Cortina de humo. Capítulo 25.

Un año y cinco meses desde la aparición de Andrea

En el pent-house de De Lois, 7:00 pm

Helena fumaba un blanco cigarrillo en el estacionamiento del edificio de De Lois. Debía calmarse. El rubicundo subdirector le había lanzado otra indirecta. Durante esos meses el fisco había hecho un par de auditorías inesperadas en un par de las ONG del área de salud que ayudaban a encubrir el manejo de recursos del proyecto del doctor Di Maggio, pero ella lo supo antes y fue posible salvar la situación sin levantar sospechas. A pesar de ser independiente, la OINDAH debía responderle al Estado como cualquier institución en su territorio.

La rubia dio una fuerte bocanada.

—Eso te hará daño, nena —le dijo el Nexo, que salió del pasillo detrás de ella.

Helena tenía la mirada distante.

El hombre de teñido cabello al ras de la cabeza llevaba las manos en los bolsillos.

—El patrón está harto, las cosas no han salido como esperaba.

La bella mujer se encorvó un poco, con el cigarrillo entre los dedos.

—Tendrá que esperar varios años más para tratar de ser director.

Helena expulsó el humo por la boca, como suspirando.

—Le dije que debemos usar otros métodos.

Giró la cabeza para voltear a verlo. Él sonrió de lado.

—He tenido ganas de hacer esto desde que conozco al tal Di Maggio. Es un creído, ninguno de sus millones podrá salvarlo de lo que le espera.

La bella mujer se quedó estupefacta.

—¿No quieres saber cuándo? —increpó él.

Ella dejó caer el cigarrillo, lo pisó y se acercó mucho al Nexo.

—¿De verdad piensas que es buena idea ir a molestar a Giorgio Di Maggio?

El hombre lanzó una risa gutural y puso el dedo índice y el medio bajo la barbilla de porcelana de la asistente, mientras clavaba la oscura mirada en sus claros ojos.

—Eres tan tierna. No vamos a molestarlo. Le sacaremos la sopa y lo quitaremos de en medio.

—Los Alfa lo protegen, ¿crees que eso será fácil? —respondió sin apartarse, sosteniendo la vista.

Él se hizo un poco hacia atrás.

—Si el patrón no le tiene miedo a los Alfa tú tampoco deberías tenérselos. Gracias a ti conocemos muy bien las rutinas del hombre, sabemos que no tiene seguridad privada y que las alarmas de su mansión son cosa de niños. Nadie va a escucharlo cuando grite. A menos que...

—¿Qué?

—A menos que tú señales que está cometiendo un fraude en la OINDAH.

—No puedo, no tengo la evidencia.

El gesto del fornido tipo le hizo pensar que comprendía. Asintió.

—¿Y cuándo...?

La sonrisa del Nexo se ensanchó.

—No te preocupes, lo sabrás antes que nadie, para que no estés donde no debes cuando no debes. El patrón se preocupa por ti —aseveró.

7:45 pm
En la calle

Helena estaba estacionando el blanco automóvil en su edificio, cuando recibió un mensaje del Nexo.

«En unos minutos lo tendremos», decía.

Ella dio media vuelta sin haber descendido del vehículo y siguió manejando. Marcó por segunda vez esa noche el primer número de sus contactos de emergencia.

—Me acaban de decir que van por él ahora mismo —clamó ella cuando le respondieron.

Escuchaba con el altavoz del móvil mientras conducía a gran velocidad.

Oyó en silencio la respuesta de su interlocutor y colgó. Marcó otro número. No hubo respuesta. Lo intentó una, dos, muchas veces. Golpeó el volante con desesperación en un semáforo que no pudo pasarse.

—¡Idiota, nunca contesta! —exclamó.

Llamó a alguien más.

—Aurelio, habla Helena. ¿Dónde está Giorgio?

Lo que le dijo la hizo morderse el labio.

—¿Hace cuánto?...

Colgó sin decir más y marcó otra vez el primer número.

—Está en el pent house —dijo temblando—. Estoy a dos cuadras.

Escuchó algo que la hizo arrugar el ceño.

—Por favor, tengo que... —exclamó ella.

Recibió la respuesta cuando ya estaba entrando otra vez al estacionamiento del lugar de De Lois, tras haber presionado el control remoto de la puerta del garaje que daba a la calle. Alcanzó a ver la defensa del negro town car de Di Maggio que estaba estacionado adentro.

«Tengo que hacerlo», se dijo, y marchó como loca.

El ascenso le pareció eterno. El elevador se abrió ante a la elegante puerta, frente a la cual estaba el Nexo, más sonriente que nunca.

—Te advertí que no te acercaras —le dijo, pero le abrió apenas un poco para que ingresara, lo que la obligó a pasar muy cerca de él. En el interior, frente a ella, detrás de una fina nube de blanco humo, estaban Alex de Lois y Giorgio Di Maggio jugando una partida de ajedrez, bebiendo caro coñac.

El rubio subdirector sonreía mientras observaba a la joven con altivez y le dirigía una lateral mirada a su amigo, que trataba de mantenerse impávido como de costumbre, pero cuyo ceño se había fruncido apenas, al ver a la agitada rubia con el cabello revuelto y expresión de perplejidad.

—Qué sorpresa, querida. Mi amigo y yo acabamos de comenzar esta partida. Justo le estaba diciendo que sacrificaré a la reina gustoso con tal de ganar este juego.

Ella respiró hondo y se enderezó.

—¿Qué te trae por aquí a esta hora? No me digas que me extrañaste.

Tragó saliva mientras los veía alternativamente, muy seria.

—También le comentaba a Giorgio lo mucho que estimaba al doctor Di Maggio, que fue como un hermano para mi padre y mi tío. Lo menos que puedo hacer es ofrecerle mi hospitalidad. Eso nunca cambiará —aseveró.

Ella comprendió.

—Disculpen la interrupción, buenas noches —respondió tratando de controlar el temblor en su voz y dio media vuelta.

Giorgio se quedó callado pero le lanzó una fulminante mirada a su oponente.

—Es tan difícil encontrar personal eficiente. Me temo que tendré que prescindir de sus servicios. Tú deberías hacer lo mismo —aseveró el rubicundo De Lois antes de aspirar otra vez del puro que tenía en la mano.

Helena salió del departamento y se recargó en pared, junto al umbral del apartamento. Vio su reflejo distorsionado en la doble puerta dorada del ascensor. Estaba lívida. El Nexo que estaba en el pasillo se acercó a ella. Metió la mano en el bolsillo de su pantalón, sacó un móvil y lo lanzó a para que la rubia lo cachara.

Ella lo alcanzó y lo observó azorada. Era el de Di Maggio.

—Diez llamadas perdidas. En serio te importa, ¿eh? —la increpó.

La bella mujer no respondió.

—Es guapo y rico. Seguro también coge muy bien —dijo burlón.

La engañaron y ella cayó. No le iban a hacer daño a Di Maggio, querían saber si ella estaría de su parte o de la de De Lois. Levantó la cabeza y llamó al elevador para salir de ahí.

Ahora lo sabían.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top