Andrea. Capítulo 3.

Tres semanas desde la desaparición de Andrea
Jueves por la tarde

No solo es difícil despedirse. Conocer el motivo de las pérdidas puede ser aún peor.

Contacto se hubiera integrado a la OINDAH hasta finales de junio tras presentar su examen de grado. Se aceleró su incorporación por lo ocurrido. Invistieron a la joven como Alfa con tal de protegerla, según el Director. Eso sería útil en caso de que el homicidio de Andrea hubiera sido resultado de una conspiración interna, aunque no había pruebas de eso.

Ella no sabía que nadie en esa institución buscaría problemas con los Alfa. La inteligencia gozaba de un legendario poder.

A pesar de que la mayor parte de la gente de la OINDAH sabía de la existencia de los Alfa, casi nadie conocía a sus integrantes ni sabía a qué se dedicaban; muchos tenían otras funciones en la institución y colaboraban en secreto con el grupo. Sólo unos cuantos funcionarios y agentes operativos eran Alfas de forma pública y podían ser reconocidos como tales.

La OINDAH dio alojamiento a Contacto en un departamento pequeño en un edificio que parecía abandonado. Era mejor que no tuviera vecinos para evitar preguntas comprometedoras y situaciones difíciles de controlar.

Ella salió de los terrenos de la institución y abordó el autobús. De haber preguntado hubiera sabido que podían prestarle un vehículo sin más trámite que usar su huella digital. Tener un cargo público del grupo Alfa implicaba ventajas que debía ir descubriendo, pero en su caso también muchas limitaciones de las que quizá no se enteraría.

Tardó más de una hora en llegar a la ciudad. Cuando estuvo en el centro bajó del transporte y marchó hasta su nueva dirección con la caja negra bajo el brazo.

Traía algo de cambio y las llaves del departamento que le dieron antes del funeral en el bolsillo del vestido negro. Subió por la escalera hasta el octavo piso. Aún no había desempacado su escaso equipaje. Se sentó en la cama y dejó la caja negra a su lado.

No tenía en su poder imágenes de su pasada vida. Tomó el viejo celular que dejó en la mesa de noche antes de ir a despedirse de su amiga. Lo encendió. Todos creían que estaba en otro país, nadie trataría de comunicarse. Tenía una sola foto: una selfie con Andrea. La observó tratando de grabarla en su mente y la borró. Volteó hacia el armario junto a la cama, cuyas puertas corredizas eran de espejo. Ahora sí se veía triste.

Pasó varias horas intentando procesar lo que ocurría y decidió moverse. Se puso el traje y la chamarra deportiva. Tenía que probar esa cosa.

Andrea le había dicho dónde vivía Harry. Tuvo una intensa y fugaz relación con él.

Su dirección estaba como a veinte minutos en automóvil. Ella fue a pie. Sin embargo, nadie la vio.

Corrió por las alturas de la ciudad, saltando entre los edificios, aterrizando sobre techos y cornisas. Podía escalar, dejarse caer y aterrizar sobre bordes de escasos centímetros de grosor. Era muy precisa. Uno de los efectos secundarios del suero fue que dejó de sentir cansancio hiciera lo que hiciera.

Estaba acostumbrada a andar por sitios inaccesibles. Su consigna era no ser vista haciendo cosas como esas, hubiera sido riesgoso para mantener la confidencialidad de la investigación de la que era sujeto de pruebas. Solía moverse de esa manera en la oscuridad.

Tuvo que aprender a usar su cuerpo para desplazarse así. Al ir descubriendo que podía realizar cada vez más actividades físicas sin agotarse, se fue entrenando. Esa actividad se convirtió en un su práctica habitual, pero aún podía hacerla sentir bien como cuando comenzó a hacerlo. Era su peculiar forma de salir a correr.

El traje la desconcertó. En un par de saltos cualquier prenda se habría desgarrado, como la chamarra que tuvo que dejar en un techo temporalmente para que no terminara del todo destrozada, pero el negro traje que llevaba bajo ésta no tenía ni un rasguño. Era resistente y flexible, pero ligero y delicado, por lo que sus movimientos podían ser fuertes y eficaces. Más que con cualquier otra cosa que hubiera podido vestir.

Era una ciudad fácil de dilucidar, las calles tenían nombres de puntos cardinales y números consecutivos.

Llegó a un viejo edificio. Ella quería confiar en la organización, pero necesitaba saber cómo ocurrió, solo le dijeron que Andrea murió durante un atentado.

