asistente interrumpió sus reflexiones.
—Podemos brindarle un transporte si desea volver a la ciudad. También podemos instalarla en una habitación si quiere quedarse aquí.
Casi era la media noche. Apenas horas antes ella llegó a ocupar el departamento que le designó la OINDAH en el centro de la ciudad. Ni siquiera podía llamarle "casa" aún. Daba igual dónde durmiera.
—Me quedaré, aunque no traigo equipaje.
—Podemos proporcionarle lo que necesite. Recibimos gente del mundo entero, no todos traen lo necesario consigo —dijo la uniformada tratando de hacer un comentario simpático. Ella devolvió la sonrisa por cortesía, pero no le hizo gracia. Se estaba acostumbrando a los aromas de la institución, predominaba una mezcla a desinfectante neutro y papel de oficina.
Siguieron recorriendo el laberinto de pisos, ascensores y pasillos hacia otra área que tenía el ambiente acogedor e impersonal de los hoteles. Había varios hostales similares situados en diferentes partes del complejo.
La sede de la OINDAH contaba con todo tipo de servicios a cualquier hora, era como una pequeña ciudad. Resultaba fácil perderse si no se sabía hacia dónde se iba, así como ella tenía muy claro su propósito, pero no tenía idea de cómo debía llegar a él.
—Le dieron una credencial, muéstrela frente al sensor, por favor —solicitó la asistente.
Ella lo hizo y la puerta se abrió; se desplegó un letrero en el control de la misma, el cual decía: "Buenas noches, Contacto".
—Cuando se retire, debe mostrar esta credencial en cada acceso que lo requiera —comentó la joven—. Es temporal, programarán sus datos biométricos.
La edecán le seleccionó un cuarto a pesar de que todos estaban vacíos.
—Creo que todo lo que puede necesitar está en la habitación, pero si se le ofrece algo más, marque el número de recepción. Es el 0000. Deberá mencionar su cargo —le dijo.
«Tal vez necesite que alguien me saque de aquí mañana», pensó ella.
—Estarán pendientes en recepción de lo que necesite —sonrió la chica. Debía ser muy obvia su expresión.
—Hasta luego, Contacto —se despidió la asistente mientras cerraba la puerta.
Ella no lo sabía aún. Era usual que los Alfa que podían identificarse públicamente como tales fueran llamados por su nombre operativo.
«Contacto. Qué feo suena eso», se dijo. Sonrió para sí con amargura. No le habían asignado otra identidad aún, lo que tenía por ahora era ese apelativo. Nadie debía saber su nombre. Si alguien se enteraba de lo que ahora era, podrían ir por tras seres queridos, usarlos para obligarla a hacer cosas que no deseaba. Debía protegerlos a como diera lugar. Si llamándose Contacto contribuiría a mantenerlos a salvo, no tenía ningún problema con que se dirigieran a ella de esa manera.
Se lavó los dientes y a ponerse una camisola para dormir que encontró en el armario.
Esa noche estaba muy lejos de todo lo que fue y de todos y todo lo que conocía. Andrea hubiera estado ahí. Ahora estaba sola.
Se recostó en la limpia cama. Dejó de fingir que era madura, que sabía lo que estaba haciendo. Pensó en que cada día que pasara se alejaría más y más el último que vio a Andrea, que estuvieron juntas.
Volvió a llorar como lo hizo días enteros desde que le avisaron que su amiga murió. Estaba abandonada a su suerte ante a la inmensidad de la institución, de lo que le esperaba, de lo que significaría para el mundo que cumpliera con su misión. Cerró los ojos de los que no paraban de manar lágrimas sin dejar de pensar en los de Andrea que jamás volverían a mirarla, risueños, cómplices.
Estaba a punto de cerrar los ojos, cuando pensó en Giorgio, el hijo del Doctor del que tanto hablaba con paternal amor. Sabía que estimaba a Andrea. El científico debió contarle a su unigénito lo que ella era. Quizá podría entenderla. Tal vez no estaba tan sola como se sentía. Una fugaz esperanza quedo en su corazón cuando se deslizó en la inconsciencia del sueño.
