Bajo la lupa. Capítulo 13.
Nueve semanas desde la aparición de Andrea
En el departamento de Aster
Contacto hubiera querido tratar de leer las placas desde el instante en el que Andrea depositó la suya en su mano sobre aquel techo, la última noche que hablaron como buenas amigas. Sin embargo, las instrucciones del Dr. Di Maggio habían sido muy precisas: las dos debían entregarlas únicamente a su hijo al mismo tiempo. Les explicó que no servirían por separado y que la información que contenían era de vital importancia. Les aseguró que hacer las cosas de forma distinta podría implicar un desastre, pero no les dijo de qué tipo. Tras la destrucción de los registros de la investigación y la muerte del científico, la mujer de negro se aferraba a la idea de que las pequeñas placas pudieran contener la fórmula, o alguna indicación de cómo producir el suero. Sin embargo, eran meras especulaciones.
Aster y el Doctor se conocieron por Andrea. Ella se lo presentó ya que su mentor le pidió ayuda para revisar su teléfono móvil pues creía que era vigilado por alguien, y en efecto, Miguel descubrió un programa espía muy elaborado en su celular. Tenía que haber sido de la OINDAH, aquello ocurrió después de haber firmado el convenido de resguardo de su trabajo. Además de la organización, ellas y su hijo, nadie más sabía sobre el desarrollo.
La mujer de negro estaba enterada de todo eso, así que no acudió a la institución para buscar ayuda para la lectura. Pudo dirigirse a los integrantes del proyecto, pero ahora Andrea, que había dejado ambas en su poder, ya no le hablaba, así que toda la responsabilidad de lo que ocurriera con las placas sería suya. De cualquier forma, los investigadores del proyecto seguían trabajando con las muestras (y con ella) para poder sintetizar nuevamente la sustancia.
El siguiente paso tendría que ser dado con cautela, Di Maggio no quería saber nada de eso y le dio luz verde para tratar de leerlas; no podía pedirle ayuda a nadie más, tenía que ser Miguel, no había otra opción. Pero Contacto no confiaba en el primo de Andrea, así que lo siguió por semanas y olfateó su casa muchas veces, hasta estar segura de que ya no tenía nada que ver con la gente de De Lois. Sólo entonces, fue a pedirle aquel inmenso favor.
Estaba recargada junto a una credenza, con los brazos cruzados. El chico llevaba horas revisando las placas. Las observaba, tecleaba algo en la computadora, y así sucesivamente. Era la segunda vez que se veían. La primera, había dejado al chico tan pasmado, que apenas podía pensar. Le dio unos días para volver e intentar tratar de hacer algo con las placas.
—¿Tienes una idea de lo que son? —inquirió ella.
—Tienen la apariencia de placas de circuitos impresos. Sin embargo, las líneas que tienen parecen estar encapsuladas en el interior, no podría decir si es pintura conductora, a menos que tratemos de partirlas.
—Estás demente chico, no permitiré que les cortes nada.
—Tal vez es una placa virgen, podrían ser parte de un circuito mayor. Estoy registrando las líneas para tratar de construir uno idéntico pero de mayores dimensiones en un simulador. Digo, también podrían estar a escala.
—Pero no estás seguro de que eso son.
—No. Pero estas cosas toman tiempo, el Doctor era un hombre muy brillante, no esperarás que podamos comprender esto así de fácil si él quería que fuera secreto.
—Supongo que no —dijo desilusionada. «Además el mensaje era para alguien que no tiene ni la menor intención de dilucidarlo», pensó.
—Imagino que algo sabrás sobre lo que se supone que dicen —la espetó Miguel.
—Creo que tengo una idea —repuso ella.
—Realmente me sorprendió que me buscaras a mí para tratar de leerlas.
—Acudí a ti por tres razones. La primera es que pensé que por todo el tiempo que tuviste una ya tendrías idea de lo que se trata.
—Pues no. ¿Y la segunda?
—Ya sabías de este asunto, así que no estoy exponiendo nada al hablar con alguien que no sabe sobre esto.
—De acuerdo —aseveró Aster.
—La tercera —prosiguió ella sin que se lo preguntara—, es que espero que no cometas otra indiscreción. Por tu prima, y porque no creo que quieras tenerme detrás de ti.
—Sabes, en la organización deben tener tecnología mucho más avanzada para lograr leer esto —comentó Miguel eludiendo el tema, concentrado en observar los rectángulos bajo una potente lámpara y una lupa.
Ella respiró hondo.
—Prefiero tratar de hacer esto por mi cuenta por ahora.
—Te propongo algo —siguió el chico—. Vamos a pensar que estas cosas realmente son modelos de circuitos impresos, ya que a simple vista, es lo que parecen. He hecho un esquema básico, lo recrearé utilizando un software especializado. Veré las posibilidades de construcción tomando estas placas como base.
—Te lo agradezco, Miguel. Si ya tienes la información que necesitas, me voy. Me las tengo que llevar, por supuesto.