Temblaba como si estuviera sumergida en agua helada. Reunió todo su valor y se dispuso a hacer la difícil pregunta.

En el tercer nivel se encontraba el departamento al que se dirigía. La puerta estaba entreabierta, pudo ver por la rendija al hombre joven al que buscaba, echado en un sillón. La habitación tenía las persianas cerradas, entraba poca luz.

Se preguntaba si él la habría dejado abierta a propósito, pero el cubo de la escalera también estaba oscuro y pudo no darse cuenta. Tocó ligeramente con los nudillos, pero no hubo respuesta, así que empujó la añeja puerta de madera oscura que se deslizó crujiendo con suavidad.

Quien fuera pareja de Andrea dio un salto.

—Disculpa, traté de tocar.

Tardó un segundo en reconocerla, parecía sorprendido.

—No te preocupes.

—¿Siempre dejas abierto? —preguntó ella tratando de encontrar una forma de iniciar una conversación.

—Estoy algo distraído. Sigo de permiso, no suelo estar aquí a esta hora —explicó.

—Me lo imaginaba.

Permanecieron un momento observándose en silencio.

—Toma asiento, por favor. ¿Te puedo ofrecer algo? —preguntó Harry.

Ella recordó que hacía horas apenas había comido un poco, pero no se permitió sentir hambre. También podía controlar a voluntad algunas de sus funciones corporales.

—No, gracias —respondió, tratando de sonreír de la manera en la que no había podido hacerlo el día anterior.

Ella le calculaba menos de treinta años. Estaba ojeroso, sin rasurar. Su complexión era atlética. En la organización, era uno de los tres subdirectores de una corporación de seguridad interna llamada Comando de Apoyo, mejor conocidos por sus siglas CDA y el emblema de de un caballo negro de ajedrez.

—¿Sabes a qué he venido? —preguntó Contacto.

Harry se quitó el lacio cabello de la cara peinándolo con la mano hacia atrás de la cabeza en un gesto nervioso.

—Supongo que quieres saber cómo pasó.

Ella asintió. Trataba de ser ecuánime, de no mostrar su dolor. Sin embargo, su rostro la delataba.

Él afirmó también. Se sentaron en el viejo sillón de cuero café.

—Recibimos una llamada anónima sobre el posible robo a una de las bodegas de la organización en el muelle. Ahí se almacenan contenedores de barco para su traslado. Atendimos el reporte debido a que estábamos en servicio —dijo refiriéndose a su equipo—. La caseta del vigilante del predio estaba desierta. Entramos con la clave, bajamos de la camioneta frente al almacén indicado y entramos a revisar la bodega F. No había luz adentro debido a una falla en la energía eléctrica, por la lluvia. Yo iba al frente —relató casi susurrando. Carraspeó—. Alguien corrió y se puso al frente, fue muy rápido. Pensé que era alguien de mi grupo —Hizo una pausa con dolor en el rostro—. Hubo una detonación, alguien se desplomó adelante. No sabía que era ella. Protegiéndonos con los contenedores, fuimos hacia donde estaba tirada.

Contacto trataba de mantenerse objetiva, pero temía perder la compostura en cualquier momento.

—Escuchamos un vehículo alejarse por la parte de atrás de la bodega. Solemos cubrir todas las entradas posibles, pero teníamos instrucciones de llegar por el frente. Me acerqué y me di cuenta de que era Andrea. Estaba herida. ¿Qué rayos estaba haciendo ahí? —preguntó como para sí mismo, conteniendo la frustración y prosiguió murmurando—. Conozco los riesgos, estudié medicina. Sangraba poco. No esperamos una ambulancia, la llevamos en la camioneta. Dijo que no sentía dolor. Cuando llegamos al hospital seguía consciente. Más tarde, la jefa de urgencias nos dijo que acababa de morir —concluyó Harry con la voz entrecortada. Se notaba que luchaba por mantenerse ecuánime. Tenía ambas manos en puño sobre el sillón, conteniendo las lágrimas.

Contacto percibía los signos de su dolor en su aroma, en su tensión. Recordó la sonrisa en la voz de Andrea cuando le hablaba sobre ese hombre y no pudo evitar desbordarse.

Él también comenzó a sollozar, echado hacia delante cubriéndose el rostro con las manos. Ella le puso la mano sobre el hombro, apoyándose en él más que consolándolo. Lloraron hasta que lograron calmarse.

