De azul. Capítulo 51.

Seis años, siete meses y dos semanas desde la aparición de Andrea
En la mansión

A Di Maggio le gustaba su juego. Pasó días pensando en la noche de gala del aniversario de la organización, haciendo planes. Helena lo acompañó alguna vez a esa misma fiesta. Ahora le había pedido a Contacto que fuera con él, por razones desconocidas para ella. Siempre encontraba la forma de hacerla sentir comprometida.

Ella llegó a la casona a las siete treinta, vestida con un traje sastre color gris, bajo el cual traía el uniforme negro. Di Maggio la vio entrar al salón y negó con la cabeza.

—Siempre tan atento —aseveró la mujer.

—La invitación decía de gala, Contacto —dijo él, divertido; vestía un smoking muy elegante.

—Lo siento, no tengo otra cosa.

—Sospeché que usarías algo... como esto —se burló él.

—Entonces no debiste insistir —replicó ella, cruzándose de brazos.

—Por fortuna tengo lo necesario para subsanar este pequeño inconveniente. Ve a la recámara roja, será tu nueva asignación —ordenó entretenido por la cara de sorpresa de la mujer—. No te preocupes, seleccioné un color afín a tu gama actual —aseveró con su grave voz.

—¿Por qué tendría que obedecer?

—Siempre estás en mi casa, comes todo lo que hay en mi cocina, usas todo el tiempo el traje que me costó más que un auto deportivo. Me arruinas ¿podrías decirme que no? —replicó muy serio.

La expresión de la mujer a ese comentario fue de incredulidad. Puso las manos en las bolsas del viejo saco gris, pero antes de que pudiera responder, él insistió:

—Apresúrate. Odiaría llegar tarde. O solo.

Dio media vuelta, exasperada.

—Tampoco quisiera que se desperdiciara lo que está en el horno para cuando termine la fiesta —dijo cuando Contacto estaba en la puerta del despacho.

Se dio por vencida. Él sabía que ella podía despreciar casi todo, excepto la comida, ya que si algo necesitaba su cuerpo especial era alimentarse de forma especial.

—Bien —contestó ella.

Subió con pesadumbre por la escalera. Abrió la puerta de la habitación principal, la esperaban dos chicas muy amables. Las había percibido desde la entrada de la casa, así como al asado que estaba en el horno, a más de veinte metros de distancia, pero no imaginó que ella fuera la razón de todo aquello. Había un caro atuendo sobre la cama. Las mujeres tenían un lugar preparado para que ella lo ocupara, frente al tocador.

—Será rápido —le dijeron.

Di Maggio observaba su reloj, treinta minutos después, al pie de la escalera, recargado en el barandal. Como siempre, tenía un plan. Levantó la vista para verla bajar, vistiendo un elegante vestido strapless color azul petróleo, entallado hasta la cadera, con una falda amplia de vaporosos tules, rematada por un cinto de satín de seda del mismo peculiar color, atado en la cintura. No era ni azul, ni verde, estaba entre ambos en un tono profundo. También llevaba puesto un bolero de encaje del mismo color que disimulaba los músculos de sus hombros y sus bíceps. Las mujeres le habían dado los últimos toques: usaba un maquillaje sobrio y refinado, los labios rojos, el cabello recogido en un moño en la nuca, un rizo ligero sobre la frente y un par de pendientes de zafiro rodeados de diamantes que hacían juego con un brazalete que costaba lo mismo que una casa.

Bajó con gracia sobre altísimos stilettos negros gracias a su sobrehumano equilibrio. Había tenido que quitarse el uniforme de Alfa para poder ponerse ese vestido. Incluso, encontró en la habitación ropa interior adecuada para usar con el conjunto. La parte superior tenía un bolsillo con una discreta cremallera para que colocara su cadena en él.

—Ahora sí parece que vas a una gala. Por cierto, todo es prestado —dijo el hombre.

Ella se detuvo, observándolo perpleja, deseando dar media vuelta.

—Vamos, hoy te ves como una persona normal. Tal vez un poco mejor —bromeó Giorgio.

Ella lo tomó del brazo que le ofrecía, dando un gruñido de inconformidad. Se notaba un poco menos la diferencia entre sus estaturas.

—Eres imposible, Di Maggio. Creo que me caes mejor cuando estás de malas —dijo.

—Deberías estar conforme, estuve a punto de pedirlo rojo. Éste sigue más la línea de tu amado traje, sólo que un poco más femenino —mintió con sorna.

—Muchos han acabado en la lona por menos que esto —respondió ella.

—Cómo olvidarlo —refunfuñó él, aún en un tono jactancioso.

—Vámonos antes de que me arrepienta —repuso apenada.


En la OINDAH, más tarde

Muchas miradas se posaron en ellos aquella noche. Los hombres de la directiva del CDA fueron los primeros en notarla, pertrechados junto a la barra, como en una trinchera. Ella saludó de lejos sin apartarse de su acompañante. No había visto a Harry. Trataba de no pensar en él, pero era inevitable. Di Maggio, docto en las cuestiones de la vida social de la que se aisló, hizo gala de encantos que Contacto jamás hubiera pensado que tenía. Parecía que él también se sentía seguro a su lado, paseando por el elegante salón con vista al mar. No traía el bastón, se apoyaba en ella sin que nadie más se percatara. Hablaron cortésmente con mucha gente sobre cosas triviales.

