Prefacio.
«¿Escuchaste el rumor del bosque encantado?» «Sí, dicen que hay monstruos allí dentro» «¡Que miedo!» «Yo pasé por el frente de la entrada, no había nada»
—Hermano, en mi clase dicen que ese bosque está maldito —mencionó Gadné mientras se llevaba a su boca una cucharada de sopa.
—En tu clase dicen muchas cosas —reprochó él sin prestarle mucha atención a su hermana.
—¡Pero Luis dijo que fue! —exclamó con un aire de inocencia para nada común en ella—. Y también dijo que no pudo entrar, que cuando se acercó sintió un aura maligna allí dentro.
Siguió sin prestarle atención. No le importaba para nada lo que su hermana podía sospechar o no en esos momentos. En toda su corta vida estaba acostumbrado a los rumores de adolescentes, y había aprendido que siempre eran simples jugadas. En cambio, él tenía que ocuparse de asuntos realmente importantes, como por ejemplo, su trabajo. Terminó la cena y se fue en silencio a su habitación, su lugar favorito de toda la casa.
Su vida no era muy entretenida, estaba rodeada de la banalidad de un joven de veintitrés años, pero estaba conforme por cómo sobrellevaba la situación, o por lo menos eso quería creer. «A pesar de todo no vivo mal y mi trabajo no está mal» Cabiló su pensamiento por unos segundos y concluyó que era una completa mentira.
Vivía rodeado por el estrés hecho en persona. Su hermana de dieciséis años era insoportable, siempre pendiente de cualquier tontería que dijesen sus amigos y demasiado ocupada en su aspecto físico. Nunca había conocido a alguien que ansiara tanto los dieciocho para entrar en un gimnasio. No se perdía a la semana comprar su revista de moda favorito y veía más videos de maquillaje que sus cuadernos de clase. Acudía a citas a ciegas con sus amigas, y de vez en cuando abría páginas pornográficas en su tableta a escondida de sus padres. A él en particular no le agradaba dormir en una habitación al lado de ella, pero no podía hacer demasiado con sus ingresos. Era un simple trabajador que ganaba salario mínimo en una pequeña empresa que cada vez se veía más cerca a la ruina. Vivía con dos padres despreocupados por las andanzas de sus hijos y que ni una sóla vez le llegaron a preguntar si todo iba bien.
«No tengo tiempo de preocuparme por Gadné»
Se sentó en la silla de su escritorio con la mirada perdida en el vacío. Sabía que merecía recibir un mejor pago por su trabajo, muchas veces buscó oportunidades laborales en otros sitios, mas en aquella ciudad no era demasiado fácil. La empresa en la que trabajaba se encargaba de producir jabones de baño, pero últimamente las ventas se habían ido abajo. Todo ese rollo de la competencia y los nuevos productos que salían al mercado causaban que su estancia se viera en peligro. Ya el jefe había hablado sobre recorte de personal en el área contable.
Suspiró y cerró sus ojos. Estaba cansado, tal vez debería dormir y reponerse para el día siguiente, pero aún debía sacar unas cuantas notas. Los abrió de nuevo y no pudo evitar que su mirada se posara en el espejo cuerpo completo que tenía en una pared de su desolado cuarto. Vaya, sí que se veía mal, muy mal. Sus ojeras eran cada vez más grandes y sus ojos carecían del brillo característico que alguna vez poseyeron. Ese no era él. ¿En qué momento había envejecido diez años?, ¿era realmente el chico agraciado de veintitrés? Tenía más arrugas de las que quería y el vello de la cara estaba desprolijo ¿Cuándo se había dejado crecer el bigote?
Se acostó de golpe en su cama y suspiró «No, este no soy yo; tal vez debería renunciar al trabajo antes de que me boten y buscar algo que me guste más» Recordó entonces sus sueños fallidos; aquel inexplicable deseo de ser arqueólogo a sus doce años y cómo todo se fue abajo simplemente para sostener a sus padres. Los comentarios de un futuro caótico si estudiaba lo que quería le causaron tanto temor que terminó por estudiar algo totalmente diferente. ¿Y cómo había terminado? En un presente caótico.
Se durmió con los mismos remordimientos de todos los días.
Al día siguiente se despertó más cansado que el día anterior. Era ilógico, pero sus ganas de asistir al trabajo eran casi tan nulas como las esperanzas de su hermana de pasar al siguiente año sin una materia de arrastre. No podía hacer nada, debía continuar con la rutina, al fin de cuentas tenía a dos padres que ayudar con el mantenimiento de la casa, y a una hermana a la cual cumplir los típicos caprichos de adolescentes.
