De Lois. Capítulo 24.
Seis meses desde la desaparición de Andrea
En la organización
La situación en el CDA no era amable. En varias áreas de la OINDAH se desató la polémica en torno a la actuación de Mateo Gil frente a los caballos. El balance general no era positivo. A pesar de la eficiente coordinación, siempre quedaban dudas relacionadas con su capacidad para manejar el aspecto operativo. Gil tomó la decisión de abandonar el cargo temporalmente y ceder la dirección de forma interina a su subdirector académico, Manuel, a quien todos llamaban el Perico. Hubiese querido entregársela a Harry, pero era muy necesario en su puesto y se encontraba demasiado ocupado en él como para encargarse de ello.
Contacto no veía al chico desde esa noche, un par de días atrás. Lo estaba eludiendo. Se enteró de los cambios administrativos por los cadetes, pero estaba luchando su propia guerra en ese momento. Había optado por saltar entre los edificios y correr por horas, hasta que se le acababa la ciudad. Se lanzaba de un lado a otro y volvía a casa al amanecer. Decidió hablar con Mateo. Fue a la organización a buscarlo por la mañana y una vez que lo encontró, le salió al paso con el DDC bajo el brazo.
—¡Hija, me asustas! —exclamó.
—Tengo que hablar con usted. Estoy muy apenada, de verdad. Nunca imaginé que algo así pudiera provocar semejante caos.
—Sabes, los cambios son buenos. Dejaremos que las aguas se nivelen.
—Quizá soy demasiado ingenua. Lo lamento mucho, en serio. Si cualquiera de nosotros hubiera podido preverlo...
—Hay mucha gente con intereses diversos en la OINDAH. Quizá fue un mal tiempo para hacer la propuesta, pero es algo que ya habíamos considerado en algún otro momento. Ahora tenemos gente nueva de otros bandos muy cerca —susurró refiriéndose al Nexo—. Sin embargo, la asamblea aceptó la propuesta. Estoy seguro de que es lo correcto.
Salían del lugar, en dirección al inmenso vestíbulo, cuando una comitiva de más de diez personas pasó junto a ellos.
—¡Mateo! —exclamó estrepitosamente un hombre de ojos claros, blondo y rubicundo, que iba en el centro.
—Alex —respondió Gil con un saludo de mano.
Ambos se dieron palmadas en las respectivas espaldas, un clásico saludo político.
—Una pena. Dime si puedo hacer algo —dijo el hombre, con aparente sinceridad.
Contacto se quedó un poco atrás, pero no lo perdió de vista. Percibió de pronto un aroma. Alguno de los integrantes de la comitiva había estado en el departamento de Helena. La carísima colonia llegó a su fino olfato, con las notas del olor característico de un individuo particular. Estaba profundamente concentrada, tratando de descifrar a cual de aquellos pertenecía el olor, cuando el hombre dirigió su atención hacia ella:
—Veo que estás acompañado —dijo De Lois, refiriéndose a la mujer de negro.
Mateo no tuvo más remedio que presentarlos.
—Ven, hija. Ella es Contacto —aclaró.
La joven se acercó y le extendió la mano al hombre, quien la jaló un poco para que se besaran en las mejillas. El aroma la obnubiló. Era él quien había estado con la rubia. Trató de sonreír con cortesía, pero algo en él que no le gustaba para nada.
—Alex de Lois —exclamó él con presunción.
Aunque la observó de manera superficial, sin duda reconocía el uniforme. Como tenía prisa, se despidió y continuó su marcha, perseguido por el grupo. Entonces, ella recordó que Harry lo mencionó alguna vez, cuando le contó que el Nexo era su protegido.
—La política es terrible —dijo Mateo y suspiró.
La mujer lo observó inquisitivamente.
—Verás, el señor subdirector tiene a su cargo la rama jurídica de esta institución y ha trabajado mucho para que todo sea como a él le conviene. Pero dejémoslo así, estoy hablando de más.
—¿Cree que haya tenido que ver con lo que sucedió en la asamblea? —preguntó ella sin rodeos.
—Haría lo que fuera para afectar la imagen del Director General. Eso nos ha quedado muy claro desde hace tiempo.
—Le pido que disculpe mi ignorancia, pero, ¿por qué querría hacer eso?
—Quiere ser director —respondió con cierta picardía—. Cualquier cosa puede ser usada en tu contra, recuerda eso. Y ya hablé demasiado —afirmó mientras se despedía ceremoniosamente.
Ella tuvo una idea cuando se dirigía a su casa.
—Puente —llamó la mujer un poco más tarde.
—Aquí, Tanaka, cambio.
—Debo saber algo sobre un empleado de la organización.
—¿Cuál es su cargo? —preguntó.
—Tengo el nombre. Helena Rige. Helena con hache.
—Un momento, por favor —dijo y pasaron unos minutos—. Te acabo de enviar su expediente —repuso el operador.
Ella lo descargó en el DDC, para consultarlo de manera extensiva.
—Su único trabajo actual es ser asistente ejecutiva particular, ¿no es cierto?
—Sí. Ha estado trabajando de tiempo completo con Giorgio Di Maggio, desde hace casi un año.
—¿Antes de eso a qué se dedicaba?
—Trabajaba en la Coordinación reglamentaria.
—¿De casualidad esa oficina depende de la Subdirección Jurídica de la organización?
—Sí, directamente. El nombre oficial del área es Subdirección de Legislación Internacional y Derechos Sociales por las ONG que reúne, pero también tiene bajo su cargo la reglamentación interna de la OINDAH. Quizá te sirva el organigrama, también te lo estoy enviando —aseveró.
Cada cambio de puesto supuso un ascenso en la carrera de Helena. La única excepción, en la que parecía que la rubia había descendido hasta la base del escalafón consistía en ser asistente de Di Maggio.
—¿Ella aplicó para este trabajo? —le preguntó Contacto a Tanaka.
—Sí, debió postularse; no obstante, fue designada.
—¿Por quién?
—No lo indican los registros. Tal vez fue la Dirección General.
Contacto revisó su escolaridad. Tenía una licenciatura en Derecho y Finanzas, con especialidad en Administración. No parecía haber hecho nada mal, como para que la mandaran a encerrarse con su amargado jefe actual, lo cual, pensaba, que debía ser una especie de castigo. Tal vez siguió ese camino por razones personales. O quizás tendría también otros motivos.
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