Código magenta. Capítulo 28.

Un año y nueve meses desde la aparición de Andrea

En el desierto, 4:45 pm

En el centro de la bodega estaba Helena, atada a una silla, en medio de un enorme espacio vacío. Pequeñas y altas ventanas permitían que la luz entrara. Aún en esas condiciones, la mujer se veía muy hermosa. El cabello le cubría la cara y tenía un trapo sucio sobre los ojos. Temblaba.

Un hombre le dio un manotazo en la cabeza y salió del lugar. Se quedó sola. La de negro saltó los cinco metros hasta llegar al piso. Se deslizó con rapidez hacia la cautiva.

—No te asustes, soy Contacto, te voy a sacar de aquí —susurró cuando llegó junto a ella. No despegaba la vista de la entrada pues no sabía si el guardia tardaría en regresar. No quería que se enteraran que su rehén se había marchado hasta mucho después, para evitar una persecución de cerca. Hubiera deseado hacer aquello como acostumbraba, al cobijo de la noche, pero no era posible esperar, podrían hacerle daño a la cautiva. La mujer en la silla dudó, y dijo levantando la cabeza:

—¿Contacto? ¿Qué haces aquí? ¡Por favor, ayúdame!

—Baja la voz —ordenó con el micrófono del casco.

—¡Ayúdame! —pidió desesperada, estremeciéndose.

—¿Estás bien? —preguntó la chica mientras retiraba todos los amarres. Había demasiada quietud en el área, tenía un muy mal presentimiento.

—¡Sí! —clamó Helena.

Le quitó la venda de los ojos y a través del casco le ordenó:

—Vámonos, en silencio.

La rubia apenas pudo levantarse, trataba de contener los sollozos. Estaba descalza y tenía un un golpe en la sien.

—¿Puedes caminar? —preguntó.

—Sí —gimió Helena.

Contacto la sostuvo y comenzó a avanzar con ella hacia la salida principal. No tenían otra opción.

No podrían salir juntas por la ventana por la cual ella había entrado. Se detuvieron para cerciorarse de que el camino estaba despejado. No era así. Afuera había todo un regimiento desperdigado en un área muy grande. Varios hombres con armas automáticas rondaban el exterior del conjunto de edificios abandonados. Un grupo de tres se dirigía hacia la entrada del predio. El sol lo iluminaba todo a esa hora. Ella, con el traje negro sobre la tierra arenosa color arcilla, era obvia como una mancha de tinta sobre una alfombra blanca.

«No estaban allí hace unos minutos», pensó Contacto. Debieron acercarse cuando rodeaba el sitio. Tenía que actuar con rapidez. Salieron. Condujo a la rubia hacia la parte trasera del terreno. Pensó si debían esperar el helicóptero o tratar de abordar una de las camionetas. Sin duda sería mejor aguardar a que llegara la aeronave.

Un grupo de cuatro hombres acababa de pasar por el otro lado, hacia atrás, lejos de ellas. Otros dos salían de un edificio contiguo al espacio en el centro del conjunto justo cuando las mujeres daban vuelta a una esquina. Unos treinta metros más al sur, en la entrada, había otros tres. Contacto tomó la difícil decisión de que cruzaran por un largo tramo despejado para llegar hasta la escalera exterior del edificio que conducía al techo, donde tal vez podrían abordar el helicóptero sin que los mataran a todos.

Junto a la otra construcción a su derecha había contenedores de material detrás de los cuales se ocultaron. Escuchó un motor lejano aproximándose, el de una aeronave. El espacio entre un edificio y otro era como de diez metros. Contacto no lo pensó demasiado, debían moverse antes de que ellos se organizaran tras darse cuenta de que la rehén no estaba donde la dejaron. Se paró junto a la mujer y le dijo:

—Escúchame con atención. Tenemos que correr hacia esa construcción frente a nosotras. Necesitamos llegar al techo. Quédate detrás de mí. Vamos —la animó.

Comenzaron a avanzar deprisa de un lado al otro. El helicóptero de la organización se acercó volando muy bajo, dando un rodeo, pasando justo encima de ellas. En ese instante, un hombre salió detrás de una esquina y se paró frente a la mujeres, como a veinte metros. Helena gritó y se quedó pasmada.