Se vistió formal como lo hacía todos los días. Traje gris y corbata negra con rayas amarillas. Se acomodó su carnet de trabajador, y se cepilló un poco el cabello desordenado. Se miró y concluyó que tenía que arreglarse la barba, pero sería luego.
«Y yo pensaba que viviría viajando por el mundo luego de que me graduara —rió—. Vaya tonto he sido»
Tomó el taxi afuera de su casa. Ya su hermana se había ido a la escuela, no importaba, ni siquiera se despedía de él al salir, ni siquiera parecían hermanos; mientras ella fue agraciada por la belleza de su madre, lindas curvas, cutis perfecto; él le tocó ser parecido a su padre, ojos normales, cabello normal, vida normal. «Tal vez la siguiente semana vaya a una fiesta con mis amigos —rió de nuevo—. Es cierto, no tengo»
Llegó a la empresa tan desanimado como todos los días. Para los trabajadores no era ningún secreto del estado actual de la organización, así que no se sorprendió cuando, semanas antes, uno de sus compañeros —el Gerente General—le habló sobre la situación económica de la empresa. Cuando otros se enteraron inmediatamente los ánimos bajaron por completo. Aunque le costase admitirlo, él también estaba preocupado, pues era el pilar económico de la familia.
Saludó a la recepcionista que le regaló una sonrisa desganada. Subió al cuarto piso y entró a su cubículo de tres metros cuadrados, sofocante en cierto modo, pero lo suficiente como para ocupar un pequeño ventilador y su escritorio. Tenía varios papeles en él y los revisó en un suspiro. Lo mismo de todos los días. Cifras muy bajas.
El saber que más temprano que tarde todo acabaría, no le sorprendió cuando la secretaria del presidente lo llamó a su oficina con su típico tono aprensivo. Muy en el fondo sabía para qué era.
—Buenas tardes, habla el Tesorero Financiero. —dijo con su intrínseco tono que no reflejaba emoción alguna.
—El presidente te necesita, ahora. —Escuchó responder a Genna, la secretaria del director, su jefe.
Su oficina era el triple de grande que el suyo, mucho mejor decorado y con aire acondicionado. Muebles cómodos, cuadros de paisajes y mucha decoración innecesaria.
El presidente, un hombre de unos cincuenta y tanto de años, sin muchos rodeos le pidió que recogiera sus cosas. Estaba despedido puesto que habían encontrado a alguien que hiciera su trabajo mejor. No emitió ninguna queja ni nada, también estaba cansado de ese trabajo, así que ese despido podía significar algo positivo en su vida. O al menos si encontraba un trabajo pronto.
Recogió en una caja sus cosas, «por lo menos no son muchas» pensó mientras tomaba las escasas pertenencias que tenía allí. Una foto familiar, un pequeño cuadro al óleo, documentos personales, su caja de lápices y se fue en definitiva de la empresa.
No sólo tenían a alguien mejor para el puesto, seguramente era más alegre que él, pero ¿De qué serviría? No duraría mucho, sólo lo que la empresa se mantuviera a flote «Pobre, no sabe lo que le espera»
Ahora que era un desempleado más en esa enorme ciudad, ¿por qué no se tomaba un pequeño paseo?, de todas formas no tenía ganas de encerrarse en su casa y escuchar los sermones de sus padres con respecto a su despido. Además, conocer la ciudad más allá de la ruta que siempre tomaba para el trabajo no estaba mal, ¿cierto?
Tomó esta vez un bus para el centro de la ciudad, caminar y divagar en ciertos lugares podría resultar relajante, quien sabe, tal vez era eso lo que le faltaba para terminar de mejorar su vida aunque sea un poco.
Llegó al centro y se vio envuelto en un mar de gente. Habían personas caminando para todas las direcciones, adolescentes tomándose fotos, ancianas con bastones en cafeterías cuchicheando, personas normales yendo o regresando del trabajo y niños jugando en pequeños parques de esquinas. Era un poco distinto a lo que estaba acostumbrado, mas por primera vez desde hacía mucho tiempo caminó y visitó varios lugares.