***
Ella despertó a las siete en punto sin saber al principio dónde estaba. Su olfato se lo dijo antes que sus ojos. Deseaba irse antes de que la mayor parte de la gente llegara a trabajar. Se dio un baño y se puso otra vez el vestido negro. Colocó en la puerta el letrero de "Por favor, arregle esta habitación". Era hora de pretender otra vez.
Se dirigió al ascensor, pero halló las escaleras. Bajó diez pisos. Muchas oficinas estaban cerradas. Siguió doce más. Cerca de la planta baja, abrió una puerta. Había pocas personas, casi todas estaban uniformadas de formas distintas, quizá por su área o su función. Volvió a la escalera. Ya en la planta baja, observó que el vestíbulo tenía varias salidas controladas por asistentes vestidos igual que su guía de la noche anterior.
—Disculpe, ¿cuál es su nombre? —preguntó una chica cuando pasó por el control. No había forma de salir sin pasar por alguno.
Estuvo a punto de decírselo, pero al instante recordó.
—Contacto —aseveró mostrándole su credencial.
Esa edecán sonrió de manera muy similar a la de la noche anterior y la joven pensó que debía ser un gesto institucional.
La asistente tecleó algo en la computadora y le comentó que tenía un mensaje. La joven comprendió que en la organización nada pasaría desapercibido, a menos que esa fuera la intención.
El mensaje la conducía a una de las oficinas del mismo edificio. En esa ocasión, la auxiliar no la acompañó. La dirección era clara, por piso, área, departamento, y número de oficina. Ella se preguntaba si por fin conocería al hijo del doctor Di Maggio. Deseaba encontrarse con él. Quería saldar un par de deudas de honor, cumplir con sus promesas. Llegó a un sitio que parecía un laboratorio bien iluminado, con un amplio salón lleno de máquinas que se veían detrás de un cancel de vidrio.
Ella puso su credencial frente al lector de la puerta. Un hombre como de cuarenta años la estaba esperando frente a un escritorio. Él colgó el teléfono mientras observaba el monitor en el que se desplegó la escasa información que había en el sistema sobre la mujer, activado por el control de la puerta.
—Contacto, ¿eh? —preguntó. En el escritorio había una placa que decía "Ing. Carlos Ramos" y en letras más pequeñas rezaba "Jefe del Departamento de Ingeniería Textil Aplicada a Recursos Humanos".
—Sí, me dijeron que tenía un mensaje suyo.
—Es correcto. Ya tengo su uniforme —respondió con un notorio acento norteño.
«Uniforme» pensó la mujer. No usaba uno desde el colegio.
Un par de meses después de que Andrea ingresó a la organización, fueron a ver a Contacto a la ciudad en la que estudiaba para tomarle medidas. Fue un evento muy particular, lo recordaba con exactitud. Sin embargo, no entendía cómo podrían darle un uniforme meses más tarde, sin siquiera saber si había aumentado de peso o medidas. Nadie tenía forma de conocer, por ejemplo, su desarrollo de masa muscular.
—Acompáñeme, por favor —exclamó el hombre.
El lugar no parecía precisamente un taller de costura, sino de informática. Pasaron a un pequeño cubículo sin ventanas y le indicó que tomara asiento.
—No entregamos muchos de éstos —le dijo y de una gaveta en la pared tomó una caja grande de color oscuro, casi negro, como la tarjeta que había recibido la noche anterior.
El ingeniero colocó la caja sobre una mesa y le indicó que la abriera. En una bolsa sellada encontró una conjunto deportivo de chamarra y pantalón de color negro con el logotipo de la OINDAH bordado en el frente, en los antebrazos y en la espalda. A ella le pareció que era demasiado informal.
El hombre continuó observándola.
—Ése no es uniforme, eso es para que se lo ponga encima cuando lo considere necesario.
Ella sacó un casco negro y liso. Tenía un visor oscuro que no dejaba ver el interior. La joven lo observó un momento, mientras lo sostenía con ambas manos. Él pensó que lo estaba revisando, pero en realidad se estaba preguntando qué clase de trabajo tendría que realizar, de acuerdo a lo que le designara el grupo Alfa.