—Lo siento. He tenido que contenerme frente al equipo, no debían verme otra vez como esa noche. No había podido... — afirmó el abatido comandante.

—Lo entiendo —le dijo ella, tratando de recomponerse—. Perdóname, necesitaba saber.

—Tal vez pudimos hacer algo más, debí insistir en revisar la calle de atrás, quizá... —cavilaba él reprimiendo su desesperación.

—No creo que haya sido tu culpa. Hicieron todo lo que pudieron, hay cosas que no pueden evitarse —musitó ella. Harry se quedó callado. Contacto pensó que estaba demasiado afligido como para decir algo más—. Mi amiga te amaba. Estoy segura de que no hubiera querido que tuvieras que pasar por esto. Una parte de ella siempre estará con nosotros —logró decir la chica, conteniendo las emociones y poniendo la mano sobre el antebrazo de Harry—. Gracias por contarme. Debo irme.

—Hasta luego, Contacto —comentó con débil voz.

Ella se fue tras pedirle la ubicación de la bodega del muelle.

Podía entender por qué Andrea estaba tan enamorada de ese joven amable. Por eso no iba a parar.

Fue vez fue a pie. Llegó al muelle como a las seis y esperó a que oscureciera.

Cruzó la cerca de malla de dos metros de altura con un potente salto sin siquiera tocarla. Para llegar al sitio del percance sin ser vista escaló por la parte superior de uno de los almacenes y saltó de techo en techo hasta la bodega F, a la cual entró por una alta ventila.

Ya no había nada adentro, el lugar permanecía cerrado. Bajó al nivel del piso y se quitó el casco. En el suelo estaban marcados con pintura los lugares en los que debieron ubicarse los contenedores.

Ella se dirigió de la puerta principal hacia el fondo tratando de recrear las acciones en su mente y advirtió la puerta trasera tras un pasillo interrumpido por las columnas de concreto que eran parte del sostén del techo de dos aguas . Por ahí debió escapar el tirador.

Se puso de cuclillas. Permaneció un momento encaramada sobre el lugar en el que había estado una mancha de sangre que alguien se encargó de quitar, pero cuyos rastros ella percibía aún con el olfato. Le resultó inevitable concentrarse y detectar incipientes notas del aroma de Andrea, del de Harry, de la pólvora, luchando por descartar las huellas de otros olores más recientes.

Acarició el cemento. El relato de Harry resonaba en su memoria.

«Mi equipo iba detrás. Andrea corrió para llegar delante de todos. Debió ver al agresor, debió saber que tenía un arma...».

Contacto pensó en lo que hubiera podido ocurrir si ella hubiese estado allí. Quizás habría evitado la tragedia. Apretó las manos y los dientes, ahogando un grito en su garganta, que se escuchó como un gemido.

Percibió de nuevo el aroma que había tratado de evadir. Flores. Alcohol. Eso la hizo voltear hacia arriba. Escuchó pasos detrás de una de las columnas. No se percató antes de que había alguien más, estuvo demasiado absorta por varios minutos. Saltó para llegar hasta allí.

La puerta de atrás estaba entreabierta. Del otro lado había una callejuela que pasaba por la parte posterior de las bodegas. Al final estaba un auto grande que se puso en marcha momentos antes.

No le quedaba duda, era la limo que vio en el cementerio.

A pie, y sin estar muy segura de lo que hacía, fue tras él. Recorrió diez o doce cuadras sin perderlo de vista. El vehículo respetaba el límite de velocidad, por lo que para ella no sería un problema seguirlo, podía correr a esa velocidad sin realizar un gran esfuerzo. Ni siquiera pensó que podrían verla, tenía que llegar hasta ese auto.

El objeto de su persecución se detuvo frente a una calle estrecha entre edificios. Ella se detuvo como cincuenta metros. De la parte trasera salió el hombre alto que vestía un largo abrigo negro. Él entró al oscuro pasadizo y el auto arrancó. Cuando Contacto perdió el carro de vista, fue tras el tipo.

Pensó que podía ser una trampa, pero tenía que ver a dónde se dirigía; su actitud le parecía en extremo sospechosa. Seguro tenía alguna relación con la muerte de Andrea. Ella se adentró en el callejón y no lo vio. Tuvo que seguir avanzando ya que varias cajas y un contenedor de basura le obstruían la vista. Pensó que encontraría al tipo del otro lado de todo eso pero no estaba ahí, así que siguió recorriéndolo, pasando una puertita de las que siempre están cerradas a pesar de ser salidas de emergencia.

