Como si no nos hubiéramos conocido. Capítulo 48.

AÑO 7 DEL PROYECTO EN LA OINDAH

Cinco años y diez meses después de la aparición de Andrea

La mujer de negro ahora no sabía quién era ese hombre al que creyó amar. Antes pudo estar segura de que él adoraba su labor en el CDA, que la quería a ella en verdad. Pudo especular tantas cosas. Pero lo único cierto era que le había mentido y que ahora no se dignaba a dar la cara. Ella no lo buscaría. Quizá él temía que quisiera golpearlo y estaba en lo cierto. Tras el dolor, quedó un enorme vacío que comenzó a convertirse en enojo; en una ira que diariamente podría lanzar fuera de sí en furiosos entrenamientos, en largas horas de rondas con la gente del Comando de Apoyo y a través de un intenso trabajo de reordenamiento físico, mental y emocional.

Si él la amó y amó su trabajo con los caballos alguna vez, cosa de la que ella ya no podía estar segura, los perdió a ambos por un engaño. La mujer de negro aún podría seguir realizando esas apasionantes actividades, podría hacerlas suyas por completo, y trataría de recuperarse a sí misma en el proceso.

En el departamento azul

Harry volvía a su vivienda por las noches y se sentaba solo en el sillón de cuero café; se daba cuenta de que tenía las manos vacías, pero aún no podía comprenderlo. Pasaba largos ratos observando la ventana, esperando que ella entrara por allí, a sabiendas de que no volvería a hacerlo. Sentía frío. Y vacío.

Cuando su abuelo, que había sido un verdadero padre para él, murió, Harry se quedó al frente de su casa. Procuraba con gran dedicación a su abuela quien lo crió como a un hijo. Pero la mujer de avanzada edad enfermó, en parte, por la nostalgia de la ausencia de su querido esposo y falleció poco más de un año después que él. Harry juró que eso no le pasaría, que sus emociones por una persona no afectarían su vida.

En aquella época estuvo muy furioso y peleaba con otros chicos en las calles. En cuanto su enojo menguó, tuvo un aplanamiento afectivo, por lo que dejó de sentir muchas cosas, como dolor emocional, miedo o amor. No estaba deprimido, simplemente no lograba sentir gran cosa. Por ello, a pesar de su gran carisma que resultaba muy atractivo, casi no había tenido relaciones cercanas; sólo la música y el trabajo lograban proporcionarle emoción.

Eso había cambiado en él debido a la mujer de negro.

El departamento de cincuenta metros cuadrados ahora parecía inmenso, como si nada pudiera llenarlo: ni su música que se escuchaba hueca, ni la luz de la tarde, ni los recuerdos de su infancia. Por ello, trataba de pasar el menor tiempo posible allí, ahora estaba enfrascado de lleno en las actividades que le asignaban en el grupo Alfa. Esperó a Contacto por semanas, deseando que fuera a verlo, a pesar de que temía su reacción. No sabía qué le preocupaba más: la ira o el dolor de la joven.

Estaba enterado de que tras un periodo de ausencia, casi el mismo tiempo que él estuvo lejos de la organización, ella volvió al CDA y que seguía colaborando ahí, en gran parte, gracias a su intervención. Sin embargo, ya no podría preguntarle nada a Manuel sobre eso. Para poder integrarse al grupo Alfa de lleno, le hicieron a Harry cerrar puertas tras de sí, de una forma que no pudiera volver a abrirlas. Y ahora, debido a las circunstancias de su misión más importante, la que lo había llevado al pináculo de su carrera, había perdido aquello que lo hacía sentir amor. Sin embargo, luchaba consigo mismo para no percibirlo así. Contaba con el grupo, con su trabajo y con grandes expectativas.

Pero aún tenía que verla. Esperó el momento adecuado.

Cinco años y once meses después de la aparición de Andrea

En la organización

Harry buscó un espacio donde la vista de las cámaras estuviera limitada, el cual encontró en un andador al aire libre. Preparó el encuentro con precisión, aunque no sabía si estaba listo para eso. Aguardó, como ella lo esperó a él en el pasado, a la salida del CDA, por el pasillo por el que ella llegó por primera vez al comando.

Contacto abandonaba el edificio con sigilo marchando sobre los mosaicos que semejaban un tablero de ajedrez, olvidándose de quién era, para ser parte de la maquinaria institucional, para perderse en los blancos y negros de la organización que la acogía y que ocultaba su especificidad en una intrincada red de mentiras y verdades.

Por alguna razón desconocida para ella, todos los accesos internos de la torre hacia el lobby estaban cerrados, así que tuvo que salir por el pasillo exterior, que estaba bordeado de setos de arrayán.

Todo estaba cubierto por la llovizna. Cuando la joven llegó a la mitad del recorrido, se detuvo en seco. Lo percibió al final del mismo, tras la pared. Harry le salió al paso y avanzó con lentitud, vestido con un traje idéntico al suyo, deteniéndose frente a ella. Contacto tuvo que luchar consigo misma para no golpearlo y dejarlo inconsciente, para no salir corriendo o gritarle que era un maldito traidor y que hubiera preferido morir acribillada que estar ahí en ese momento.

Él estaba tenso. Ambos se quedaron inmóviles, bajo la luz artificial de las altas farolas. Había algo de bruma.

—Por favor, permíteme hablar contigo— dijo él.

—¿De qué?— replicó muy seca.

—De esto —repuso extendiendo un poco los brazos, refiriéndose al traje—. No podía decírtelo.

—¿Desde cuándo? —preguntó conteniendo sus emociones.

Él se quedó callado.

—Claro —replicó ella.

