Confrontaciones. Capítulo 27.
Seis meses y dos semanas desde la desaparición de Andrea
En el departamento de Helena
Al estar suspendida de la organización, lo que Contacto hiciera sería responsabilidad suya. Lo que descubrió la había hecho enfurecer: necesitaba la verdad, y la necesitaba ya. Pero antes de hablar con Harry, debía hacer algo para descubrir a la rubia.
Vestida con la ropa y el calzado deportivos que Aurelio había llevado a la casona para ella, se dirigió al departamento blanco. Tuvo que esperar varias horas antes de que su objetivo apareciera. Una vez que aquella entró, Contacto observó desde afuera de la ventana del piso diez, como de costumbre. Helena revisaba los mensajes en su móvil, reclinada en un diván, de espaldas a la ventana. La mujer en la cornisa alcanzó a leerlos desde donde estaba. La secretaria respondió uno que decía «Estaré ahí a las nueve» con un «Te espero. Alba».
La joven sonrió. Se ocultó en el techo y se dirigió a la entrada del departamento poco antes de la hora indicada, la cual conocía debido a que desde donde estaba alcanzaba a ver el reloj de un edificio a dos calles de distancia. Tocó la puerta. Helena abrió sin haber quitado la cadena. Su sorpresa fue enorme cuando la vio.
—¿Qué haces aquí? —dijo con voz chillona la asistente.
—Necesito hablar contigo.
—Estoy ocupada, será después —dijo tratando de cerrar.
—Por favor, es importante —repuso Contacto evitando que cerrara, estaba haciendo tiempo.
—¿Qué quieres? —respondió la rubia sin quitar la cadena, tratando de mantenerse serena sin conseguirlo.
—Creo que deberíamos hablar frente a frente.
No respondió, parecía desesperada. Contacto se cansó de eso y empujó la chapa lentamente, pero con fuerza. Las piezas del pestillo que estaban atornilladas a la madera comenzaron a ceder. Se reventó la cadena y quedó colgando de la puerta que la mujer del traje deportivo cerró detrás de sí. Helena se hizo hacia atrás, visiblemente asustada.
—Cálmate. He venido por respuestas.
—Púdrete —dijo, mientras buscaba, de forma discreta, el teléfono más cercano.
—Qué curioso. Una mujer que me siguió me dijo exactamente lo mismo. Quizá también sepas de quién se trata.
La rubia parecía muy sorprendida.
—Entonces trabajas con De Lois. Ese es tu asunto, pero debo saber qué le has contado.
En ese momento, sonó el timbre. La mujer palideció, parecía que se iba a desmayar.
—¿No vas a abrir? —preguntó, sonriendo un poco—. No, no creo que sea él, ¿o sí? En ese caso, mejor pregunto directamente —dijo, mientras se dirigía a la entrada.
—¡No! —gritó Helena.
Tocaron de nuevo.
—¡No es un buen momento! —volvió a exclamar.
Contacto abrió y vio al Subdirector jurídico de la OINDAH que se disponía a marcharse. Ella traía el cabello suelto, lo cual era muy inusual. Él la observó con gran contrariedad; después vio a Helena en el interior, perpleja.
—Buenas tardes, con permiso, ya me iba —dijo Contacto burlonamente—. Hasta pronto, después seguimos conversando.
Aunque, al final, De Lois pasó al departamento, no se quedó mucho tiempo. Preguntó de qué se trató aquello, y la rubia le explicó que la mujer se presentó repentinamente y que había entrado a la fuerza. Le mostró la cadena arrancada. Cuando el hombre quiso saber quién era, la rubia aseguró desconocer su nombre. Aún no podía decirle nada más.
Él no siguió interrogándola, pero necesitaba averiguar quién era y a qué había ido. Estaba confundido y preocupado por aquello. Nadie debía saber de sus visitas: él era una figura pública reconocida, aquello podría tener repercusiones. Necesitaba saber quién era esa mujer. Sabía que había visto a esa mujer en alguna parte. Trató de recordar dónde, dónde...
En el departamento de Harry
Ya había anochecido. Harry escuchó que tocaban en su ventana, la cual jamás tenía el seguro puesto. Él se acercó y Contacto entró por ahí como si fuera lo más normal, vestida con ropa deportiva un tanto raída.
—Claro, puedes pasar —dijo muy serio.
El departamento era oscuro y azul. Comenzaba a llover. Él se acomodó el lacio cabello que le caía sobre la cara. Ambos estaban de pie cerca de la ventana. La mujer observó el cristal y recordó la primera vez que se encontraron.
No quería verlo a los ojos. Sabía que él comprendería lo que pasaba en las profundidades de su ser.
—No te he visto estos días —dijo con un reclamo velado.
—Tenía que pensar —respondió—. Ahora tendré mucho tiempo para hacerlo, ya que estoy suspendida de la organización.
Él no parecía sorprendido.
—Ya lo sabías.
—Me informaron, por seguridad. Ha sido un error garrafal —dijo apesadumbrado.
