Capítulo 9

Pudo ignorar el simple hecho de haber encontrado una piedra preciosa incrustada al tronco de un roble viejo, más fuerte que cualquier otro árbol. Quiso hacerlo, pero la imagen, la luz que emanaba esa piedra era tan hermosa que se le quedó grabada como una fotografía. Era tan real y a la vez fantasioso que no se sorprendía de la atracción que sintieron hacia ella. El lugar en el que menos esperaba conseguir una gema era allí, eso simplemente no existía. La cabeza le empezó a doler por la cantidad de pensamientos que se debatían incontrolablemente buscando alguna respuesta lógica a sus preguntas.

Por estar en su ensimismamiento tropezó con una piedra y casi cayó. Todos se tensaron al instante. Hernesto le tomó por los hombros mientras Xavier alumbraba su rostro directamente. Su corazón se aceleró «No te alteres, no te alteres —Se recordó—. No ha pasado nada. Inhala y exhala» Así hizo y logró calmar sus latidos. Ignoró el saber de que sus dos amigos le miraban expectantes, al mínimo momento en salir corriendo de allí, probablemente con él en brazos.

—Quítame la luz de linterna —protestó para eliminar el ambiente de tensión entre los tres—. Casi me caigo, no es nada.

—Pues ten más cuidado; en toda mi vida he recorrido bosques y en ninguno he sentido tanta adrenalina y nervios como en este. —Xavier le miró con los ojos achinados a través de aquellos cristales que hacían —solo un poco— que sus ojos parecieran más pequeños de lo normal.

Ninguno quiso mencionar la existencia de la esmeralda.

David asintió y esta vez se dispuso a prestarle más atención al camino que se presentaba ante ellos, igual de sinuoso que el inicio. Estuvo de acuerdo con Xavier, algo en ese bosque provocaba un sentimiento extraño en su estómago, tal vez las famosas mariposas que según salían cuando alguien se enamoraba no eran nada más que nervios y emoción; un término usado de manera errada limitándose en una fantasía que era erradicada en la realidad. Y nadie más que él lo sabía. Sin embargo la diferencia es que debía asesinarlas, matar cualquier rastro de emoción o sentimiento que acelerase más de lo debido su corazón.

Él intentaba con fervor no ser cautivo de sus emociones. Intentaba eliminar aquellas sensaciones demasiado fuertes que hacen sentir vivos a una persona, como una sombra que toma con fuerza una parte de su ser para extirparla por completo. Vivía diariamente con la muerte así que desde muy joven debió aprender a convivir con ella.

Aún no lo lograba del todo.

El frío era cada vez más intenso. Añoró estar en su cálido cuarto, arropado entre mantas viendo la tele como cualquier otra persona estaría haciendo en esos momentos. Miró de soslayo a Hernesto y notó que estaba mirando hacia adelante, sin prestarle la más mínima atención a su alrededor. Al contrario, David aprovechaba la luz de la linterna para escrutar más afondo lo que le rodeaba. Atisbó en altos fresnos algunos búhos que les seguían con aquella mirada inmuta, al pendientes de cada movimiento que hacían esos amigos. La humedad del ambiente podía respirarse, acentuada por la noche fría de ese verano. Llegó a vislumbrar telarañas ensartadas en pequeños matorrales, agujeros en los troncos y tenues resplandores provenientes de sitios inesperados. No quería prestarle mucha importancia a ese detalle. No lo logró.

«Tal vez sean piedras —pensó luego de saltar un pequeño tronco—, tal vez este bosque sea como los libros de fantasía y esté lleno de piedras preciosas que son protegidas por una fiera salvaje que matará a quien quiera robárselas. —El sólo pensarlo le erizó la piel y sintió que el frío se volvía más penetrante de lo que podía ser—. No, no pienses en ello» No le agradaba la idea de ser asesinado ese día y en ese lugar.

Se planteó la posibilidad de huir, pero no podía actuar de forma tan cobarde delante de sus amigos, además, ya había tomado una decisión. Apartó sus inseguridades causadas por el miedo de estar en ese lugar, si quería ser de ayuda debía mantener su mente despejada.

El bosque rompía los esquemas que le tuvo antes de entrar. Se lo había imaginado tétrico, como las películas de terror. Creyó que adentro llovería a cántaros y los relámpagos iluminarían el vasto cielo en grandes estruendos, las gotas de lluvia caerían con fiereza repiqueteando al chocar en el suelo fangoso. Todo el escenario crearía el momento idóneo para que los tres cayeran por un precipicio y murieran en las fauces del bosque. Se sorprendió al notar que era todo lo contrario.

