Cuerpo a cuerpo. Capítulo 33.

Diez meses desde la desaparición de Andrea

Lunes, 20:13

Contacto tendría que seguir a Miguel otra vez, sólo que ahora detrás de un vehículo diferente. Corrió hacia la puerta derribada y, al pasar, recogió el teléfono celular que estaba tirado. Aún servía. Llamó al puente del CDA. Luego de indicar su posición, explicó brevemente lo ocurrido, todo esto mientras corría para no perder de vista la camioneta. Harry no estaba de guardia, así que la comunicaron con alguien más a cargo.

—Aquí el Nexo, ¿cuál es la emergencia?

—Uh. Falsa alarma —dijo ella—. Fuera. «No necesito a otro de los secuaces de De Lois en la escena» pensó. Seguía avanzando sin detenerse.

—No, no, de todas formas iremos a revisar, no tardaremos. El puente tiene tu ubicación. ¡Ahora sí, fuera! —dijo el hombre furiosamente, con la mandíbula apretada.

Los agentes del subdirector iban por el muchacho y ella no sabía por qué. Mientras corría desbocada, el aparato que traía en la mano comenzó a sonar. En la pantalla se desplegó el nombre agendado de quien llamaba. Decía Gabriel Elec. Había un poco de tráfico, lo que frenaba el vehículo de los secuestradores y facilitaba su persecución.

—¿Bueno? —respondió.

—Habla Elec —dijo un hombre de inconfundible voz aterciopelada. Recordaba ese nombre.

—¿Gabriel Elec el Alfa?—preguntó impactada. No sabía si estaba cometiendo una imprudencia. «Por qué llama al primo de Andrea?» pensó.

—¿Disculpe, quién es? —preguntó.

—Habla Contacto, Miguel me localizó para que nos reuniéramos. Pero ahora no puede responder —repuso ella de manera calmada, como si estuviera sentada en un sillón en lugar de ir corriendo velozmente tras el vehículo, procurando no ser vista.

—Me llamó para pedir ayuda —dijo Elec.

—La necesita —exclamó la joven.

—¿Cuál es la situación?

—¡Se lo llevaron en un auto, voy tras él!

—¿Dónde está? —respondió el hombre.

—Pasando por la calle dos entre la siete... la nueve... la once...

—Voy para allá —dijo él—. Mantén actualizada la ubicación.

El auto se alejó del centro y se internó en los suburbios. No quería que los tripulantes supieran que los seguía. Se detuvieron en un área desierta y bajaron al chico a trompicones: tenía las manos amarradas en la espalda y el rostro cubierto. Se internaron con él entre edificios, por oscuras y atemorizantes callejuelas. Era un sector mercantil que sólo estaba activo de día. La mujer estaba observando todo desde arriba. Tres hombres se quedaron con Aster. Estaban armados.

El puente del CDA se comunicó con Contacto a ese número, desde el que recibió la llamada. Ya le habían avisado a Harry que solicitaba apoyo. A regañadientes, tuvo que reportar nuevamente su ubicación porque el Nexo, que se dirigía hacia el norte, acompañado de un par de caballos, acudiría también. Iba en una camioneta del CDA que no viajaba deprisa.

El fornido hombre, por consejo de Eris, le había dado instrucciones precisas a los secuestradores de Aster sin que nadie lo supiera, pues secretamente trabajaban para él. La Pesadilla, empleada de su patrón, se enteró de que se entrevistaría con esa mujer. Y lo que menos necesitaba su jefe era que los Alfa tuvieran información que pudiera incriminarlo. De cualquier forma, seguía la posición de la mujer de negro como lo hicieron con el muchacho antes, mediante el teléfono celular que funcionaba como un rastreador GPS. Quizá podría matar dos pájaros de un tiro esa noche.



Más tarde

Dos hombres armados tenían a Aster sujeto del cuello contra la pared y parecía que estaban por liquidarlo por haber hablado de más. Un tercero vigilaba a unos metros. Parecería un robo. Estaban a punto de golpearlo cuando alguien a sus espaldas gritó:

—¡Ey, lo que quieran con él, lo tratarán conmigo!

Contacto se hallaba a sólo unos pasos de los tres. El que estaba lejos pidió apoyo por medio de un radio. Ella se abalanzó sobre ese hombre y pateó la pistola, la cual quedó muy lejos de su alcance.

El tipo trató de atacarla, pero ella dio una vuelta y dejó que se abalanzara de bruces sobre el sucio pavimento. Él se levantó y le lanzó un golpe con el puño, al tiempo que ella se movía alrededor de él, para esquivarlo. Era demasiado rápida, no lograría conectarla. La mujer se preparó para anularlo, pero temía que los otros dos hirieran a Aster o quisieran intervenir con sus armas. Tendría que deshacerse del tercero, liberar al chico ileso y escapar de los tipos al mismo tiempo, todo, sin exponerse demasiado.

Ella siguió esquivando los golpes del agresor mientras, discretamente, lo acercaba a la pared, donde los otros dos sujetaban al aterrorizado Miguel por la garganta. Todo ocurrió en pocos segundos. Planeó una complicada maniobra casi coreográfica. Estaba a punto de ponerla en práctica, cuando llegaron más hombres.

Entonces la chica sujetó a su adversario del cuello de la ropa y del cinturón. Primero lo usó como escudo, con la esperanza de que no dispararan, y después lo lanzó sobre los dos que amagaban a Miguel, quienes lo soltaron instintivamente para hacerse a un lado. Lo arrojó con tanta fuerza, que el hombre no podía comprenderlo. De inmediato, agarró al secuestrado de la camisa y lo arrastró por el callejón. En el camino le arrancó la capucha.