Ese mediodía con el cheque de su liquidación decidió darse un cambio de look. Cambiaría su imagen a esos días universitarios y satisfaría su deseo de verse diferente. Fue a una peluquería y se hizo el corte más moderno que supieran, luego visitó una tienda de ropa y escogió el mejor conjunto que encontró. Al verse en un espejo era alguien nuevo, sin una barba desaliñada, sin sus ojos opacos y la falta de rigidez en su espalda. Al observarse en el cristal pensó que era igual de guapo que los modelos de revista. El sentimiento de aceptación a como era en ese momento le resultó extasiante. Estuvo tan ensimismado en su imagen que se olvidó de comprar un par de zapatos nuevos y así se fue del lugar.
Mientras caminaba por una plaza comiéndose lo último que quedaba del cono de un helado, divisó a lo lejos un cartel que decía: "Bosque del centro: patrimonio natural de la ciudad" Recordó que ese era en términos literales el pulmón de la urbe. Eran más de cuatro mil hectáreas de pura naturaleza, árboles, ríos, colinas, animales silvestres. Pero luego de ello, carreteras, puentes y todo lo que tuviera el sello humano en él.
Tenía vagos recuerdos de conversaciones sobre ese bosque. Sabía que era famoso y también muy temido y misterioso. Las personas no lo visitaban por miedo, muchas curoseaban por los alrededores, pero no se atrevían a más.
«Este es el bosque del que me contó Gadné ayer» Se detuvo al frente, habían dos grandes rejas blancas y varias ramas la envolvían; tardó en darse cuenta de que eran naturales y que tenían espinas. Un pequeño cartel a su izquierda enunciaba: Abierto de 9:00 am a 6:00 pm. Eran aún las dos de la tarde, podía echar un vistazo. De todas formas no creía en las historias de misterio que inventaban. Él como un adulto responsable no podía creer en esos cuentos. Darles veracida no era propio de un trabajador maduro, así que tomando en cuenta su posición debía negar cualquier estupidez como esa.
—¿Ese es el bosque? —Escuchó decir a alguien a su izquierda, se volteó y divisó a una pareja de universitarios que caminaban hacia él.
—Sí, amor —dijo el chico—. ¿Entramos?
—¡No, que miedo!
—¿No creerás en esos cuentos, cierto?
—No, pero no quiero entrar, recuerda que me prometiste ir a la tienda de ropa que tanto quería. —La joven hizo un puchero pueril y convenció a su pareja de no entrar, sin embargo le parecía absurdo esos miedos, «¿Qué tan idiotas son los jóvenes hoy en día? —notó lo que había pensado y no pudo evitar lanzar una sonora carcajada—. Mira quien lo dice, un viejito»
Dejó de reírse y decidió entrar. «Tal vez entre y me tome una foto, así cuando regrese Gadné se dará cuenta de que no es como todos dicen»
El guardia que estaba parado afuera, sentado bajo una gran sombrilla de colores, no hizo ni dijo nada para que se detuviera, lo único relevante fue dejar la caja con sus cosas en la entrada. Ni siquiera le había preguntado su edad; su mirada era vacía y de sus labios salió un pequeño «disfrute su estadía», tan lúgubre, que por un momento sintió miedo y se preguntó en dónde diablos se estaba metiendo.
Entró pasando la reja de metal. Al dar los primeros pasos notó como el aroma de la naturaleza inundaba sus fosas nasales, extasiandolo. No recordaba cuántas ocasiones había respirado un aire tan diferente al de la ciudad; ni siquiera sabía si en realidad lo había hecho. Parecía mágico.
Todo a su alrededor era luz y verde, un verde brillante, vivo. Las cigarras chillaban y los pájaros entonaban melodías muy agradables al oído. Al inicio se veía un sendero poco claro; se notaba a leguas que tenían mucho tiempo sin hacerle mantenimiento al camino, mas a excepción de ello todo se mostraba bien cuidado. Los árboles parecían sanos y aunque no sabía mucho de botánica, logró encontrar varias diferencias entre ellos, por lo que llegó a la conclusión de que eran de diferentes clases.
Sentía pena por aquellos que se abstenían de entrar. Era tan hermoso que no se pudo imaginar el porqué no entraban, el porqué no había ningún transeúnte por allí tomándose fotos, riendo o divirtiéndose. Caminaba lleno de paz y alegría, ese bosque causaba eso en él, un sentimiento tan hermoso que rozaba lo inefable. Se detuvo en varios sitios para admirar las flores y arbustos, varias veces se cuestionó su poca actitud para visitar zonas iguales de hermosas a esa.