Si no hubiese estado tan tenso en ese momento, habría considerado al bosque tan acogedor como cualquier otro. Había lo normal: animales nocturnos, hojas secas, árboles que se alzaban como enormes bestias al acecho de una presa, grillos y senderos poco claros; uno que otro escarabajo en el suelo, arañas, siseo de serpientes que se alejaban de ellos con agilidad, pero nada que le dijera que estaba dentro de una película de terror.

El silencio empezaba a incomodarlo, mas así debía ser. Entonces sin darse cuenta de ello, subió su mirada al cielo como si fuera a emitir una súplica. Se paró en seco. El cielo de Arlesia solía ser oscuro, sin ningún rastro de las estrellas que le gustaba admirar. No se veían con el brillo magnificente que les caracterizaba. Estaba acostumbrado a la decepción de mirar al cielo en busca de algún punto brilloso que no fuera opacado por la contaminación. Con un poco de suerte se encontraba con alguna que titilaba, como si fuera la única en el espacio.

Pero esa vez lo hizo, miró al cielo esperanzado de encontrar una estrella, aunque fuera una que le brindara un poco de paz.

Sólo que no encontró una.

Encontró muchas.

El cielo estaba estrellado. El manto oscuro de la noche brillaba gracias a una cantidad inconmensurable de estrellas. Se detuvo para admirarlo muchísimo más. No quería irse, ya no deseaba salir de allí, porque afuera no existía un cielo como ese. Por primera vez ignoró la inseguridad, el misterio del bosque, su enfermedad, sus amigos... y voló. Se convirtió en un ave que extendió sus alas para volar lejos de la tierra y danzar con las estrellas, anhelando alguna vez tocarlas y llegar tan alto como ellas; besar la luna y formar parte del inconmensurable cielo que se extendía hasta el fin del mundo. Fue una criatura que abrazó al paisaje que quería y que tenía tanto tiempo sin ver.

—David... ¡David! —Su respiración se detuvo por unos segundos y tuvo que parpadear. La realidad le dio una terrible cachetada que hizo que su corazón diera un vuelco. No había sido un ave y no había tocado las estrellas, era un simple humano que continuaba en tierra fantaseando con imposibles.

Exhaló cuando sintió que había aguantado la respiración por mucho tiempo, su corazón latió un poquito acelerado dentro de su pecho pero no permitiría que llegase más allá «No fue nada. —No pudo evitar sonreír. Si se agitaba más de lo que debería y le daba un paro cardíaco moriría allí—. Es un bonito lugar en donde morir». David sintió una mano que se posaba en su hombro seguido de un leve apretón, no tardó en observar la mirada de Hernesto y Xavier que emanaban confusión. «No debo exagerar, el doctor dijo que no me daría un paro cardíaco por emocionarme —negó—. Eres un paranoico. Es culpa de mamá por sobreprotegerme tanto»

—¿Estás bien? —preguntó Xavier quitando su mano. David volvió a parpadear y asintió con lentitud. Notó la garganta seca.

—¿Estas respirando bien? —Le preguntó Hernesto luego de un momento en silencio. Cuando David afirmó con la cabeza suspiró—. Parecía que no estabas en este mundo, te grité y no respondiste ¡Di algo!

David no podía hablar, aún seguía inmerso en la escena que su imaginación recreó como la mejor de las micropelículas que en su vida había visto.

—Yo... sólo tengo sed —murmuró mientras tragaba saliva—. Estoy bien.

Hernesto le miró inseguro. Asintió.

—Yo traje. —Xavier sacó de su mochila un botellón de agua y se lo tendió. David tomó refrescándose un poco.

Luego continuaron caminando.

No tardaron mucho en llegar a un lugar en el que había un poste informativo con un gran mapa de todo el bosque. Supo en ese momento que era muy grande, más de lo que en algún momento se había imaginado y resultó ser que no era uno común, sino que también habían pequeñas colinas, ríos y cascadas. Le gustó que tuviera varios factores naturales en un sólo lugar, lástima que no pudiera afirmar que fuera muy seguro.

En él leyó varios nombres, como: río de cristal, jardín de la doncella, cascadas de la reina, el bosque de robles, pradera de Guruní... Habían otras más que no pudo leer con claridad. También estaban marcados los caminos que les conducirían a cada uno, eran diferentes direcciones y tenían que escoger uno.

