Allanamiento. Capítulo 16.
Tres meses y dos semanas después de la desaparición de Andrea
En la OINDAH
Gracias a la pasada incursión (en cuya versión oficial se dijo que opositores a la conservación de la selva amazónica trataban de quemar archivos de la ONG que representaba esa causa), Mateo Gil, director del CDA, llamó a Contacto. Harry omitió su participación en la contienda de la versión oficial, pero los miembros del grupo refirieron su presencia y su apoyo de forma verbal, sobre todo el guardia que trató de impedir la destrucción de los documentos, así que Mateo le pidió que los acompañara en las rondas. Aunque trató de negarse, él insistió. Estuvo de acuerdo con la condición de integrarse al escuadrón de Harry. No quería cometer el mismo error otra vez. Tendría que ser más cuidadosa ya que los Alfa la estaban siguiendo, y a pesar de que sabían quién era, que era portadora del suero y que tenía capacidades especiales, nadie tenía por qué saber cuáles eran sus verdaderos alcances. Esa fue una de las promesas que le hizo al doctor.
Bodega de la organización en el centro, por la noche
Cerca del centro de la ciudad había un pequeño almacén de equipo informático. Ese lugar siempre les ocasionaba problemas, porque a pesar de que la información se manejaba de forma discreta, la gente en los alrededores sabía que ahí guardaban cosas fáciles de sustraer y de transportar. Muchas veces, el CDA sugirió al departamento correspondiente que esa bodega se trasladara a otra parte de la ciudad, pero aún no se habían aplicado esas recomendaciones. Así, cada vez que sonaba la alarma del lugar, acudían con menos interés. Por lo general se trataba de ladrones ordinarios que huían al primer ulular de la sirena.
Casi era una revisión de rutina. Los enviados esa ocasión eran un recién egresado de la academia, un veterano, Contacto y Harry que encabezaba al grupo, como de costumbre. Todo parecía tranquilo, la señal de auxilio ya estaba en silencio. La pequeña calle estaba desierta, eran casi las doce. El local de dos pisos tenía la cortina cerrada y asegurada, y la puerta no mostraba indicios de haber sido forzada. Era tan insulso el local, que no tenían personal de guardia allí.
—Me estacionaré adelante —comentó el veterano que conducía, cuando los otros tres bajaban del automotor.
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Se acercaban a la puerta del local, cuando cuatro individuos encapuchados, con armas de grueso calibre colgadas de la espalda, saltaron con cuerdas desde el techo, a rapel.
Tal vez habían tratado de ingresar desde la parte superior, con lo cual activaron la alerta de seguridad.
La mujer de negro no podía defender a sus compañeros de manera obvia, no debía ponerse en evidencia. Sería un segundo el que tomaría para que los intrusos estuvieran en guardia. Debían evitar una confrontación, tenían que ponerse a salvo. Harry comenzó a reportar como loco y a pedir apoyo por su comunicador. Los dos se dirigieron hacia el vehículo blindado, pero el recién egresado fue en sentido opuesto, en dirección a una estrecha calle. Cuando se dieron cuenta ya no podían volver por él, entre éste y el carro estaban los cuatro hombres armados.
—¡Quédate aquí! —dijo Harry mientras la empujaba hacia dentro de la camioneta, antes de internarse por una vía perpendicular que estaba más adelante de la bodega para seguir al novato que ya no debía detenerse—. Ponte a distancia segura —le indicó al conductor por medio de su radio.
El veterano estaba arrancando cuando Contacto se quitó la chamarra que lanzó sobre el asiento y tomó del mismo sitio el casco de un manotazo.
—Necesitan apoyo, tú cumple tus órdenes —clamó ella.
Se colocó el DDC mientras corría, y saltó a la cornisa de un segundo piso para ver mejor lo que estaba sucediendo, sin detenerse.
De manera veloz, se acercó a la escena sobre un techo. Uno de los cuatro truhanes le ordenaba a los demás.
