Capítulo 7

El sol casi llegaba a su apogeo. Las nubes ese día no parecían querer protagonismo, pues muy pocas desfilaban en el cielo, de un azul tan vívido como el mar. La plaza al frente del bosque se llenó paulatinamente de más transeúntes, la mayoría eran deportistas que trotaban o seguían rutinas de ejercicio con audífonos en los oídos. Los árboles brindaban sombra a quienes querían descansar en la grama, y otros simplemente preferían sentarse en bancos por la acera de piedrita.

Más allá resonaban los autos por la carretera, acelerando o pitando a quien se detuviera por mucho tiempo. Sin duda la mañana había avanzado y todo el ambiente que se respiraba era ese: la rutina.

Sin embargo, en uno de los bancos de la plaza, dos jóvenes que se habían saltado las clases cavilaban en silencio, cada uno metido en sus propios pensamientos. David en específico lo pensaba mucho; se imaginaba escenarios que iban desde los mejores e idóneos, hasta los más fatálicos.

Entre los buenos estaban, por supuesto, el convencer a Xavier luego de contarle todo lo que sabía, de no ir al bosque. ¿Para qué? Nadie entraba, no era necesario que ellos fueran a averiguar qué habitaba allí. Sin duda alguna, en sus planes no entraba ser asesinado por un árbol. Por otro lado, el escenario más caótico terminaba con sus cuerpos inanimados guindando en algún roble, tal como las bambalinas en los pinos de navidad.

David finalmente miró el reloj. Soltó un suspiro quejumbroso. Ya eran más de las doce del mediodía y continuaban allí sin saber qué hacer. Hernesto había propuesto ir otro día, darle más tiempo de pensar. Pero ambos sabían con exactitud que entre más días pasaran, se acrecentaría su intención de ir.

Sacó de su mochila un envase con agua y la caja de unas pastillas, se le había olvidado que debía tomarlas. Después de eso miró a Hernesto que guardaba silencio, pensativo. Carraspeó para llamar la atención del castaño lo que logró de inmediato.

David sonrió queriéndole transmitir apoyo a Hernesto pues ambos tenían la misma preocupación, temían de las acciones de Xavier. Él era el más impulsivo de los tres, tal vez se debía a su personalidad extrovertida. David no lo era tanto, pensaba demasiado sus acciones como para cometer más locuras de las que debía.

—Tranquilo, ¿somos sus amigos, no? Evitaremos juntos que cometa alguna locura —David sonrió y le tocó el hombro a Hernesto; el castaño asintió e inmediatamente se vio más animado que antes.

Cuando el reloj marcó la una de la tarde, decidieron moverse. La cantidad de personas en la plaza había disminuido, lo más seguro por el hecho de tener cosas importantes que hacer. Al igual que ellos. «Si Mahoma no va a la montaña, entonces la montaña va hacia Mahoma»

Tomaron el primer bus que vieron. Iba casi vacío y se sentaron en unos asientos azules. David se iba a sentar del lado de la ventana como usualmente lo hacía. Decidió con rapidez que tal vez no era la mejor opción, así que dejó que Hernesto ocupara ese lugar.

—¿Sucedió algo? —preguntó el castaño al verlo titubear.

—Esta mañana inhale mucho bióxido —contestó David intentado no mirarlo directo a los ojos—. Tosí un poco. Y no precisamente por los efectos de las pastillas.

Hernesto puso una expresión de terror que no le gustó para nada a David. Sabían sin usar las palabras qué significaba eso, un tema que casi nunca tocaban porque resultaba algunas ocasiones incómodo y que había sido en su momento, un obstáculo para que David pudiera hacer lo que tanto le gustaba.

—Creí que ya no te ocurría como antes —dijo Hernesto sorprendido—. Subías las montañas y no te agitabas, ibas al paso de Xavier y del mío con normalidad. Creí que el ejercicio...