—El río —dijeron los tres al unísono.

—Ya vi bien el mapa, el camino es fácil, vayamos. —Xavier y David asintieron ante lo dicho por Hernesto y empezaron a caminar directo al famoso río de cristal. No tardaron en encontrar el camino que les conduciría mas había algo extraño. El cartel que indicaba el camino que tenían que recorrer estaba oculto por ramas que de alguna extraña forma se habían apoderado de él. Eran espinosas y le rodeaban hasta ocultar casi por completo lo que decían. El resto tenía hojas y ramas que no permitían su lectura.

No le tomaron mucho interés a ese detalle, así que emprendieron su marcha siempre atentos a lo que pudiera ocurrir a su alrededor, a excepción de Hernesto que únicamente miraba al frente. El camino se dividía en dos. Descendieron con cuidado tomando en cuenta el camino marcado.

A medida que se acercaban los árboles iban escaseando dejando un terreno más libre y plano. Prontamente se encontraron con el río resplandeciente en la noche.

El terreno se volvió un poco más musgoso que antes, siempre con una que otra rama alrededor, al igual que pequeñas piedras grises bastante comunes. El río era bastante bonito y sobre él se alzaba una pequeña cascada. La luz de la luna se reflejaba en las aguas friolentas que seguían su cauce; borrosa por las ondas.

Se concentró en mirar a su alrededor, era reconfortante y de cierta forma cálido. El ruido de los grillos, el agua imperturbable y seguramente muy fría con el reflejo de la luna en ella; el verde oscuro de las piedras musgosas, de los árboles, e incluso de la maleza que cubría el suelo por dónde caminaban. Era sumamente hermoso a pesar de la inquietante oscuridad. Ya le hacía falta recorrer un lugar así, uno tan lleno de vida como aquel.

«Recuerda, aquí han muerto personas —Le dijo una pequeña voz en su cabeza—. Aquí desapareció el hermano de Gadné y la hermana de Xavier» Entonces, mientras un escalofrío recorría su espina dorsal entendió qué era todo aquello.

Un simple teatro.

Sólo de esa forma pudo interpretarlo.

Un simple teatro, una actuación del bosque por mantenerse impasible y taimado cuando en realidad se preparaba para devorarlo bajo sus fauces, como un lobo que ha cazado un alce. Eso era aquel bosque, una imagen falsa que atraía a las presas para devorarlas.

David negó al borde de una risa histérica. No podía ser eso. Todo lo que veía era real, pues un bosque no pretende ser lo que no es; un bosque no es un actor que entra a un papel determinado. Toda la naturaleza de su alrededor era sólo eso. Vida inofensiva, nada más.

—Es hermoso. —Escuchó a Hernesto musitar, sin duda lo era. Xavier miraba todo incrédulo y él mismo no se confiaba de todo aquello, aunque pareciera muy normal. La incertidumbre no se había hecho esperar pues tomó sus pensamientos previos como una ventaja para salir en su máximo esplendor.

—No lo entiendo —dijo Xavier mientras negaba—. Se supone que encontraríamos algo aquí que nos diera respuestas.

—No hemos recorrido aún todo el bosque —mencionó David.

—No y tardaremos por lo menos quince días más en hacerlo por completo. Son muchas hectáreas, recuerda. No trajimos sustento para tanto tiempo —repuso Xavier frunciendo su ceño. Dejó escapar un suspiro de frustración y se tiró en el suelo.

Hernesto no dijo nada, por en cambio se acercó al río tal vez para tocar el agua y sentirla correr por sus dedos. David también planeaba sentarse agotado tanto física como mentalmente cuando Hernesto soltó un pequeño grito.

Se levantó de inmediato y corrió hacia él. Notó que Hernesto metía una mano en el río y sacaba algo del agua. David no supo qué era hasta que se acercó lo suficiente para saberlo. Xavier también caminaba detrás de él y ambos se detuvieron cuando observaron sorprendidos lo que posaba en la mano de Hernesto.

Brillaba con intensidad; era un poco más pequeña que la mano del castaño —que ya era bastante grande en sí— la forma que tenía, el brillo, el color era tan inverosímil que por un momento no se lo creyó. Parpadeó para saber si estaba en un error. No lo estaba, aquello no desapareció. Tragó saliva y emitió las palabras que ninguno de ellos se habían atrevido a pronunciar.