Estaban justo a la mitad del tramo a recorrer. El individuo iba en su dirección, disparando el arma al mismo tiempo. Fue sólo un instante. Aunque Contacto seguía jalando a la rubia, una ráfaga las alcanzó y las siguió el resto de su camino. La chica de negro había girado hacia el tirador, interponiéndose entre él y Helena. No podía tratar de bloquear todos los tiros con el DDC o saltar fuera de la línea de fuego sin dejar a la rubia al descubierto, así que no lo hizo. Sólo un par de disparos rebotaron en el casco produciendo un sonido metálico.

Contacto, de frente hacia el arma, había puesto las manos en la espalda para jalar a Helena tras de sí, para que sus cuerpos siguieran la misma trayectoria. Se dejó caer sobre la asistente, que estaba paralizada de terror. Ambas acabaron el recorrido en el suelo.

—Quédate quieta, silencio —susurró Contacto echada boca arriba sobre Helena. Pensó en cuánto tiempo le tomaría a todos los demás tipos llegar a ese punto exactamente. No podían esperar mucho, lo sabía.

El tirador llegó hasta su ubicación, aún apuntándoles. Contacto veía todo como en cámara lenta a través del visor del casco. Lo dejó acercarse hasta que tuvo el cañón del arma a su alcance. La apartó con una pierna y con la otra dejó al individuo fuera de combate. Se levantó de un salto, dio media vuelta, prácticamente cargando a Helena y siguieron su camino.

—Tanaka, dile al helicóptero de la OINDAH que baje en el edificio más alto, el de color blanco, parece que los tripulantes ya nos vieron —clamó.

Iban hacia atrás de la bodega. A partir de ese momento, Contacto sabía que tenían cada vez menos posibilidades de escapar.

Varios hombres que escucharon los disparos fueron tras ellas. Las mujeres llegaron hasta la escalera tipo pompier que estaba en la parte de atrás del edificio y que conducía al techo.

—¡Sube! —le ordenó a Helena, siguiéndola.

La mujer de negro había sentido golpes de calor en el cuerpo, varios; no trató de contarlos. A cada segundo transcurrido le faltaba más el aire. El ascenso que le parecía interminable las condujo al sitio donde se posaba el helicóptero. Sus perseguidores se apostaron al pie de la escalera y comenzaron a disparar cuando ellas ya estaban arriba, fuera de su rango de tiro. Pronto subirían ellos de la misma forma.

Contacto avanzó por inercia. Los últimos metros antes de llegar al helicóptero no pudo sostenerse más y se desplomó de rodillas tras Helena. El ruido del motor le resultaba insoportable, aún con el DDC puesto.

La rubia corría llena de pánico, ni cuando saltó a la parte de atrás de la nave que tenía la puerta lateral abierta se sintió a salvo, temía que sus perseguidores encontrarían la manera de seguirlas. La aeronave apenas se posó sobre el techo, el piloto quería alejarse de ahí lo antes posible. Contacto estaba hincada a unos de metros del aparato, tambaleándose. Creyó escuchar un llamado que le urgía para que siguiera.

Los atacantes la iban a alcanzar. Se levantó y siguió corriendo. Se estrelló contra el estribo del aeromotor que despegaba al tiempo que ella se lanzaba hacia adentro. Su sistema estaba saturado de adrenalina. El piloto sintió alivio una vez que estuvieron a un segundo de distancia del alcance de las armas.

Contacto se arrastró hacia la pared lateral de la aeronave, sobre el piso, con el casco puesto, y se recargó de espaldas sobre ésta. Le dijo al copiloto que estaba del lado derecho:

—Por favor, avisa, código magenta—. Significaba que alguien estaba herido. Repitió en el DDC para el puente—. Código magenta, Tanaka. Fuera.

El tripulante estaba por abandonar su posición para dirigirse hacia Helena pensando que sangraba, ya que su polvoso uniforme blanco estaba teñido de rojo. Contacto alargó el brazo para indicarle que se detuviera, hablando a través del comunicador del DDC.