—Quizá no sea tan malo —respondió ella.
Permanecieron en silencio.
—Sobre aquella noche... —comenzó Harry.
—Te entiendo. Habías bebido, te sentías solo. Se cumplieron apenas seis meses de...
—No, no entiendes. ¿Cómo es que no entiendes? —preguntó él desesperado, golpeando el respaldo de un sillón con la palma de la mano.
Ella pensó que podría hacerlo recapacitar. La observaba con emoción, suplicante.
—Puedes pedirme que lo oculte, pero eso no significa que no lo sienta.
La mujer deseaba acercarse a él.
—Pero lo de Andrea, es muy pronto —exclamó ella.
—Lo sé, claro que lo sé. Ella siempre estará en lo más profundo de mí. Nadie jamás llenará ese vacío, nada acabará con este dolor, ni podrá reemplazarla —susurró el hombre, conteniéndose—. Pero uno no decide a quién amar.
«¿Amar?» pensó aterrada. Temía perderse, aceptar lo que pasaba dentro de ella, dejarse llevar.
—¡Di que estoy loco, que lo olvide! —imploró—. ¡Dime que no sientes nada!
—Harry —musitó conmovida.
—Perdóname. Soy un idiota —repuso el hombre entre dientes.
Le partía el corazón verlo tan desesperado, tan abatido.
—Eres mi amigo —logró decir.
Él hizo una mueca y se volvió hacia otro lado.
—Por favor, vete a tu casa.
Ella pasó los dedos sobre su espalda. Él dio media vuelta, tomó la mano de la mujer y la puso sobre su pecho. El corazón le latía con vehemencia.
—Es tuyo —aseveró mientras la observaba fijamente.
—No, Harry, no —suplicó la mujer, conteniéndose.
—Sólo dime que no sientes nada por mí. Nunca volveremos a hablar de esto —susurró él.
—No puedo decirte eso —musitó la joven y agachó la cabeza, dando un paso hacia atrás—. Pero tampoco puedo decirte lo que siento.
Él atravesó el abismo que los separaba con un solo paso. Le levantó el rostro con delicadeza. Sonrió afectuosamente, con los ojos llenos de lágrimas.
—Yo tampoco puedo pero esto es lo que quiero —respondió Harry.
Era irremediable: estaban conectados por emociones muy poderosas. La abrazó con cautela, fraternalmente, y ella supo que su amigo la estaba consolando.
—¿Qué estamos haciendo? —dijo en voz baja.
—Estamos siendo humanos —respondió él.
Lo abrazó de vuelta, también debía consolarlo. Se aferraron el uno al otro largo rato, en silencio.
Ya no lloraban sólo por Andrea.
En la mansión, horas después del incidente del techo
Di Maggio reposaba al amanecer, tras la noche en la que estuvo a punto de lanzarse del techo. Después de haber dejado a Contacto durmiendo en la recámara roja, bajó al despacho a sentarse en su silla de piel. Dormitaba un poco, cobijado con el calor del sol del alba.
Era un desastre: más ojeroso, sin rasurar. Ni siquiera se había quitado la camisa ensangrentada y aún destilaba alcohol. Sólo necesitaba un momento para descansar de la tortura perenne, del dolor. La tibieza de la mañana le trajo el recuerdo de un aroma familiar. Un rumor de pasos delicados sobre la madera. Parecían tan reales...
Entreabrió los ojos como lo haría un lobo al salir de una cueva, deslumbrado. Acomodó la cabeza para observar la presencia resplandeciente, etérea, iluminada por el sol matutino. Daba reflejos dorados, verdes y rosados. El borde de la cabellera rizada de la visión parecía estar encendido. De la garganta de Di Maggio surgió una bocanada profunda, como un grito de exclamación lanzado hacia adentro. Inspiró hondo: el aire entraba con facilidad a su cuerpo. Sin mover ni un músculo de su rostro inexpresivo, negó con la cabeza lentamente. Probablemente era una alucinación, producida por un anticipado delirium tremens.
Se irguió frunciendo el ceño al enfocar la vista. La mirada complaciente de aquella aparición recorría los recovecos de ese hombre atormentado; lo observaba con afecto, de pie frente al escritorio. Un terrible peso dentro de él se desvaneció.
Creyó que cruzaba algunas palabras vitales con la visión. Cerró los ojos un momento, encandilado por el resplandor, y cuando volvió a abrirlos, estaba solo nuevamente. La luz se había desvanecido. Quizá transcurrió un momento o algunas horas, pero gran parte del dolor de su alma desapareció, como si hubieran pasado muchos años.
Después de semejante encuentro, que fue breve y preciso, el hombre se dirigió a la regadera, para quitar cada vestigio de sangre de su persona. Le pidió a la señora Mary que dedicara un tiempo y todos los productos químicos en su arsenal para llevar a cabo una limpieza profunda en su despacho antes de que Contacto llegara por ahí. Le dijo que lo sanitizara como si fuera un quirófano.
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