—Sólo fue por todo el desecho que inhalé —repuso incómodo—. No quiere decir que eso me vaya a ocurrir de nuevo. Antes era frecuente; ya no, simplemente fue mala suerte. —Sonrió para lograr tranquilizar a Hernesto. No lo logró. Su sonrisa se borró tan rápido como había llegado.

—Intenta evitarlo lo más que puedas. —Lo aconsejó—. No quiero que ocurra lo de hace ocho años atrás. —David suspiró, supo a lo que se refería.

Su problema con la enfermedad que tenía siempre fue un obstáculo del que no le gustaba hablar, pues revivía escenas del pasado que afrontar no resultaba fácil. Eran tristes y suponían una punzada de dolor en el pecho de tan sólo imaginarse que pudiera ocurrir de nuevo.

Tenían doce años cuando ocurrió. David acompañó a Hernesto y a Xavier a una montaña, para subir por sus senderos rocosos y ver la vista desde arriba. Era un lugar turístico en la antigua ciudad en la que vivían, mucho antes de que sus familias se tuvieran que mudar a Arlesia para que ellos continuaran sus estudios de ingeniería agroindustrial, pues la antigua universidad se había derrumbado por su ubicación y la falta de mantenimiento. Se caía a pedazos, mas nadie se preocupaba en hacer algo. En la que estaban en esos momentos era la única que daba la carrera.

Ese día quería admirar el paisaje de la montaña, era su primera vez y después de días insistiéndole a su mamá finalmente había accedido a dejarlo ir sin su compañía. Quería sentir el viento en su cara, suave y refrescante cuando estuviera agotado; estaba cansado de sufrir, de llorar, él merecía ese paseo, merecía ser feliz aunque fuera sólo la mitad de la jornada. Su madre a pesar de todo, dejó que fuera si iba el padre de Xavier.

Pero cometieron un error, y fue no informarle al señor de su condición. Primero fue de él al rogárselo a su madre; tenía poco tiempo de haber conocido a sus primeros y verdaderos amigos, no quería espantarlos, no quería que ellos huyeran al saber de su enfermedad como lo habían hecho la mayoría de los niños con quienes se cruzaba. Su madre erróneamente había aceptado y sufrió tanto como él ese día.

David, desde que tenía memoria padecía una enfermedad cardiovascular llamada insuficiencia cardíaca, que podría ser mortal si se le sumaba el problema de asma que también poseía. Ya estaba acostumbrado a su estilo de vida. No recordaba si era de nacimiento o si se lo diagnosticaron luego; nunca le preguntó a su madre de ello.

A esa edad no era muy frecuente que hiciera ejercicio, únicamente caminaba como le indicaba el doctor, cumplía con su dieta libre de sal y de azúcar, evitaba a toda costa cualquier alimento que pudiera hacerle daño; se pesaba diariamente, procuraba tener una estabilidad de peso, se tomaba los tantos medicamentos que le recetaron y controlaba la entrada de líquidos a su cuerpo. Eso se había convertido en una dificultad para hacer lo que quería. Siempre que salía para algún lado por un buen periodo de tiempo, llevaba medicinas, inhaladores, artefactos que resguardaran su salud. Para él era normal, mas no lo era para las personas que desconocían de su condición. Así que cuando le propusieron ir a la montaña por primera vez a pie, fuera de un teleférico que subiera con lentitud, no dudó en aceptar. Tuvo que hablar con su madre, sobre él, sobre lo que quería y sobre cómo se sentía. La charla había terminado en lágrimas y llantos. El David infante sintió entonces que valió la penas, pues su madre aceptó.

A esa edad no tenía recuerdos verdaderamente agradables. Conocía a su madre que siempre estaba detrás de él, a los psicólogos y los médicos a los que visitaba, en eso consistió su niñez. Su felicidad había llegado luego de conocer a sus dos amigos; los que le demostraron que a pesar de las dificultades podía vivir.

