Coincidencia. Capítulo 34.
Diez meses desde la desaparición de Andrea
Lunes, 21:45
No habría manera de vincular a De Lois con todo el zafarrancho. Al menos no de forma oficial. Cuando Eris recuperó la conciencia, huyó, algo maltrecha, antes de que llegara la ambulancia. Lo único de lo que Contacto podría culparla era de perseguir a Miguel, lo cual no era un delito. Por si fuera poco, él insistía en que se había lastimado solo la cabeza. Además de Aster, nada ni nadie podría relacionar a Eris con el subdirector. El chico no diría nada, pues pensaba que podría negociar con ella por su vida. Por su parte, la Pesadilla no sabría que él había perdido lo que deseaba obtener.
Tuvieron que llevar al primo de Andrea al hospital, donde atendieron su ataque de asma y sus dos heridas, las cuales necesitaron curaciones. Se sentía ofuscado, pero de cierta forma feliz de haber sobrevivido hasta ese momento. Le dijo a Elec lo que pudo. Explicó que trataba de comunicarse con Contacto para conseguir la otra placa, le contó sobre ésta y cómo perdió la que tuvo todo ese tiempo. Deseaba seguir trabajando en la OINDAH, pero quería protección. El Lector le dijo que harían lo posible.
Gabriel salió del hospital, subió al automóvil negro con matrículas diplomáticas y sacó el teléfono móvil. No tenía mensajes. Esperaba al menos uno de alguno de sus colaboradores. Volvió al departamento de la organización en el que residía. Fue hacia el librero y de entre los libros con los que se confundía, sacó un documento como de cien páginas empastado en negro brillante que contenía información clasificada de alto nivel. Se trataba del expediente 111120682280, pero no lo refería en ninguna parte. Si su chica hubiera abierto el sobre que estaba en la dirección general con ese número, hubiera encontrado información irrelevante ya que el verdadero documento siempre estuvo en poder del Lector, que lo conocía de memoria. Los dígitos que lo designaban eran la clave de lo que contenía. Los Alfa jamás habrían permitido que nadie más que los integrantes del equipo que colaboraba en esa misión supiera lo que decía y que versaba sobre la estrategia que él mismo había ideado.
Lo revisó por última vez, esa noche lo iba a destruir. Era momento de pasar a otra etapa.
Seis meses antes
Una joven mujer de ojos color avellana pasaba mucho tiempo pensando, tenía un conflicto. Parte de ella recelaba de todo ese asunto, pero siempre dijo que lucharía hasta el final, que haría lo que fuera necesario para realizar la entrega del suero al mundo. La verdad es que en el fondo temía, incluso cuando aquello cuya entrega prometió llevar a cabo, le salvó la vida dos veces.
Se sentía obligada para seguir con esa causa, como un madero arrastrado por la marea, arrojada por el ímpetu de su amiga, cuya convicción era tan férrea, que la mujer de cabello ondulante nunca se habría atrevido a hacer algo distinto, a pesar de sus profundos y personales temores.
Desde tiempo atrás se sentía muy sola. Su novio era la única persona que le ayudaba a combatir sus miedos y sus dudas. Pero cuando desapareció de su cuello aquel objeto fundamental, aquella pieza que lo conectaba todo, tuvo que dudar de todo y de todos.
Tenía que permanecer oculta, en la oscuridad hasta que se descubriera la verdad. Lo hacía en parte para proteger a los dos hombres más cercanos a su corazón, a su novio y a su amigo, uno del otro precisamente. Pero lo hizo más que nada por a su amiga. Si la fuga de información hubiera sido sobre ella, estaría en un peligro inmenso.
En el fondo, siempre temería por ella, por lo que pudiera pasar si alguien afuera del proyecto supiera lo que era capaz de hacer.
Esa noche, en la mansión
Giorgio Di Maggio observaba el jardín en penumbra, detrás de los cristales de la gran ventana. Se apoyaba con fuerza en el bastón de ébano y plata. Casi siempre, al cerrar los ojos, veía en su mente la oscura y ondulante carretera.