—¡Ustedes, vayan detrás de aquél! —ordenó para que siguieran a Harry—. Nosotros iremos por el otro —indicó hacia donde huyó el elemento inexperto. Ellos también contaban con intercomunicadores.
Contacto escuchó con claridad cuando al que denominó "el líder" y que estaba a nivel de la calle, dijo "Tiren a matar".
Se le heló la sangre.
—Voy por arriba tras el chico, van dos detrás de ti; dispararán a mansalva. Después me reprendes —le dijo ella al comandante por un canal directo y salió disparada sobre los techos, tratando de ubicar a los atacantes antes de hacer alguna aparición innecesaria.
—¿Dónde estás? —vociferó Harry, dirigiéndose a su subordinado escapista a través de su aparato de comunicación.
—Por la calle cuatro, hacia el este —indicó casi sin aliento.
—Voy detrás de ti —le dijo ella al caballo.
—¡No te veo! —replicó él.
—Casi llego a donde estás, no te detengas —respondió.
Uno de los perseguidores estaba a menos de 15 metros. Levantó su arma en acción de disparar, a pesar de encontrarse en movimiento. Entonces, la joven que estaba a la par, pero sobre la cornisa de un segundo piso, se lanzó sobre él. No fue necesario que hiciera otra cosa para dejarlo inconsciente y maltrecho; después arrojó la pistola que cayó sobre una construcción y se dirigió hacia el muchacho.
—Sigue adelante —especificó la Alfa. «Quedan tres, dos van detrás de Harry y uno tras nosotros», pensó. Si fuera sola, no podrían darle alcance. El bisoño iba tan rápido como podía.
Las calles eran cada vez más oscuras y estrechas. Harry trataba de llegar hasta ellos por una vía paralela, con sus propios perseguidores pisándole los talones.
La mujer viró en el mismo instante en que un par de balas impactaron un muro cercano. Esos tipos estaban locos, aquello no tenía ningún sentido. De pronto, el inexperto entró en pánico. Contacto lo alcanzó y se arrinconó con él en una esquina, mientras lo sujetaba por el pecho, ella respiraba con tanta calma como si hubiera estado durmiendo, él estaba muy agitado. Huyeron con rapidez entre los edificios. Dieron un rodeo y le dijo a Harry que hiciera lo mismo para encontrarse en el mismo punto.
Quienes perseguían al comandante habían seguido por dos caminos distintos, Harry al final les sacó una buena ventaja.
Detrás de ella y el novato, el que los seguía se detuvo en la esquina. Cuando los vio, les apuntó por la espalda. La de negro escuchó cuando empezaba a detonar. Mediante una maniobra ayudó a su compañero a esquivar el disparo.
En ese momento, Harry, quien estaba agazapado contra un muro, entre ellos y el asaltante a quien tenía de frente, disparó con un proyectil de goma que le dio a éste en la cabeza. Éstas armas habían sido diseñadas especialmente para el Comando de Apoyo; por la composición de las balas de polímero que carecían de un alma metálica y por la velocidad de los disparos, resultaban menos dañinas que las regulares, por lo que debían ser empleadas con una mayor pericia por los caballos.
El comandante fue hasta el aturdido agresor y antes de que pudiera reaccionar le dio una descarga con la pistola eléctrica que terminó de noquearlo. Un individuo vestido con un traje oscuro observaba la escena desde la parte superior de un alto edificio, a distancia prudente de la acción. Era el mismo Alfa que estuvo presente cuando unos individuos trataron de quemar los archivos de una ONG que pugnaba por conservar el Amazonas.
—Viene otro hacia aquí por la calle que está al frente, a tu izquierda —dijo el hombre de negro con amable pero firme tono, dirigiéndose a ella por un canal privado, observando el panorama desde el techo de una edificación.
La joven dejó al subalterno con su comandante y salió a toda velocidad para detener al tercero, que se acercaba a donde estaban Harry y el chico. Trepó a la saliente del piso superior avanzó veinte metros hasta estar sobre él y le cayó encima, como al primero. El cuarto de los perseguidores desistió cuando los otros dejaron de responderle y huyó en dirección opuesta, pues toda la zona estaba llenándose de patrullas y vehículos blindados del CDA.
