Consejo subrepticio. Capítulo 35.
Dos años, seis meses y dos semanas desde la aparición de Andrea
En el hospital
Contacto acudió al llamado del Director General la misma noche que recibió la tarjeta, vistiendo ropa deportiva. El hospital era un edificio muy moderno cuyas lisas ventanas de cristal no se abrían al exterior. Tuvo que ingresar desde abajo. Había demasiadas cámaras, tenía que ser cuidadosa, pero ese no era un problema. Encontró el pasillo y ubicó la puerta del cuarto que estaba custodiada por dos corpulentos hombres vestidos de negro. No se moverían de allí sin importar la hora. Pensó en que tendría que haber alguna manera de ingresar sin que nadie lo notara.
No todas las habitaciones contiguas estaban ocupadas, se metió en una cercana sin ser vista. Escalando el mobiliario subió al techo y removió un plafón. Todo estaba vinculado por arriba, había pocos sitios donde apoyarse y era algo estrecho, pero logró llegar hasta la parte superior del cuarto indicado y removió con cautela uno de los tableros para observar lo que ocurría abajo.
El director estaba solo, se encontraba en una cama hospitalaria con el respaldo algo levantado, se veía mal. Parecía estar dormido. Ella descendió con sigilo, tratando de dejar acomodado el cuadro del techo. Entró una enfermera y Contacto se ocultó bajo la cama hasta que se fue. Se incorporó esperando que el Director estuviera despierto. Cuando se levantaba, él la observaba fijo.
—Buenas noches, Contacto —dijo con voz rasposa y la manguera del oxígeno en la nariz.
—Buenas noches, señor director —dijo ella tratando de no sacudir en la habitación el polvo que se había adherido a su ropa al arrastrarse por arriba—. Su sobrino dijo que quería verme.
—Ader está dispuesto a hacer lo que le pida siempre y cuando la acción esté fuera del protocolo oficial —aseveró dirigiéndole una intensa mirada, recordando alguna vez en la que aceptó involucrarse en una de esas misiones—. Te agradezco que hayas venido tan pronto.
—Siempre estoy a sus órdenes.
—Gracias. Necesito conversar contigo. Como verás no me encuentro bien de salud, desde hace meses. Pronto necesitarán un nuevo director.
—No diga eso, tiene que recuperarse.
Él la observó con el ceño fruncido. Había escuchado eso demasiadas veces. Él sabía que no sería así.
—No puede uno recuperarse de la ancianidad. Te pedí que vinieras para darte órdenes directas. Nadie más debe enterarse. Nadie, Contacto.
—Lo que mande, señor.
—Debes ingresar otra vez al archivo de la dirección general.
—Lamento haber entrado así aquella vez, me siento muy apenada.
—Sí, sí, no importa. Te pido que tomes dos cosas de ahí. Un documento para que se lo entregues a Giorgio cuando ya no me comprometa.
—El contrato —dijo ella.
—Sí. Está en el mismo sitio en el que lo encontraste la vez pasada.
Ella trataba de contener su asombro sin éxito.
—Yo también tengo mis poderes —dijo él con seriedad, a pesar de que estaba bromeando —. Encontrarás algo más ahí, quisiera que tú conservaras eso contigo.
Contacto asintió.
—También quiero pedirte algo personal.
—Lo que sea —dijo pensando que iba a hablarle de Ader.
—No puedo revelarte demasiado, eso me pesa—. Tosió un poco. Fue una tos seca, ronca y horrible—. He luchado siempre por cumplir con mi deber. Quiero que cumplas con el tuyo. Alessandro y yo éramos como hermanos. Cuando me presentó el proyecto, me contó sobre ti. Jamás pensé que vería algo así en toda mi vida. Debes tener mucho cuidado, no debes dar nada por hecho.
»Yo conocía muy bien a mi amigo. Acudió a mí porque pensó que era la mejor opción dadas las circunstancias. Ahora trataré de honrar su confianza. Él sabía lo que hacía, todos en el proyecto deben hacer lo que les pidió, en especial, tú. Deben realizar la entrega del suero al mundo, cueste lo que cueste.
»Lamento de verdad las terribles cosas por las que has tenido que pasar. Creo que aún tendrás que superar otras —afirmó. Le faltaba el aire a veces, habló con lentitud, muy bajo, como si alguien pudiera escucharlos.
Ella lo veía tratando de entender.
—Debes moverte despacio. Desafortunadamente no se puede confiar en nadie, la ambición convierte a las personas educadas en bárbaros, aunque formemos parte del mismo equipo.
La joven permaneció en silencio, escuchando.
—Estoy limitado para decirte mucho más, por el código de honor que ha regido mi vida desde hace muchos años—. Tosió otra vez. Su respiración se escuchaba silvante—. Eres joven, tienes ímpetu. Los viejos necesitamos que nos recuerden eso, pero también debes seguir este consejo. No confíes en lo que crees que sabes. Quienes parecen adversarios podrán ser aliados cuando llegue el momento.
Contacto asintió.
—Tampoco tienes que seguir por el camino aunque esté bajo tus pies —susurró el anciano y cerró los ojos. Comenzó a hacer ruidos, como si roncara. Ella no quería agotarlo más. Permaneció un rato cerca de la ventana, pensando en lo que le dijo, hasta que se quedó dormido.
Ella trataría de recordar aquellas palabras que no comprendía.
Dos años y siete meses desde la aparición de Andrea
El director general estuvo internado en el hospital tres semanas más. Agonizó durante un par de días y falleció la madrugada de un martes.
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