Hernesto era más gordito y Xavier menos fornido, sin embargo disfrutaban de escalar la montaña e hicieron competencias para ver quien llegaba primero al primer punto de descanso. No estaban muy arriba cuando todo inició. Llevaban tan sólo unos siete minutos subiendo cuando le propusieron a David unirse a la competencia. Él aceptó, no se quería quedar atrás e ignoró todos los pensamientos que le decían que no lo hiciese. Se negó rotundamente a escuchar su cerebro que le mandaba señales de alarma; él quería correr, era un niño que deseaba ser como todos y esa era su oportunidad.

La competencia había empezado. Corrieron con ímpetu. David saltó muchas rocas intentando parecer ágil, tal y como lo demostraban ambos amigos, pero al par de minutos se sintió agotado. Su corazón latía con fuerza y la respiración se le había vuelto muy agitada, demasiado para lo que él quería. No pudo continuar, su corazón palpitaba descontrolado «No, no no» recordó que había pensado en ese momento. El dolor que sintió en su pecho era insoportable y la asfixia empezó a sentirse. Necesitaba aire, el asma estaba provocando contracciones en su pecho, ambas enfermedades estaban siendo accionadas y podía morir. Iba a morir.

Recuerda haber caído al suelo respirando con dificultad, apretándose el pecho y jadeando en busca del aire que no llegaba a sus pulmones. Su bolso se había quedado a su lado, allí estaba su salvación, allí estaba su inhalador, eso tal vez podría apaciguar un poco el dolor y darle tiempo de entrar a un hospital. Sentía como si alguien le apretara el corazón con fuerza, sentía como su vida se le escapaba. Se quería resignar y morir, ese era el destino de esas personas. El dolor era cegador, y poco a poco había empezado a cerrar sus ojos.

Las personas se arremolinaron a su alrededor, el papá de Xavier le gritaba cosas que llegaban a sus oídos como sonidos incoherentes, frases inconexas y sin sentido. Hernesto estaba pálido y Xavier le miraba con terror. Él, como pudo, señaló su bolso justo antes de perder la conciencia.

Había despertado en un hospital, con una boquilla. Su respiración se había normalizad, y días después de que le dieran el alta tuvo que confesarles a Xavier y a Hernesto que padecía de asma e insuficiencia cardíaca. Recuerda que su madre había llorado a mares cuando despertó, él se sentía muy agotado y los doctores le reprendieron por su enorme estupidez. Le dijeron que su corazón se aceleró debido a esfuerzo físico repentino que se salía de lo rutinario. Al igual, el asma había hecho contracciones en el corazón. Era un milagro que continuara con vida, según lo que habían dicho.

Sus amigos le dijeron que luego de haberse desmayado, el papá de Xavier había encontrado el inhalador y se lo había acomodado. Luego bajó corriendo mientras les incitaba a hacerlo y lo llevaron a una pequeña enfermería en la entrada de la montaña, de allí lo llevaron al hospital. David supo entonces que realmente había sido un milagro que continuara con vida, pero no se sentía afortunado con lo que sucedió luego.

Su mamá le prohibió rotundamente volver a salir a lugares así, ya no iría a montañas ni nada que le costase mucho esfuerzo. Había llorado de la rabia, de impotencia y se reprochó lo estúpido que había sido al no detenerse cuando pudo hacerlo, gracias a eso no podría hacer lo que a él le gustaba. Estaba cansado de estar postrado en una cama, pasando los canales de televisión como pasar las hojas de un libro aburrido. Se enojó con Cristal y no le habló durante un tiempo; ella le reprimía cada vez que podía, hasta que le relevó el castigo y pidió que no cometiera locuras así de nuevo. «Le prometí ese día que cuando sintiera que no podía continuar, no lo haría» pensó recordando. Y eso hizo, mantuvo su promesa.

Con el pasar del tiempo se acostumbró, no tuvo más ataques de asma y continuaba con su estilo de dieta. Cada vez que tosía se calmaba a los minutos después, lo que ocurrió pocas veces luego de aquel episodio tan desagradable para él. Muchas veces resultaban ser efectos secundarios de las pastillas recetadas. Con el pasar de los años el ejercicio físico leve no le provocaba tanto cansancio como había esperado; mantenía una alimentación saludable, su estado mental se había fortalecido y pudo empezar a llevar una vida normal. O relativamente normal.

