001
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Hamburgo, Alemania.
Pasado.
Anna sintió el dolor deslizándose por su cuerpo. Era como un mal corrosivo, tortuoso.
Nunca había sentido semejante dolor. Parecía llegar de sus pies hasta su omóplato: Su grito pareció romper el silencio de la noche. Vagamente sintió como su esposo la tomaba de la mano y la instaba a levantarse de su ataúd.
—Está en labor de parto —Pareció escuchar la voz de Elina Von Vamalia, la anciana de su clan y su madre; igual de fría y distante desde que su padre había muerto ante los cazadores.
Levemente, pudo ver (con la vista borrosa) como se alejaba y se quedaba en un rincón de la habitación. Solo la miraba sin parpadear, con sus ojos rojizos mirándola con algo parecido a temor.
A veces se preguntaba si algún día volvería a ser la misma madre cariñosa que alguna vez fue. Después de su padre, nunca volvió a ser la misma; ahora era mucho más melancólica y autoritaria que antes. Fría como un iceberg. Intrañable.
No era la misma.
Intentó desesperadamente ignorar todos esos sentimientos dolorosos, pero le era casi imposible. Recordaba como una vez su difunta tía Ashmeby, le contó como en labor de parto, la cría se llevaba todas las emociones que sentías.
Amor, desesperación, dolor, anhelo, deseo... El niño lo consumiría todo.
Temió que así fuera. Temió que su tía no estuviera diciendo mentiras y su hijo se quedara con todo eso. No quería eso. Ni un poco.
—Anna —La llamó Peter, su Peter—, estás cerca. Todo estará bien. Pronto tendremos a nuestra hija.
Hija.
¿Cómo saber que sería niña? ¿Cómo saberlo? No lo podían saber, pero Peter, meses atrás, había tenido un sueño en el que llegaba una niña. Una preciosa niña de cabellos rubios y ojos verdes, como los de él.
Por un momento, Anna deseó poder soñar. Soñar con una familia normal; pequeños vampiros bebedores de sangre corriendo por un jardín de una enorme casa en medio del bosque... Ante la luz del sol acariciando sus pieles cual porcelana, sin ningún atisbo de temor.
Siempre quiso saber como se sentiría caminar ante aquellos espléndidos y extraños rayos de luz, pero bien sabía que nada de eso era posible, no cuando podrían quemar su piel y pulverizar su cuerpo.
Los vampiros no nacieron para caminar bajo el sol. No sin el anillo de los Belov, lo cual era imposible; hace siglos que el rubí se había perdido junto con todo su clan.
Anna deseaba que Peter tuviera razón, pero al mismo tiempo temía. Temía por ella o él. Temía que no fuera completamente vampiro como lo eran ellos; los Vamalia d ' Allemage.
Si alguna vez los ancianos se enteraban de su condición... La matarían. La desterrarían a la habitación de la luz.
Y temió, temió que fuera la niña que Peter soñó por semanas y meses mientras intentaba conciliar el sueño. A pesar de todas sus preocupaciones, se obligó a dejar todos esos pensamientos de lado. Siguió pujando mientras la sangre salía a borbotones, deslizándose como una cascada de dolor entre sus piernas.
No quería pensar en lo que haría su madre cuando descubriera lo que era su hija... Pero no podía pensar en eso. No ahora. No cuando estaba apunto de dar vida al fruto del amor con su esposo, su Peter.
Deseó con todo su ser que estuviera bien. Deseó que si era niña, fuera la niña más hermosa e inteligente, tal y como lo había predicho Peter.
—¡Está apunto de nacer, Lady Anna! ¡Está por llegar! —exclamó Hindrik, la fiel sombra que llevaba siglos en la familia Von Vamalia. Corría y traía cuencos de agua tibia junto con una docena de sombras que habían acudido al parto. Docenas de toallas llenas de sangre eran retiradas y nuevas eran utilizadas para el trabajo.
Alguien la tomó de la mano mientras gritaba. Su puño se cerró y aferró con tanto ahínco en la mano ajena, que sintió como poco a poco sus gritos se iban mezclando con el fragor del momento.
Podía sentir que algo se desprendía de ella, y de pronto, Anna sé sintió vacía.
Se sintió muy ligera, como si flotara.
Peter le otorgó la sonrisa más brillante, como si fuera el hombre más dichoso del mundo.
—¿Dónde está? —preguntó Anna, con la voz más ronca de lo normal gracias a sus enormes gritos que la dejaron afónica, pero no lo suficiente como para no preguntar por su hija, su niña— ¿Dónde está ella?
Su madre apareció con un bulto en sus brazos. Nunca la había visto así, tan relajada después de tanto tiempo. Pero en sus ojos... En sus ojos habían el más frío terror que le heló la sangre.