Junto al casco había un par de botas de suela corrida y plana, sin tacón, cierres ni costuras. También sacó un par de guantes que tenían un material áspero en las palmas y otro suave y delgado en las yemas de los dedos, todo del mismo oscuro color.
En el fondo de la caja había algo doblado, era muy liso. Lo sacó. Era un traje de cuerpo completo, con mangas largas y cuello alto, hecho de un material delicado, del mismo color negro lustroso. Parecía hecho de una sola pieza, pues no tenía uniones; contaba con una abertura al frente, que iba del cuello al centro del mismo.
El ingeniero observó el ligero vello en los brazos de la mujer.
—Debe quitarse todo lo que trae puesto para ponérselo. Para que funcione de la forma adecuada es muy recomendable que se afeite las partes sobre las que estará por completo.
A ella todo aquello comenzaba a parecerle muy extraño.
—El personal operativo del equipo de inteligencia usa uniformes como éstos, pero este en particular fue solicitado específicamente de resistencia extrema. La dejo para que se lo pruebe —comentó él y salió.
La joven lo observó. No comprendía qué tratarían de hacer con ella, pero había aceptado el cargo sin saber de qué se trataba, no podía retractarse ahora. Tenía que seguir la corriente, así que se desnudó y se puso el traje. Se calzó las botas encima después. Era muy elástico. Se adhería en cuanto tocaba la dermis, dando la apariencia y la sensación de una segunda piel. El interior de las botas se pegó al traje, que le llegaba hasta los tobillos; el interior del calzado, a sus pies; y los guantes, a sus manos. No se notaban las uniones de los distintos elementos.
Había zonas sobre las cuales la prenda tenía refuerzos internos a modo de ropa interior para evitar que se marcaran partes poco pudorosas. Se pegaba tan bien al cuerpo, que permitía ver la musculatura de sus brazos y piernas finamente marcada. La abertura del frente se cerraba al adherirse una parte con la otra, recorriéndola hacia arriba con la mano, con lo cual el traje quedaba sellado. La prenda terminaba en un cuello alto, como un centímetro debajo de la cabeza.
«¿Qué clase de uniforme es éste? ¿Habrá sido el Doctor quien pidió que hicieran algo así para ella?», se preguntó.
Al final, se puso el casco. En su interior, una señal auditiva comenzó a explicarle algunas funciones. El largo cabello que tenía atado en la nuca caía sobre su espalda, por fuera del objeto que usaba en la cabeza.
Se observó investida de esa extraña forma, reflejada en un espejo de cuerpo completo colocado en la pared de la oficina cerrada. No se reconoció, parecía otra persona.
Se quitó el casco; su cara no reflejaba ni la pena ni el cansancio emocional que llevaba consigo. También sentía una increpante y furiosa necesidad de cumplir con aquello que la había llevado allí. No sabía si era el camino correcto, pero por el momento, no parecía haber otro.
El hombre tocó a la puerta y ella le indicó que pasara. La observó un momento, embargado de orgullo. Era un gran trabajo y le quedaba a la perfección.
—¿Hay algo más que deba saber sobre estos artilugios? —preguntó con intención de sonar irónica. No obstante, él comenzó a darle un sinnúmero de especificaciones.
Le comentó que estaba diseñado para uso rudo extremo y que era capaz de transmitir información de diversa naturaleza, mediante la conexión digital al casco al que llamaba DDC y le informó que éste se conectaba con los puertos de telecomunicaciones de la organización.
Todo el traje era impermeable por fuera y permeable por dentro; estaba formado por varias capas, conformadas por diminutas laminillas, apenas perceptibles, unidas entre sí. Le recomendó que procurara usarlo sin sumergirse en el agua para que su funcionamiento fuera óptimo, aunque podía nadar con él si quería.
—El traje podría atravesarse con objetos punzantes pero es casi imposible que se rasgue. En caso de sufrir algún desperfecto se debe reparar en este taller —dijo el hombre.