«Siempre es posible vivir la vida al máximo. —Se dijo una vez—. Es difícil, pero existirá un sendero, uno que trazarás a medida que camines y te tropieces; un sendero lleno de lecciones que fortalecerán tu vida hasta que finalmente puedas disfrutarla a tu manera»

David miró a Hernesto de soslayo, lo observó mientras miraba las calles pasar con rapidez en la ida del autobús. Eran lugares efímeros que casi no visitaban y así estuvo por un tiempo. No hablaron demasiado en el camino, de hecho, él ya se estaba durmiendo cuando Hernesto le avisó que habían llegado.

Caminaron una cuadra y pasaron por varias residencias de mismos diseños hasta que llegaron a la manzana en donde quedaba la casa de Xavier. Caminaron dejando atrás puestos de helados, pequeños parques, lugares escasos de naturaleza y se detuvieron en la hilera de casas que prosiguió. Eran todas muy similares, unas más grandes que la otra, pero ellos ya sabían cuál de todas era la casa de Xavier. La más grande.

Se pusieron en marcha a pasos tenues, hasta que pararon al frente de una puerta un poco más ostentosa que la mayoría de las casas. Tenía espirales tallados, una pequeña ventanita para mirar cuando alguien toca el timbre y un pomo de metal recién pulido.

Hernesto tocó el timbre y no tuvo que tocarlo una segunda vez cuando un ojo café miró desde la ventana. Prontamente la puerta se abrió y dejó atisbar en el umbral la figura de una mujer joven. Mantenía una figura deseable, unas caderas pequeñas y una buena forma en los pechos. El rostro era liso, sin rastro de que tuviera alguna mancha en él, ni si quiera las pocas arrugas que intentaba ocultar con maquillaje opacaban lo impoluto de su cara. Los labios eran carnosos y los ojos cafés juguetones.

No parecía una señora de treinta y cinco años.

—Hola señora Nirma, tiempo sin verla.

—David ¡Cuánto tiempo, cariño! Y tú Hernesto, mira lo guapo que estas, más grande y musculoso, todo un Don Juan. —Hernesto rió por su halago y se rascó la nuca un poco avergonzado—. Vengan, entren, entren, les invitaré un café.

—Muchas gracias, señora Nirma —respondió David. La extrovertida personalidad de la señora le recordaba a Xavier.

Entraron a la casa y efectivamente, era más amplia de lo que se veía por fuera. Las paredes eran blancas y lisas. Una de ellas tenía un hermoso papel tapiz con decorados en color oro que le daban un porte de elegancia a la residencia. Habían unas escaleras que daban al piso de arriba y al lado de la puerta un perchero caoba bien pintado.

Las paredes tenían varios cuadros, pinturas hermosas que David se quedó admirando. A él le gustaba el arte y siempre dibujaba cuando no tenía nada que hacer, pero hacerlo al óleo era algo que nunca había intentado por su "complejidad". Cuando admiraba los cuadros del papá de Xavier quedaba maravillado. En una de esas mostraba el Salto Ángel; no recordaba la ubicación de ese majestuoso lugar; en el cuadro era hermoso. El agua caía con elegancia y las líneas finas se perdían y unían con otras. Se imaginó el sonido estruendoso que debían producir las aguas al chocar en el río que se extendía mucho más allá del cuadro. Otra pintura era sobre las Cataratas de Iguazú que las reconoció de inmediato. Recordaba que una vez le había dicho a su mamá que quería ir allí pero quedaba lejos de Arlesia por lo que obtuvo una negativa. Con frecuencia soñaba con ir a admirar esas bellezas de cataratas, tomarle fotos, vivir el momento. Disfrutar.

—Siéntense, ya les traigo el café. —David parpadeó algo avergonzado por estar como un tonto parado mirando los cuadros. La voz de Nirma le sacó de su estado y se sentó con Hernesto. La mamá de Xavier desapareció por un pequeño pasillo que daba a la cocina y se quedaron mirando la sala.