La mujer de negro odiaba poder controlar su estómago o sus pulmones, pero no las funciones de sus glándulas lagrimales a placer. Sin embargo, también la brisa le mojaba la cara.

—Es demasiado tarde como para que trates de darme alguna explicación Agente. He pensado mucho desde que vi tu maldito traje. Si estás aquí y se supone que quieres hablar, necesito que me lo digas. Lo nuestro fue parte de tu trabajo, ¿cierto?

—Por favor, comprende. Tengo mi deber, así como tú tienes el tuyo —respondió con total calma.

¿Mi deber? ¿te refieres a la entrega? Vaya. Siempre pensé que era algo compartido. También hiciste un compromiso conmigo —le dijo conteniendo su furia, golpeando con la palma el anillo que traía colgado del cuello, debajo del traje, levantando un poco la cabeza sin dejar de observarlo fijamente—. Ahora puedo ver que nada de eso fue mutuo. Te agradezco que me hayas abierto los ojos.

—Lo que te prometí no tiene nada que ver con lo que me encomendaron —susurró él con una helada amargura.

Ella tronó la boca y sonrió con cinismo.

—No esperarán que vuelva a caer en eso.

—Estoy corriendo un gran riesgo al hablar contigo, pero tenía que decirte que eso fue real. Aún lo es.

—¿Para qué tendrías que decírmelo? Es muy tarde. Estás muerto para mí. Al menos, el Harry que creí conocer. O peor, el que jamás existió —susurró.

Eso le dolió profundamente al hombre. Dio un paso hacia delante. Quizá si pudiera tocarla...

—Cuidado Agente, si valoras tu integridad vas a mantener tu distancia —le instó con determinante severidad, señalándolo con el índice

Él se hizo hacia atrás, despacio, observándola en silencio. De lejos ella podría parecer sólo una persona muy enojada. Si él no hubiera sabido lo que era capaz de hacer, quizá lo habría intentado de nuevo. Pero la forma en la que lo veía esa menuda mujer de brillantes ojos, le dio miedo. Ni siquiera tuvo que levantar la voz para hacerlo estremecer.

Ella lo vigilaba sin siquiera parpadear. Si lo hubiera deseado, lo habría partido ahí mismo por la mitad a mano limpia, con un movimiento animal, con una fuerza inconcebible. Él sabía que corría ese riesgo desde que planeó el encuentro. Por ello, lo hizo en un espacio un tanto público de la OINDAH en el que estuviera cerca de la ayuda, por si algo salía mal. Los Alfa tenían razón. Era necesario contenerla.

Ella vio la expresión seria del hombre, pero parecía que estaba leyendo su mente. Inspiró con fuerza.

—Tienes miedo. Puedo olerte.

Ella dio un paso al frente de forma intempestiva y Harry se puso en guardia con discreción.

—¿Tienes miedo... de mí? No puedo creerlo. ¿Acaso crees que de verdad yo podría... ? —clamó desconcertada. Lo había amenazado para que no se le acercara. Pudo moverlo a un lado, tirarlo al piso, pero nunca le haría daño de verdad, a pesar de todo. El rostro de Contacto expresaba ahora todo su dolor—. Mi cuerpo es lo que es, pero sigo siendo una persona, aunque no lo parezca. Sigo siendo yo. ¿Tú quién eres? ¿Qué quieres de mí? —clamó.

—Tenía que verte —musitó.

—Pues mírame. Llegaron demasiado lejos. Destruiste en mí cosas que no pueden arreglarse. Me he preguntado qué me ha dolido más en toda mi vida. Todas esas balas en mi carne son nada comparadas con esto. Nunca volveré a ser la misma, me acabaste, Jacobo, ganaron, jaque mate —explicó hablando con seriedad pero sin reprimir sus emociones, que se desbordaban por sus ojos, que se expresaban en su voz. Inspiró hondo, para contener su ira y su tristeza.

—Por favor, no llores —le dijo Harry, cuyo gesto seguía siendo impasible.

Ella comenzó a reír con un gesto dolido en la cara.

—El mundo nos obliga a ser estóicos. Parece que no tenemos derecho a ni a sentir ni a desmoronarnos. Deshechos de pena no podemos ser lo que se nos exige que seamos, ¿verdad?

—Hemos hecho lo correcto. Debes comprenderlo.

—¿A qué te refieres? ¿A lo que han hecho los Alfa? ¿A Andrea? ¿A mí? ¿A ti?

Él levantó un poco la cabeza.

—¿Pero qué estás diciendo? ¿Qué te ha hecho esa gente? ¿En verdad este eres tú?

Se quedó callado y no movía ni un músculo.

Ella asintió.

—Comprendo. Esto no se ha acabado aquí Agente. Hay cosas mucho más importantes que no tienen nada que ver con nosotros. Algún día tú y tus Alfa verán que no pueden jugar con la gente de esta manera. Y no van a poder olvidarlo. Te lo juro —aseveró ella con los puños apretados—. Voy a conservar el anillo que me diste, será un recordatorio de que no es posible confiar en nadie. Y mejor quítate de mi camino, hay cosas que debo hacer. Eso es lo único que importa.

Harry se hizo a un lado y ella pasó de largo. Cuando la mujer desapareció, él liberó el aire que estuvo reteniendo en sus pulmones. Se quedó un rato parado como una estaca clavada en la playa. Estaba pálido y tenía la boca seca. Era ella y al mismo tiempo era otra cosa. Él quería comprobar con sus propios ojos, los de Alfa, que todo lo que habían hecho era lo correcto, que Gabriel tenía razón. Y sí, le parecía que la tenía.

Si habían querido hacerla enfurecer, lo habían conseguido.

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