—¿Y cómo lo lavo? ¿Lo puedo poner en la lavadora de ropa con la ropa deportiva?
—Como le decía es permeable, por lo que no conservará ningún fluido en el interior, es similar a la epidermis. No absorberá líquidos ni olores, pero si algo se adhiere encima puede pasarle un trapo húmedo con desinfectante a todos los componentes por dentro y fuera, incluso este —explicó señalando el casco—. Si alguna sustancia se adhiriera a la superficie y no se pudiera quitar como le comenté, me lo tiene que traer para que lo limpie de otra manera. No creo que tenga muchos problemas con él.
«Ya veremos», pensó ella. Tantas y seguro tan costosas implementaciones tecnológicas no le decían mucho de la naturaleza del trabajo que llevaría a cabo. Sin embargo, debido a sus condiciones, no tenía idea su resultaría suficiente para lo que podía hacer. Temía que terminara hecho girones, parecía demasiado delicado.
Ella no se imaginaba la intención que había detrás de aquella investidura.
—El resto de la capacitación relacionada con este traje se la daré después —comentó el ingeniero.
También le entregó una caja pequeña con tarjetas de presentación negras y lustrosas, como el resto de las cosas. De un lado indicaban el nombre de su cargo; del otro, tenían un medio de localización.
—¿Cómo van a llamarme? —preguntó la mujer.
—A través de su DDC. Se conecta a la red y a todos los medios de comunicación de la OINDAH. También funciona como si fuera un teléfono móvil. Será necesario que después hable con su operador en el Puente para ponerse de acuerdo para todo eso.
Ella seguía sin tener idea de a qué se iba a dedicar como "coartada" pero parecía ser mucho más complicado de lo que pensaba.
—Algo más para terminar —indicó el ingeniero—. Pondremos sus huellas digitales en el sistema. En cuanto a su apelativo completo, los Alfa no usan los nombres que recibieron al nacer. Usted escoja algún nombre y apellido y evite utilizar su nombre real.
—¿Me darán alguna identificación con el nombre... nuevo? —inquirió preocupada.
Él negó.
—Se la daríamos en caso de que la necesitara, pero aquí en la institución no la requerirá.
Le pidió a la chica que pusiera cada uno de sus dedos en un escáner, el cual iba indicando cuando quedaban registradas sus huellas digitales.
—Listo, tendrá acceso operativo a las áreas. Sus superiores deberán indicarle qué significa eso —aseveró él, y emocionado, exclamó—: Por cierto, nuestros escáneres pueden leer sus huellas a través de los guantes. Me pidieron que le dijera que se presente mañana a las diez de la mañana en el lobby.
—Muchas gracias. ¿Si tengo alguna pregunta, puedo llamarlo?
—Seguro —le dijo el hombre, dándole una tarjeta como las suyas. Decía Laborus—. Suerte, Contacto.
«Creo que me la desea porque sabe que la necesitaré», se dijo ella.
Volvió a ponerse el vestido negro en uno de los cientos de baños del complejo y guardó el traje en la caja con sumo cuidado. En una máquina expendedora, compró una bebida con mucha azúcar y los panecillos con más calorías que pudo encontrar. Comió cuatro paquetes.
Desde la inoculación de la sustancia, su cuerpo sufrió cambios poco obvios a simple vista, pero sí muy importantes; todos fueron paulatinos y progresivos. Uno de ellos era la exigencia de un elevado consumo energético debido a su eficiente y exacerbado metabolismo. Entre muchas otras cosas eso le permitía tener una magnífica habilidad de desplazamiento. La indumentaria regular solía representar un problema para ello.
Pensó muchas veces en andar desnuda y descalza cuando llevaba a cabo sus correrías, pues la ropa y los zapatos acababan hechos trizas en unas horas, pero no estaba muy convencida de hacerlo.
Sus paseos implicaban el tránsito por sitios muy inusuales, en los cuales efectuaba movimientos muy fuera de lo común. No creía que ese nuevo uniforme tan delgado pudiera soportar mucho más que cualquier otra cosa que hubiera usado antes.
No hubiera podido imaginar todo lo que implicaría aquella investidura.
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