—Teníamos mucho tiempo sin venir —dijo—. ¿Por qué?

—Porque a Xavier le gustaba más ir para nuestras casas —contestó el castaño—. No veníamos desde hace... ¿nueve meses? ¿Ocho? No recuerdo. Cuando llegamos a la ciudad siempre veníamos a recoger a Xavier para caminar un poco y explorar. Desde que entramos a la universidad dejamos de hacerlo.

—Sí. —«Mierda, se nos olvidó preguntar por Xavier»

Se levantó y se dirigió a la cocina. Allí encontró a la mamá de Xavier tarareando una canción muy alegremente que él no conocía. Se detuvo a mirarlo con una sonrisa cuando lo vio parado en el umbral de la entrada. Sus caderas se movían a los lados rítmicamente.

—-¿Está Xavier? —preguntó titubeando. La señora dejó de sonreír.

—Sí, Xavier está arriba, en su cuarto. Últimamente ha comido muy poco y casi no habla con nosotros. —La mujer sonriente desapareció dándole paso al típico rostro de una mamá preocupada por su hijo. Aun así continuó haciendo el café—. Creo que le pasa algo, de hecho quería preguntarles a ustedes. ¿Vinieron a hablar con él?

—Sí, queríamos, hum... preguntarle por... —Tenía que responder rápido para no armar una sospecha, pero lo estaba haciendo muy mal «Tendrás que aprender a mentirles a las personas que no sean tu mamá, tonto»—... el por qué no ha ido a la universidad. El lunes habrá un parcial muy importante.

—Ah, está bien, ojalá se anime un poco. —David sonrió y la mamá de Xavier lo hizo también, un poco más animada por el gesto—. ¿Sin azúcar? —Él asintió.

Regresaron a la sala ya con el café y allí se detuvieron a conversar unos minutos. La mamá de Xavier hablaba mucho, más para el gusto de David. Por suerte las preguntas que le hacía eran las típicas que podría decirle un tío que llevaba años sin verle. Le contaron cómo iban con las clases, ella halagó a Hernesto por su tamaño y musculatura, también a David por su cabello y por las piernas que se veían más fuertes que antes. Todo —supuso él—, era simple cordialidad, porque sus aspectos no habían cambiado tanto en los últimos meses.

En la antigua ciudad frecuentaban la casa de Xavier y recordaba los manjares que preparaba su mamá. Desde que la conocieron pudieron observar su gran entusiasmo en la comida, hasta para David el sabor le resultaba más encantador a pesar de no tener los ingredientes que le hacen daño a su salud.

Se tomaron el café a gusto, aunque Hernesto le colocó una cucharada de leche —costumbre— siempre decía que el café sólo era un trago más amargo en situaciones amargas. Un dicho tonto, pues a David le relajaba tomarlo.

Después que terminaron decidieron ir a la habitación de Xavier. La señora Nirma les dio una tacita de café para el moreno con la esperanza de que se animara. Dijo que más tarde le llevarían unas galletas.

Subieron las escaleras cuyas paredes estaban adornadas de decoraciones ostentosas. Un reloj con forma de sol de oro, cuadros pintados llenos de colores, casitas de arcilla y otras más. Un florero lleno de rosas artificiales descansaba en una mesita al final del pasillo, alrededor habían dos velas y un marco con la foto de un pastor alemán.

David recordaba a Puggy, el perrito de Xavier que se había muerto tres meses antes de que ellos se mudaran. Había sido atropellado por un auto cuando Xavier lo había sacado a pasear. Tenía tan solo seis años cuando falleció y Xavier lo tenía desde que era un cachorro. Lo quería muchísimo y aún no superaba su muerte. Le pareció un gesto muy bello y sentimental. Por la cara de Hernesto supuso que también le gustaba.

