Adagio. Capítulo 60.

Ocho años desde la aparición de Andrea
En la mansión

Mary no acostumbraba espiar pero le resultaba inevitable enterarse de todo; la gente solía pasarla por alto, en especial Di Maggio, a pesar de ser la única figura materna que ese hombre adusto y amargado tuvo en su vida. Hacía como seis meses que Contacto había dejado de ir a verlo, pero Andrea había vuelto a visitarlo, siempre que la secretaria no anduviera por ahí. El ama de llaves sabía que conforme transcurría el tiempo, él estaba cada vez más enojado con la mujer de negro.

La señora también tenía secretos que guardaba por el doctor Di Maggio. Pensaba justo en eso, cuando Contacto entró a la casa.

—¡Hace tanto que no venías! ¿Cómo has estado?—le preguntó la señora.

—Bien, Mary, gracias. Vine a hablar con Giorgio de algo muy serio —repuso. Quería terminar lo antes posible con aquello. Iba a enfrentar a Di Maggio y era algo que no deseaba hacer, pero en seis semanas se llevaría a cabo la asamblea general. No podía irse sin dejar antes todo en claro con él.

Se abrió un poco el cuello del traje como cuando trataba de relajarse, exponiendo los objetos que colgaban de la cadena que traía en el cuello y respiró profundo, nerviosa.

—¿Está en el despacho? —preguntó como esperando que la mujer le respondiera que no, aunque estaba segura de que lo encontraría donde siempre.

—Sí —exclamó la señora Mary, entornando los ojos al ver las pequeñas piezas de silicio como lo había hecho antes varias veces sin que nadie lo notara.

En esa ocasión, Contacto no pudo pasar esa mirada por alto.

—Di Maggio —llamó la mujer para que el recuerdo de ser humano que estaba pertrechado detrás de su muralla de madera volteara a verla. Ella entró y dejó la puerta abierta, por si tenía que salir corriendo.

Él giró despacio en el sillón de piel y la observó de reojo. Se había estado sintiendo solo por mucho tiempo. Esa soledad le había permitido pensar, recordar, supurar sus peores pensamientos, sus más oscuros sentimientos. Cada día transcurrido sin su presencia le había pesado más y más. Sabía por qué ella estaba ahí. Andrea se lo había anticipado, a petición de la misma Contacto.

La mujer de negro ahora sabía sobre la producción del suero y sobre la manipulación de los Alfa. La investigadora de los ojos color avellana le había hecho jurar a Di Maggio que no se lo diría a la inteligencia, o su propia vida correría riesgo, ya que ella misma participó en las revelaciones. El alto hombre no traicionaría a Andrea, pero nada evitaría que le dijera a Contacto lo que tanto deseaba.

Giorgio siempre había tenido todo lo que quería, pero no lo que más necesitaba. Eso no volvería a sucederle. Al principio, creyó que lo había superado, que lo tenía todo bajo control, pero ahora se sentía como un idiota.

Pensó que quizá, más allá del deseo y del interés de Contacto por hacer su bendita entrega, tanta insistencia de estar sentada frente a él años y años se debía a algo más. Pero después de procurarla, tolerarla, costearla, de tener que padecer por sus estúpidas ideas, de aceptarla bajo su techo a pesar de que le quitó lo que era suyo por derecho, el que no se hubiera dignado a aparecerse por ahí durante tanto tiempo era como una bofetada.

Se sintió usado por ella, como una carta jugada dejada sobre la mesa; ella, que debió seguir acudiendo mansamente a él a pesar de haber descubierto la verdad, no lo hizo, y ahí estaba ahora, dispuesta a hacerse la víctima cuando ella jugó como todos desde un principio. Era un monstruo creado por su padre. No la necesitaba.

Seguía obsesionado con aquella noche en la que lo había dejado parado en el corredor el día de la gala de la OINDAH para huir de sí misma como siempre la había visto hacerlo. Pero fue detrás de aquél. A pesar de que el tal Harry la traicionó aún lo buscaba, la visión de ese pedazo de tela azul en la mano de ese hombre no lo dejaba en paz. Para ella parecía ser más importante la mentira de un traidor que su estoico sufrimiento, así como para su padre fue más importante su fallido experimento que su soledad, que su tragedia, pero había llegado el día de cobrárselas todas, y aquello, pensaba él, era lo que en realidad quería.

Había anticipado mil veces esa discusión en la que por fin se acabarían las farsas y le diría la verdadera razón de por qué la había soportado, de por qué había permitido que fastidiara su vida tanto tiempo.

Punzaba en él su deseo, su necesidad de venganza. Había llegado su momento.

Contacto trataba de estar ecuánime. Esperaba no sonar dolida, trataría de no reclamarle al hombre con ojos de lobo, pero no pudo evitarlo del todo.

—Entonces sí podían producir el suero —dijo.

—Sí. Desde hace años, Contacto —respondió él, altivo.

— Y tú sabías lo que estaban haciendo los Alfa conmigo. Lo supiste todo el tiempo, Di Maggio.

Él era como una fiera rodeando a su presa con la mente.