Esa parte del callejón era muy oscura, pero ella lograba distinguir todo a su alrededor. El olor de la basura le nublaba el olfato. A cada paso se convencía más de que aquella había sido una idea estúpida. El final del callejón era una pared de cinco pisos de altura.

Ella iba a asomarse del otro lado del contenedor, cuando la puerta frente a la que ella había pasado momentos antes comenzó a abrirse. Debió detenerse un instante sin dejarse llevar por el ímpetu, así hubiera podido darse cuenta de que no permanecía cerrada del todo cuando pasó junto a ella. El hombre alto de esbelta figura la cruzó.

«Eso me pasa por confiada», se reprochó.

Él avanzaba despacio hacia ella, cojeando de forma casi imperceptible. Los ojos azules del desconocido centelleaban en la débil luz que salía del edificio, su expresión seria tenía un aire de reto.

Ella lo observó con detalle. Su rostro era afilado, tenía la nariz recta y fina y los pómulos marcados. Poseía labios delicados, cejas pobladas, mandíbula fuerte y barba partida. La línea del negro cabello le formaba una V en la frente. Vestía de forma elegante, el abrigo negro le llegaba debajo de las rodillas.

Su aspecto era lúgubre y amenazante, aun cuando era bien parecido. La observaba con desdén.

El individuo deslizó la pálida mano en el bolsillo externo de la gabardina y pareció empuñar algo.

En la mente de Contacto se formó la imagen de un arma. Incluso, creyó percibir su aroma metálico confundido con algo floral, pero no estaba segura, había demasiados estímulos olfativos en ese lugar.

Ella se percataba de su error, estaba aterrada. No sabía su debía huir o hacerle frente.

—¿Me buscabas? —le preguntó él. A pesar de su tono sarcástico, su voz era masculina y profunda.

Ella decidió intentar obtener información a pesar de todo.

—Creo que usted me buscaba primero —respondió con toda la calma que pudo, pero él seguía avanzando sin sacar la mano del bolsillo—. Quédese donde está —le advirtió ella con un tono determinante.

El hombre medía como un metro noventa; se detuvo. Esbozó una sonrisa de lado, pálida y burlona al tiempo que fruncía el ceño con contrariedad.

«Tal vez esté haciendo tiempo», pensó la mujer de negro; decidió presionar. La impotencia que le provocaba no saber nada sobre la muerte de Andrea le daba un valor inusitado.

—Los desconocidos podrían ser asesinos —afirmó ella.

Él podía mentir, pero ella quería hacerle pensar que sabía algo más. Además, fue lo mejor que se le ocurrió.

El individuo pareció sorprenderse.

—¿No sabes quién...? ¿Te refieres a Andrea? —preguntó contrariado, con su grave voz.

Contacto no pudo evitar sentir una mezcla de ira, frustración y dolor. En este instante escuchó un auto acercarse. El vehículo dio vuelta hacia la entrada del callejón y comenzó a internarse en él a velocidad moderada. Dejaba poco espacio a ambos lados del estrecho pasadizo y avanzaba despacio a espaldas del individuo, interponiéndose entre ella y la salida hacia la calle.

La joven sintió un irrefrenable impulso de escapar y corrió hacia el lugar por el que ella había llegado y por donde ahora entraba el carro, empujando apenas con la punta de los dedos al hombre alto al pasar junto a él. Sin embargo, la fuerza resultó suficiente para que fuera lanzado metro y medio de espaldas hacia la pared contra la cual él se detuvo, cayendo entre cajas de cartón y latas vacías.

El conductor frenó de pronto al ver que ella iba en dirección al auto en movimiento con rapidez. De un salto ella le pasó por encima al town car y aterrizó en la calle del otro lado. El chofer seguía tras del volante, perplejo. Creyó que la había atropellado. Ella huyó en dirección contraria al sentido de la calle vacía.

«¿Qué tendrá que ver ese hombre con la muerte de Andrea?», reflexionaba Contacto. Sus emociones la dominaban, se había dejado llevar. Fue vista haciendo "acrobacias". Volvió por el casco a la bodega, se dirigió a donde se alojaba y dormitó el resto de la noche. Desde que Andrea murió, no lograba descansar. Todo parecía estar mal.

Algo en el hombre del callejón le provocaba una extraña sensación. Era incluso algo familiar.

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