Se detuvieron al frente de la puerta que tenía un pequeño cartel que decía "Xavier" en letras azules. Era un marco muy bonito y estaba pintado, por lo que supuso David que lo había hecho el padre de su amigo. Tocó la puerta dos veces. Notó que estaba nervioso. No se suponía que debía actuar así, después de todo con quien hablarían era una persona que conocían desde hace años. «Siento que ya no lo conozco —pensó con tristeza—. No sé si quede algo del Xavier que conocíamos»

—Entren. —La voz de Xavier resonó por detrás de la puerta opaca y gruesa. Fue la señal que necesitaban para abrir la puerta de madera y enfrentar uno de sus más grandes problemas.

David tomó el pomo y lo giró, para luego internarse en la habitación de Xavier que se mantenía tal como la última vez que la habían visto.

Tenía una ventana circular bastante grande, era suficiente para darle luz a toda la habitación sin la necesidad de prender la bombilla. Su cama era estilo matrimonial y estaba cubierta de una sábana de lana bastante cómoda y suave. Una mesita de noche descansaba al lado con una lámpara en forma de campana y el resto eran puros afiches de playas, unos dos o tres cuadros en donde se expresaba en su máxima expresión varias riberas, la arena y los barcos que surcaban las aguas. En una mesa estaban atiborrados múltiples cuadernos, unos encimas de otros en pleno desorden; algunos abiertos y otros cerrados. Habían dos sillas y Hernesto tomó una en la que se sentó con el espaldar frente a él.

Xavier se encontraba tumbado boca abajo en la cama, no les daba la cara todavía. David suspiró y se tiró en la cama, a su lado. Pudo sentir la sensación satisfactoria y relajante de la cama hundirse con su peso; tan blanda y cómoda que se imaginó que estaba sobre una nube de algodón. Apiló tres almohadas de las cinco que tenía Xavier en ella para estar más cómodo, de todas formas el moreno sólo estaba usando una, en donde escondía su rostro.

—Tenemos que hablar —dijo Hernesto rompiendo el silencio—. No puedes dejar de ir a la universidad si por que sí.

—Sí puedo —repuso aún en su posición—. Ya lo hice.

Se hizo silencio, uno incómodo lleno de tensión. Ellos también lo habían hecho, pero por él. ¿Qué seguía ahora? ¿Qué le dirían a Xavier? No es como si tuvieran un guión mental que seguir, o algo así. Tampoco pensaron en lo que harían en ese momento. David por costumbre sonrió, hasta que se acordó de que nadie le miraba. A diferencia de Hernesto, sí se planteó la llegada de esa situación, mas todo lo planificado se le olvidó de repente. Suspiró decidido a entablar la conversación de la que tanto estaban huyendo en ese momento.

—Te creo —dijo. Miró a Hernesto de soslayo y él asintió—. Te creemos.

Silencio.

Un largo e incómodo silencio se prolongó unos minutos.

—¿De verdad? —dijo luego de un minuto que había parecido una hora. Su voz sonó un poco apagada. David miró esos ojos cafés que se habían despegado de la almohada en la que estaba. Miraba confuso e incrédulo. «¿Es cierto? —Le preguntó una voz—. ¿Le crees?» Otra contestó.

—Sí —aseveró con firmeza—. Hablamos con Gadné, pudimos hacerlo y es importante que sepas lo que nos dijo.

Xavier suspiró y se levantó. Estaba vestido como cualquier persona que está en su casa. Una camisa vieja, un short color caoba bastante desgastado y una cara que explicaba sin palabras que minutos antes había estado durmiendo.

David procedió a contarle toda la historia con lujos y detalles. Le contó de Gadné, de su encuentro en el parque, de su hermano y los extraños casos de las personas que desaparecían. Le habló del bosque y de lo hostil que este podía resultar ser. Al igual que con Hernesto, omitió su búsqueda por internet. Trató de emular una sonrisa cuando concluyó con el relato pero no pudo hacerlo, Xavier estaba serio y Hernesto miraba el suelo perdido en sus propios pensamientos.