—Desde aquí veo al último dirigirse hacia el norte —aseveró el Alfa.
—¿Dónde estás?
—Arriba de ti.
Ella levantó la vista para verlo. Él respondió con un mensaje privado: "De nada".
—Espera —urgió—. Al menos dime a quién debo darle las gracias.
—Me llamo Gabriel Elec, soy el Lector —contestó con una tersa voz.
—Gracias, Lector —respondió ella. Comprendió que ese título era su cargo de Alfa, como el suyo. Lo vio dar media vuelta y alejarse de la orilla.
—¡Contacto! —bramó con furor Harry un instante después, acelerando en su dirección.
—Voy por el que falta —le respondió, se alejó de su vista y saltó nuevamente hacia un nivel superior y se internó en la ciudad, en la dirección en la que Elec señaló.
El cabello que llevaba atado en la nuca y que solía introducir al casco cuando se lo ponía con un movimiento de la cabeza, cayó sobre su espalda cuando se quitó el DDC. No le permitía percibir los olores. Lo dejó en la cornisa de un tercer piso. Sus ojos centelleaban bajo la luz de las lámparas del municipio. Era como un sabueso, oteó el panorama desde las alturas, en cuclillas.
Al fin ubicó un rastro de sudor y pólvora y lo siguió a toda prisa. Corrió y saltó sobre los techos, cruzó calles de dos carriles con suma facilidad. Diez cuadras hacia el norte, pasó cerca del último. Al pensar que ya se encontraba lo bastante lejos de la escena como para ser ubicado, había disminuido la velocidad. Habló por un radio que guardaba entre su ropa
—Concluimos la misión —dijo.
En ese momento ella saltó hacia la calle y aterrizó con sigilo sobre las puntas de los pies, como si se tratara de un felino. Fue hacia él, deteniéndose muy cerca de su espalda.
El tipo se disponía a abordar un automóvil sin placa, en una solitaria callejuela, cuando ésta le tocó el hombro.
Al voltear, de manera instintiva buscó su instrumento letal. Aunque estaban de frente, no tuvo tiempo de reaccionar, ya que lo derribó de inmediato. Lo hizo tan rápido, que resultaba casi imposible que lograra entender lo que había sucedido cuando despertara. Momentos después, Contacto volvía por el DDC con el fulano a cuestas. Lo dejó cerca de la escena para cerciorarse de que lo encontraran. También recogió el arma del primero que estaba sobre un techo y se la llevó. No la señalarían por dejarlo inconsciente.
—Creo que ahí delante está uno más —dijo ella cuando volvió al encuentro de los caballos. Los policías que arribaban al lugar acudieron para detenerlo.
—Esa maldita bodega —refunfuñó el líder del equipo, mientras subían de nuevo al transporte.
Era gente con entrenamiento. Sería simple el proceso legal, en el cual sólo figurarían como testigos de los hechos tres elementos del CDA. Sin embargo, para la policía resultaba extraño encontrar a cuatro agresores inconscientes. La organización no hizo comentarios, pero otra mala decisión pudo terminar en una tragedia, como la vez anterior.
En la mansión
Lejos de las calles, encerrado en su claustro, Di Maggio se revolvía en pensamientos para desentrañar a la joven de negro. Lo entretenía pensarla y atravesarla mil veces por caminos sinuosos, que seguiría gustosa, con tal de recuperar su valiosa placa. A él no le interesaba del todo, pero el proyecto tampoco le era por completo indiferente. El control del mismo podría estar genuinamente en sus manos. Ahora se ocupaba al planificar la estrategia contra la despreciable mujer. Sin embargo, toda esa reservada revolución que llevaba dentro ocultaba una secreta y devastadora tortura. No se trataba sólo de tristeza. Era un cúmulo de sentimientos que destruirían sus entrañas si no enfocaba toda su energía en un lugar menos doloroso. Esperó dos semanas más y desistió. Dejaría que ocurriera sólo otra cosa para terminar con todo aquello.
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