Batallas. Capítulo 49.
AÑO 8 DEL PROYECTO EN LA OINDAH
Seis años y dos meses desde la aparición de Andrea, en la calle
El día que Andrea entró en labor de parto, no era la única luchando. Contacto deseaba estar cerca de su amiga. Sin embargo, sentía que debía guardar distancia para protegerla y así lo hizo durante todo su embarazo. Ni siquiera sabía con certeza de qué la estaba protegiendo. La de negro observó la calle desde su posición, ahora ella era líder del equipo y se sentía responsable de que esos hombres pudieran volver sanos y salvos cada día a casa. Por ello, siempre iba por delante.
Andrea se mantuvo lejos del laboratorio desde poco después del inicio de la gestación, por solicitud de los integrantes del proyecto debido a los riesgos químicos y biológicos. Dos bebés llegarían juntos al mundo.
En ese momento, Contacto escuchó movimientos extraños. Se encontraba trepada sobre un alféizar de hormigón. Su nariz le dijo que algo estaba pasando muy cerca de ahí.
Habían llamado a la gente del comando debido a que durante varias noches unos desconocidos vandalizaron la oficina de una ONG dedicada a la salud reproductiva. Hicieron pintas y rompieron vidrios. Dejaron amenazas de que volverían a quemar el lugar. Los caballos solicitaron apoyo policiaco, pero las fuerzas del orden no podían resguardar ese espacio toda la noche. Los elementos del CDA sí tenían que esperar.
Todos excepto Contacto estaban en la camioneta, la cual se ocultaba en una calle lateral con las luces y la torreta apagadas. Llegaron en un auto seis personas que portaban objetos diversos, con intenciones de dañar el inmueble. El vehículo del comando encendió la sirena y la luz del techo y salió deprisa para estacionarse frente a las oficinas, interponiéndose en el camino de los agresores. A través del altavoz dijeron que la policía, a la que en efecto habían llamado, no tardaría en llegar. Sin embargo, no les hicieron caso, se dirigieron hacia la entrada del lugar.
—¡No se bajen de la... —comenzó a decir Contacto, cuando cuatro de los cinco caballos ya estaban abajo. Sin embargo, de las calles circunvecinas fueron hacia ellos muchas personas más, como treinta. Era más de los que podían manejar. Todo sucedió con rapidez. Se interpusieron entre la camioneta y los del CDA, por lo que huyeron en sentido opuesto. El conductor movió el vehículo para evitar que le clavaran cosas en las llantas. Los de a pie estaban rodeados y fueron obligados por la gente a internarse en el callejón.
Contacto bajó hacia ellos. Mientras la mayor parte vandalizaba las instalaciones y la camioneta, se escuchó una sirena lejana, por lo que muchos manifestantes comenzaron a dispersarse, pero en la callejuela los caballos se encontraron rodeados de varios tipos muy agresivos que no parecían dispuestos a escapar.
—Seis contra cuatro, uno para cada uno, tres para mí —susurró Contacto en su comunicador.
Ninguno cuestionó su decisión.
—¡Ahora! —dijo ella y se quitó el casco porque estorbaba su visión periférica. Lo dejó tirado.
Cada uno de los hombres se enfrentó a otro del bando contrario. Los dos más veteranos los sometieron primero, en dos movimientos tenían a sus contrincantes en el piso, para ser esposados. El otro caballo no tenía tanta suerte, estaba esquivando golpes contundentes. Como siempre, la acción era rápida. Contacto quería mantener juntos a los tres con los que se batiría. Sus atacantes dieron cuenta que pelearía sola con todos y se burlaron para después rodearla. Eran más altos que ella. Quería que se acercaran más. Uno alargó la mano para tratar de tocarla por atrás. Ella levantó la pierna derecha y le propinó un golpe en el estómago, al tiempo que lanzaba otro con el codo izquierdo al hígado del segundo y otro con la mano derecha a la garganta del tercero. Los tres cayeron al suelo casi al mismo tiempo.
Ella estaba de espaldas a todos los demás.
Hubo un extraño silencio. Se dio media vuelta, parecía que la escena se había congelado: caballos y agresores estaban muy quietos y la observaban. Dos de sus contrincantes seguían conscientes, comenzaban a levantarse. El que conectó en la garganta parecía estar inconsciente. Puso la rodilla encima de uno de los tipos que reaccionaron, mientras presionaba su cuello con el antebrazo. El otro estaba parándose para salir corriendo, pero ella tomó el DDC que estaba cerca y se lo lanzó a la cabeza, lo que hizo que cayera de nuevo al piso.