La soledad era casi palpable, no le importó, porque así se sentía más relajado. Se detuvo al frente de un viejo mapa del lugar. Estaba dañado y varias ramas habían adaptado una forma oblicua entre el poste informativo; tenían un aspecto extraño, como si fuera una mujer abrazando de espalda a su esposo. «Tal vez la naturaleza no quiere nada humano aquí»
El pensamiento le causó escalofríos en su momento, pero decidió ignorarlo, le parecía de repente exagerado y patético. Logró leer en el mapa varios lugares marcados, como el Jardín de la doncella, que según había escuchado obtuvo su nombre en la antigüedad, cuando una doncella durmió en el jardín cien noches hasta que se convirtió en la flor más hermosa de allí. También leyó el nombre del río que cruzaba todo el bosque: río de cristal, nombre dado por sus cristalinas aguas que casi se podían asemejar a un espejo. Decían que si te veías en el agua de ese río podrías ver lo que ocultabas debajo de tu ropa, sin embargo era un mero cuento fantasioso y vil porque de niño lo había probado, claro, no dentro del bosque sino fuera de él, en un riachuelo que culminaba en la plaza más grande de la ciudad de Arlesia. «Además, las aguas no eran cristalinas, así que también eso es falso»
Continuó caminando con suma lentitud, anonadado por la belleza del paisaje. Le costaba creer que existieran colores tan vivos, tan llenos de vida como aquellos «Son más alegres que yo» pensó. Caminó por el sendero borroso un rato hasta que notó algo brillante en los troncos de los árboles. El repentino destello que surgió de uno le hizo detener por unos momentos. Los rayos del sol se filtraban por entre el follaje y uno chocaba con algo que estaba incrustado en un tronco. Se acercó con lentitud hacia el extraño árbol y a unos pies de llegar se detuvo de golpe.
Estaba a una distancia suficiente como para observar con detalle hacia lo que se estaba acercando. En el grueso tronco de un gran roble había una piedra preciosa incrustada. Una gema, una hermosa esmeralda de gran tamaño haciendo gala en ese peculiar sitio.. ¿Era real? ¿Lo era? Se acercó lo suficiente y toqueteó por encima a la joya, todavía estupefacto por lo que veía.
Una inquietud surgió en su pecho, su instinto le decía que se alejara y eso quiso hacer, pero algo más le incitaba a tomarla, a hacer propia aquella reliquia. No lo hizo, el ruido que produjo una liebre al salir de un arbusto le distrajo lo suficiente como para hacerlo entrar en razón. Dejó el árbol de lado y siguió con su camino, esta vez con el deseo de alejarse y olvidar esos detalles.
Ya no caminaba con plena seguridad sobre sus pasos, ni siquiera el cantar de los ruiseñores le daba sosiego. Se hacía muchas preguntas conforme avanzaba y más temor surgió en él al notar pequeños resplandores a sus costados, provenientes de otros árboles. Supo entonces que algo andaba mal, pero de todas formas continuó, luego pensaría en ello.
El camino llegados a cierto punto se dividía en dos, uno elevado y otro que descendía por lo que parecía ser una pequeña cascada. Ese lugar se había empezado a volver agradable, más de lo que se había imaginado. Tomó la ruta que descendía. Era un poco resbaladizo, de hecho casi resbalaba por culpa de una piedra mohosa, por suerte logró mantener el equilibrio y continuó su camino con una susceptible tranquilidad, puesto que aún no desechaba del todo sus inquietudes con lo que había visto antes.
Llegó al final de su camino. El terreno era plano y la cascada pequeña. Se acercó al río y pudo observar lo cristalino que era. Realmente parecía un espejo. ¿Cómo era posible? Debía estar sucio, o por lo menos con indicios de contaminación. Al principio su imagen era borrosa por las ondas que provocaba el agua al caer, mas aun así atisbó la presencia de piedras luminosas bajo el río. Metió la mano dentro del cauce y tomó una de ellas. Cuando la sacó y la tuvo en la mano pudo observarla con mayor claridad. La impresión fue tal que su boca se abrió levemente.
«¿Esto es un diamante?» pensó. Estaba estupefacto, ¿era realmente lo que creía que era? Brillaba demasiado, tanto que tuvo que ponerle una mano por encima para bloquear un poco los rayos del sol que pegaban en la piedra. Aun así era magnífica, hermosa y con su luz propia. ¿Por qué había allí diamantes?, y lo que era más extraño aún ¿Por qué los de afuera no habían descubierto diamantes en ese lugar?