—Nadie te pidió que hicieras nada de lo que has hecho. Esto siempre ha sido por ti, tus prioridades, tu insistencia, tu terquedad. Siempre has estado poniéndote en el centro de todo, creyendo que nos orillabas a todos a vivir bajo tus estúpidos términos. Pero has sido sólo un títere. Todos hemos jugado contigo, incluso mi padre —respondió él con su profundísima voz, conteniéndose.

—¿Hasta cuándo seguirás enojado con él? Lo que creó es un regalo para la humanidad; mi deber mínimo es cumplir con lo que me pidió porque entiendo lo que puede significar para el mundo. Ojalá hubieras podido comprender lo que él trataba de hacer. Quería ayudar a otros como lo hizo contigo cuando eras un niño.

El hombre seguía furioso, no le importaba lo que estaba escuchando. Leyó años atrás cada palabra de la bitácora de Andrea con profundo desprecio, sobre cómo su perfecto padre pasó horas y horas con esa mujer, él, tan ocupado como para hacerle una llamada a su hijo, tenía tiempo de sobra para perderlo con ella. Y en vez de que la mujer de negro siguiera pagando su generosidad con abnegada resignación por el resto de su existencia, prefirió al farsante Harry, lo había dejado solo a él y ahora pretendía venir a reclamarle.

Había deseado escupir todo ese odio en el rostro de Contacto. Ese era el momento perfecto, justo cuando ella le echaba todo en cara, despertaba aún más su rencor, a pesar de que lo había acompañado durante todos esos años cuando el mundo seguía su propio curso.

Ella sabía que era un mal momento para revelarle al resentido hombre algo que le quemaba por dentro desde el principio, pero tenía que sacarlo de su corazón antes de que todo terminara.

—Debo decirte algo. Siempre pensé que lo sospechabas —La joven respiró hondo—. Yo amaba a tu padre. Él nunca lo supo. Quizá siempre hubiera sido algo platónico. En honor al amor y al respeto que siempre le voy a tener, he hecho todo lo posible por cumplir todo lo que le prometí.

»Él también me pidió que no te dejara solo si faltaba y eso hice. He procurado estar cerca de ti para honrar esa promesa, aunque la verdad es que creo que... lo buscaba en ti —dijo ella abriendo una antigua herida que no lograba sanar.

De lo que ella sentía aún por el doctor había manado gran parte de su ímpetu por hacer la entrega. Parecía una ironía, luchar con tal vehemencia por compartir lo que había matado al doctor y que a ella la había convertido en lo que era. Sin embargo, también podría ayudar a mucha gente, como sucedió con Andrea. Eso era lo que el investigador deseó.

Di Maggio la observó unos momentos envueltos en un silencio pesado. Su rostro no decía nada. Eran sus ojos los que ardían.

La culpa por haber amado a su padre había sido el secreto motor de la mujer de negro todo ese tiempo, como la venganza había sido el suyo. Ese engendro, no sólo había preferido al Agente sobre él. Le estaba diciendo que nunca estuvo ahí por él, sino porque su padre no estaba. Ahora sí se sentía en verdad furioso. Pero le haría ver la verdad. Su profundo y antiguo deseo de venganza le nublaba la mente.

—Él estaba contigo cuando yo estaba destrozado, cuando lo perdí todo. Creyó que eras más interesante que su propio hijo, descubrió tu monstruosidad cuando yo me moría y prefirió jugar contigo a verme sufrir. No te atrevas a venir a reclamarme —aseveró observándola sin quitarle los azules ojos de encima.

—Tu padre trataba de hacer lo correcto. Sobreviviste al accidente tan completo, justo porque se te inoculó el suero en el hospital cuando estabas inconsciente. Si no me crees, pregúntaselo a Andrea, ella lo hizo. El doctor le pidió que no lo te lo dijera porque sabía lo mucho que odiabas su trabajo y que nunca hubieras dejado de recriminarle. Pero lo hizo por ti, todo ha sido por ti —dijo dolida.

¿Por mí? Ni siquiera se acordaba de mí cuando se entretenía contigo.

Ella permanecía de pie, frente al escritorio.

—Piensas que lo conocías bastante bien —dijo él con su tono helado y cortante. Hizo una sonrisa sarcástica de lado y negó con la cabeza—. Siempre has sido tan ingenua. ¿Sabes cómo supieron los Alfa de tus cualidades? —le preguntó saboreando cada una de sus gélidas palabras.

La mujer no había pensado mucho en eso, asumió que fue necesario que la inteligencia conociera los efectos secundarios de aquello que tenía que resguardar.

—Por esto —dijo y abrió el cajón del escritorio, del que sacó la bitácora de Andrea para arrojarla hacia la mujer. Cayó al borde del mueble—. Mi padre le pidió que la escribiera y la puso en manos del Director General para persuadirlo de que aceptara el proyecto. Esto fue lo que cerró el trato. ¿No lo sabías? —preguntó con sorna—. Te usó para que aceptaran resguardar el maldito proyecto. Él me lo dijo personalmente.

Contacto sintió una fría gota de sudor resbalar por su nuca.