Lograron someterlos y esposarlos. La policía tardaba en llegar, la sirena que habían escuchado no era de alguien que se dirigiera hacia ellos. Esperaban el apoyo, cuando los manifestantes que habían abandonado el lugar volvían por el lado opuesto de la calle penetrando en el callejón, habían ido por refuerzos para los seis que ahora estaban esposados en el suelo. El conductor de la camioneta trató de adelantarse a la muchedumbre para que los que estaban ahí pudieran abordar, pero el caballo más joven se retrasó, no llegaría antes que la turba al vehículo.
—¡Sigan, voy por Domínguez! —dijo Contacto refiriéndose al hombre que se había rezagado. Al pasar, levantó el DDC. Los tres caballos lograron subir a la camioneta justo antes de que la gente la rodeara y comenzara a golpearla con diversos objetos, mientras cerca de treinta personas más se adentraban en el callejón hacia la de negro y el chico, blandiendo diversos objetos.
—¡La policía está a dos minutos! —clamó desde la camioneta cerrada un veterano que hablaba con ellos a través de su comunicador.
Contacto corrió a gran velocidad para alcanzar al hombre antes de que la gente lo rodeara, lo cual ocurrió en cuanto estuvieron juntos. Para salir de ahí, ella le puso el DDC al chico, lo instó a que la siguiera y se lanzó casi pecho tierra golpeando piernas y tobillos para hacerse espacio para huir y se incorporó de nuevo. Una barreta de metal pasó muy cerca de su espalda, pero ella giró para esquivar el golpe. Jalaba al joven por el chaleco antibalas con una mano mientras se abría paso con la otra. En un momento, Contacto se pegó demasiado a la pared desnuda y arrastró la cara sobre ella, al pasar junto a los rijosos. Más y más personas estaban a su alrededor tratando de golpearlos mientras ellos se dirigían hacia la salida.
Le quedaba claro a Contacto que era un grupo de choque. Casi todos eran jóvenes. Ella sangraba por la abrasión en la cara. La camioneta estaba rodeada de quienes lanzaban piedras y objetos de metal a los cristales blindados, que resistían. La de negro siguió abriendo paso a golpes, dejando mucha gente tirada en el camino, hasta que ella y el chico alcanzaron el vehículo. Dio un salto hacia el techo, sobre el cual estaba la torreta encendida, subiendo al hombre con pasmosa facilidad.
—Arranquen, no se detengan —dijo la mujer desde arriba del auto cuando llegaba la policía. Era un caos.
El conductor huyó mientras ella y Domínguez se sujetaban a una barra metálica en el techo del vehículo al que por fortuna no habían logrado pincharle las llantas. La sirena hacía un ruido insoportable para la mujer que sentía la sangre secarse sobre su rostro. Cuando estuvieron a distancia segura, bajaron y pudieron abordar para seguir la marcha.
El chico le entregó el DDC que ella se puso para que no la vieran cicatrizar. Les informaron que la policía llegó a la revuelta que ahora era contenida por un grupo numeroso de elementos antimotines. Los caballos habían dejado a los hombres que habían esposado en el lugar, ya los encontraría la policía ahí.
—Otra noche en el paraíso —comentó el conductor.
Los caballos volverían al CDA para levantar sus reportes a esa hora de la madrugada. Tendrían que ver cómo había quedado el edificio al día siguiente.
—Déjenme aquí, por favor —dijo Contacto. Todos levantaron una mano para despedirse, agotados. No harían comentarios sobre lo que la habían visto hacer, ya no les sorprendía que ella actuara así, fuera del protocolo.
El vehículo siguió su curso.
—Tanaka, necesito saber si ya nacieron los hijos de Andrea en el hospital del centro — preguntó en el DDC.
—Sí, a las nueve y veinte de la noche —respondió.
—¿Y de casualidad sabrás si fue parto natural?
—Sí. Están en la habitación 203. Aunque no es hora de visitas y nada es casual en este puente —replicó de forma puntillosa. Al operador ya no le sorprendía que la de negro le preguntara cosas como esas. Había seguido la evolución del embarazo de esa manera, y sabía la hora exacta del inicio de la labor de parto.
—Enterada. Gracias, Tanaka. Fuera —respondió.
En el hospital, media hora después
El pasillo en el que estaba el cuarto de Andrea se encontraba iluminado toda la noche. El personal del turno circulaba por los corredores de forma constante en la madrugada. Sin embargo, nadie vio a la mujer de negro. Antes, se había aseado lo mejor que pudo con el traje puesto, en el baño del hospital por cuya ventana entró. No quería llevarle demasiados gérmenes a los recién nacidos. Había dejado el DDC en un sitio elevado.
La habitación privada era iluminada por una tenue luz. En un sillón cercano a la cama, dormía Juan José. Andrea también lo hacía, se veía exhausta. Tenía a los bebés recostados a cada lado, enredados como si fueran pequeñas orugas de caritas coloradas, con gorros de estambre de color azul cielo. Contacto se detuvo a los pies de la cama y sonrió al ver la escena.