Se quedó un rato mirando con detenimiento la roca, pensando en que se la podía llevar como un pequeño recuerdo, hasta que un pensamiento le hizo quedar atónito y asustadizo a la vez. «Tengo como una hora caminando por aquí y no he visto al primer guardabosque, no he visto a cualquier otra persona a excepción de mi, ni tampoco he notado la presencia de puestos de vendedores de bebidas naturales por ningún lado»
De repente el aire se volvió gélido, similar a una ráfaga que soplase en el invierno. Se estremeció. El sol fue ocultado por una gran nube que pasaba justo en ese momento, y por primera vez en mucho tiempo sintió miedo; miedo del bosque, miedo de la soledad. El diamante empezó a quemarle la mano y tuvo que soltarlo por impulso. La piedra cayó en la tierra y luego empezó a rodar. Rodó sin viento, rodó sin que nada la empujase, lo hizo hasta que regresó al lugar en donde pertenecía. Al río.
Sintió una punzada en su pecho. «Debo huir» fue su primer pensamiento, pero cuando se dio la vuelta para regresar una voz le hizo detener en seco.
—No escaparás, ladrón.
El sonido vino de un lugar y de ninguno a la vez. Lo escuchó en todas las direcciones; no era una voz meliflua ni agradable, era ronca y férrea, tan dura como una roca. ¿Había escuchado bien? ¿O fue una ilusión?, no lo sabía, sólo quería irse, su día perfecto en el bosque se había arruinado y supo de inmediato que no lo querían allí. Quien quiera que estuviese allí, claro.
Las ramas de los árboles se empezaron a mover. Los pájaros volaron lejos espantados por los movimientos antinaturales de sus posaderas. El silbido de las ramas eran como unas cuchillas para sus oídos; no era normal, el bosque no era normal.
Obligó a sus piernas moverse y de repente se halló corriendo muy lejos de allí invadido por la adrenalina. Se alejó del río, de la cascada; corrió sin mirar atrás por muchos minutos, pero eso no quitó la sensación de que lo perseguían, de que le pisaban los talones. Su corazón latía descontrolado y en su huída sintió las escurridizas gotas de sudor en su nuca.
Se detuvo cuando se dio cuenta de que no sabía en dónde estaba. En ese momento el pánico terminó por dominarlo. Su cuerpo temblaba frenético y su cerebro le envíaba cualquier cantidad de señales de alarma.
«¡Me perdí!, ¡mierda, me perdí!» Los árboles se movieron todos al unísono, y las ramas danzaron en el aire. Volvió a correr. Pensó por segundos en su familia. No deseaba morir, tenía padres, una hermana, una vida que aunque miserable, no lo suficiente como para acabar así. Murmuró incoherencias que tenían el objetivo de ser promesas. Prometía salir adelante, estudiar lo que realmente quería y triunfar si se le daba la oportunidad. Haría cualquier cosa, menos acabar ahí.
—Por favor, Dios...
Tropezó con algo. Cayó y rodó por el suelo ensuciando la ropa juvenil que se había comprado. No notó el líquido tibio y amarillento que recorría sus piernas. Lloriqueaba sonoramente. Sólo quería irse de allí, de ese lugar maldito. El bosque tembló de repente y una voz maléfica retumbó por toda el área alejando a los pájaros y a las ardillas que se paseaban con tranquilidad.
—No permitiré que escapes, ladrón. Lo que se le quita al bosque se le paga al bosque.
—N-n-n-no, y-y-yo no robé n-na-nada —tartamudeó. Su corazón latía desbocado, ¿a quién le hablaba? «Al bosque» respondió su conciencia.
—Tomaste un hijo del río; el río está enojado y ofendido, el río quiere un pago por tomar lo que no debías —respondió aquella voz, esta vez más fuerte y más dura que la vez anterior. Seguía llorando.
—P-pa-pagaré, lo juro, pagaré lo que sea, solo déjenme ir —Se escuchó una risa.
—Sí... sí que pagarás... pero con tu vida.
Él quedó petrificado, por el miedo, por la angustia, por el dolor. Todo se le arremolinó en su interior e irónicamente un solo pensamiento invadió su mente antes de convertirse en el objeto que había tomado y que le costó tan caro.
«Voy a morir»
Pero no murió, únicamente fue condenado a formar parte del bosque por toda la eternidad.
N/a:
¡Hola! esta es mi nueva historia, actualizaré todos los sábados, o dependiendo de mi humor puede que hasta dos veces por semana :D Espero que este inicio les haya encantado, no olviden dejarme votos y comentarios para saber que les ha gustado ^^
Gracias lector por unirte a esta mágica aventura.
-Little.
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