Nuevamente el silencio empezó a reinar en la habitación. Era como una barrera, un muro que les impedía comunicarse por momentos y que los dejaba a cada uno envueltos en su propio ensimismamiento. Empezó a relamerse los labios y a tronarse los dedos, hasta que Xavier habló.

—Julieta, así se llamaba. —Empezó—. Tenía cinco años cuando nosotros nos hicimos amigos. Ustedes también se hicieron amigos de ella. Jugaban mucho y en algunas ocasiones nos acompañó a nuestras aventuras.

»Cumplió doce años casi un año atrás. Ella había pedido permiso para salir con unas amigas de su nueva escuela, dijeron que irían de paseo. Tenían un aspecto pícaro, como si fueran a hacer algo malo. Mamá les dijo que sí a pesar que yo estaba en desacuerdo. No pude evitarlo.

»No podía dejar a mi hermanita sola, así que las seguí a escondidas para saber a dónde diablos iba. —Negó y golpeó la cama con sus puños—. Maldición, no debí dejar que fuera —masculló.

»Me encontré llegando a la entrada del bosque, ellas estaban comiendo un helado y de repente las vi entrar en medio de risas y cuchicheos. No las seguí, pensé «Ah, están entrando a un bosque, no hay nada de anormal en ello» Y claro, ¿para qué continuar allí si no estaban haciendo nada malo? Regresé a casa. Cuando llegué mamá actuó normal, pero me empecé a preocupar cuando se hizo de noche y Julieta no llegaba.

»Le pregunté a mi mamá «¿Dónde carajos esta mi hermana?» Ella se sorprendió. No por mi vocabulario sino por lo de hermana. Me preguntó si estaba loco, me dijo «No tienes ninguna hermana Xav» y yo quedé perplejo. Discutimos esa noche, fue muy similar a lo de Gadné. Le grité, insistí en que tenía una hermana y fui a su habitación como prueba. No encontré nada, todo había desaparecido. Su ropa, sus juguetes, su maquillaje, sus libros, su registro... todo. No había fotos en la que ella apareciera, sólo ese espacio vacío de que antes había alguien allí.

Se detuvo, se secó unas lágrimas de rabia o de tristeza que se habían escapado de sus ojos y continuó.

»Fui al bosque. Planeaba entrar, sólo que tuve miedo de lo que me encontraría allí dentro. Por en cambio, pregunté por Julieta, fui a la casa de sus amigas y ellas también habían desaparecido. Sus padres me dijeron que nunca habían tenido una hija, todo era tan extraño. Al final me rendí, no había nada que vinculara a Julieta a este mundo. No existía nadie a excepción de mí que la recordara. Nada.

»Tenía la esperanza de que ustedes... tal vez —negó—, pero no fue así.

David se relamió los labios y asintió. Supo a lo que se refería Xavier y entendió. Miró a Hernesto y el castaño sonrió con nostalgia.

—Te creemos Xavier. Tienes una hermana que por desgracia no recordamos. —David sonrió para ocultar la falta de palabras de ánimo, en realidad no sabía que más agregar. ¿Qué se dice en esas situaciones? No podía decir «La encontraremos» porque no quería ir a ese bosque, ¿y si no volvía? ¿Y si más nunca saldría de allí? No era tonto y no iba a entrar a la boca del lobo.

—Tengo que hacer algo —dijo Xavier después de un momento de silencio—. Algo que debía hacer hace meses atrás y que no me atreví por miedo. —David abrió la boca para responder y reprochar aquello, mas el moreno no le dejó hablar—. Iré, iré a ese maldito bosque y veré qué esconde. Sé que es una locura pero... Recuperaré a mi hermana. 


N/a: 

Hola hola :3 solo quería decirles que en multimedia esta David 7u7 

¿Que les pareció la enfermedad de David? ¿Se lo esperaban? ¿Que les está pareciendo la historia? ¿Les está gustando? 7u7 Déjenme sus comentarios que los estaré leyendo, gustosa ;) 

7u7 Pronto se vendrán cosas muy importantes ¡Estén atentos! 

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