Sin duda, ninguno de ellos dormiría de corrido toda la noche en un buen tiempo. Sintió que, de alguna forma, aquello era una de sus recompensas: el que ella estuviera ahí parada, anómala, investida con ese traje y un cargo inventado, tras haber librado una batalla con una turba enardecida, era parte de lo que permitía que Andrea pudiera tener la familia que siempre soñó. Después se sintió incómoda, como una intrusa. Estaba por irse cuando notó que Juan José había abierto los ojos. Se incorporó y Contacto se llevó el índice a los labios. Él señaló su propia mejilla, un tanto preocupado, preguntando con las manos. Ella se tocó el pómulo sobre el que tenía largas y gruesas costras rojas encima, como resultado de la abrasión.
«Gajes del oficio» pensó. Hizo una expresión despreocupada con el rostro y con los hombros.
Él comprendió. Sonrió, agradeciendo la visita con la cabeza. Contacto respondió con el mismo gesto y dio media vuelta. Tuvo que esperar un momento en la entrada para asegurarse de que el pasillo estaba despejado.
Escuchó a Juan José susurrar.
—Si espera un rato, todos van a despertar. Andrea tiene que darle de comer a los bebés.
Ella se volvió un poco y movió negativamente la cabeza, sonriendo aún.
—Le diré que vino —siguió susurrando.
Contacto lo escuchaba como si le estuviera hablando fuerte en el oído. Lo observó y se quedó quieta un instante. Los ojos se le llenaron de lágrimas y negó lentamente.
—La extraña —dijo él.
Comprendió por qué se sentía incómoda. Pensó en su deber y en la fragilidad. Su presencia ahí generaba un riesgo. Acercarse a su amiga era peligroso y ahora tenía dos preciadas razones más para mantenerse a salvo. Recordó como Andrea se arriesgó por Harry, lo que sucedió cuando perdió la placa, por su deseo de mantener en secreto lo que ella era. Nunca permitiría que nadie volviera a estar en una situación como esa. Ella era lo bastante fuerte como para cargar con esos dilemas por todos. Contempló la escena un momento más y salió de la habitación.
Quería retener la imagen de su amiga con una criatura de cada lado; brillaban como tres soles en la oscuridad del cuarto. No debió ir. Podría contribuir en mantener a salvo a su amiga y a su familia al mantenerse lejos, a pesar de que eso la hacía sentirse muy triste. Salió por una pequeña ventana y subió al techo, donde había dejado el DDC. Se lo puso y comenzó a correr. Se terminó el edificio y saltó al del siguiente y así largo rato, brincando hacia sitios más bajos y escalando por otros más altos. Se sentía muy sola. En vez de ir a su departamento, sus pasos la condujeron a la mansión, en la que solía pasar mucho más tiempo que antes.
Trepó por la barda y corrió hasta la construcción en el centro del predio. El pasto perfectamente recortado crujía un poco bajo sus pies. Llegó a la casa y entró por uno de los lugares frecuentes. Imaginaba que Di Maggio no tenía idea de cómo se metía. Fue al despacho vacío y se sentó en la silla de siempre. La chimenea aún tenía brazas que despedían calor. Se cruzó de brazos y se recargó. Hubiera deseado ser otra persona. Se preguntó si hubiera querido cambiar la forma en la que vivía por tener una familia, como la de Andrea, si hubiera preferido ser una mujer normal, si hubiera encontrado una pareja más allá de la farsa que los Alfa armaron con Harry. Desde ahí escuchó a Di Maggio. Supo que estaba bajando la escalera y que se dirigía hacia el despacho y se sintió feliz en secreto, estaría sola sin estar sola. Él entró como si no la hubiera visto. Dejó el bastón recargado en el escritorio y se dejó caer sobre su silla. Vestía su pijama de seda negra, sobre la que traía una bata del mismo color.
—No me libro de ti ni en mis pesadillas —gruñó.
Ella sonrió.
—¿Qué rayos tienes en la cara?
La joven se pasó la mano sobre el rostro. Las costras se habían desprendido. Debajo, quedó una marca, la piel nueva tenía un tono distinto que desaparecería después.
—Nada. ¿Irás a ver a Andrea?
—Quizá a una hora adecuada, no a la mitad de la madrugada —dijo él, seguro de que ella venía del hospital, sirviéndose whiskey en el vaso que había dejado horas atrás sobre el escritorio.
—Sí, vengo de ahí. Pero al menos, no fui con aliento alcohólico —comentó.
—¿A qué viniste, Contacto? —preguntó él, malhumorado.
—Tenía hambre —mintió.
—Ok. Yo no podía dormir de todas formas— se quejó tras frotarse el rostro y gruñir.
Sin embargo, no era eso lo que más le molestaba y ella no había ido sólo por comida. Estaban preocupados por el mismo asunto.
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