—¿Eso es... un diamante? —musitó atónito. Aún no se lo creía, pero no podía ser otra cosa. Era idéntico a uno.

Ninguno de sus amigos respondió. Hernesto no paraba de mirar aquella piedra preciosa que le daba honor a su nombre. Suspiró y tuvo un impulso de tocarla. Se detuvo en seco; algo le dijo que no era buena idea; una punzada, una corazonada... como sea que le dijesen, no sentía que fuera conveniente tocarla. Escrutó el rostro de Xavier y el moreno también miraba curioso y anonadado al diamante que despedía destellos de luz que giraban en torno a ellos.

—Es magnífico. —Escuchó musitar a Hernesto mientras le daba vueltas. David lo sabía e hizo un intento por tomar el diamante, verlo y sentirlo en su mano, pero Hernesto lo apartó con brusquedad cuando los dedos de David casi lo rozaban—. No.

—¿Por qué no? —preguntó con un ápice de enojo—. Sólo quiero verlo.

—Es mío —repuso Hernesto. La voz le salió tan férrea que David se asustó y dejó que regresara a la realidad inmerso en distintas emociones. Todas, negativas.

Seguía estando Xavier mirando con deseo la piedra y Hernesto había perdido el brillo en sus ojos que le caracterizaba, ahora sólo veía codicia en ellos. Un escalofrío recorrió el cuerpo de David y su corazón empezó a acelerarse al comprender lo que estaba ocurriendo. Su mente empezó a trabajar rápido y a encajar piezas de un rompecabezas que aún se mantenía incompleto. No entendía muy bien todo, únicamente que tenían que salir de allí.

—Suéltala —pidió. Hernesto hizo caso omiso a lo que David decía—. Por los cielos, Hernesto, suéltala —repitió con más ahínco en su voz que la primera vez. No quería parecer desesperado, lo único que provocaría sería que pensara que deseaba la piedra, y no era así.

El castaño frunció su ceño. No fue necesario una negación que saliera de sus labios, David supo de inmediato que no se la daría. No podía permitirlo así que repitió la misma acción que con Xavier con la esmeralda. Le golpeó el brazo tan fuerte como se lo permitieron sus músculos. Hernesto no soltó ningún chillido de dolor como quería, pero logró su cometido de que la piedra se separara de sus manos. Sintió una punzada de dolor en su brazo que ignoró.

—¡¿Qué diablos te pasa David?! —estalló Hernesto al borde de levantar la mano.

—¿Qué diablos te pasa a ti con ese diamante? —repuso. Hernesto no respondió. Poco a poco empezó a calmarse y bajó la cabeza mientras se relamía los labios. Si no hubiese sido por la oscuridad de la noche habrían visto sus mejillas coloradas.

—Oigan, tranquilícense, no es momento de pelear, no ahora. —Xavier les miró y ambos asintieron. El moreno luego bajó su mirada en busca del diamante. No lo encontró—. ¿Dónde está?

David frunció su ceño e hizo lo mismo. Era cierto, el diamante no estaba allí ni en ningún lado. ¿Había caído por accidente en el agua? No, él había visto como caía en la tierra ¿Acaso era posible que en su pequeña discusión lo haya ignorado por completo?

Hernesto también volvió a buscar y al final se asomó al río sin hacer ningún ademán de tomar algo de nuevo. David hizo lo mismo y se sorprendió al ver tanta majestuosidad en un mismo lugar.

El agua era la más cristalina que podía existir; parecía un espejo que reflejaba su figura. Luego de verse así mismo, la imagen cambió y mostró lo que había dentro de él. Se sorprendió aun más cuando descubrió la cantidad de diamantes que había dentro, junto con grandes rocas mohosas. Eran de diferentes tamaños; piedras preciosas que brillaban entre el agua del río. Eso no tenía lógica alguna, mas allí estaban, siendo arrastradas con la delicadeza que les brindaba el movimiento de las aguas.

Su manó sin ser parte de él en ese momento empezó a acercarse para tomar uno; como si hubiera perdido la noción de su cuerpo y un deseo excitante le incitara a hacer algo prohibido, ¿o no? Sólo quería tomar uno, uno solo.

Se detuvo cuando sintió el frío del agua en su mano.

No podía caer; retiró la mano tan fugaz como un rayo y se levantó con prisa. Intentó ocultar el miedo y la desesperación en su voz pero no lo logró.

—Vámonos, hay que irnos, ahora. —Xavier y Hernesto le miraron confundido—. Ahora —repitió con más énfasis.