Para pasar a uno de los hombres que se encontraba frente a ellos, lanzó a Aster sobre él, como si hubiera saltado. Mientras éste se encontraba en el aire, golpeó al hombre con el codo y le tiró el arma. Todavía logró esquivar una bala a su derecha y sujetar a Miguel antes de que llegara al piso. Dejaron noqueado al tirador detrás de ellos y corrieron hacia una intersección.

Ahora los perseguían cuatro sujetos. A ella le parecía que esa escena se había repetido antes y pensó que no sería del todo errado ver un patrón. Probablemente los problemas de los caballos no habían sido fortuitos. Corrieron, cambiando de rumbo más de una vez.

—¿Cómo hiciste eso? ¿Eres ninja o algo así? ¡Ya no... puedo! —dijo de manera ahogada.

El asma no le permitía respirar. Creyeron que habían despistado a sus perseguidores y se detuvieron un momento, para que sacara el inhalador y aspirara. Sin embargo, su condición se agravaba por los nervios y el esfuerzo.

—Cálmate. Ayuda a tu respiración con el abdomen —le indicó al chico, mientras lo presionaba un poco bajo el ombligo al ritmo de sus inspiraciones—. Mi hermano tiene el mismo problema —comentó ella. Aster tenía sangre en el rostro y en el brazo izquierdo. Necesitaba sacarlo de ahí a como diera lugar.

Pensaba en lo que podían hacer. Debían ir a la organización, donde quizá los ayudarían. Después de todo, ambos trabajaban ahí. Necesitaba ponerlo a resguardo antes de hacer algo osado otra vez. Quería que el chico se recuperara antes de seguir, pero no pudo evitar preguntarle

—¿Qué le hiciste a De Lois? ¿Por qué quiere matarte su gente?

—Estuve como... dándoles algo de información a cambio de... cosas. Pero no les di todo —negó apenado.

—¿La placa? ¿La tienes tú?—inquirió ella; se le iluminó el rostro.

—La tuve pero ya no... no iba a ser tan tonto de traerla.

—¿Dónde está? —exclamó ella.

—¡No lo sé! La dejé en el cementerio y cuando volví por ella ya no estaba. Cualquiera pudo llevársela —chilló él.

Contacto sintió que el suelo se hundía. Quizá nunca se pudiera sintetizar la sustancia sin esa información. Se recargó en la pared, completamente abatida.

—¿Qué has hecho? —musitó la mujer, desconcentrada por fracciones de segundo.

—Lo siento. Deben haber rastreado nuestra llamada. Creo que mi celular tiene un localizador.

Ella hizo una mueca de terror. Sacó el aparato que había colocado entre su piel y el traje y lo destruyó apretándolo con la mano.

En ese momento, dos sujetos vestidos de negro y con el rostro cubierto aparecieron, uno de cada lado de la calle en la que se encontraban. Arrastrando nuevamente al chico, escaparon por una vía perpendicular. Varias balas pasaron silbando cerca de ellos.

—Que Dios nos ayude —dijo la mujer mientras se agachaban para esquivar los disparos. Arrastraba a Miguel, que cada vez respiraba peor y que apenas podía correr.

El CDA había llegado a la escena, estaban cerca de ellos, pero no sólo la camioneta del Nexo, también Harry con su escuadrón. Miguel y Contacto se encontraron en un callejón oscuro y angosto, de apenas dos metros de ancho. Arriba, se veía el cielo estrellado. Presentía que la persecución estaba por terminar. Tendría que encarar a sus cazadores.

Una sombra protectora que observaba la escena desde un techo a la derecha tenía una mejor vista y conocía muy bien el ímpetu de la mujer de negro. Sabía que era una emboscada. Contacto esperaría a los perseguidores desde el sur, pero no sabía que había un tirador esperando sobre un techo a la izquierda.

Un tercer observador, oculto en otro edificio contiguo, se puso de pie. Vio a quien estaba sobre el techo de la derecha del callejón. Se reconocieron al instante. Ambos estaban lejos del francotirador.

Aster y Contacto corrían velozmente hacia la trampa. Estaban en la mira. La mujer de negro escuchó un grito: «¡Arriba, cuidado!».

Se detuvieron en seco y la mujer de negro vio al tirador pertrechado sobre el edificio al lado del callejón. En ese momento, disparó, pero ella tuvo oportunidad de dar un giro evasor y proteger al chico.

El tirador huyó, no volvió a intentarlo. Mientras tanto, Elec había bajado a toda velocidad por la escalera de emergencia externa del edificio y daba instrucciones para que el escuadrón cerrara el paso a quienes los perseguían.

Contacto seguía corriendo hacia el final de la callejuela, pero ahora por un motivo completamente diferente. Los refuerzos llegaron. Los perseguidores desapareciendo en la noche. No lograron capturar a ninguno. Harry se acercó algo consternado.

—¿Que está pasando?

—No puedo explicarte ahora —repuso y depositó al chico en sus manos—. Debo irme.

—¿A dónde? —ella negó con la cabeza. Sonrió un poco, antes de correr hacia la oscuridad.

—¡No te preocupes, todo está bien ahora! —gritó al alejarse.

Seguía un rastro muy claro. No podía perderlo, no esta vez. Trepó al techo. Marchaba ligera, lejos de la vista, siguiendo un camino sobre los edificios que cualquiera hubiera podido recorrer, como a tres cuadras de donde había dejado a los caballos.

Al final, llegó a un lugar desde el cual nadie más hubiera podido pasar a otro techo fácilmente. Parecía estar sola, pero de pronto lo supo. Estaba detrás de ella. Sentía que el corazón se le salía del pecho. De haber tenido vello debajo del traje, se le hubiera erizado todo.

Dio la vuelta despacio, como hipnotizada, expectante.

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