Aventurarse en lo conocido. Capítulo 31.

Un año y diez meses desde la aparición de Andrea

Cuatro semanas desde el incidente

En la mansión

Contacto estaba esperando en el despacho como siempre, pero vestida con su propia ropa deportiva que Andrea le llevó. Se encontraba mucho mejor, en especial porque sentía que había recuperado a su amiga, que aún estaba extraña y reservada, pero hablaron un poco. Justo en sus ojos podía ver que volvió, la observaba como antes, como siempre. Seguía teniendo pesadillas, pero no le afectaban como al principio.

Había tenido una intensa y larga sesión de algo que llamaba "rehabilitación", pero que parecía más un entrenamiento de alto rendimiento en una sala en el último piso de la casa, en la que había aparatos para terapia y de gimnasio, que fue montada para Giorgio cuando tuvo el accidente y que ella estaba aprovechando. Los integrantes del proyecto le habían dado algunas instrucciones básicas, pero era imposible saber qué hacer tratándose de ella, así que se dejaba guiar por lo que su cuerpo le pedía.

Se sentó frente al escritorio en cuanto escuchó el auto de Di Maggio llegar. Minutos después, él entró. No tuvo que voltear a verlo para saber que cojeaba más de lo habitual. Debía estar cansado, se fue desde temprano y estaba oscureciendo. Él también se sentó. Olía a la organización, lo percibía desde ahí, como a tres metros. Se veía fastidiado. Le echó una mirada al whiskey.

Ella se puso de pie y sirvió un poco en dos vasos de caro cristal que siempre estaban junto a la botella.

—Me hicieron esperar —refunfuñó, dando un sorbo del vaso que ella puso frente a él.

—Eso es raro —dijo la joven, desparramándose como él, en su propia silla, dando un trago también.

—Todo gracias a ese estúpido traje tuyo —dijo con cansancio—. Le pedí a Aurelio que dejara la caja en tu habitación.

Ella se irguió sin levantarse, muy seria.

Giorgio la veía de lado.

—Supongo que lo dejaron como estaba —comentó él, haciendo un rictus al acomodarse en el sillón.

Contactó suspiró. No estaba segura de querer volver a ponerse el traje. No sabía si deseaba enfrentarse otra vez a un riesgo como ese. Estaba cómoda, se sentía segura ahí. Tanto, que ni siquiera había ido a buscar a Harry, aunque le llamaba todos los días.

—¿Y qué te dijo el Director General sobre...? —preguntó ella, evitando pensar en el traje.

El alto hombre se bebió lo que quedaba en el vaso de un trago.

—Lo mismo de siempre, que todo está bajo control —aseveró.

—¿Bajo control? ¿Y si se les ocurre entrar a sacar a Helena cuando esté aquí contigo? —exclamó Contacto.

—Dice que han tomado medidas para que no vuelva a correr peligro.

Giorgio, contrario a su costumbre, le pidió al director que le explicara a qué medidas se refería, pero él se negó a revelárselas aduciendo a que era información confidencial, pero que no tenían de qué preocuparse.

Los dos permanecieron largo rato en silencio. Ella se levantó después sin decir nada, dejó el vaso en el carrito y fue a buscar la caja que encontró en la recámara, sobre la mesa frente a la ventana. La abrió y sacó todo lo que tenía adentro. Tomó el traje y pasó los dedos sobre él. No había evidencia de los daños. Tampoco olía a sangre, ni un rastro, de los que sólo ella y los perros del barrio hubieran podido percatarse. Se preguntaba si lo habrían cambiado por otro. Ponérselo fue tortuoso, lo hizo con suma lentitud. Cuando terminó de vestirse, tuvo una sensación de opresión en el pecho. Se pasó las manos sobre el plexo y el abdomen. Le sudaban las palmas. Sin embargo, tenía que estar preparada para lo que pudiera ocurrir. Entonces volteó hacia el DDC, que tenía la visera dirigida hacia ella. Había una pequeña señal luminosa parpadeando en su interior. Lo observó con desgano, pero se lo puso.

—Puente, aquí Contacto —dijo.

—Bienvenida, Contacto —respondió Tanaka.

A ella había dejado de causarle sorpresa que él siempre estuviera del otro lado de la línea. Había sonado demasiado amable, se preguntaba qué tanto sabría sobre lo ocurrido. Probablemente muy poco.

—Terminaron las vacaciones —respondió ella.

—Espero que te encuentres bien —comentó él.

—Mejor que nunca —aseveró con fría seriedad. Sin duda él sabía que estuvo fuera de servicio—. Gracias por el interés —dijo.

Él no respondió.

—Fuera —replicó ella.


Un año, diez meses y una semana desde la aparición de Andrea

Cinco semanas desde el incidente
En el laboratorio

Desde que Contacto fue sacada del área de investigación, ocurrieron situaciones extrañas, anómalas. Andrea estaba muy molesta por ello y la conflictuaba pensar en lo ocurrido. Se enfrascaba en sus dos trabajos y se sumía en sus pensamientos.

Ese día recordaba al estar laborando.