—¿Por qué? Aún no encontramos una señal de peligro.

—Oh, claro que sí. —No planeaba explicárselos a ellos en ese momento, si lo hacía le darían por paranoico ¿Y si eso era lo que estaba haciendo? No podía dudar, le hizo caso a su corazonada y prefirió seguirla—. Por favor, vayámonos.

Hernesto y Xavier se miraron las caras para formular una negativa, hasta que se detuvieron al sentir un frío gélido en su interior. David vio como gemían y se acercó con rapidez hacia ellos. Ambos temblaban. Esa era la señal que estaban esperando.

No empezaron a correr, David no podía hacerlo así que se conformaron en caminar rápido, más rápido de lo que él acostumbraba; ignorando el frío que había vuelto el bosque más gélido de lo que era. Fue una extraña sensación, un mal presagio, uno que llegaba de repente para erradicar cualquier halo de esperanza que ellos tres tuvieran. Negó, aun así debían intentar escapar «No es nada —pensó—. Sólo es el viento» Pero no se creyó.

David sentía como una incipiente emoción surgía en su interior. ¿Qué era? Mientras caminaba con cuidado de no tropezar miró a su alrededor y no tardó mucho tiempo en escuchar y sentir que sombras se movían recelosas por su presencia. Su corazón se aceleró. «Son las criaturas» «Moriré» «Es mi fin» fueron algunos pensamientos incongruentes que le cruzaron por la mente mientras aumentaba su caminata. A su lado, Hernesto y Xavier le seguían el paso con dificultad. De repente supo que no tardarían mucho tiempo en empezar a correr. Dejó sus cavilaciones atrás cuando se dio cuenta de algo alarmante.

No encontró el sendero de regreso.

—¡Hernesto! —exclamó alarmado—. ¿Dónde está el camino de regreso? —El castaño se detuvo en seco y con lentitud negó con la cabeza.

—No... no recuerdo, yo... —«Oh mierda, no debimos dejar que Hernesto se fijara en esos detalles ¡Es Hernesto! Nunca lo hace» Su corazón empezó a palpitar más rápido, ese era el pormenor que los hundía más a su perdición. Estaban perdidos y sin esperanzas algunas de poder regresar. Intentaba calmarse pero en esas circunstancias era casi imposible.

—Tr-Tranquilos, lo encontraremos si estamos más pendientes, no pode-podemos detener-nos. Hace m-m-mucho frío. —Lo notó. Hernesto no podía hablar con normalidad, tiritaba junto a Xavier. Él no sentía tanto frío como ellos, ¿por qué? La desesperación empezó a apoderarse de su cuerpo. Algo estaba causando eso en ellos, pero ¿qué?

Continuaron caminando con rapidez sin dar espacio a trastabillar por el camino irregular. El paso había aminorado por el ataque repentino de frío de ambos chicos. No pudo sentirse tranquilo porque bajar la marcha a pesar que le favorecía, no era lo más conveniente en aquellos momentos. Su respiración se mantenía agitada, pues estaba concentrado en salir lo más pronto de ese lugar, salvarse de la bestia que creía que habitaba en ese bosque. Supo que su ritmo irregular le iba a costar hinchazón en las piernas más temprano que tarde

Un extraño sonido le hizo estremecer. La luz temblorosa en manos de Xavier mostraba gigantescas sombras a sus lados y no eran las suyas. Se movían hacia los lados y crujían bajo hojas secas. Escuchó ramas rozar con otros cuerpos que no pudo observar, sólo roces secos que le causaban terror. Tal vez en otro lugar se estuviera regocijando por el olor, el sentimiento y el sonido, pero allí no; sólo le provocaba miedo y un incontrolable deseo de no haber ido nunca. El sonido de los grillos había desaparecido, nada más se escuchaban sus pasos, sus respiraciones agitadas, e incluso le pareció que hasta el vaho que expulsaba su boca tenía un sonido extraño. Los búhos volaban de rama en rama, siguiéndolos. Otras aves que no pudo reconocer, y animales nocturnos se mostraban en silencio, como los espectadores de una obra de teatro.

El bosque que antes parecía tan tranquilo había despertado. No entendía cómo pero se sintió vigilado por los árboles, por los animales, e incluso por las hojas. «Estoy enloqueciendo» pensó luego de un rato.

Se detuvo cuando Hernesto soltó un grito.