Un año y nueve meses atrás conducía sobre ésta su automóvil con gran pericia, a pesar de haber estado muy ebrio. Laura Esther iba a su lado y le suplicaba, pero él no la estaba escuchando. Pensaba en su padre, que había estado enfrascado en su maldita ciencia desde que murió su madre, que fue parte de su vida a veces, cuando sus giras se lo permitían, cuando deseaba alejarse de la fama y jugaba a que tenía una familia y una vida normal. Su padre y él fueron muy unidos, hasta que la diva falleció. Giorgio tenía dieciséis años entonces. Tal vez el Doctor siempre albergó la esperanza de que ella volvería con ellos, así como él esperaba que su padre y él pudieran estar juntos, como antes, lo esperó muchos años, hasta que terminó su carrera junto con su amada Laura Esther, con la que pretendía formar un hogar. Pero ella tenía otros planes.
Laura iba a irse para ser voluntaria, para ayudar a personas desconocidas. Giorgio no podía más, estaba furioso, despechado. Pasó por ella en el carísimo deportivo negro días antes de su partida al África. No podía permitir que lo abandonara como lo habían hecho sus padres. No podía vivir sin ella. Así que condujo hasta las montañas que conocía bien, apretando el acelerador con firmeza. Lo había calculado todo. El problema fue que se arrepintió en el último instante. En vez de que el auto cayera por el barranco, se desvió del otro lado del camino y se estrelló a noventa kilómetros por hora. Recordaba el sonido de la lámina y los cristales partiéndose, el sabor de la sangre, el insoportable dolor. Lo que lo hizo sufrir más fue su rodilla derecha destrozada. Apenas había logrado sobrevivir al accidente. Laura también, pero ella no volvería a caminar. Le había llamado todos los malditos días desde que lo trasladaron desde el hospital hasta el sitio en el que se encontraba pero jamás le contestó, hasta que un día ella dejó de marcar.
El salón que durante varios meses albergó una cama de hospital, seguía siendo su sepulcro. Después del accidente, el hombre que fue murió, pero él seguía recluido en ese lóbrego lugar. No sólo perdió a Laura. Fue la estrella del equipo de fútbol de la universidad y ahora no podía ni siquiera mantenerse en pie sin el bastón. Pero quizá, lo que le causó el mayor sufrimiento, fue la actitud de su padre, el brillante Alessandro Di Maggio, que no se dignó a ir a verlo durante su convalecencia. Todo lo que atinaba a decirle por teléfono era que pronto volverían a vivir juntos y que él tenía que conocer a una extraordinaria mujer que era sujeto de pruebas de un revolucionario desarrollo de su creación. Desde entonces comprendió que al igual que su madre con el público, a su padre le importaba más una mujer desconocida que él.
Después de lo que había hecho, se decía que era un monstruo, que siempre lo sería. A pesar de todo tenía que seguir adelante con el plan, no podía detenerse. Una necesidad era su motor ahora, pero esperaría el momento correcto para satisfacerla. Debía vengarse. Tenía que hacerlo. Mientras tanto, jugaría el juego.
Si no hubiera sido por Andrea, por su sonrisa, por su calidez que no merecía, la soledad, la oscuridad y la pena se lo habrían tragado entero. Y casi la mató con tal de protegerla de lo que él mismo había permitido y de lo cual era parte.
Casi.
Sobre el techo de un edificio en la ciudad
Lunes, 20:30
La mujer de negro estaba sobre un edificio. Extasiada, contemplaba a quien la veía con afecto.
—Andrea —susurró. Ya no le dolía decir su nombre. La esperaba hacía tanto tiempo; en más de una ocasión se cruzó por su camino sin lograr verla, pero a veces alcanzó a percibir su aroma, creyendo que lo había imaginado. Creyó de verdad tantas veces que estaba muerta, y tantas otras tuvo la esperanza de que hubiera sobrevivido al ataque, casi un año atrás. Sospechaba que Andrea estaba viva desde aquella tarde en el cementerio en la que sintió que había llegado a un camino sin salida, pero entonces, logró sentirla cerca.