—Anna... —Comenzó la mujer.
—Quiero verla —rogó con los ojos llenos de lágrimas—. Déjame verla, madre. Quiero verla.
La mujer negó y Peter se puso aún más pálido mientras las sombras se retiraban uno por uno; habían hecho un juramento de no decir nada de lo que sucedió ese día.
El mismo juramento que se llevaron a la tumba. El mismo que se obligaron a no contar jamás.
Elina negó con la cabeza muchas veces. Parecía horrorizada.
—Sabíamos que esto podría pasar —le recriminó; como si ella tuviera la culpa de todo y hubiera planeado aquel momento—. Lo sabíamos, y aún así permití que ésto, sucediera. Permití esta blasfemia.
—Por favor madre, por favor —rogó Anna, tratando de ponerse en pie mientras estiraba los brazos, pero falló miserablemente—. Es mi hija, tu nieta, mi niña...
La expresión de Anna era casi miserable, como si el momento de felicidad hubiera abandonado la habitación en cuento los latidos del corazón humano de su hija, hubieron silenciado todo.
—Lady Elina... —empezó Hindrik, sus ojos intercalándose entre ambas Vamalia, pero Elina lo mandó a callar y solo atinó a quedarse rígido; con los ojos clavados en el piso y las manos apretadas en puños. Impotente.
Elina negó nuevamente con la cabeza.
—Lady Elina, reconsidere su decisión... —Comenzó Peter, pero Elina lo interrumpió con la voz alterada.
—¡Considerar! —Pareció momentáneamente furiosa, sus colmillos brillaron bajo la luz de la luna y su piel se veía fantasmalmente blanca. Su cuerpo vampírico era viejo y arrugado, pero el brillo en su mirada no había hecho más que aumentar con los años— No hay nada que considerar.
—Mírela —ordenó Peter con la voz de plomo, sin dejarse rendir por el tono de voz empleado por la mujer. Eso pareció llamar la atención de Elina; quien lo miró con ojos recelosos—. No se ha atrevido a mirar ni una vez. Mírela y entonces decida lo que hará, pero primero quiero que la mire y afirme que esa niña, su nieta, es un peligro para vuestra especie.
Elina no dijo nada. Sus ojos luchando con la necesidad de mirar a la criatura.
De fondo, solo se podían escuchar los sollozos y gritos ahogados de Anna, quien seguía con los brazos extendidos; con el ferviente deseo de sostener a su hija, su bebé.
Súbitamente, Elina bajó la mirada lentamente, casi obligada, y su mirada se cruzó con la del infante.
Nunca. En toda su vida. Había visto algo tan divino. Una niña exquisita, preciosa. Parecía tener pocos cabellos rubios asomándose por su frente, casi platinados, con unas espesas pestañas oscuras y los más grandes y brillantes ojos verdes que había visto en toda su vida. La mujer notó que se asemejaban a los del clan Lycana; igual de misteriosos.
Algo pareció oprimirse en el viejo y maltrecho pecho de la anciana. Sintió el dolor en éste mismo, sabiendo el terrible destino que sufriría si alguien que no debía, se enteraba de su secreto.
Jamás sería normal. Jamás podría ser como los demás niños. Era una raza extraña. Única en su totalidad. Inmortal y humana. Bebedora de sangre y caminante de luz.
Elina se preguntó si podría comer comida humana. ¿Cuáles serían sus limitaciones? ¿Alguien se daría cuenta? ¿Podría llevar una vida normal? No lo creía posible.
Por unos cuantos segundos, pensó en quitarle la vida. Sería tomado como misericordia, algo rápido e indoloro. No sentiría absolutamente nada...
Algo carcomió su estómago, como si una docena de larvas se hubieran mudado allí y hubieran decidido hacer una fiesta con sus intestinos.
Se sentía enferma, lo cual era biológicamente imposible, siendo un vampiro.
No. No podía matarla. Mucho menos entregarla ante los ancianos. Por Satanás, ¡era su nieta! ¡La nieta de su difunto esposo! ¡La hija de su hija! ¡Una Heredera! ¿Cómo podía, siquiera considerar aquella aberrante idea? ¿A caso no era parte del clan Vamalia, quienes tienen el poder del amor?
Se sintió asquerosa. Sucia.
Si no podía amar a semejante criatura, jamás podría amar a alguien más.
Entonces tomó una decisión.
—Ashleby Von Vamalia —dijo con la voz cortada. Sus ojos se encontraron con los dos jóvenes padres que parecían igual de angustiados que ella—. Heredera de los Vamalia d ' Allemage.
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Puede que no muchos lean éste fic por lo mismo de que la serie no es muy conocida, ¡pero este proyecto me emociona demasiado! Espero que les guste :3
Atte.
Nix Snow.
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