—Está bien. Trabajaré con lo que tengo.
—Quería preguntarte...
—¿Sobre qué?
Contacto se cruzó más de brazos, como si se abrazara, tras haber puesto las placas nuevamente en la cadena y colgársela en el cuello.
—¿Has visto a Andrea?
—Sí.
—¿Cómo está?
—Enojada —replicó el joven.
Ella negó, cabizbaja.
—Jamás me perdonará.
—Debes darle tiempo, se le pasará. Anduvo con él unos meses, no es para tanto.
—No sé, nunca la había visto así. Tiene razón de odiarme. En fin, debo irme.
—Antes dime una cosa. ¿Eras una agente de los Alfa desde que estabas en la universidad?
Ella sonrió.
—Te diré algo. La última vez que tratamos de conversar tú y yo las cosas salieron muy mal. Le diste información a la gente de Alex De Lois. Tal vez vuelvan a buscarte.
Él se encogió de hombros.
—Si no conoces la respuesta a algunas preguntas, estarás más seguro.
Miguel hizo una expresión de contrariedad, no estaba del todo de acuerdo con esa teoría. Pensaba que era mejor tener algo que darles a que lo golpearan por nada, como había ocurrido en el callejón.
—¿Y qué ganaré si logramos leerlas? —cuestionó él.
—Estarías haciendo lo correcto, es algo muy importante para el mundo, te lo aseguro.
Él la observó alejarse por el pasillo.
«Y ojalá supieras que deberías temerme más a mí que a ellos si algo se te escapa otra vez», pensó Contacto antes de bajar por la escalera.
La mañana siguiente
Helena volvió temprano a casa de Di Maggio, aprovechando las horas en las que sabía que estaría solo. Llevaba el dorado cabello suelto, una falda un tanto más corta y la boca ligeramente más roja que de costumbre. Antes de entrar en el despacho, se paró en la puerta y se acomodó la indumentaria. Se acercó a para saludar a Giorgio, dejando rastros de su fino perfume sobre el largo cuello del hombre. Se sentó y comenzó a hablar sobre todos los pendientes. Él la dejó hacer su trabajo, después de todo, para eso estaba allí. Transcurrieron varias horas así, él observando en silencio, pensando en algo más, y ella repasando puntos, leyendo documentos, revisando fechas. Finalmente cerró la computadora portátil y guardó todo lo que traía consigo.
—¿Qué es aquello tan importante que tenías que decirme? —rugió él.
Ella esperaba eso, al fin tenía su atención.
—Quiero hablarte sobre De Lois, como me lo pediste. Parece que después de haber recibido información del primo de Andrea desea obtener algo más.
Helena sintió cómo una gota de sudor frío le escurría por la nuca. Era una jugada demasiado audaz. Tragó saliva, respiró con calma y levantó un poco más la cabeza.
Giorgio se quedó muy quieto y frunció el ceño.
—¿Y sabes lo qué es? —clamó.
—No —respondió la rubia. —Pero le llaman la placa. Eris la buscó en casa del chico e incluso en su persona la última vez.
«Después de todo, quizá al que debí pensar en liquidar es ese Miguel, causó todo este desastre. A ver cómo van a manejar todo esto los Alfa», pensó el hombre, muy serio.
—Aster estuvo informando a De Lois sobre muchas cosas —comentó ella.
—Igual que tú —aseveró el hombre, seco.
Helena agachó un poco la cabeza.
—Sólo le dije cosas que no ponen en riesgo a nadie. Por eso te contaré todo lo que pueda, todo lo que necesites, aunque me ponga en peligro.
—¿Eso es todo lo que ibas a decirme?
—No. También quisiera compensarte —dijo de forma sensual.
—Si también te acuestas con él, no me apetece —dijo Di Maggio con desinterés, simplemente para hacerla enojar. Quería que se fuera, tenía mucho en qué pensar.
Ella pareció ofenderse y se levantó de la silla.
—No comprendes lo que hago por ti, ¡no puedo creer que me digas eso! —afirmó seria y se dirigió hacia la puerta, pero volvió nuevamente sobre sus pasos, furibunda—. ¿Y tú? ¿No te acuestas con esa mujer? — exclamó exasperada.
Él estaba confundido, la última que estuvo en su cama había sido la rubia, precisamente. Entonces comprendió; carraspeó como conteniendo una carcajada: se refería a Contacto. «Si supieras que es todo un engendro», pensó divertido. Realmente le había hecho mucha gracia la suspicacia de Helena, que estaba fuera de sí.
—¿Qué tiene esa tal Contacto que yo no pueda darte? —inquirió con desesperación. Seguía tentando la suerte y lo sabía.
—Sabe cuándo callarse —replicó él en un tono muy grave, volviendo a su estoicismo.
Ella lo observó un momento en silencio, dio media vuelta y salió fúrica del salón.
Él hizo una mueca a modo de sonrisa, para sí mismo.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top