Como cinco horas después de que el monitor de índice biespectral y el electroencefalógrafo indicaron que Contacto había vuelto en sí, Andrea pudo hablar con ella. Eran casi las diez de noche. Di Maggio había salido unos momentos, por lo que su amiga estaba sola en la habitación. La bioquímica se sentó en una silla alta junto a la cama, en silencio, pensando en lo que pudo pasar; eso le causó mucha tristeza y un par de lágrimas se le escaparon. En ese momento, Contacto, que ya no estaba conectada al respirador artificial, susurró sin abrir los ojos.

—¿Tan mal me veo?

Debió oler sus lágrimas saladas. Al escuchar esas palabras, Andrea sintió una pequeña explosión de alegría, que se tradujo en la emisión en unos sonidos guturales a modo de risa. Ya los médicos habían hecho pasar a su amiga por el interrogatorio para calificar su condición, así que le respondió:

—Te ves mejor de lo que deberías dadas las circunstancias. ¿Estás cómoda?

—Como de vacaciones —replicó entreabriendo los ojos. Su voz estaba disminuida.

Estuvieron un rato en silencio.

—El suero. Se pudo perder por mi culpa —dijo Contacto.

—Sabes... —comenzó a decir Andrea y se arrepintió. Se mordió el labio, estaba alterada, pero se contuvo—. Estamos trabajando en eso, confía en mí. No debes pensar en el suero. Debes cuidarte, permanecer a salvo.

—Tuve que ir por ella —respondió haciendo una mueca de dolor al inspirar un poco más profundo.

—Lo sé. Ya no hables —replicó con suavidad.

—Ya no llores —musitó antes de caer otra vez en un sueño profundo.



—Andrea —llamó Juan José a la joven que tenía una micropipeta en la mano izquierda mientras sostenía un matraz sobre la mesa con la derecha, trayéndola de vuelta al momento actual.

—Dame un minuto —respondió ella terminando de liberar el líquido en el último de los espacios de la gradilla de puntas—. Listo —replicó cerrando la cajita que llevó a uno de los refrigeradores de seguridad del laboratorio, tras verificar que estuviera adecuadamente etiquetada antes de digitar la clave en el aparato para poder abrirlo. Dirigió la vista por instinto al refrigerador contiguo, que contenía una gran cantidad de muestras tomadas durante la intervención que le hicieron a su amiga y no pudo evitar sentirse sobrecogida.

—¿Usted ha visto a su amiga estos días? —preguntó el doctor como leyéndole la mente.

La joven de los ojos color avellana sabía que Contacto ya no estaba en casa de Di Maggio, él mismo se lo dijo. Cuando la mujer de negro fue al laboratorio a revisión no se encontraron. Deseaba verla pero al mismo tiempo, no quería.

—No, no la he visto esta semana —respondió la investigadora que fue a lavar el resto del material antes de guardarlo. Se quitó los guantes de látex y anotó algo en la bitácora. Volteó a ver al apuesto antillano, que se había quedado muy serio, observándola fijo con sus misteriosos ojos negros.

—¿Estás bien? —le preguntó frunciendo el ceño.

—Quería preguntarle... ¿no ha comido verdad?

—Sí, un sandwich en la cafetería, a medio día.

—Quise decir, si quisiera ir a comer.

—Tienes razón, es tarde. Ya me voy —dijo mientras se deshacía del resto de la vestimenta del laboratorio. Él la seguía alrededor de la mesa.

—Espere, digo que si querría venir a cenar conmigo, quiero, si quiere... la invito— comentó él cuando ella iba por sus cosas.

Ella volteó pícaramente. ­

—¿No es una cita, verdad, doctor? —dijo jugando.

—Pues sí. Claro que es una cita —replicó él.

Ella se sorprendió.

—Me apenas, doctor —afirmó encogiendo los hombros.

—¿Yo a usted? No sabe el trabajo que me costó invitarla. He querido hacerlo desde que estábamos en la universidad —respondió.

—No te preocupes. Si te resulta tan difícil puedo liberarte del compromiso —comentó tomando su bolso y su chamarra que estaban colgados en una percha, antes de salir por la puerta reforzada que se deslizó de forma automática cuando ella puso el dedo en el control.

—¡No, no me refería a eso! usted, yo quería, quiero... —explicó Juan José mientras caminaban hacia el control de acceso al restringido y largo pasillo gris que separaba el laboratorio del resto de la organización.

Andrea depositó sus cosas en la compuerta y salió por el escáner de metales antes que él, que dejó en la misma su billetera, siguiéndola. Ella recogió sus pertenencias escaneadas y se colgó la bolsa en el hombro, parándose frente a él. Lo observó en silencio con los brazos cruzados y frunciendo un poco los labios. Él se veía nervioso.

—Pensé que me ibas a invitar a cenar, doctor —dijo Andrea.

La observó confundido.

—¿No vas a llevar tu cartera? —inquirió ella.

Él se dio cuenta de que la había olvidado y volvió deprisa a recogerla, sonriendo. A ella le gustaba mucho su sonrisa. Se dirigieron hacia el elevador más cercano.

—Ni siquiera recordaba que la traía —replicó él, ofreciéndole el brazo para que caminaran juntos.

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