—Esta es la parte más hipócrita de la organización, no debes pasarla por alto —le susurró al oído, aún a sabiendas de que podría escucharlo desde el otro lado del salón lleno de gente. Marchaban por el recinto tomados del brazo. Ella no podía comprenderlo, se sentía como si ambos fueran personas distintas. Ella jamás había usado algo así, era un hermoso atuendo, seleccionado con mucho cuidado. Se sentaron un rato en la mesa redonda junto a otras personas y disfrutaron una cena de tres tiempos que para ella era como haber comido un par de canapés.

—Vamos a la pista —ordenó él cuando concluyó la cena.

—¿En serio? —exclamó la mujer.

—Alguna vez te dije que te lo iba a probar. Sólo no me pises.

La mujer seguía haciendo esa cara de «no es posible que haga esto». Sin embargo, lo permitió ya que Di Maggio no solía divertirse. Parecía que estaba disfrutando de su juego, fuera cual fuere.

Comenzaron a bailar. En efecto, se notaba que él sabía muy bien lo que estaba haciendo. La conducía con facilidad, indicándole el ritmo.

Seguían en la pista, bailando muy de cerca, cuando el motivo de las elucubraciones de Di Maggio pasó por el pasillo de la galería que rodeaba la pista desde más arriba, detrás de la joven. Harry estaba lejos, confundido entre la gente y el ruido. Volteó a ver a la pareja e hizo una expresión que sólo Di Maggio pudo notar, cuando se dio cuenta de que la elegante mujer que danzaba con él era Contacto.

El hombre esbozó una media sonrisa y se aproximó más a ella.

Sus azules ojos de lobo seguían clavados en el rostro de Harry y ambos se retaron con la mirada. El Agente trató de parecer impasible, pero le hervía la sangre. La mujer se percató de que Di Maggio observaba algo con insistencia y volteó para ver al pasmado Jacobo que se dirigió de prisa hacia la salida después de que sus miradas se cruzaran.

—Vaya. ¿De eso se trataba? —le preguntó ella.

Di Maggio no respondió, pero tenía un aire victorioso. Sintió que había ganado un juego que jugaba solo.

Lo dejó parado en la pista y se dirigió a un corredor que llevaba a otra de las salidas del salón. Él trató de seguirla, pero sabía que jamás podría alcanzarla. Entonces, la joven se encontró de frente con Manuel y tuvo que detenerse.

—¡Contacto, qué bien te ves! ¡Apenas pude reconocerte!

—Gracias Manuel, tu también estás muy elegante. Disculpa, tengo que ir al...

—¡Ah, sí, claro, hay mucho alcohol ¿eh? —replicó.

Se dieron el abrazo cotidiano de los caballos al despedirse y ella siguió su camino hacia la salida. Di Maggio casi había logrado darle alcance debido a la interrupción. Ambos llegaron al pasillo que conducía al estacionamiento, casi al mismo tiempo. Estaba tapizado en verde oscuro y gris y tenía una iluminación sutil. Él, que estaba unos metros detrás de ella, pensó que nadie los observaría en ese sitio, así que se dejó caer sobre la alfombra, exclamando para que ella pudiera escucharlo antes de desaparecer. La mujer estaba lista para irse, pero al ver al hombre tirado boca arriba quejándose, decidió volver. Se paró junto a él y lo observó hacia abajo, con las manos en la cintura.

—Debería dejarte tirado allí, no tienes vergüenza —dijo entre dientes.

Él trató de incorporarse, haciendo una mueca de dolor, mezcla de lo aprendido en el campo de fútbol en sus años de estudiante, y de su rodilla, que siempre se negaba a responder al primer intento.

Lo tomó por los hombros, lo levantó y lo sujetó contra la pared, como si estuviera interrogando a alguien que se resistía. Estaba molesta, debió dejarlo ahí pero pensó que él pudo hacerse daño al seguirla así. Él le puso las manos sobre los hombros.

—De verdad te ves bien esta noche —le dijo a la joven y se inclinó para besarla en el cuello.

Ella se quedó inmóvil. Tal vez él no sólo trataba de jactarse de Harry, quizá también quería seducirla, lo cual le pareció un poco menos despreciable de su parte.

—Di Maggio —dijo con los ojos de lobo del hombre clavados en los suyos, cuando él se hizo hacia atrás—. Parece que no has logrado superar lo del Agente. Y yo tampoco. Tengo que irme.

Giorgio, que de pronto había recuperado la fuerza, permaneció afilado y elegante de pie en el corredor, observando la salida mientras ella desaparecía.

A la mañana siguiente

Di Maggio, con una resaca obtenida como consecuencia de haber seguido bebiendo tras lo que pasó después de ese raro beso y de lo que ocurrió aún más tarde, fue informado por una preocupada señora Mary que el vestido azul estaba colgado en el candelabro de la entrada, a varios metros del suelo, junto con el resto del ajuar que usó Contacto. Y que toda la comida había desaparecido del horno.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top