—Está bien, yo la atenderé —informó al copiloto—. ¿Estás herida? —preguntó lo más fuerte que pudo mediante el micrófono externo del casco sin moverse.

La rubia, que seguía llorando con fuerza, se miró las manos temblorosas y bajó la cabeza para verse. Hizo una señal negativa.

—¡Entonces cálmate, silencio! —gritó la de negro como pudo. La otra siguió sollozando quedamente, sentada en el asiento.

El lustroso traje negro estaba cubierto de rojo fluido. Contacto creyó que nadie más ahí se habría dado cuenta; el piso de la aeronave también era oscuro. «Sólo son unos minutos», pensó agazapada en un rincón sobre el piso, abrazada a sí misma, tratando de presionar algunas heridas en su pecho y abdomen de las que manaba más sangre. Estaba concentrada, resistiendo, con el rostro cubierto por el casco dirigido hacia atrás del aparato donde estaba sentada la rubia, pero sin ver nada.

No sentía dolor. No volvió a hablar a través del comunicador con nadie, trataba de mantenerse en calma y conservar sus fuerzas, pero no podía evitar imaginar que en su hogar jamás se enterarían de su muerte. Pensaba en sus padres, esperándola por años aún cuando ella nunca volvería. Pensó en la entrega y sintió una enorme angustia, quizá no se podría realizar si ella moría. Tenía que resistir. Dentro del complejo de la Organización, había instalaciones médicas de primer nivel dedicadas en exclusiva a la investigación, en las cuales se congregaban los esfuerzos de la rama de la OINDAH dedicada a la salud. Por ello, le urgía llegar. Era preciso que no perdiera el conocimiento.

Comenzaba a atardecer. «Un poco más, ya casi», se decía, a pesar de que cada vez le costaba más trabajo respirar. Tenía un inconfundible sabor metálico en la boca. Parecía que también sangraba por la nariz. No sabía si tenía frío, pero temblaba. El trayecto parecía no tener fin, aunque el vuelo tomó menos de una hora.

Cuando el helicóptero descendió en el helipuerto de la OINDAH, ya los estaban esperando. En cuanto se posó, las asistencias médicas recibieron a la rubia, que fue sacada por la misma Contacto de la cabina, casi lanzándola sobre quienes la atenderían, que estaban agachados por la turbulencia generada por las aspas del rotor. La recostaron en una camilla y se la llevaron.

El techo estaba lleno de gente, Contacto no podía permitir que nadie fuera del proyecto supiera nada sobre ella, aunque ya no sabía exactamente lo que estaba haciendo. Saltó de la aeronave, casi perdiendo el equilibrio al aterrizar sobre las dos piernas, sintiendo varios espasmos, y se dirigió hacia un pasillo que conducía al interior de la organización, quitándose el casco para poder respirar mejor. Éste resbaló de su mano, quedando tirado en el camino. Sentía que el aire le quemaba al entrar en los pulmones. No escuchaba nada a su alrededor, ni la muchedumbre, ni el motor del helicóptero que se apagaba, sólo podía sentir su respiración entrecortada.

Caminó con rapidez junto a un segundo equipo de emergencia que la esperaba, abriéndose camino, empujándolos. El grupo estaba compuesto por varios miembros del proyecto. La vieron pasar, desconcertados. Ella no logró distinguirlos.

Un hombre pequeño había visto lo ocurrido en sus sistemas. Pocos minutos antes de que el helicóptero llegara a la organización, salió corriendo hacia el helipuerto. El último elevador que abordó se abrió al final del pasillo por el que se abalanzaba Contacto, que nunca lo había visto, ni tenía idea de quién era. Ella estaba fuera de sí. Él corrió en dirección opuesta, hacia la joven que dejaba un rastro rojo sobre el claro piso de pulido concreto.

Era como si ella no lo hubiera visto, como si ya no viera nada de lo que pasaba a su alrededor. Tenía el ceño fruncido y el rostro muy tenso, cubierto de sangre. El hombrecillo fue en su dirección y literalmente se estrellaron uno contra el otro. Contacto se aferró a él mientras caía al piso, jalándolo, ya sin fuerzas, perdiendo la consciencia.

Lo último que vio fueron los rostros que se encaramaban sobre ella...

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