CDA. Capítulo 6.
Cuatro semanas desde la desaparición de Andrea
Lunes por la mañana
Contacto se presentó en la organización con el traje puesto. Pasó el fin de semana probándolo, evadiéndose. Era lo mejor que había usado en toda su vida. A pesar de que en la institución vestía encima el conjunto deportivo, ahí el traje por sí solo no resultaba demasiado llamativo. Había personas con uniformes de todo tipo en ese lugar.
Desde que participó como sujeto de pruebas meses antes y a pesar de que sus funciones fisiológicas se transformaron paulatina y dramáticamente, el cambio no era obvio a simple vista. Parecía que estaba en buena forma, pero su capacidad muscular era muchas veces mayor de la que aparentaba. Su estatura contribuía a guardar las apariencias.
En cuanto dio su nombre en uno de los mostradores de la recepción fue enviada a las oficinas del Comando de Apoyo o CDA, ubicadas en un edificio anexo al central. No fue difícil localizarlas. El comando era el grupo de seguridad interna de la OINDAH.
El CDA se dedicaba a velar por la seguridad del personal y las instalaciones de la OINDAH y de todas las ONG afiliadas a ella; Sus integrantes eran instruidos en la misma institución por lo que el comando también poseía una academia.
Tras pasar por un pasillo externo bordeado de setos de arrayán, volvió al interior para encontrar la bifurcación entre el área administrativa y la académica. El sitio tenía un aire militar. Le llamó la atención el piso de mosaicos negros y blancos. Estaba a punto de preguntarle a alguien, cuando un hombre alto como de cincuenta años, rostro afilado y corto cabello vestido con un uniforme color azul gris como de policía salió de un cubículo del fondo y se le acercó, llevaba unos papeles en la mano.
—Usted debe ser... —comenzó a decir él.
—Contacto —repuso la mujer.
—Muy bien —asintió el hombre con cordialidad—. Yo soy Mateo Gil, estoy a cargo del Comando de Apoyo. Necesitamos ponernos de acuerdo, pero voy de prisa, ¿me acompaña? —urgió, e hizo un gesto casi paternal.
«Suena como profesor», pensó ella.
—Supongo que sabe todo sobre nosotros— preguntó refiriéndose al comando.
—Un poco, sí—respondió, a pesar de no tener la menor idea.
—Aquí está el área de instrucción física —dijo, señalando el lugar al que se dirigían—. Estoy seguro de que será muy interesante para usted compartir sus conocimientos con nosotros —comentó confundiéndola más.
Ella se asustó al pensar que podía revelar por descuido cualquier información, no sabía qué tanto sabía ese individuo respecto a su inusual relación con la OINDAH y no quería cometer un error. Comenzaba a sospechar que era trabajo de Di Maggio informarle cómo proceder, pero era obvio que no estuvo de humor para hacerlo y ella era responsable de eso.
—Todo apoyo es bien recibido por nosotros; queremos que los egresados de la academia se sigan formando lo mejor posible, sobre todo los que se están incorporando al servicio activo. Creo que es muy buena idea que alguien de la élite quiera aportar parte de su experiencia. Espéreme aquí un momento, por favor —solicitó mientras se internaba en otro grupo de oficinas que se encontraba en un recinto techado; daba la impresión de ser un gimnasio, pues había varias colchonetas azules y aparatos de ejercicio alrededor de un espacio despejado.
«Entonces él cree que vine a dar clases», se dijo.
Había impartido cursos de alfabetización como voluntaria, pero no creía que eso fuera útil ahí. Recibió un entrenamiento por parte de la organización en la ciudad en la que estaba su universidad, seis meses antes, pero era seguro que la gente de la que hablaba Mateo tendría más instrucción que ella.
«¿Dijo que quiere que comparta mi experiencia? ¿cuál? ¡si en realidad, en el campo de la seguridad acabo de reprobar la primera lección!», se reprochó recordando el desafortunado encuentro que tuvo en el callejón.
Mateo volvió acompañado de Harry, lo que interrumpió sus cavilaciones.
—Te presento al subdirector de seguridad, Heriberto Jacobo.
—Jacobo es apellido —extendió la mano para saludarla—. Todos me dicen Harry, puedes llamarme así, si prefieres. Gusto en conocerte.
Ella siguió la corriente.
—Mucho gusto, Harry —respondió sonriendo un poco, fingiendo como él que era la primera vez que se veían.
Mateo seguro no debía saber nada de lo que los conectaba. Quien fuera el novio de Andrea se veía aún demacrado y ojeroso, pero quizá volver al trabajo le ayudaría. A ella le estaba sirviendo un poco hacer otras cosas, a pesar de su fallido primer encuentro con el hijo del doctor.
—Los dejaré ponerse de acuerdo sobre los detalles —repuso Mateo de forma amable—. Pero dime, hija, ¿de qué se tratará el taller que vas a impartir?
—El arte del desplazamiento, más conocido como parkour —respondió ella casi en automático.
Harry estaba sorprendido de lo que Contacto pretendía trabajar con los cadetes recién egresados, pero trató de no parecerlo. La mujer pensó que, como ya estaban formados, poco podría deformarlos con lo que podía enseñarles. Además, era aquello que hacía casi todo el tiempo, desde que la inocularon con la sustancia cuando era estudiante, más de un año atrás. Aprendió algunas técnicas por gusto y podía hacerlo de una forma que nadie lograría equiparar, pero no mostraría esa parte. El entrenamiento de los ex cadetes debía ser mucho más extenso que el suyo, pues apenas recibió un adiestramiento básico sobre varias materias y disciplinas, enfocado en su seguridad personal, el cual hasta entonces no había puesto en práctica.
Pensaba que esos conocimientos estaban destinados a ayudarle a proteger aquello tan valioso que tenía en su sistema. El resto dependería de sus capacidades. Si la investidura como Alfa la protegía por la reputación del grupo, el trabajo en el CDA era la coartada que le permitiría trabajar en la organización de forma legítima, encubierta, pero a la vista de todos, ya que los Alfa ni se dejaban ver, ni la dejarían integrarse a sus actividades.
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