—Te vendió a la OINDAH. Esa es la verdad.

Ella lo observaba en silencio con los ojos muy abiertos, preguntándose cómo era posible que alguien pudiera sentir tanto rencor. La respiración de Di Maggio era pesada.

—El año en que murió, iba a volver a casa. Hicimos planes la última vez que nos vimos, en diciembre. Un par de meses después me llamó para decirme que retrasaría su regreso otra vez. Cuando tuve el accidente necesité a mi padre más que nunca —aseveró conteniendo sus emociones—. Pero me dijo que no podía venir. Estaba esperando algo.

Ella sabía de qué hablaba.

—Te estaba esperando a ti. Tú fuiste la razón de que él no volviera. Estaba fascinado con lo que ocurrió contigo, y tenías que terminar la universidad. Yo no pude acabarla. Él no pudo venir a verme cuando estaba postrado, tenía que estar cerca de ti. La última vez que hablé con él, tirado en la cama ¿sabes qué fue lo que me dijo?

Lo observaba en silencio.

—Que cuidara de ti —gruñó.

La mujer trató de contener las lágrimas en vano.

—Pero falta lo mejor. El día que se inyectó esa porquería me dijo por qué lo hacía.

Estaba aterrada de lo que estaba a punto de decirle.

—Lo hizo por ti.

Contacto sentía que el aire no le entraba en los pulmones.

—Los Alfa querían jugar contigo. Querían saber qué tan rápido podías correr, qué tan fuerte podías golpear. Deseaban saber qué tan monstruosa eras y yo les abrí la puerta para que hicieran contigo lo que quisieran. Pagué para que lo hicieran. Pero buscaban algo más; deseaban saber qué te hizo como eres. Y como nadie encontraba el maldito "factor diferencial" decidieron indagar más profundo.

»¿Crees que aquello que pasó en el desierto fue accidental? Esa gente lo tenía todo planeado. Te dieron un pequeño empujón y corriste para ellos. Te pusieron en la mira y tú te paraste sola frente a las armas. Eres una aberración, un monstruo, y actúas como si no lo supieras. He disfrutado cada momento de dolor que te ha causado todo esto, así como tú me lo has causado a mí.

Ella se sentía lívida.

—Por eso yo también jugué contigo. Después de todo, eras el juguete de mi padre... y yo te heredé —dijo él con los dientes apretados y la mirada helada.

La mujer lo veía desconcertada, sin poder siquiera parpadear.

—¡YO TE HEREDÉ! —bramó él con fuerza, golpeando el escritorio con los puños.

Hubo un tenso momento de silencio, que se podía cortar con una navaja.

—Parece que tu padre creó dos monstruos en vez de uno —le respondió ella.

Esas palabras lo hirieron en lo más profundo de su ser.

Se observaban sin moverse, fijos en el tiempo y el espacio, a la espera de lo catastrófico, como el instante de silencio antes de una explosión.

—Lárgate —musitó él—. ¡LÁRGATE! —aulló haciendo estremecer el salón entero—. ¡NO QUIERO VOLVER A VERTE! —vociferó con su cavernosa voz de forma desgarradora—. ¡Al carajo tú y tu maldita entrega! —bramó el hombre, temblando. Estaba pensando en el documento que firmó en secreto y que amarraría por otros diez años el proyecto a la organización, y a ella con él.

Contacto dio media vuelta y se dirigió a la salida. Sí, jugó con ella. Nunca esperó mucho, de él, pero también se sentía culpable. Deseaba que ese momento fuera diferente. Hubiera querido seguir acompañándolo a pesar de su furia, a pesar de su propia frustración, de la pena por la que amargas lágrimas rodaban por sus mejillas al dirigirse a la puerta por la que no volvería a entrar. Él estaba tan ciego, tan perdido, y ella no podía evitar sentirse tocada por su reclamo. En efecto, era en parte culpable de su soledad. No podía evitar verlo como un chico abandonado y furioso.

Y sí, era un monstruo, ambos lo eran.

Ya no importaba. Cuando salió del salón, cerrando la puerta tras de sí sin pensarlo, tomó la cadena que tenía colgada en el cuello, sacó las placas y las puso sobre la redonda mesa del vestíbulo.

—¿Vas a dejar eso ahí? —susurró la señora Mary que estaba cerca de la entrada de la mansión, observando los brillantes objetos. La discusión se había escuchado hasta afuera del despacho.

—El Doctor quería que se las diéramos Andrea y yo a su hijo, pero ya no importa —explicó Contacto limpiándose la cara con la mano.

El ama de llaves negó con la cabeza y suspiró. Tomó con cuidado los pequeños objetos y le hizo una señal para que la siguiera en silencio. Salieron para rodear la casa por el exterior, hasta una entrada lateral, por la cual se podía acceder a la habitación privada de Mary. Cuando estuvieron adentro, ella cerró la puerta con seguro.

Lo que ocurrió ahí lo cambiaría todo para siempre. Ahora Contacto sabía lo que decían las placas.

Ahora estaba segura de lo que tenía que hacer.

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