Se volvió sobre sus hombros y vio como Hernesto era tomado por unas especies de lianas que rodeaban de repente su cuello, como serpientes que siseaban al momento de devorar su presa. Se movían. Lo imposible se había vuelto posible. Las lianas se movían y en cada movimiento tomaban otra parte de Hernesto que aun estuviera libre. El corazón de David latió más fuerte y notó la expresión de horror en el rostro de sus dos amigos. No pudo moverse de la impresión.

—¡Váyanse! —gritó Hernesto como pudo. Xavier no sabía qué hacer, si hacerle caso o correr. Él también estaba acorralado, no podían dejarlo, sólo que si no lo hacían todos morirían. Era egoísta pensarlo en esos momentos pero sólo deseaba irse. Irse y salvarse.

Negó cuando vio que Xavier con manos temblorosas sacó un cuchillo de su morral para cortar las lianas, lo que empezó a hacer con una notable agilidad de sus manos. La planta se movía, danzaba en el aire y atacaba, mas no logró capturar al moreno. Logró cortar la del cuello y la de los brazos, mientras que salían más para engullir a Hernesto. Por suerte Xavier fue más rápido y pudo liberarlo.

Sin dudarlo empezaron a correr lo más rápido que podían. A David ya no le importaba su enfermedad, ni su respiración, sólo pensaba en salir vivo de allí. Supo entonces que aquel sentimiento era lo que llamaban adrenalina, sí, eso era lo que sentía. Fluía por sus venas y le cegaba el entendimiento. Sus piernas se movían rítmicamente, como nunca en su vida lo habían hecho. Escuchó de pronto el sonido del viento en su cuerpo, agitando su cabello con frenesí, parecía querer hablarle y advertirle del peligro que les acechaba en el bosque, de la tempestad que se desataría y que se mostraba incipiente sobre sus cabezas.

Se detuvo nuevamente por dos factores:

El primero, dos gritos.

El segundo, sus latidos.

Los gritos provinieron de sus dos amigos, penetrantes y desgarradores. Cuando se dio la vuelta no estaban. Ni Xavier ni Hernesto. Desaparecieron sin dejar rastro alguno, salvo por la mochila del moreno tirada en el suelo, junto a la linterna cuya luz se había extinguido. El corazón de David dio un vuelvo. El frío en sus músculos, en su estómago, el terror en su cuerpo. ¿Dónde estaban? No logró moverse, se volvió cautivo de sus emociones, esas que con tanto esfuerzo había mantenido a raya por tanto tiempo. Sus manos no paraban de temblar con frenesí y de sus ojos pequeñas lágrimas brotaban. «Estoy perdido». Su respiración era agitada; su corazón no ayudaba a apaciguarla. En cierto punto, sin darse cuenta de los latidos de su corazón, empezó a correr de nuevo.

Las ramas le lastimaban los brazos y las piernas; no supo en qué momento se habían vuelto tan filosas y mortales. Sólo pensaba en que no quería morir, no quería desaparecer y condenar a una persona que lo recordase. Por primera vez en toda su vida no veía a la muerte como una compañera. Cada paso que daba le costaba mucho más que el anterior, aun cuando su respiración se volvía cada vez más frenética y sus latidos más rápidos. Tenía contracciones y no se percató de ello a tiempo. La sangre no circulaba bien, el corazón no bombeaba suficiente líquido rojo. Se estaba muriendo en términos literales. La muerte estaba justo encima de él.

Cayó de rodillas al suelo cuando no sintió aire en sus pulmones. Necesitaba aire, necesitaba calmar su corazón. Inhalaba y exhalaba con fuerza, buscando desesperadamente un poco de oxígeno. Su cuerpo dejó de responderle, perdió toda la fuerza que había poseído. Sintió un profundo dolor en el rostro, notó entonces que había caído, estaba boca abajo sobre la fría y lóbrega tierra. Ejerció presión en su pecho mientras desfallecía con lentitud. Su dolor no se podía asemejar a nada, era mucho peor que sentir que le extirpaban el corazón; era ver como tu vida se te escapaba con lentitud de las manos dejando que sufrieras los últimos momentos que te quedaban en ese mundo de la peor forma posible. Cuando alzó su mirada, con ese inmenso dolor en el pecho, logró atisbar una sombra negra encima de él. «Es la muerte» pensó.

Al final se dio por vencido, aceptó que allí acababa su vida.

Y cuando el corazón aminoró los latidos, cerró sus ojos.  

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