Los ligeramente oblicuos ojos verdes y dorados de su amiga la miraban curiosos y alegres, pero su sonrisa resultaba un esbozo. Era como si hubieran dejado de verse el día anterior. Andrea le extendió los brazos y se tomaron de los antebrazos con fuerza. Su amiga conservaba algunas habilidades residuales que le permitían ser ágil, pero no eran ni remotamente como las suyas.
Se observaban sin atreverse a romper el encanto. La luna muy alta iluminaba todo alrededor, los techos circundantes, las calles vacías. Las ondas del castaño cabello de Andrea daban lustrosos destellos bajo la plateada luz. Sus labios angulosos y sus marcados pómulos, como los de una escultura griega, se definían más con esa luz. Era hiperreal, no podía dejar de verla, sentía terror de que no fuera verdad, de parpadear, de despertar, como le había ocurrido tantas otras veces. Todo dejó de existir por un instante. Nada más importaba en ese momento.
Contacto, muy seria, logró decir, reclamándole:
—Carajo, fue una horrenda pesadilla.
Su amiga desplegó su sonrisa por completo, encantadora como una mariposa que abre las alas. La mujer de negro pensó que nunca volvería a ver esa expresión.
Se abrazaron con fuerza. A pesar de que había creído que no podía llorar más por ella, descubrió que sí era capaz de hacerlo. Ambas lo hicieron un largo rato, aferradas la una a la otra, sobre aquel techo.
Se separaron un poco y se observaron llorar. Entonces, comenzaron a reírse.
—¡Tonta! ¿Dónde rayos estabas? —urgió Contacto.
—¡Tú eres más tonta, te necesitaba tanto! Vamos, te contaré —pudo responder a pesar de la risa.
Marcharon tomadas del brazo hasta el borde del edificio y se sentaron juntas cerca de la orilla como lo hacían cuando estaban en la universidad. Andrea suspiró mientras dirigía la mirada hacia el horizonte.
—Me recuperé de la herida de bala en la casa de mi amiga, la doctora Sayas, que por fortuna estaba de guardia en el Hospital General aquella noche. Me ayudó a esconderme. Giorgio me había dicho que creía que De Lois obtenía información sobre el proyecto a través de Harry. Dijo que iba a detenerlo. Yo no quería creerlo, pero no estaba segura. Por eso no podía decirle a nadie que estaba viva, debía saber la verdad antes. Y tenía que evitar de alguna forma que Giorgio le hiciera daño a Harry, pero debía asegurarme de que mi novio no estuviera involucrado en la fuga de información.
Contacto sintió que el corazón le daba un vuelco. Tenía un nudo en la garganta.
—Andrea, tengo que decirte algo muy importante, debes saber que...
—Espera, déjame contarte. Quise ver a Di Maggio hace varios meses, le dejé una nota. El día que iba a verlo estaba hablando contigo. Te dijo que Harry era un traidor. Yo no podía estar segura de nada así que pospuse el encuentro, hasta el día después de que... de que lo detuviste en el techo. He estado en comunicación con él desde entonces. Le hice jurar que no tocaría a Harry hasta saber la verdad. Me contó hace poco que descubriste a Helena. Gracias a eso, Harry está libre de culpa —prosiguió—. También le pedí que no te dijera que yo estaba bien. He tratado de estar cerca, pero nadie debía saber que estaba viva hasta que todo se aclarara, sobre todo hasta que lograra descubrir qué pasó con algo que había perdido y que acabo de recuperar. Temía que otras personas estuvieran involucradas en la desaparición de este objeto, pero ahora sé dónde estaba.
Andrea metió la mano en su bolsillo y le mostró lo que tenía en la palma. La mujer de negro observó la placa brillante y suspiró con alivio.
Permanecieron un momento en silencio, contemplando las luces de la ciudad desde lo alto.
Contacto pensaba en Harry, pero era más importante que siguieran luchando por realizar la entrega. No había marcha atrás.
—Nada volverá a ser igual a partir de mañana —dijo con un gran pesar la mujer de negro volviéndose hacia la chica de los ojos color avellana.
—Tal vez. Pero hoy estamos juntas de nuevo —respondió Andrea.
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